Juan Manuel Valencia
Rodríguez
24
de septiembre de 2024
Los
resultados de las elecciones generales de julio de 2023 permitieron al menos
cerrar el acceso al gobierno de España de la derecha cerril, hoy generalmente
asociada a la ultraderecha bárbara y xenófoba. No hay que minusvalorar ese
logro, si se observa lo que este tipo de fuerzas están haciendo: sin llegar al
neoliberalismo salvaje del argentino Milei, véanse las políticas de destrucción
masiva de lo público practicadas por los gobiernos autonómicos del PP, como los
de Moreno Bonilla en Andalucía o Díaz Ayuso en Madrid.
Pero
ciertamente las elecciones del pasado año configuraron una situación política muy
complicada. La presencia en el bloque que permitió la formación del gobierno
PSOE-SUMAR de partidos de derechas, como el PNV y en especial Junts per Catalunya,
dificultan la aprobación de leyes favorables a la mayoría social. Además, las
vacilaciones del PSOE cuando hay que llevar adelante políticas sociales que
contravienen los intereses de los grandes poderes económicos, limitan en buena
medida las posibilidades de mejorar la vida del común. Pero con lo que la gente
ha votado, es evidente que no tenemos posibilidad de tener otro gobierno mejor.
Conviene tenerlo en cuenta porque si los que quieren derribarlo lo consiguieran a corto plazo, no hay que tener una mágica bola de cristal para adivinar las consecuencias: gobierno de la derecha cerril y sus socios de la ultraderecha, con sus políticas neoliberales a cuestas de desmantelamiento galopante de los servicios públicos, desigualdad social aún mayor, deterioro acentuado del medio natural, degradación de los derechos y libertades, vía libre al machismo, el racismo y la xenofobia, etc.
La
necesidad ineludible de no socavar al Gobierno de coalición no significa en
modo alguno que no deban señalarse las carencias e insuficiencias del gobierno.
Debe hacerse. Y desde luego, debe obligarse al PSOE a llevar adelante los
compromisos suscritos en el programa de gobierno.
Si
graves son algunas de las vacilaciones y carencias del Gobierno en política
social, en lo que se refiere a la política exterior la realidad es aún más
cruda. Con el agravante de que esas cuestiones son vistas como algo lejano y
ajeno por gran parte de la gente. El PSOE es quien determina de manera
exclusiva el rumbo de la política internacional española, y su alineamiento casi
absoluto con el imperio estadounidense conduce a muchas posiciones injustas,
puesto que no hay país que cometa más agresiones contra los pueblos del mundo
que los EE. UU., para defender en exclusiva sus intereses de gran potencia. Su
declive y su miedo ante la competencia de China en la economía internacional lo
hace aún más peligroso.
En
consecuencia, el gobierno de España desarrolla una política internacional no ya
progresista, sino esencialmente reaccionaria, que no favorece la causa de la
paz universal, de las relaciones en igualdad y equitativas entre los países,
del respeto a los derechos humanos de todos los pueblos del mundo, de la
preservación de la madre Tierra. Las expresiones concretas de tal alineamiento,
son conocidas de todos: España forma parte de la OTAN, organización que
perpetra cuantas agresiones internacionales deciden los EE. UU.; se mantienen
las bases estadounidenses de Rota y Morón; contribuye al clima belicista en
Europa y al recrudecimiento de la guerra de Ucrania, en vez de trabajar por la
paz; sigue manteniendo comercio militar en vez de romper por completo las
relaciones con Israel, cuyo salvajismo en Gaza, Cisjordania y Líbano causa
pavor y repugnancia en los pueblos del mundo (no así en sus gobernantes);
abandona al pueblo saharawi, con quien España tiene una deuda histórica, para
posicionarse junto a la impresentable monarquía marroquí; contribuye a la
nefasta e inhumana política de inmigración de la UE; se suma al coro de
acólitos de EE. UU. que se
inmiscuyen en los asuntos internos de Venezuela sin legitimidad alguna, etc.
Conseguir
una política internacional más justa, así como una política social más decidida
en lo interior, exige invertir la correlación de fuerzas hoy existente en la
esfera política, y transformar los estados de opinión y mentalidad de amplias
capas de la población. La izquierda que quiere transformar las cosas debería
ocuparse, al margen de urgencias electorales, en lo que otras veces hemos
expresado en este mismo medio: trabajar unidos, con lealtad y generosidad, a
ras de tierra, en cada pueblo, en cada barrio, para construir desde abajo
plataformas unitarias de poder y movilización popular, codo a codo con todo el
que quiera y con las organizaciones y mareas sociales. Por lo que a esta tierra
incumbe, trabajar por un frente amplio
andaluz. Las fuerzas políticas de la izquierda transformadora no pueden
contemplar la recuperación y reforzamiento de sus organizaciones al margen de
esta tarea. Se equivocarían de medio a medio. En todo caso, es algo que hay que
hacer, con todo aquel que esté dispuesto a echar una mano. No hay otro camino,
no hay salvadores de nadie, las alianzas por arriba ayudan pero no son
suficientes. Es el propio pueblo el que tiene que unirse, movilizarse y generar
sus estructuras de diálogo y de poder.