viernes, 20 de septiembre de 2019

La crisis que viene



Nota: El presente artículo de Juan Torres López (catedrático de Economía aplicada en la Universidad de Sevilla), ya ha sido publicado el día 8 de septiembre de 2019 en la web “LaPolíticaOnLine”. Hoy, 20 de septiembre de 2019 con la autorización del mencionado autor, se publica en este Blog para nuestros lectores.  

Juan Torres López
8 de septiembre de 2019

La mala costura de la anterior crisis dejó a la economía mundial 'tocada' y con una recuperación más aparente que real. En 2020 o 2021, pero se da por hecho que la sufriremos de nuevo.

Desde hace unos meses hay una convicción generalizada entre los expertos sobre la proximidad de otra crisis (un cambio en la senda actual de crecimiento económico seguido de inestabilidad) y quizá de una nueva fase de recesión económica (crecimiento negativo durante más de dos trimestres consecutivos) que conduzca a otra etapa posterior de nuevas dificultades.


Las diferencias de opinión tienen que ver sobre la fecha en que comenzará a producirse -en 2020 o 2021- pero se da por hecho que vamos a sufrirla, de modo que es muy conveniente estar al tanto y tratar de adelantarse a lo que ya parece inevitable.

A mi juicio, hay algunas señales que indican claramente que la crisis está muy cerca y algunas razones de peso que llevan a pensar que va a ser inevitable y de relevancia, aunque de naturaleza diferente a la que vivimos a partir de 2007-2008. Las comento brevemente a continuación.

Las señales


La economía de China crece al ritmo más bajo de los últimos 30 años. Alemania sólo se ha salvado de entrar formalmente en recesión por unas décimas. La de Estados Unidos lleva el periodo más largo de crecimiento positivo de toda su historia pero, precisamente por ello, cabe esperar que se encuentra a las puertas de un frenazo inmediato. Algo que ya anticipan muchos indicadores. El de actividad de la industria química, por ejemplo, está empeorando y eso significa que lo hace toda la economía estadounidense, puesto que los productos químicos se utilizan en todos los sectores. Por otro lado, la rentabilidad de los bonos a un año ha comenzado a superar a la del bono a 10 años, y sabemos que cada vez que eso ha ocurrido se ha producido una recesión en Estados Unidos entre 9 y 25 meses después.

Si tenemos en cuenta que esas tres economías representan alrededor el 55% del PIB mundial y que también están en una situación muy parecida otras de las más grandes, como la de Japón o Italia, las de países de menor peso económico pero relevantes (como Argentina, Irán, Venezuela, Singapur, Brasil, México...) o, por otras razones, la de Gran Bretaña... parece claro que la desaceleración de la actividad económica en todo el mundo es un hecho indiscutible.

Las causas de la crisis

Constatar que la economía mundial se desacelera es importante pero lo que realmente puede darnos una idea precisa de lo que se nos viene encima son las causas que han provocado la situación en la que estamos y las que hacen que la llegada de una nueva crisis sea ya inevitable a estas alturas. En mi opinión, los más importantes son las siguientes.

En primer lugar, que no se resolvió adecuadamente la anterior, provocada por los bancos y los grandes fondos de inversión al corromper el sistema financiero de todo el planeta. La mala costura dejó a la economía mundial "tocada" y registrando una recuperación que en realidad ha sido más aparente que real. En particular, el incremento de la desigualdad y la deuda ha debilitado la demanda de consumo y la de inversión y eso hace que la inmensa mayoría de las empresas, las que no tienen poder de mercado, tengan más difícil obtener beneficios generando la producción y el empleo que son la base de la estabilidad económica.

“La mala costura de la anterior crisis dejó a la economía mundial 'tocada' y registrando una recuperación que ha sido más aparente que real”

En segundo lugar, que las políticas de estímulo que hasta ahora han venido aplicando los gobiernos o los bancos centrales, según los casos, han sido insuficientes y ahora, además, están empezando a ser insostenibles. Por un lado, porque la deuda, tanto pública como corporativa, está alcanzando niveles cada día más alarmantes. Y, por otro, porque con los tipos de interés prácticamente a cero o incluso negativos, es muy difícil poder utilizarlos con bajadas significativas para impulsar la actividad. En cuanto el gasto y la financiación se han ido desinflado un poco, las economías se han desacelerado y si desaparecieran la situación se pondría todavía más fea.

