Juan Torres López
31 de julio de 2025
Publicado
originalmente el pasado 28 de julio en el blog del autor “Ganas de escribir”: https://juantorreslopez.com/indignidad-europea-ante-el-engano-trumpista/
La presidenta de la Comisión Europea,
Ursula von der Leyen, y el de Estados Unidos, Donald Trump, acaban de
escenificar una auténtica y desvergonzada obra de teatro.
Como ha hecho con otros países, Donald
Trump no ha buscado ahora con la Unión Europea un buen acuerdo comercial para
los intereses de la economía estadounidense, como él se empeña en decir. Y en
lo que ha cedido von der Leyen no es en materia arancelaria para evitar los
males mayores de una escalada de guerra comercial, como afirman los dirigentes
europeos. El asunto va por otros derroteros.
Los aranceles del 15 por ciento acordados
para gravar casi todas las exportaciones europeas los pagarán los
estadounidenses y, en algunos casos, con costes indirectos aún más elevados.
Eso pasará, entre otros productos, con los
farmacéuticos que se ven afectados. Puesto que en Estados Unidos no hay
producción nacional alternativa y siendo generalmente de compra obligada (los
economistas decimos de muy baja elasticidad de la demanda respecto al precio)
los consumidores terminarán pagando precios más elevados. Suponiendo que fuese
posible o interesara la relocalización de las empresas para irse a producir a
Estados Unidos (lo que, desde luego no está nada claro), sería a medio plazo
(lo expliqué en un
artículo anterior).
Los aranceles a los automóviles europeos
serán del 15 por ciento, pero los fabricantes estadounidenses deben pagar otros
del 50 por ciento por el acero y el cobre, y del 25 por ciento por los
componentes que adquieren de Canadá y México. Sería posible, por tanto, que los
coches importados de la Unión Europea sean más baratos que los fabricados en
Estados Unidos y que a los fabricantes de este país les resulte mejor
producirlos en Europa y llevárselos de vuelta. Además, la mayoría de los
automóviles de marcas europeas que se venden en Estados Unidos se fabrican
allí, de modo que no les afectarán los aranceles, mientras que en Europa apenas
se venden coches estadounidenses, no por razones comerciales sino más bien
culturales o de gustos. Otros productos en los que Europa tiene ventajas, como
los relativos a la industria aeroespacial y algunos químicos, agrícolas,
recursos naturales y materias primas no se verán afectados.
En realidad, en términos de exportación e
importación de bienes generales, el «acuerdo» no es favorable a Estados Unidos.
Como explicó hace unos días Paul Krugman en un artículo titulado El arte
del acuerdo realmente estúpido, el que suscribió con Japón (y se puede
decir exactamente lo mismo ahora del europeo y de todos los demás) «deja a
muchos fabricantes estadounidenses en peor situación que antes de que Trump
iniciara su guerra comercial».
No obstante, todo esto tampoco quiere
decir que Europa haya salido beneficiada. Las guerras comerciales no suele
ganarlas nadie, y muchas empresas y sectores europeos (los del aceite y el vino
español, por ejemplo) se verán afectados negativamente. Pero no perderán porque
Trump vaya buscando disminuir el déficit de su comercial exterior, sino como un
efecto colateral de otra estrategia aún más peligrosa.
La realidad es que a Estados Unidos no le
conviene disminuirlo porque este déficit, por definición, genera superávit y
ahorro en otros países que vuelve como inversión financiera a Estados Unidos
para alimentar el negocio de la gran banca, de los fondos de inversión y de las
grandes multinacionales que no lo dedican a invertir y a localizarse allí, sino
a comprar sus propias acciones. El déficit exterior de la economía
estadounidense no es una desgracia, sino el resultado deliberadamente provocado
para construir sobre él un negocio financiero y especulativo de colosal
magnitud.
Lo que verdaderamente busca Estados Unidos
con los «acuerdos» comerciales no es eliminar los desequilibrios mediante
aranceles. Eso es algo que no se ha conseguido prácticamente nunca en ninguna
economía). El objetivo real de Estados Unidos es hacer chantaje para extraer
rentas de los demás países, obligándoles a realizar compras a los oligopolios y
monopolios que dominan sus sectores energético y militar y, por añadidura,
humillarlos y someterlos de cara a que acepten más adelante los cambios en el
sistema de pagos internacionales que está preparando ante el declive del dólar
como moneda de referencia global.
