martes, 13 de noviembre de 2018

ESPAÑA TIENE UNA DERECHA CERRIL



El PP de Casado y Ciudadanos han emprendido una estrategia de crispación continuada, con un discurso reaccionario lleno de falsedades cuyo único objetivo es acabar con el gobierno de Pedro Sánchez. El reto progresista es unirse en torno a políticas de mejora social y democrática.

Juan Manuel Valencia Rodríguez

13 de noviembre de 2018

Viene de antiguo. La derecha española es rancia, cerril. Durante un tiempo pareció escapar de esa tradición, y la democracia española se estabilizó en una alternancia pacífica de gobiernos de UCD-PP y PSOE. Pero esa dinámica se ha roto, a la derecha española se le han vuelto a subir en los últimos tiempos sus ancestros totalitarios (como se ha visto en los recortes a las libertades públicas, su modo de responder al problema de Cataluña, con intromisiones directas en las actuaciones del poder judicial, etc.), hasta llegar a niveles disparatados al perder Rajoy el Gobierno tras una moción de censura parlamentaria ganada por la oposición.

No es que España sea un caso aislado, por desgracia. No hay más que mirar al EE. UU. de Trump, el Brasil de Bolsonaro y, en la propia UE, los gobiernos reaccionarios de Hungría, Polonia e Italia, a los que hay que sumar el auge de la ultraderecha (en Francia con Marine Le Pen, Alternativa por Alemania, el FPÖ o Partido de la Libertad que forma parte del gobierno de Austria, como el de Verdaderos Finlandeses en su país, los Demócratas de Suecia, el movimiento alemán Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente -Pegida-, etc., o la reciente irrupción de VOX en España). Como dice el sociólogo portugués Boaventura de Sousa, atravesamos un ciclo reaccionario global.

En España llueve sobre mojado, como la Historia nos enseña. En nuestro país no hubo revolución burguesa triunfante en el siglo XIX. En consecuencia, el gran capital español se configuró como una oligarquía terrateniente, financiera e industrial tremendamente reaccionaria, nunca supo ejercer su dominio de clase en condiciones de libertad política, que en nuestra historia contemporánea siempre fueron breves paréntesis entre épocas dictatoriales o autoritarias. Tras la prolongada dictadura de Franco, nuestra actual democracia, con todas sus imperfecciones, supone, a mucha distancia, nuestro record histórico de años continuados de libertades públicas.


Hoy ese sistema democrático, nunca limpiado de considerables residuos franquistas, se ve amenazado por maniobras gravemente desestabilizadoras. Tras la pérdida del gobierno, el PP de Casado, jaleado por el espectro ultra de Aznar, ha entrado en una espiral de histeria y demagogia desenfrenada, al punto de convertir a Rajoy casi en un moderado centrista, llenando de tensión el clima político actual. Que la pérdida del poder político central les irrite, es natural. Pero lo que están haciendo desde la oposición es impresentable, han diseñado una estrategia de crispación continuada en la que todo vale con un único objetivo, que Sánchez renuncie al Gobierno y convoque elecciones: Casado suelta en el Congreso la barbaridad de que Sánchez es partícipe del “golpe de Estado” perpetrado según él en Cataluña; se presenta en Bruselas para intentar que se rechace el proyecto de Presupuestos, lesionando así los intereses de la España a la que tanto dicen querer (si no es a la hora de pagar impuestos, claro); miente con descaro al afirmar en un foro conservador europeo que en España hemos multiplicado por ocho los inmigrantes llegados a Italia, y por cuatro a Grecia; en el asunto de la exhumación de los restos de Franco los “populares” demuestran que son incapaces de romper su lazo umbilical con la dictadura más cruel de nuestra Historia, algo que contrasta, por ejemplo, con el rechazo absoluto de la conservadora Merkel hacia el régimen nazi de su país; acuden a Alsasua junto a Vox y Ciudadanos, conformando todo un Frente Nacional exponente de idearios trasnochados y demagógicos.

Por su parte, Ciudadanos, que en sus inicios apostó por la ambigüedad y la indefinición ideológica, queriendo erigirse como una derecha moderna y centrista, paulatinamente, y conforme recogía en sus filas restos del aznarismo, se ha decantado claramente por disputarle al PP los mensajes demagógicos y reaccionarios, aunque por momentos parece vislumbrar que a la larga esa estrategia de la tensión artificiosa y fanática puede pasarles factura ante la opinión pública.

La derecha en política tiene una función: defender los intereses de las clases pudientes. Eso se entiende. Pero en democracia eso tiene sus límites, y en todo caso hay que hacerlo por procedimientos legítimos. Lo preocupante es que el singular reaccionarismo de la derecha política española está sustentado en una minoría social igualmente reaccionaria, que vuelve a mostrar su cara más iracunda y egoísta ante un país azotado por una prolongada crisis que ha sumido en la precariedad a gran parte de la sociedad española. Así, despliegan en sus poderosos medios de comunicación todo tipo de engaños y mensajes zafios, con los que tratan de ganar a la opinión más desinformada. Es inaudito que personajes como Federico Jiménez Losantos, Carlos Herrera o Eduardo Inda tengan el papel mediático que les hacen jugar quienes les proporcionan cobertura financiera, y puedan soltar a diario sus odios y mentiras a las ondas; pero lo cierto es que el discurso político de la derecha parlamentaria a veces se les parece mucho.

En esa circunstancia, lo peor que pueden hacer las fuerzas progresistas es dos cosas: mostrar debilidad ante la derecha cavernícola, y no actuar unidas. Deben hacerlo, suscribir acuerdos de mejora social y democrática, y apoyarse en la movilización de la población cada vez que sea preciso. La conjunción de fuerzas progresistas que sostiene el gobierno socialista de Portugal (Partido Socialista, Bloco de Esquerda, Partido Comunista, Partido Ecologista Os Verdes) nos muestra el camino: su puesta en marcha de políticas pragmáticas pero decididas está favoreciendo a la gran mayoría de la población.

Cuando tengan lugar las próximas convocatorias electorales (Andalucía, Municipales y resto de Autonómicas, y sobre todo las siguientes elecciones generales), si los resultados lo permiten, será el momento de afrontar cambios de mayor calado.