En tercer lugar, los conflictos comerciales (China-Estados Unidos o Europa-Mercosur, entre otros) y el proteccionismo reaccionario de Trump que está produciendo efectos muy negativos, no sólo sobre las importaciones y exportaciones entre las superpotencias sino también sobre las de otros muchos países. Como no parece que la tensión se vaya a resolver a corto plazo, el daño irá a más. Sobre todo, si Trump intensifica el conflicto para usarlo como arma electoralista dando pie a que se extienda a los mercados de divisas. En ese caso, sus efectos serían mucho más potentes, generalizados y dañinos.

En cuarto lugar, hay que tener en cuenta que los sistemas financieros de todo el mundo apenas si se han reformado después de la crisis de 2008 y que siguen en situación de gran fragilidad. Eso hace que su contribución para mejorar las cosas, proporcionando la financiación y apoyo necesarios, esté siendo más escasa justamente a medida que la situación se va complicando.

En quinto lugar, estamos viviendo tensiones geopolíticas que producen gran riesgo e incertidumbre porque pueden derivar inmediatamente en gravísimos problemas económicos y energéticos, algunos globales, si estallan: Brexit, Irán, Venezuela, Turquía...

Finalmente, pero no por ser la última menos importante sino quizá todo lo contrario, resulta que las bolsas de todo el mundo están al borde de un colapso cuyos efectos serían demoledores para muchas grandes empresas y para el sector financiero. Y todas las señales apuntan a que eso es lo que se va a producir sin remedio como consecuencia, entre otros factores, de la sobrecapitalización de las más grandes empresas del mundo (que vienen utilizando sus beneficios para realizar compras multimillonarias de sus propias acciones); de la especulación a gran escala y a toda velocidad que domina los mercados; y de la gran inestabilidad que lleva consigo la incertidumbre y el riesgo que provocan la coincidencia de todos los factores anteriores que acabo de señalar.

Una crisis distinta a la de 2008

Cuando se oye decir que se aproxima ahora una nueva crisis es lógico que todo el mundo mire hacia atrás y recuerde la de 2007-2008 para preguntarse si será lo mismo. Pero será diferente.

Como se sabe, la anterior tuvo su origen en el sistema financiero que es quien proporciona la financiación al resto de la economía. Y la financiación es como la sangre de un animal o la savia de una planta, lo que significa que si se bloquea, si se contamina o se corrompe, destruye a todo lo que vive de ellas. Cuando eso ocurre, como ocurrió cuando los bancos de todo el mundo se dedicaron a producir productos e inversiones financieros que eran pura basura, se da lugar a una crisis que, precisamente por esa razón, se dice que es sistémica: porque casi nadie se puede salvar de ella y porque afecta a todas las economías prácticamente sin excepción.

La crisis que viene ahora no será de este tipo. El estado del sistema financiero mundial sigue siendo muy frágil, como acabo de señalar y por razones que no tengo espacio para comentar aquí, y eso puede dar lugar a que explosione en cualquier momento. Pero no parece que eso sea lo que vaya a ocurrir en los próximos meses. O, mejor dicho, me parece mucho más probable que las explosiones se produzcan primero en otros ámbitos del sistema económico.

La nueva crisis no tiene su origen en el sistema financiero sino en el mercado de bienes y servicios. Pero tampoco vendrá producida sólo por la escasez de demanda que viene dándose desde hace años como consecuencia de la caída de los salarios en todo el mundo (y que en condiciones normales se puede resolver inyectando gasto desde el Estado o medios de pago desde el banco central). En esta ocasión, la crisis es principalmente de oferta real y tiene que ver con dos factores que ya se han destapado y con uno que aparecerá a posteriori.

