Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomía.
16 de enero de 2025
La
forma concreta salario es un ejemplo del carácter acentuadamente ideológico que
han venido tomando tanto el conocimiento económico (la teoría económica) como
su aplicación (la práctica económica).
Dividiré esta colaboración en dos partes. En la primera, recordaremos la crítica de Karl Marx a la teoría sobre el salario de la economía política (sección VI del libro I de El Capital). En la segunda, basándonos en los desarrollos del profesor Juan Iñigo Carrera[1], mostraremos el objetivo ideológico que preside el comportamiento de una de las instituciones más “técnicas” del Estado capitalista, el banco central.
El salario y la ideología económica
(I)
Cuando Marx investiga la valorización del capital presenta, como punto de partida, la compraventa de la fuerza de trabajo, la relación entre el capitalista que entrega dinero (salario) a cambio de la capacidad de trabajo del obrero.
Hago un paréntesis aclaratorio. Allí, en la sección IV, nuestro autor nos dice que el salario es la forma fenoménica del valor de la fuerza de trabajo. Recordemos que el valor, el trabajo abstracto socialmente necesario realizado de manera privada e independiente, aparece necesariamente bajo la forma valor de cambio. El valor de cambio de una mercancía, o sea la cantidad de otra mercancía por la que se cambia, en dinero es el precio. En nuestro caso, el salario es la expresión monetaria del valor de la fuerza de trabajo. Esto ya lo sabíamos, lo que Marx se propone investigar a continuación es por qué en la realidad económica el salario, que es una forma del valor de la fuerza de trabajo como hemos visto más arriba, se transmuta, o sea aparece como otra forma, en este caso el precio del trabajo.
Esta
compraventa de la mercancía fuerza de trabajo, aparece en la superficie de la
realidad económica como una compraventa de trabajo; la mercancía comprada por
el capitalista, la fuerza de trabajo (el contenido oculto), y vendida por el obrero
aparece como trabajo (forma); y, el salario, el dinero que paga el capitalista
(y que cobra el obrero), aparece como precio del trabajo. Así, el precio del
trabajo aparece como el precio de la fuerza de trabajo o salario.
Por
eso, Marx señala el carácter irracional de las expresiones “valor del trabajo”
y “precio del trabajo”: primero, porque el trabajo no es una mercancía sino una
acción, la puesta en funcionamiento de la fuerza de trabajo; además, porque el
trabajo no se puede vender antes de realizarse; tercero, el trabajo, que se
realiza bajo las órdenes del capitalista y en sus instalaciones, no pertenece
al obrero sino al capitalista; y porque el trabajo crea valor, pero no tiene
valor.
No
obstante, estas expresiones (valor del trabajo, precio del trabajo) no son una
invención arbitraria, sino que surgen de la experiencia cotidiana, de las
relaciones sociales tal y como se les presentan a las personas, y la economía
política las toma acríticamente, nos dirá nuestro autor.
Marx
expresará que para descubrir el contenido tras la forma salario se requiere la
investigación científica[2], que busca
la esencia (contenido) tras la apariencia (forma); pero, particularmente en
este caso, se requiere una ciencia que no se detenga ante la crítica al
capitalismo y, por tanto, no se pliegue justificándolo. Pondrá el ejemplo de
Adam Smith, padre de la ciencia económica y uno de los representantes de la
economía política clásica, que planteó al trabajo como fundamento del valor.
Pero, cuando llegó a su teoría de la distribución se detuvo porque esto
implicaba que el trabajador debía ser el destinatario de la mayor parte del
valor de la mercancía poniendo en peligro la justificación de la parte del
capitalista (beneficio) y la del terrateniente (renta). Siendo así la cosa que
termina planteando que el valor es la suma del salario, el beneficio y la renta
de la tierra, dando de lado a su primera teoría laboral del valor.
Aunque
pueda parecer una antigualla, el planteamiento de Smith sigue vigente; eso sí,
adornado de un aparato matemático que pretende imprimirle carácter objetivo en
las modernas teorías sobre la distribución, particularmente sobre el salario.
Como
ejemplo de teoría económica convencional sobre el salario no nos resistimos a
presentar brevemente la versión neoclásica mayoritaria en las universidades y
ganadora de la mayor parte de los Nobel de Economía.
