Rosario
Granado
30 de
junio de 2020
“Se cierne ahora sobre el mundo una época implacable.
Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima. ¿Qué importa que
Inglaterra sea el martillo y nosotros el yunque? Lo importante es que rija la
violencia, no las serviles timideces cristianas. Si la victoria y la injusticia
y la felicidad no son para Alemania, que sean para otras naciones. Que el cielo
exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”.
Son las últimas palabras del
personaje de Borges, Otto Dietrich zur Linde, el nazi juzgado y condenado en Núremberg,
quien en sus reflexiones antes de morir encuentra la paz al considerar que en
la aparente derrota se encuentra su victoria, que el mismo desarrollo del
juicio le está demostrando que “el hombre nuevo”, sin compasión ni piedad, de
alguna manera ha triunfado.
Parecía en el mundo occidental
que con la derrota de los nazis comenzaba un periodo de libertad y de
democracia. Parecía que se enterraban ya para siempre el racismo y la idea de
la superioridad de unos pueblos sobre otros, y que ya no se volvería más al uso
legitimado de la violencia, la represión, la tortura y la muerte para conseguir
y mantener el poder político y económico. Se daban pasos importantes en este
sentido.
En
Junio de 1945 se aprobaba la Carta de las Naciones Unidas, que reafirmaba la fe
en la dignidad y el valor de la persona humana, y que se marcaba como
finalidades practicar la tolerancia y el mantenimiento de la paz así como
promover el progreso económico y social de todos los pueblos. En diciembre de 1948 se aprobaba la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. En 1951 se aprobaba la Convención de Ginebra, que
reconocía el derecho de asilo de las personas refugiadas.
Muchos e importantes avances sin
duda. Pero al mismo tiempo que estos ideales se plasman en el papel, la
realidad para gran parte de la humanidad (en las antiguas colonias) era muy distinta.
Vencido el fascismo, ¿hasta qué punto las ideas fascistas fueron también
vencidas y desterradas o continuaron inspirando a los países vencedores en su
política colonial? ¿Hasta qué punto la hipocresía en las palabras ha convivido
y convive cada vez más con la barbarie
fascista en los hechos?
En Mayo de 1945 se producía la
masacre de Argelia. La democrática Francia reprimía con un baño de sangre a la
población “indígena” argelina. En pocos días fueron asesinadas 40.000 personas.
En Agosto del mismo año los democráticos EEUU sembraban el horror en Hiroshima
y Nagasaki con la bomba atómica. En el año 1948 se ampliaba y se intensificaba
el Estado de Apartheid en Sudáfrica. También en este año en Palestina se creaba
el Estado racista de Israel con la limpieza étnica de la población nativa. En
Guatemala en los años 60 más de 200.000 personas eran asesinadas, otro
genocidio más contra la población indígena para ir reduciendo su porcentaje
respecto a la población blanca. En una cadena sin fin hasta el día de hoy, gobiernos
democráticos han sido derrocados gracias a la injerencia o a la intervención
directa de los EEUU, contando en muchos casos con el apoyo de Gran Bretaña y
Francia.
Las ejecuciones extrajudiciales
han sido hasta el día de hoy “normales” en gran parte del mundo. En los países
de América Latina los terratenientes tenían potestad para matar a sus
trabajadores. Los líderes sociales, hombres y mujeres que luchan por mejorar
las condiciones de vida de la población “indígena” son asesinados. Según
Indepaz, en Colombia, en los meses que llevamos de 2020 han sido asesinados 140
líderes sociales, 6 familiares de algún líder y 25 firmantes del acuerdo de
paz. Es decir 161 dirigentes. La muerte de George Floyd
asfixiado por un policía, es el último caso también de una cadena en la que los
mecanismos de control social y de represión contra la población negra en los
Estados Unidos bordean los métodos fascistas.
Los intereses económicos del
sistema capitalista con sus guerras de rapiña prevalecen sobre todas las
declaraciones firmadas y sobre todos los acuerdos conseguidos. En su lugar nos
imponen un mundo militarizado en el que rige la ley del más fuerte.
Como es imposible mantener una
isla de derechos y de bienestar y como la crisis del sistema es más estructural
que coyuntural, la ideología fascista aplicada en las antiguas colonias ya ha
llegado a Europa. Aunque nos cueste trabajo reconocerlo, las políticas
neocoloniales con su pervivencia de valores fascistas que pensábamos
erradicados, terminan por pasar factura. Y ante esta realidad de nada sirve el
silencio, de nada sirve el disimulo, de nada sirven las condenas retóricas. Si
Europa se militariza y cierra sus fronteras, si no reacciona ante los
asesinatos de líderes en Colombia, si apoya a la ultraderecha golpista en
Bolivia, si no condena la muerte por asfixia de George Floyd en EEUU, si no
sanciona a Israel por anexionarse Palestina... las ideas fascistas habrán
vencido.
El Plan de Anexión anunciado por
Trump y Netanyahu es el último eslabón de una serie de crímenes contra la
humanidad y de violaciones del Derecho Internacional desde 1945. El próximo 1
de julio el régimen israelí pretende anexionarse Jerusalén Este, las colonias
de Cisjordania y el valle del Jordán. Será la tercera gran anexión territorial
desde su creación tras la ocupación de la franja costera de Palestina en 1948 y
la ocupación de Jerusalén Este, Gaza y las tierras altas del Golán en Siria en
1967. Cada fase de la expansión colonial de este régimen, que se define como
«judío y sólo para judíos», va acompañada de una política de terror y
desplazamiento forzado de la población autóctona. La anunciada anexión no es un
simple juego de palabras entre «ocupación» y «anexión». Es el anuncio de una
nueva fase de judaización de Palestina con la consecuencia de miles de nuevos
refugiados.
Las potencias europeas han
rechazado el Plan de Anexión de palabra, pero lo apoyan de hecho con su
política de relaciones privilegiadas, comerciales, culturales e
institucionales. Si realmente no quieren dar el visto bueno a la política
racista y colonial de Israel deben pasar a los hechos poniéndole sanciones.
Está en juego la democracia y el
derecho internacional, el conjunto de convenciones y acuerdos entre las
naciones que sostienen mal que bien las relaciones internacionales desde 1945.
Por esto es fundamental la respuesta de la sociedad civil, la toma de conciencia
y la movilización para exigir a nuestros gobernantes una reacción ante el
racismo y el fascismo. Que los ideales plasmados en la Carta de las Naciones
Unidas, en la Declaración de los Derechos Humanos y en toda la legislación del
Derecho Internacional no se conviertan en papel mojado, que puedan seguir
siendo referencia para todos los pueblos del mundo.