Los dos primeros son, por un lado, la guerra comercial que he mencionado y sus casi seguras consecuencias sobre los mercados de divisas; y, por otro, la lucha para lograr mejores posiciones en la próxima revolución tecnológica ligada a la robótica, la inteligencia artificial o los nuevos tipos de comunicaciones. El tercero tiene que ver con los problemas que una crisis así termina siempre generando sobre las fuentes de energía y que ahora se verán agravados al encontrarnos en medio de un cambio climático de excepcional envergadura.

Los peligros que trae la crisis

La ventaja de una crisis de este tipo respecto a una financiera es que no suele ser sistémica y que, por tanto, es posible que algunas economías, sectores o empresas escapen de ella. Pero tiene otros peligros tanto o más letales.

El primero, que afecta en primer lugar y de lleno a la vida de las empresas, es decir, a las organizaciones que crean los bienes y servicios que necesitamos, las que generan los ingresos salariales con los que vive la mayoría de la gente y las que en teoría deben invertir para mejorar nuestra calidad de vida y la marcha de la economía.

El segundo peligro es que una crisis como la que viene no se puede resolver simplemente haciendo "transfusiones" de dinero desde los bancos centrales (como hizo, por ejemplo, la Reserva Federal de Estados Unidos cuando en sólo seis meses de 2008 creó más dinero para inyectar a los bancos comerciales del que había creado desde 1945). Ni tampoco aumentado el gasto público, porque la deuda ya es muy elevada en la inmensa mayoría de las economías, además de que los problemas de la oferta empresarial -como acabo de señalar- no consisten sólo en que no tengan demanda suficiente.

El tercer peligro que conlleva una crisis como la que viene es que producirá caída de la producción y el empleo y, al mismo tiempo, aumento de precios, de modo que serán necesarias políticas de control justamente contrarias a las que habría que adoptar para reactivar la vida empresarial y la demanda.

El cuarto peligro es que, si la crisis que viene va acompañada, como yo creo que va a ocurrir, de un desorden grave en los mercados de capitales y en las bolsas, lo que sucederá es que un buen número de las mayores empresas del planeta tendrán dificultades que les van a obligar a modificar sus estrategias de todo tipo, produciendo así un incremento generalizado del desorden y de la inestabilidad y, como resultado, nuevos problemas financieros como consecuencia de la falta de liquidez en todos los mercados.

“La crisis que viene es de nueva ola: no se le podrá hacer frente con los instrumentos convencionales de la política económica, ni la política monetaria ni la fiscal tradicionales nos van a servir”

El quinto peligro que a mi juicio acompaña a la crisis que se aproxima es que no se le va a poder hacer frente recurriendo solamente a los instrumentos convencionales de la política económica. Es de nueva ola. Ni la política monetaria ni la fiscal tradicionales nos van a servir; mantener las actuales pautas de distribución que aumentan la desigualdad dificultará cada vez más que se recupere la oferta de las empresas; seguir dando completa libertad a los grandes operadores que acaban con la competencia en los mercados y los controlan a su antojo para primar la especulación y el despilfarro de recursos producirá ineficiencia e inestabilidad crecientes; no actuar radicalmente sobre el cambio climático y sobre el deterioro ambiental traerá subidas de precios y escasez; y aceptar que la economía de nuestra planeta no tenga más gobierno que el de los intereses minoritarios de los más poderosos en un contexto político de democracias cada vez más debilitadas y vacías de contenido, nos puede sumir en un auténtico caos.

Nos encontramos, en resumen, a las puertas de una crisis que no va a ser sistémica y quizá ni siquiera global, sino que va a manifestarse en detonaciones sucesivas, en diferentes lugares y con magnitud muy diversa, de oferta en el mercado de servicios y que no responderá a las terapias convencionales. Recurrir a los envejecidos paradigmas de conocimiento dominantes para diagnosticarla y aplicarle las medidas políticas de siempre mitigará alguno de sus efectos, pero seguirá dejando abiertas de par en par las ventanas por donde se colarán las siguientes y más peligrosas crisis del siglo XXI, la financiera, la de la deuda, la ambiental y la social. Sobre cómo desarrollar y aplicar un nuevo tipo de análisis y respuestas hablaremos otro día, aunque lo que acabo de señalar creo que da pistas sobre ello.