En el «acuerdo» con la Unión Europea (como
en los demás), lo relevante ni siquiera son las cantidades que se han hecho
públicas. Los aranceles son una excusa, un señuelo, el arma para cometer el
chantaje. Lo que de verdad importa a Trump no es el huevo que se ha repartido,
sino el fuero que acaba de establecer. Es decir, la coacción, el sometimiento y
el monopolio de voluntad que se establecen, ya formalmente, como nueva norma de
gobernanza y dominio de la economía global y que Estados Unidos necesita imponer,
ahora por la vía de la fuerza financiera y militar debido a su declive como
potencia industrial, comercial y tecnológica.
Siendo Donald Trump un gran negociador, si
quisiera lograr auténticas ventajas comerciales para su economía no habría
firmado lo que ha «acordado» con Europa (y con los demás países), ni hubiera
dejado en el aire y sin concretar sus aspectos más cuantiosos. La cantidad de
compras de material militar estadounidense no se ha señalado: «No sabemos cuál
es esa cifra», dijo al escenificar el acuerdo con von der Leyen. El compromiso
de compra de 750.000 millones de dólares en productos energéticos de Estados Unidos
en tres años sólo podría obligar a Europa a desviar una parte de sus compras y
tampoco parece que se haya concretado lo suficiente. Y la obligación de
inversiones europeas por valor de 600.000 millones de dólares en Estados Unidos
es una quimera porque la Unión Europea no dispone de instrumentos (como el
fondo soberano de Japón) que le permitan dirigir inversiones a voluntad y de un
lado a otro. Además, establecer esta última obligación sería otro disparate si
lo que de verdad deseara Trump fuese disminuir su déficit comercial con Europa:
si aumenta allí la inversión europea, disminuirán las compras de Europa a
Estados Unidos, y lo que se produciría será un mayor déficit y no menor.
Lo que han hecho von der Leyen y Trump
(por cierto, en Escocia y ni siquiera en territorio europeo) ha sido desnudarse
en público. Han hecho teatro haciendo creer que negociaban cláusulas
comerciales, pero en realidad se han quitado la ropa de la demagogia y los
discursos retóricos para mostrar a todo el mundo sus vergüenzas manifestadas en
cinco grandes realidades:
1. El
final del gobierno de la economía global y el comercio internacional mediante
reglas y acuerdos y el comienzo de un nuevo régimen en el que Estados Unidos
decidirá ya sin disimulos, a base de chantaje, imposiciones y fuerza militar.
2. A
Estados Unidos no le va a importar provocar graves daños y producir
inestabilidad y una crisis segura en la economía internacional para poner en
marcha ese nuevo régimen. Quizá, incluso lo vaya buscando, lo mismo que buscará
conflictos que justifiquen sus intervenciones militares.
3. La
Unión Europea se ha sometido, se arrodilla ante el poder estadounidense y
renuncia a forjar cualquier tipo de proyecto autónomo. Como he dicho, a Trump
no le ha importado el huevo, sino mostrar que Europa ya no toma por sí misma
decisiones estratégicas en tres grandes pilares de la economía y la
geopolítica: defensa, energía e inversiones (en tecnología, hace tiempo que
perdió el rumbo y la posibilidad de ser algo en el concierto mundial). Von der
Leyen, con el beneplácito de una Comisión Europea de la que no sólo forman
parte las diferentes derechas sino también los socialdemócratas (lo que hay que
tener en cuenta para comprender el alcance del «acuerdo» y lo difícil que será
salir de él), ha aceptado que la Unión Europea sea, de facto, una colonia de Estados
Unidos.
4. Ambas
partes han mostrado al mundo que los viejos discursos sobre los mercados, la
competencia, la libertad comercial, la democracia, la soberanía o la paz eran
lo que ahora vemos que son: humo que se ha llevado el viento, un fraude, una
gran mentira.
5. Por
último, han mostrado también que el capitalismo se ha convertido en una especie
de gran juego del Monopoly regido por grandes corporaciones industriales y
financieras que han capturado a los estados para convertirse en extractoras de
privilegios, en una especie de gigantescos propietarios que exprimen a sus
inquilinos aumentándoles sin cesar la renta mientras les impiden por la fuerza
que se vayan y les hablan de libertad.
La Unión Europea se ha condenado a sí
misma. Ha dicho adiós a la posibilidad de ser un polo y referente mundial de la
democracia, la paz y el multilateralismo. Ahora hace falta que la gente se
entere de todo esto y lo rechace, lo que no será fácil que suceda, pues a esos
monopolios se añade el mediático y porque, como he dicho, esta inmolación de
Europa la ha llevado a cabo no sólo la derecha, sino también los socialistas
europeos que, una vez más, traicionan sus ideales y se unen a quien engaña sin
vergüenza alguna a la ciudadanía que los vota.