El
obrero es, para la teoría neoclásica, un individuo libre que persigue la máxima
utilidad (placer, felicidad). Dicha utilidad depende de dos cuestiones: tiempo
de ocio que le reporta placer, y del tiempo de trabajo que, aunque le origina
infelicidad, al venderlo le proporciona ingresos (salario) para adquirir medios
de consumo.
De
esta manera, la elección entre tiempo de placer y tiempo de trabajo que ha de realizar
el obrero para fijar su jornada y llevarse un salario (salario por hora o
precio del trabajo multiplicado por la jornada en horas) se formaliza como un
problema matemático de maximización de la utilidad sujeto a restricción (en un
día el tiempo de placer y el tiempo de trabajo suman 24 horas). La solución es
que nuestro obrero trabaja hasta que el salario real por hora iguale las tasas
marginales de sustitución de ocio por salario. A ver si me explico: el obrero
empieza a trabajar porque el ingreso que obtiene supera la pérdida de utilidad
que le supone el menor tiempo de ocio, hasta que llega un momento de la jornada
laboral en que el obrero considera que el salario por hora que le dan ya no
compensa la pérdida de utilidad por el ocio sacrificado. En ese momento, como
el obrero es libre para decidir cuánto tiempo trabaja, el obrero liquida y le
dice al capitalista que hasta mañana.
Este
es el fundamento de la oferta individual de trabajo que, cuando se suman la de
todos los obreros, nos da la oferta de trabajo. Esta oferta de trabajo junto a
la demanda de trabajo que hace la clase capitalista permitirá calcular el
salario y el empleo en el conjunto de la economía.
La
forma salario no solo oculta su contenido (el valor de la fuerza de trabajo),
sino que al aparecer como el precio del trabajo genera la ilusión de que el
capitalista paga al obrero todo el trabajo que éste realiza para el primero,
por tanto oculta que una parte del trabajo realizado por el obrero no le es
pagado, el plustrabajo, de donde sale la plusvalía. Así, la forma precio del
trabajo oculta la explotación capitalista.
Esta
ocultación de la explotación capitalista imprime el carácter ideológico a la
conciencia que se deriva de la forma precio del trabajo; sea esta conciencia
resultado espontáneo de la experiencia cotidiana, sea el resultado de una
elaboración mental sobre aquella experiencia, por mucho disfraz matemático, estadístico
o econométrico con que se recubra.
El
interés ideológico (justificar el capitalismo) prevalece sobre el carácter
objetivo (explicar la realidad) en la teoría económica porque no somete a
crítica al modo de producción capitalista. A la vista de esto, se entiende la
necesidad de la crítica de la economía política, por dos razones: por
compromiso con la verdad, y por avanzar en la adquisición de una conciencia
objetiva, alejada de la mera apariencia, como paso previo al ejercicio de la
misión histórica de la clase obrera.
También
le cabe la duda a uno de qué otras ramas del saber necesitan de una crítica tal
para que dejen de justificar el capitalismo y sirvan para explicar la realidad.
En la segunda parte veremos que igualmente estos objetivos ideológicos están
presentes en la gestión práctica de la economía, caso de los bancos centrales.
El salario y la ideología económica
(II)
En
la primera parte veíamos, apoyándonos en Karl Marx, cómo las teorías del
salario de la moderna economía tienen más de ideología que de ciencia. En esta
parte, gracias a los desarrollos de Juan Iñigo Carrera, mostraremos que la práctica
de control monetario de los bancos centrales también tiene como una de sus
finalidades la ocultación de la explotación capitalista y el apaciguamiento del
conflicto laboral.
Marx
expone que la fuerza de trabajo, la mercancía que el obrero vende al
capitalista, tiene su valor determinado por la cesta de medios de vida que
consume la familia del obrero. También demuestra que el capitalismo se
caracteriza por el incesante desarrollo de las fuerzas productivas, una de
cuyas expresiones es el crecimiento de la productividad. Este crecimiento de la
productividad reduce el valor de las mercancías. Particularmente, el aumento de
la productividad de la cesta de mercancías que determina el valor de la fuerza
de trabajo provoca la reducción de este valor. Y con ello, manteniendo la
jornada, aumenta el plusvalor.
Esto
lo ejemplifica Juan Iñigo introduciendo el dinero, bajo su forma de signo de
valor. Es decir, el papel moneda que emite el banco central, que no tiene valor,
pero lo representa (Marx dixit). Así, los precios serían las expresiones
monetarias de los valores de las mercancías. El valor que representa cada
unidad monetaria dependerá, dada la masa de valor necesaria para la circulación
de las mercancías, de la cantidad de billetes o monedas (oferta monetaria). De
tal manera que, por ejemplo, la duplicación de la cantidad de dinero reduce a
la mitad el valor que representa la unidad monetaria. Veamos un caso para
ilustrar lo que ocurre.
