Enrique
Cobo
21 de noviembre de 2023
¿Cada persona, cada grupo,
cada pueblo tiene derecho a decir su verdad?
¿Cada persona, cada grupo,
cada pueblo tiene obligación de
decir su verdad?
Son cuestiones que se han
tratado desde siempre –véase el concepto de parresía,
por ejemplo [1]-, pero son preguntas de una actualidad imperiosa.
Son preguntas siempre de
actualidad, las respuestas a ellas conforman las características de la
convivencia entre personas, entre grupos; conforman la política, califican las
normas de convivencia, crean las normas formales de convivencia y, lo que es
aún más importante, regulan las relaciones reales de convivencia.
Tenemos derecho a decir
nuestra verdad, los ciudadanos como personas tienen derecho a decir su verdad y
a tratar de hacerla valer ante otras verdades, las de otros. No hay verdades
absolutas, no debiera haber grupos que puedan imponer sus verdades a otras
personas o a otros grupos pero a veces son contradictorias y, sin embargo,
tienen, tenemos derecho a hacer valer nuestras verdades y todas no pueden
hacerse realidad porque a veces son contradictorias.
Plantear la convivencia como la imposición de unas verdades sobre otras es y ha sido una opción que se ha practicado con mucha frecuencia y de ese planteamiento ha nacido la persecución de personas y grupos por PODER imponer su verdad a la totalidad de individuos y/o de grupos. El resultado de esa opción de convivencia priva al otro de poder decir y hacer valer su verdad, con lo que a muchos individuos se les priva de hacer valer su verdad e incluso de decirla y de defenderla. La vida se puede plantear como el resultado de la lucha de verdades distintas o incluso contradictorias, es decir, como la lucha por imponer mi verdad.
En nuestra sociedad actual
hay muchas personas, muchos grupos a los que se les priva a veces de decir su
verdad y, con mucha más frecuencia, de intentar hacerla valer. Es decir, que la
convivencia se basa en la imposición de unas verdades sobre otras y en la
anulación de todas menos una, la que logra imponerse. El resultado será siempre
un equilibrio inestable y necesitado de medidas compulsivas para hacer valer la
preeminencia de la verdad sometedora.
Algunos ejemplos de andar
por casa para explicarme mejor.
Los emigrantes sin permiso
de residencia, sin permiso de trabajo, tienen el derecho de mentir pero no
pueden ejercer el derecho a decir su verdad porque si lo hicieran serían
expulsados. Se les da el derecho a no decir su verdad, se les da el derecho a
mentir. A algunos de este grupo, cuando llevan un mes en un país en que no se
les permite residir, se les quita el derecho a la asistencia sanitaria gratuita;
se les atiende y se les factura la asistencia si la tuvieren, aun sabiendo que
no podrán hacer frente al pago. Como tienen que vivir necesitan comprar y
normalmente no tienen ingresos para hacerlo. Tienen que trabajar para ganar
algo pero no tienen permiso para hacerlo, los empleadores aunque quieran no
pueden darles de alta, así que para superar este problema está normado que
nadie diga la verdad: el emigrante tiene que negar que trabaja, tiene que
trabajar oculto; el empleador tiene que mentir; el detentador de la verdad que
se impone, el Estado, tiene que mentir y hacer como si no supiera de la
existencia de dichas personas. De tal forma que la “convivencia “ se basa en el
derecho a no decir la verdad, el derecho a mentir; y además se convierte en una
“norma” que facilita la solución deseada al problema, se normaliza que la
convivencia se base en el derecho a mentir de todos, en la privación del
derecho a decir cada uno su verdad.
Otro ejemplo. Los empleados
de muchas empresas que echan horas extraordinarias, que están contratados a
tiempo parcial y trabajan a tiempo total o más que total, no pueden decir y
mucho menos hacer valer su verdad y tienen que mentir y firmar un contrato de
trabajo que miente sobre la realidad y deben callar tras firmarlo porque de lo
contrario la consecuencia, seguramente, sería el despido; y la administración
de la norma tiene que huir de conocer esas realidades en nombre de…., y “se hace
la loca”.
La mujer que está siendo
sometida por cualquier forma de las múltiples en que se impone el machismo ha
de ocultarlo por vergüenza, por miedo, porque le conviene o por seguir
viviendo. No puede ejercer el derecho a decir su verdad y el macho ejerce su
derecho a mentir.
