viernes, 20 de noviembre de 2020

LA POLÍTICA SEGÚN IBN JALDÚN

En memoria de RAFAEL VALENCIA, arabista

Manuel Armenta Espejo y Juan Manuel Valencia Rodríguez

20 de noviembre de 2020


El 12 de junio de 2020 fallecía súbitamente en Sevilla, a los 67 años, Rafael Valencia Rodríguez. víctima de una disección aórtica de efecto fulminante. Profesor de la Universidad Hispalense y considerado por todos el mejor arabista de la Sevilla actual, tras cumplir dos mandatos en el cargo estaba a punto de ser relevado por Ismael Yebra como director de la Real Academia Sevillana de Buenas letras, cargo que rafael ocupaba desde 2014. 


El profesor Valencia había nacido el 26 de junio de 1952 en Berlanga, Badajoz (de donde era su padre, Rafael; la madre, Rosalía, era natural de Ponte Caldelas, Pontevedra). Inició estudios de Ingeniería en la Universidad de Sevilla, pero pronto encaminó sus pasos hacia el estudio del árabe. En 1976 obtuvo la Licenciatura en Filosofía y Letras (especialidad de Filología semítica, árabe e islam) en la Universidad de Barcelona, y se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid en 1986 con una tesis sobre el medio físico y humano de la Sevilla árabe: Sevilla musulmana hasta la caída del Califato: contribución a su estudio, dirigida por el también arabista Joaquín Vallvé Bermejo.

 

A finales de 1977 marchó a Bagdad, en donde ejerció como director del Instituto Hispano-Árabe de Cultura (hoy integrado en el Instituto Cervantes) de 1979 a 1982, y como agregado cultural de la Embajada. Allí vivió de cerca la guerra entre Irak e Irán.

 

Se incorporó a la plantilla de la Universidad de Sevilla en 1982 como profesor ayudante y en 1987 alcanzó su plaza como profesor titular. En las aulas de la antigua Fábrica de Tabacos impartió disciplinas relacionadas con la lengua árabe, la historia y literatura de al-Andalus, y la historia del islam. Era el investigador principal del Grupo de Investigación IXBILIA. En la Universidad de Sevilla ha dirigido el Instituto de Idiomas y el Departamento de Filologías Integradas, donde también ejerció como secretario.

 

Fue profesor en la Universidad de Bagdad (curso 1978-79) y realizó estancias en las universidades marroquíes de Fez, Marrakech, Rabat y Tetuán (1998-2008) y en la Universidad de Qatar (2003). Cabe destacar otras estancias en varias universidades argentinas como la de Buenos Aires, del Salvador, Belgrano, Pontificia Universidad Católica, Escuela Superior de Guerra y otras, hasta un total de doce entre 1990-1997.

 

Obtuvo el Premio de Investigación Ciudad de Sevilla en 1986, por un trabajo sobre el urbanismo de la Sevilla árabe.

 

En 2010 ingresó en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, con el discurso El aire de Sevilla (los refranes de la Sevilla árabe. A la sombra de Pascual de Gayangos). En su contestación el arquitecto y también académico Rafael Manzano lo definió como el "más importante arabista, tanto por historiador como por filólogo y estudioso de la literatura islámica, con que cuenta la Universidad Hispalense".

 

Rafael fue Coordinador de Edad Media y Mundo Árabe en la nueva redacción de la Gran Enciclopedia de Andalucía (Málaga 2004-2007) y de la Enciclopedia General de Sevilla (Málaga 2009). Cuenta con más de un centenar de publicaciones sobre la Sevilla árabe, historia y cultura de al-Andalus, Relaciones Euro-Árabes, Islam de Fronteras, Islam actual de la Península Ibérica y Golfo Pérsico, entre ellas sus libros Al-Andalus y su herencia (2011); Las taifas del siglo XI en Andalucía (2009) o Poesía erótica andalusí (1990).

 

A la Sevilla árabe dedicó numerosos trabajos, como “El urbanismo de la Sevilla árabe” (1988); “Islamic Seville, its Political, Social and Cultural History” (1992,1994); “El cementerio musulmán de Sevilla” (1995); “La arquitectura de la Sevilla almohade” (1995); “La mujer y el espacio público de las ciudades andalusíes” (1996); “El espacio público de la Sevilla árabe: la ciudad como escenario” (1997-98); “La Sevilla almohade: el espacio humano” (2000); “Los Banu-z-Zubaydi de Sevilla” (2001); “Fès et Séville à l’époque almohade”, (2008); etc. En “La pervivencia de Isidoro de Sevilla en al-Andalus” (2002) analiza la huella que la Hispalis o Spali tardorromana deja en la ciudad árabe, siguiendo una idea, repetida en toda su obra, de que la cultura de al-Andalus, en todas sus formas, es heredera tanto de la tradición oriental como de la Bética visigoda.

