viernes, 20 de octubre de 2023

LOS EQUILIBRIOS NATURALES EN EL CONTRATO SOCIAL


28 de septiembre de 2023. By Wandering wounder - Own work, CC BY-SA 4.0, [1]

Antonio Aguilera Nieves  

20 de octubre de 2023

Los iconos son para encumbrarlos o escombrarlos. Cuanta más fuerza coge una causa, cuanto más mediática se vuelve, más defensores y detractores genera, polarizándose la situación en esa regla tan humana de generar bandos. Las normas de conducta aceptadas facilitan que los distintos puntos de vista puedan defenderse desde el diálogo y la sensatez en esta búsqueda incesante de acuerdos que es la vida. Sin embargo, en todo colectivo aparecen unos radicales que incorporan la fuerza como elemento de convencimiento, los desalmados que se enfrentan, combaten, destruyen. 

El pasado 28 de septiembre el llamado Sycamore Gap Tree, un arce sicomoro que se encontraba junto al Muro de Adriano, cerca de Crag Lough, en Northumberland, Reino Unido, un árbol que ganó el premio de Árbol del Año en Inglaterra en 2016, conocido como el árbol de Robin Hood al aparecer en numerosas películas, fue talado de forma salvaje por parte de un chaval que necesitaría 200 vidas más para llegar a ver lo que el árbol tenía a sus espaldas.

El Sycamore Gap Tree tenía un incalculable valor como patrimonio natural. A eso, resulta imprescindible añadir el valor paisajístico y cultural. Era un símbolo, un icono. Nada podrá reemplazarlo. El agresor sabía que no solo le pegaba hachazos a un bloque de madera.

Entrar en las causas y motivaciones de este atentado por parte de un inconsciente puede llevarnos a la frustración si no incorporamos el criterio de notoriedad. El chico esperaba la repercusión mundial de la noticia, su minuto de gloria, porque sabía que somos muchos más, cada día somos más los que estamos preocupados y trabajamos por la defensa de la naturaleza, frenar el cambio climático, vivir acorde a las leyes y tiempos del planeta que nos da la vida.

Debe hacernos pensar este caso porque seguirán produciéndose. Está ocurriendo cada día cuando se pone como moneda de cambio la conservación frente al mal entendido desarrollismo. Cuando hay que negociar límites de espacios naturales protegidos, vulnerabilidad de especies, articulados de leyes, intensidad de sanciones. Que se disminuya el desperdicio alimentario, que se generen menos residuos…, que ahorremos agua…, que paseemos o cojamos la bicicleta en lugar del coche.

Este tira y afloja seguirá aumentando en intensidad en los próximos años. Lamentablemente ya está sucediendo. Demasiadas personas lo sufren personalmente. Centenares de activistas son extorsionados, amenazados. La penosa lista de personas asesinadas por defender la naturaleza, paradójicamente, la vida, no deja de crecer. Según el registro de Global Witness, 1733 activistas fueron asesinados entre 2012 y 2021 por defender los derechos de sus tierras y un medio ambiente saludable.

Debemos de estar preparados, pero no para la lucha, que es fratricida, sino para la pedagogía, la que trabaja en defensa de unos valores que persiguen el bien común, el futuro en el que quepamos todos, el modelo de vida que nos permita sentirnos orgullosos del legado que dejamos a las futuras generaciones.

Hubo un tiempo en la historia en el que se hizo necesario que algunos entendiesen que todas las personas podían tener derecho a su propia identidad y libertad, y dejó de verse la esclavitud como algo natural. Hubo un tiempo en que hubo que hacer entender a otros que los trabajadores tienen derecho a una vida digna, descansos, sueldos, servicios sociales,.., y apareció el derecho del trabajo y las negociaciones sociales. Ahora llega el tiempo en que algunos otros tienen que entender, asumir y contribuir para que cada persona pueda vivir y trabajar allí donde lo desee, considerando que eso requiere unas condiciones de habitabilidad imposible de conseguir si no se mantienen los imprescindibles equilibrios y procesos naturales.

Tenemos que incorporar la sostenibilidad al Contrato Social. Tenemos que incorporar, como regla de convivencia básica y universal un modelo de vida respetuoso con los equilibrios naturales y los propios límites planetarios. Porque ahora estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades, nos estamos generando un daño que nos lleva hacia un callejón sin salida. Es una cuestión en primera instancia de utilitarismo básico, de supervivencia y de dignidad. De justicia. De responsabilidad. De sensatez. Y es, a partir de ahí, también una cuestión de inteligencia colectiva, esa de la que presumimos las personas por ser los únicos.

Hemos acelerado el mundo, los cambios son grandes y encadenados, la ciencia y la tecnología nos teletransporta a nuevos modelos a cada poco. Es por eso precisamente por lo que es ahora, más importante que nunca, subrayar la vital importancia de aquellos valores que no se pueden pesar y medir con instrumentos que se fijan sólo en la quantitas y dejan a un lado la qualitas. Es el momento de reivindicar el carácter fundamental de los pensamientos, líneas de trabajo y de las “inversiones” que no generan retornos inmediatos ni monetizables, es el momento de hacer apuestas que tengan como horizonte la esperanza en el futuro.

[1] https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=138339918