Podéis poner los ejemplos
que queráis de los miles de ocasiones en que en esta sociedad los nuevos
esclavos, los no ciudadanos, tienen derecho, incluso obligación de mentir, pero
no el derecho de decir su verdad. Decir la verdad no es en realidad un derecho
del esclavo ni de la inmensa mayoría de las personas. Lo que, además, provoca
el inmenso dolor de estar sometido a la locura de otros sin poder decirles su
verdad, incluso la obligación de mentir para que su locura siga siendo posible.
Si queremos expresar las
situaciones en que los grupos no pueden ejercer el derecho a decir su verdad y
a intentar hacerla valer lo podemos hacer con poco esfuerzo, ir señalando en el
ámbito familiar, local, nacional, internacional o mundial la privación del
derecho a decir su verdad, y/o a intentar hacerla valer.
Por otra parte encontraremos
sin dificultad que las relaciones entre verdades contradictorias se resuelven
por la imposición más o menos violenta de una de ellas; y en ocasiones también
podemos encontrar ejemplos en el que verdades contradictorias acuerdan convivir
sin imponerse por la fuerza unas sobre otras.
Una expresión de la opresión más cruel es
impedir a alguien decir su verdad e intentar hacerla valer; y aún más cruel es
imponer el derecho a mentir de oprimidos y opresores y basar en ello la
convivencia “en paz”.
Si afirmamos el derecho a
decir la verdad y a intentar hacerla valer ante otros de cada individuo de cada
grupo, de cada pueblo, la imposición de unas verdades sobre otras no puede ser
la alternativa para poder convivir en libertad porque se priva al alguien de
decir y defender su verdad, exime de la obligación de decir la verdad a todos, a
opresores y a oprimidos.
La democracia, el gobierno
de los grupos, de los pueblos, conlleva la aceptación de que cada individuo,
cada grupo, cada pueblo tenga el derecho a decir su verdad y el de intentar
hacerla valer. La convivencia tiene que tratar de superar las contradicciones
con pactos en que se preserven los derechos y los deberes de todos con su
verdad. Pero como la convivencia se da entre gentes con verdades diferentes y
contradictorias, a veces la regla que se ha inventado es la de hacer valer la
verdad relativa de la mayoría de los convivientes, la democracia, la imposición
temporal de las verdades de la mayoría de los individuos que conviven y aceptan
que cada cual siga manteniendo su verdad y su libertad para tratar de
convertirla en mayoritaria, usando en todo caso su derecho a decir y de hacer
valer su verdad cuando logre el apoyo mayoritario.
Es mi convicción que la paz
y la justicia vendrán de la imposición inestable de la verdad mayoritaria de
cada pueblo y en la humanidad como regla para superar las contradicciones entre
verdades distintas, permitiendo al mismo tiempo que otras verdades minoritarias
puedan expresarse e intentar ser mayoritarias. No es posible que el futuro de
la convivencia se dé en paz y con justicia si ponemos la esperanza en la
imposición de una verdad y la anulación del derecho a decirse y a hacerse valer
de las otras verdades. No veo posible la victoria final y definitiva de ninguna
verdad sobre las otras.
Para esto es imprescindible
tratar de conseguir el ejercicio real de cada persona, de cada grupo, de cada pueblo
a decir su propia verdad y a poder compartirla con otros y que simultáneamente se
haga lo necesario para que nadie mienta impunemente sobre su propia verdad. Es
otra forma de decir que mi esperanza la pongo en la democracia, en la soberanía
popular, y en su seno trataré de decir lo más claramente que pueda mi verdad y
hacerla valer, aceptando que la libertad para decirse y hacerse valer de otras
verdades será el caldo de cultivo para mejorar mi verdad y las otras verdades.
La democracia, la
convivencia entre diferentes, el pacto, el respeto a la voluntad mayoritaria en
cada momento y en cada asunto ha de prevalecer sobre la imposición violenta de
unas verdades anulando otras y su derecho a hacerse valer.
No estamos condenados a
vencer o morir porque podemos convivir los diferentes mediante el gobierno de
la mayoría y el pacto para que convivan verdades diferentes. Hay que empezar a
ejercer ese derecho a decir y hacer valer mi verdad cada día y a colaborar para
que puedan ejercerlo todos los individuos, grupos, o pueblos porque su voluntad
sumada seguro que será la que podrá poner algo de cordura en este mundo de
locos, en el que están intentando silenciar a casi todos, quitarles el derecho
a decir su verdad a casi toda la humanidad.
Notas:
[1] Michel
Foucault, Discurso y verdad. Siglo
XXI, Editores. Parresía: término
derivado del griego que significa decir todo, hablar con franqueza.