Ángeles
de la Torre: Desbandá 1937 – Nakba 1948 (acuarela,
2021)
Juan
Manuel Valencia Rodríguez.
14 de mayo de 2024
¿Prepara Israel la «Solución
Final» contra el pueblo palestino? Todo parece indicar que está pensando en
esos términos. El criminal Netanyahu ha desvelado en algunas declaraciones que
está dispuesto a controlar Gaza de manera definitiva. ¿Cómo va a conseguirlo,
sobre un territorio en ruinas en donde se hacinan 2,3 millones de personas, que
como él sabe seguirán resistiendo a la ocupación israelí? ¿Es su objetivo final
despoblar Gaza de palestinos, ya sea mediante la expulsión forzosa de sus
habitantes o mediante una matanza, e incorporarla al territorio de Israel?
Después le llegaría el turno a lo que queda sin ocupar de Cisjordania…
De momento, los últimos
datos disponibles, al 11 de mayo, 218 días después del asalto de Israel a Gaza
e iniciado ya el ataque a Rafah, son escalofriantes: 34.950 asesinados en la
Franja, de ellos 15.105 niños; a esa cifra habría que añadir los 10.000
desaparecidos que hay bajo los escombros. Los heridos son más de 78.500. 27
niños han muerto de desnutrición y deshidratación. 1.930.000 personas han sido
desplazadas por la fuerza (el 80 % de la población de Gaza). 378 ataques contra
instalaciones y personal sanitario. 496 sanitarios asesinados y otros 1.500
heridos. 224 trabajadores humanitarios asesinados, de ellos 181 de la UNRWA (la
agencia de la ONU; 160 de sus instalaciones han sido destruidas). 144
periodistas asesinados. El 60 % de las viviendas destruidas.
Datos tras los cuales hay un
terrible sufrimiento humano y que evidencian la magnitud del genocidio en
curso, por más que Israel se revuelva contra quien emplee ese justo término. El
Tribunal Internacional de Justicia, ante la acusación interpuesta por
Sudáfrica, se ha limitado de momento a considerarlo como algo «plausible».
Puede que cuando emita su fallo definitivo el genocidio se haya completado.
En los bombardeos de Israel sobre la franja se han utilizado programas y sistemas experimentales de inteligencia artificial (Lavender, ¿Dónde está papá?) que automatizan el asesinato de los palestinos. Familias enteras han sido masacradas de forma habitual, porque, como reconocen oficiales de inteligencia israelí, es mucho más fácil bombardear la casa de una familia, y no pueden malgastar bombas inteligentes, que son muy caras, en objetivos secundarios. Una de las pocas voces disidentes, el periódico independiente israelí Haaretz, ha informado que el ejército israelí ha estado operando sobre «zonas de exterminio» sin marcar en la que cualquier persona que se mueva puede ser abatida. Así abatieron también a tres rehenes israelíes que habían conseguido huir. La distinción entre combatientes y civiles, principio básico del derecho internacional, y el derecho internacional humanitario, han sido completamente atropellados por Israel.
Han pasado ya 76 años de la Nakba (la catástrofe), la expulsión y éxodo de la población palestina causada
en 1948 por la ocupación israelí, sobre la que se creó el ilegítimo Estado de
Israel. Lo que siguió fue una historia continuada de represión, de detenciones
arbitrarias, torturas, asesinatos y expolio progresivo de la tierra de los
palestinos. Desde hace 17 años la franja de Gaza, donde viven más de dos
millones de palestinos expulsados de su tierra, vive bloqueada por tierra, mar
y aire y ha sido sometida a periódicos asaltos. El castigo colectivo, prohibido
por el derecho internacional como crimen de guerra, es la norma en Gaza desde
hace ya muchos años.
La estrategia de Israel hacia los palestinos se ha sustentado en
diversos elementos. Uno de ellos es convencer
a la población propia de la indignidad del pueblo palestino: en los
primeros días de esta última agresión el ministro de Defensa israelí, Yoav
Gallant, describía a los palestinos como «animales humanos», y afirmaba que
Israel actuaría en consecuencia con ello; los opositores a ese pensamiento
dominante están cada vez más perseguidos en Israel.
Un segundo objetivo era conseguir el aislamiento internacional de
los palestinos. Quien no se pliega a sus designios recibirá ataques
furibundos, como le ocurre ahora a la ONU por denunciar la matanza de Gaza.
Otro componente es condenar a los gazatíes a una precariedad
extrema para que abandonen su tierra, dejándola libre para su ocupación por
judíos. El bloqueo total de la Franja hace casi imposible una actividad
económica estable.
Un cuarto aspecto ha sido imponer su narrativa y la oscuridad
informativa, ocultar la atrocidad de sus acciones contra los palestinos, la
violación de los derechos humanos y el derecho internacional, impidiendo el
acceso de los observadores de derechos humanos de la ONU y de los medios de
comunicación independientes (y en los últimos tiempos, asesinando a sus
periodistas o prohibiendo operar en la zona a al-Yazira). A la vez, Israel
dispone de una legión de propagandistas bien situados en los grandes medios de
comunicación occidentales, y de otros cauces (sitios web, cuentas en redes
sociales, motores de búsqueda, algoritmos para controlar la información en Internet)
que repiten una y otra vez su falaz narrativa de los hechos, plagada de
mentiras: que la tierra palestina les pertenece históricamente, que los
palestinos carecen de identidad nacional, que los palestinos son los que
impiden la paz con su terrorismo, que Israel es la única democracia de Oriente
Medio.
