Enrique Cobo
18 de octubre de 2022
Ignorantes
somos todos hasta que necesitamos o queremos saber algo sobre algo, ya sea por
placer o por supervivencia.
Yo
soy parte de un pueblo que quiere saber porque lo necesita y porque le gusta.
En
ese sentido me atrevo a hacer una reflexión que no es sino el comienzo de un
pensamiento que necesita más desarrollo, en cooperación con todo el que quiera.
Empiezo
compartiendo algunas de las claves del camino que pretendo seguir andando
mientras pueda y me lo crea.
Lo
hago por invitación de Juan, de mi amigo Juan, tras una conversación.
Hay una premisa: los avances en justicia, en igualdad y en alegría de
vivir vendrán de la mano de los que trabajan, crean, investigan y comparten, de
aquellos a los que, por encima de las dificultades, les gusta vivir, disfrutan
viviendo.
Descarto por imposibles e ineficientes otras fórmulas que en el pasado se usaron basadas en el “vencer o morir”, tan tragicómicas casi siempre y que hoy las derechas del mundo nos presentan como inevitables e incluso deseables.
Un enemigo eficiente para que la gente no apueste fuerte por vivir con
alegría y poderío es que nos convenzan de que es mucha la mierda que hay por
todos lados y que nos embardunen con su descripción pormenorizada de lo más
sucio, lo más ruin, lo más cruel lo más terrible. Quieren que nos conformemos
con “lo que hay” porque puede ser peor.
El peligro está en que nos hagan creer que esta situación de crueldad,
mentira, miseria, insolidaridad no tiene remedio o, lo que es peor, que nos
convenzan de que sus violencias, sus injusticias, sus corrupciones son el
estado natural de este mundo y que con esos espartos tenemos que construir la felicidad,
el futuro: venciendo a otros pueblos y obedeciendo, siempre obedeciendo a este
u aquel rey, dios o tribuno.
Las vanguardias nos perdemos en los análisis cada vez más complicados de
la situación general y de los sucesos llenos de amargura con el que nos
deleitan en sus páginas o con sus voces -casi siempre gritos.
Por eso pienso que cualquier acción política ha de pasar porque veamos
claro y decidamos que la única forma es: Todo
para el pueblo, pero con el pueblo.
Los mejores análisis progresistas han descarriado casi siempre cuando
tras un discurso verdaderamente democrático, entran las prisas para llegar
cuanto antes, aunque para ello tengan que correr unos pocos, los mejores -según
ellos mismos. Esta enfermedad se ha hecho evidente en la corta historia de
Podemos y desde luego en todos los partidos progresistas en los que la
participación nunca va más allá de “la disciplina interna”, que llamamos[i].
La ruina del discurso tan sincero, tan sentido por la gente, con un nombre tan
positivo como Podemos, tan esperanzado, tan acertado, empezó cuando tuvo un
resultado extraordinario en las europeas, porque si hubiera planteado el
triunfo en las municipales y de ahí hasta “conquistar los cielos”, no habrían
tenido necesidad de organizarse tan piramidalmente como cualquier partido al
uso y, consecuentemente, posponer lo de juntos
podemos.
Las claves están por una parte en partir de un primer axioma: TODO CON LA GENTE y seguir con un
segundo axioma: AL RITMO DE LA GENTE. Lo
que ponen los que trabajen por la unidad y la cohesión de forma especial es su
dedicación y la asunción de riesgos en los procesos.
No son favorables a este planteamiento las minorías que se organizan
para tener ellos mismos poder en representación de un pueblo. Las “vanguardias
entendidas de este modo” –como premisa o como resultado de su acción- son una
dificultad para construir la soberanía popular.
Son enemigos del pueblo los que solicitan de la gente apoyo a los
objetivos que las minorías han decidido, los que hagan que el pueblo sólo tenga
como perspectiva o como principal esperanza, lo que se pueda conseguir por la
acción aislada, por el talento de sus líderes y/o representantes
institucionales.
Son enemigos del pueblo los que lo desprecian y dicen cosas como “no hay
nada más vergonzoso que un trabajador votando a la derecha”. Yo pienso que los trabajadores,
todos los trabajadores, son el sujeto de la historia que deseamos.
Creo que hay que dar con el qué hacer y en el cómo hacerlo pero desde la
premisa de que lo imprescindible es avanzar con la gente, al paso de la gente,
entre la gente, con confianza, formulando y luchando por conseguir los
objetivos más inmediatos y pequeños pero también los objetivos que puedan ser compartidos
por más amplias capas de población, hasta los objetivos de mundializar la paz y
la justicia a la medida de las aspiraciones y las decisiones nacidas y
decididas por la humanidad trabajadora, creadora de arte y conocimiento,
alegre, soñadora, respetuosa con la diferencia y gozadora con el encuentro con
sus iguales porque así son todos los
pueblos.
Solo como un ejemplo de lo que quiero decir: la acción sindical. En
lugar de confiar las soluciones solamente en la negociación de los líderes con
los poderes, hay que decidir el objetivo más cercano y protagonizar la lucha más
pequeña y cercana, formular con la participación de la gente objetivos de un
ámbito más amplio y las formas para alcanzarlos, no necesariamente contra nadie
(por ejemplo: no contra los sindicatos) hasta que podamos compartir objetivos
con todos los trabajadores del mundo y la organización mundial para
conseguirlos y mantenerlos[ii].
Otro ejemplo: La solución al problema de la vivienda no nacerá de una
ley. Será necesaria la formulación de propuestas concretas de la gente trabajadora
en cada lugar, sumando experiencias. No basta con oponerse a la depredación
urbanística como única política de ordenación del territorio sino construir
propuestas desde el seno de la gente para construir las soluciones, incluyendo
las exigencias que se tengan que hacer a las administraciones.
El esquema es: “Ellos” tienen un proyecto para sus objetivos y nosotros
tenemos unos objetivos y, para conseguirlos, tenemos propuestas que vamos a
llevar a cabo, entre las que se incluyen nuestras exigencias a las
administraciones. De esta forma seguro que será posible, también, una ley de
vivienda que ayude a resolver los problemas de los que la necesitan y no pueden
solos.
Oposición a lo que no nos guste, sí, pero nunca faltará una propuesta antes,
durante y después de la lucha a la contra.
La soberanía popular hay que creérsela para poder construirla.
En resumen: Hoy por hoy, no veo otro camino que el de trabajar para construir
la unidad en el seno del pueblo sin menospreciar la acción desde las
instituciones, que no será revolucionaria si no es democrática, es decir, si no
nace en el seno del pueblo. En la medida en que se vaya construyendo será
alegre además de eficaz, generará esperanza:
principal “arma” de los pueblos.
Me propongo en el futuro que la línea de reflexión sea en el sentido de
cómo favorecer la construcción del poder popular, desde estas circunstancias y
desde ahora. Me gustará participar con otros en ahondar en el qué hacer y en el
cómo hacer, con propuestas fruto de la reflexión y la experiencia de cada cual.
[i]
Para los reaccionarios este no es el problema
sino la solución: “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Les gusta la
obediencia y las consignas y el marchar al ritmo del tambor de cada ocasión
(véase el desfile exclusivamente militar del día de la patria).
[ii]
Le llamábamos “Internacionalismo proletario”.