Tengamos
una cesta de medios de vida cuyo valor es de 4 horas. En la medida que responde
al consumo diario de la familia obrera, determina el valor diario de la fuerza
de trabajo (4 horas).
Como
la jornada de la obrera es de 8 horas, el plusvalor que se apropia el
capitalista serán 4 horas (8 menos 4). Para expresar en unidades monetarias
tenemos que la unidad monetaria representa un valor de 3 minutos, por tanto 20
euros representan el valor de 1 hora de trabajo. De donde, el valor diario de
la fuerza de trabajo se expresará monetariamente como 80 euros y la plusvalía
otros 80.
Si
la productividad del trabajo se duplica, tendremos que la misma cantidad de
bienes se producen en la mitad de tiempo. En el caso que nos trae, la cesta
diaria de bienes de consumo de la familia obrera reduciría su valor desde 4
hasta 2 horas; y con la cesta el valor de la fuerza de trabajo pasa a ser 2
horas. Como la jornada continúa siendo de 8 horas, el plusvalor será 6 horas.
Al no modificarse la cantidad de dinero, las expresiones monetarias
respectivas, del valor de la fuerza de trabajo y del plusvalor, serán: 40 euros
y 120 euros.
Detengámonos
aquí. Hemos visto que el crecimiento de la productividad ha provocado una
bajada del salario nominal, de 80 a 40 euros, sin que se modifique la cesta de
bienes que consume la familia obrera (salario real). La plusvalía, por su
parte, ha pasado de 80 a 120 euros. Pero, para que se dé esta bajada del
salario nominal, y el consecuente aumento de la plusvalía, el capitalista ha de
llamar al obrero y notificarle la mencionada reducción salarial. Ni que decir que
al obrero no le va a hacer ni chispa de gracia y protestará.
Cada
vez que el capitalista introduzca una innovación tecnológica que reduzca el
valor de los medios de vida que determinan el valor de la fuerza de trabajo,
para hacer efectivo el aumento de beneficios, el capitalista habrá de llamar a
capítulo a los obreros para reducirles el salario, abriéndose otro período
conflictivo.
Pero
el capital ha encontrado la manera de esquivar esta tensión que entorpece el
pacífico desarrollo del modo de producción capitalista: la inflación moderada o
rampante resultado de la constante emisión de moneda por encima de los
crecimientos de productividad.
Veamos
el mismo movimiento, pero además de duplicarse la productividad tenemos que el
banco emisor cuadruplica la oferta monetaria.
Por
un lado, el doble de productividad reduce el valor de los medios de vida a la
mitad; por tanto, desciende el valor de la fuerza de trabajo a 2 horas y el
plusvalor a 6 horas, como ya veíamos.
Miremos
cómo se expresan monetariamente ambas categorías teniendo en cuenta que la
cantidad de dinero se cuadruplica. Esto último significa que cada euro
representa ahora una cuarta parte. Así, antes 20 euros representaban el valor
de una hora de trabajo, ahora se requieren 80 euros. Por tanto, el salario
ascenderá a 160 euros (2 horas por 80 euros la hora) y la plusvalía a 480
euros.
En
este caso, duplicación de productividad y cuadruplicación de oferta monetaria,
el salario nominal pasa de 80 a 160 euros, mientras la plusvalía pasa de 80 a
480 euros. Ahora el capitalista no tiene tanto interés en llamar al obrero para
actualizar el salario. Sin embargo, para las personas asalariadas es vital
porque si no la pérdida de poder adquisitivo, y con ello la reducción del
salario real, está garantizado.
Este
planteo tiene diversos aspectos en los que no nos detenemos para no alargarnos
(papel de las organizaciones de solidaridad de la clase obrera, negociación
colectiva, protección legal e institucional de los mismos, entre otros). Pero,
sobre todo, pone de relieve que no solo la teoría salarial, también la práctica
de la política económica, el control de la política monetaria, sirve para
ocultar la explotación capitalista y para apaciguar la lucha de clases, o sea
defender el orden capitalista. Quod Erat
Demostrandum.
[2]Para una introducción sobre el método, ver mi blog criticonomia en https://criticonomia.blogspot.com