Finalmente, otro elemento
clave de la estrategia israelí ha sido desmantelar
los sistemas asistenciales y humanitarios que aliviaban las extremas
condiciones de vida de la población palestina. En especial, Israel ha dirigido sus
recientes ataques a la UNRWA, la principal
agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos, que siempre ha
mantenido vivo el derecho al retorno
a sus tierras de origen y actúa tanto en Gaza como en Cisjordania, alimentando
y dando trabajo a la población, construyendo escuelas y hospitales, haciendo
más soportable la vida de los palestinos. Israel ha destruido en Gaza
universidades, escuelas e instalaciones médicas. El asesinato de cooperantes se
ha convertido en norma, porque hay que disuadir a que otros vayan a ayudar,
como parte del plan para arrasar la Franja.
Del apartheid al genocidio
Hasta ahora Israel
practicaba una política de apartheid, de segregación y postergación de los
palestinos y su paulatina expulsión a guetos territoriales cada vez más
reducidos y aislados por muros en Cisjordania, acompañados de periódicos
bombardeos y asaltos a la Franja. Lo que ahora está ocurriendo es un proceso
distinto. La incursión de Hamás del 7 de octubre ha sido tomada como la excusa
perfecta que Israel necesitaba para justificar la «Solución Final», la
expulsión definitiva o el exterminio de la población palestina. Además, en
Jerusalén Este prosigue la expansión de barrios israelíes desplazando a la
población palestina, y en Cisjordania se generaliza la violencia de los colonos
sionistas, amparados por el Ejército, en las aldeas y pueblos palestinos.
Es decir, el apartheid se ha transformado en
genocidio.
El plan parece ser, pues,
ese: la limpieza étnica absoluta, el genocidio de un pueblo que lleva décadas
avasallado por Israel, ante la pasividad de una «comunidad internacional», en
especial la UE, cuyos gobernantes han demostrado carecer de estatura moral. En
todo el mundo el común de la población muestra su apoyo al masacrado pueblo
palestino, en tanto los gobiernos occidentales (de EEUU, Reino Unido, Francia,
Alemania) reprimen las protestas en calles y universidades, alineados con el
Estado genocida y agresor. El grado de hipocresía alcanzado es espeluznante:
despreciando las múltiples evidencias, el viceprimer ministro británico, Oliver
Dowden, ha declarado que se está exigiendo a Israel «un nivel de exigencia
increíblemente alto» en cuanto a respeto a los derechos humanos. ¿Puede
admitirse en democracia tal distancia entre representantes y representados?
Al lado de los gobiernos
occidentales se sitúan los grandes
medios de comunicación, controlados por los poderes económicos, que
difunden unilateralmente el relato propagandístico del ejército israelí, o describen
el genocidio de Israel en Gaza en términos de «drama humanitario», como si se
tratara de una catástrofe natural. Así lo quiso presentar el Decano de la
facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, cuando prohibió el acto en el
que la Relatora Especial de la ONU
sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos, Francesca Albanese, iba a
presentar su demoledor informe, Anatomía de un genocidio.
Israel tiene un cómplice
directo en su plan genocida: EE. UU., de donde procede la mayor parte del
armamento empleado contra la población palestina. Washington no intervendrá
para detener el salvajismo de un Netanyahu prisionero de los aliados de
ultraderecha que lo mantienen en el gobierno. Mientras EE. UU. simula contenerlo
para que no ataque Rafah y permita la entrada de ayuda humanitaria, altos
cargos del régimen sionista han viajado a Washington para estudiar
conjuntamente la manera de perpetrar la masacre sin que aumente la repulsión
que genera tal barbarie en la población occidental.
El sagaz y fiable periodista británico Jonathan Cook ha desvelado el
plan de Israel y de EEUU para Gaza: Israel está disponiendo un anillo de
puestos de control alrededor de Rafah que supuestamente garantizará el respeto
al derecho internacional humanitario, permitiendo la salida de mujeres y niños
antes de los bombardeos. Todos los que se queden, hombres, mujeres o niños,
serán tratados como combatientes armados. Rafah será destruida y toda la Franja
quedará en ruinas. Occidente culpará a Hamás, y presionará a los países árabes
para que reubiquen a los supervivientes fuera de Gaza (de hecho, Egipto está
construyendo ya en la península del Sinaí un asentamiento rodeado de un muro de
7 m de altura en un lugar próximo a Rafah, aunque las autoridades declaran que
no acogerán a los palestinos expulsados). Después seguirá el mismo modelo para
Cisjordania (en donde vive ya el 10 % de la población israelí, en los cada vez
más numerosos asentamientos ilegales de colonos en tierras palestinas),
argumentando que es la nueva base de Hamás.
No deberíamos permitir que nuestros gobiernos sean cómplices, por acción
o por omisión, de esta ignominia que hunde a la Humanidad en el más oscuro de
los abismos. El Gobierno de España no puede limitarse a reconocer el Estado
palestino, la situación es de tan extrema gravedad que debemos exigirle la
ruptura total de relaciones con Israel si no detiene de inmediato la matanza,
con carácter definitivo, y renuncia al genocidio.