Carlos Arenas Posadas.
Catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de
Sevilla, jubilado
7 de abril de 2023
Participé el 24 de marzo en
una mesa redonda dentro del VI Triduo heterodoxo de la Semana Santa. Al acto,
celebrado en la sede del CICUS, asistió numeroso público hasta llenar el aforo.
Mi intervención estuvo dedicada a ofrecer una perspectiva del fenómeno cofrade
al margen del embeleso religioso, atávico, estético, idiosincrásico con el que
suele ser tratado y que se resume en aquello de que “esto es tan grande que no
se puede explicar”. Sostuve que hay otros muchos ámbitos de las hermandades que
“sí se pueden explicar” desde un análisis económico, social o político;
concretamente, en mi caso, desde la historia institucional. Vine a decir que
las cofradías, como tantas otras corporaciones en este país, han sido y son
instituciones buscadoras de renta, desde las limosnas o donaciones que recibían
en su origen hasta las subvenciones y otros recursos públicos en la actualidad,
por citar solo a la parte menos opaca del rentabilismo cofrade. A partir de
aquí, la segunda idea es que, lejos de rentas universales, extensibles a la
comunidad cofrade y mucho menos a la sociedad sevillana, las mercedes obtenidas
favorecieron y favorecen a la parte distinguida en el seno de cada una de las
hermandades; antes, incluso en aquellas cofradías gremiales, a los próceres y
patrones que subvencionaban las salidas procesionales; hoy, a los componentes
de sus órganos de gobierno que obtienen capital relacional, prestigio social y
clientes para sus respectivos negocios.
Nada de lo que acontece en el núcleo duro de las cofradías se justifica con lo que llaman su “obra social”. Lejos de la propaganda, la obra social de las cofradías fue y sigue siendo escasa y selectiva; incluso nos propone, con evidente carga política, que sea a partir de la caridad, no de la justicia social, del Estado del Bienestar, del esfuerzo fiscal, como se resuelva el problema de la pobreza. Por terminar con esta dimensión económica del asunto añadí que la búsqueda de rentas, el “capitalismo de amiguetes”, es causa sobresaliente del atraso económico por el hecho de coartar la iniciativa individual y, consiguientemente, la promoción social. No por casualidad en Sevilla se encuentran los barrios más pobres de España; barrios a los que se llevan los iconos del poder cofrade en un propósito subliminal de consolidar un modelo de sociedad jerarquizada, entre la prepotencia y la humillación.
Más que la “obra social”, lo
que constituyó y constituye la razón última de sostenibilidad del sistema
cofrade es el clientelismo; pobreza y clientelismo se retroalimentan; en una sociedad
como la andaluza donde la desigualdad es manifiesta y la rebeldía ha sido
castigada incluso con el genocidio, no es extraño encontrar a quienes
consideran que solo es posible sobrevivir, con una dádiva, un empleo, una
recomendación, un favor, etc., a la sombra del poderoso.
No cabe duda de que, hoy por
hoy, el modelo de sociedad que propone el sistema cofrade es, a falta de
encuestas fiables, todo un éxito, a juzgar por el seguimiento de las
procesiones. Dicho
en palabras de Habermas: la clase dominante –la mesocracia dominante en el caso
de Sevilla- construye la imagen de la sociedad, y el éxito de tal construcción
se mide por el grado en que la población asume la imagen simbólica del poder
como identidad propia, la hace “popular”. Y para hacer popular sus
ideas e intereses, la “sevillanía” necesita la fiesta, llamar al pueblo para que
contemple su hegemonía, para recordarle quién manda aquí, porque hasta
autoridades que en privado reconocen su aversión al fenómeno quedan sometidos a
los representantes no electos del “populismo” cofrade. No vale decir que eso ha
sido siempre así, que ha sido la expresión de la “Sevilla eterna”; hubo épocas
en la que, por falta de medios, de subvenciones para las cofradías, y, sobre
todo, en momentos en que la sociedad civil se organizó transversalmente sin
necesitar del pretexto religioso, los sevillanos prescindieron de este fenómeno
por considerarlo reaccionario y clasista.
La mesa redonda “heterodoxa” en la que
intervine estuvo dedicada a la re-significación de la Semana Santa; o no
entendí bien porque no me muevo en claves “que no se pueden explicar” o me
pareció que las alternativas y re-significaciones apenas rozaban la epidermis
del problema. La Semana Santa es un terreno disputado por jugadores que mueven
peones en favor de postulados políticos y económicos diversos; en ese juego
donde proliferan las cartas marcadas, dudo mucho que los re-significadores
“progres” ganen la partida a los que ya hacen o pretenden hacer de la
exaltación de corte evangelista, del capillismo, de la sevillanía y su “obra
social” un ariete bolsonarista contra la democracia. Si no desean abandonar el
juego denunciando a los impostores, me permito aconsejar a los “progres” que
llenen de candidaturas y votos re-significadores las urnas cofrades.