 

Formó parte del Comisariado de las actividades que conmemoraron el Centenario del gran historiador Ibn Jaldún, en el 2006. Entre ellas coordinó un volumen sobre Sevilla en el siglo XIV, en el que se traza la imagen de la capital que albergó la corte de Pedro I de Castilla. Al mismo autor, Ibn Jaldún, dedicó una antología de la famosa Muqaddima o “Introducción a la historia” (Biblioteca de la Cultura Andaluza nº 44, 1985). El historiador tunecino de origen sevillano Abderrahmán Ibn Jaldún (Túnez, 1332–El Cairo, 1406) fue una de las referencias continuas de Rafael Valencia, quien lo consideraba como una de las grandes contribuciones del Mundo Árabe medieval a la cultura universal.

 

En 2007 publicó en la revista Ámbitos “La política según Ibn Jaldún” (pueden leer y descargarse este artículo pinchando aquí), que aquí reseñamos brevemente:

 

La organización política de la sociedad fue una de las preocupaciones centrales del historiador tunecino. En su Introducción a la historia vierte una reflexión, insólita para su época, sobre los comportamientos colectivos de la humanidad desde el comienzo de los tiempos. El análisis de b. Jaldún, escribe Rafael Valencia, se centra en “los fundamentos que rigen el desarrollo humano como sujeto activo de la historia, en las causas que motivan los hechos sociales y los mecanismos que mueven los hilos de las relaciones humanas”. La vigencia de la historia fue puesta de relevancia por el tunecino con la siguiente frase: El pasado se parece a lo que está sucediendo más que una gota de agua a la otra.

 

Ibn Jaldún elaboró una teoría del Estado que, como es lógico, se enmarcaba en el horizonte mental del Islam de su tiempo, pero algunas de sus concepciones tienen una validez universal. Para él la política (en esto sigue a Aristóteles) era algo inherente a la naturaleza social del ser humano, una consecuencia derivada de las necesidades colectivas de asegurarse el sustento, la defensa, etc. La organización de la sociedad es algo necesario. Al constituirse como sociedad, piensa Ibn Jaldún, las personas necesitan un moderador o árbitro que dirima sus diferencias.

 

Explica Rafael Valencia: “El Estado-poder que lbn Jaldún describe tiene como objetivo regir los conflictos entre los ciudadanos. La autoridad es, de este modo, una institución natural, situada más allá de interpretaciones basadas sobre presupuestos religiosos… Él llega a decir que «EI Imamato, la dirigencia comunitaria, no es una columna de la religión sino una forma de gobierno instituida en beneficio general y colocada bajo la vigilancia del pueblo»… lbn Jaldún sin embargo no abandona, sería inconcebible, dado el tiempo en el que vivió, la idea de la influencia de la religión en el poder político… Pero se centra especialmente en la voluntad de poder como elemento necesario para la existencia del Estado. En consonancia con la época que le tocó vivir, ese poder se realiza en la práctica por la fuerza, la capacidad de organizarse y un sistema conceptual dominante. Por esto, aparte de la religión, resulta precisa la asabiya, la cohesión social, uno de los conceptos extraordinariamente definido en la obra de lbn Jaldún. En ella radica para él el motor de la historia: los grupos sociales aglutinados por una serie de intereses. Ellos son la unidad histórica básica. No los individuos, que son producto de su colectividad… Para los primeros pensadores políticos de la época clásica el Estado es una formación religioso-política. Para Abderrahmán b. Jaldún se trata de una institución humana, natural, una creación humana que arranca de su esencia como ser social." 


Las teorías de IBN Jaldún recogen ideas de culturas anteriores. En la obra mencionada se apoya en una carta de un general a su hijo, un tipo de textos entonces llamados "lámparas de príncipes" (en nuestra literatura medieval y moderna, "Espejos de príncipes"). La epístola le sirve a Ibn Jaldún para exponer una serie de conceptos de valor universal: la lucha contra la tiranía, impartir justicia con equidad como obligación esencial del poder, la tendencia a la democratización de las comunidades con un cierto grado de desarrollo social y económico, las pautas de conducta exigibles tanto a gobernantes como a gobernados, desdén por quienes utilizan el poder para atesorar riquezas.