martes, 14 de noviembre de 2023

"EL 7 DE OCTUBRE"


Rosario Granado

14 de noviembre de 2023

 

El 7 de Octubre en todas las televisiones del mundo pudimos ver la imagen del presidente de Israel, Netanyahu, informando del ataque de los “terroristas” de Hamás sobre la población israelí. Habló como víctima del terrorismo que se había cebado sobre el “Hogar Judío” con mil cuatrocientos muertos, niños, bebés y mujeres; y nos habló fríamente, citando la Biblia, de la venganza.

A continuación los gobiernos europeos y estadounidense hacían declaraciones de apoyo a Israel, con la bandera sobre la Torre Eiffel o sobre la Puerta de Brandemburgo, al mismo tiempo que reprimían las multitudinarias manifestaciones populares de apoyo a Palestina y silenciaban las voces discordantes.

Desde el comienzo de los bombardeos sobre la población de Gaza y el inicio de esta nueva etapa de genocidio, en este mes largo de destrucción y de crímenes, hemos podido tener un conocimiento más real de los hechos, menos mediatizado por la propaganda. Pudimos ver las imágenes de Yocheve Lifshit, de 85 años, rehén liberada, que le cogió la mano a su captor al despedirse porque “me trató muy bien, han sido muy gentiles y muy atentos a mis necesidades”. El 23 de octubre el diario Haaretz publicó la lista de los 683 israelíes muertos, entre ellos 331 soldados y oficiales, 13 miembros de los servicios de emergencia y 339 civiles. Israel ha admitido por fin que fueron sus helicópteros Apache los que dispararon indiscriminadamente contra sus propios civiles que huían del festival de música al aire libre. También dispararon contra las bases militares, viviendas y vehículos con los milicianos de Hamás y los rehenes israelíes dentro. Ya lo sabíamos por las declaraciones anteriores hechas a la radio estatal de una mujer superviviente, Yasmin Porat, que contó cómo el ejército israelí disparó contra los milicianos palestinos y contra los rehenes que retenían, sin distinguir a unos de otros. Otra mujer y algunos soldados también hicieron declaraciones en el mismo sentido.

Y se ha podido comprobar fácilmente que los cuerpos presentados en la televisión como de israelíes salvajemente torturados eran cuerpos torturados de atacantes palestinos echados en un contenedor, y que los civiles israelíes asesinados lo fueron por armas israelíes (del mismo tipo que están usando en los bombardeos de Gaza) y no por las armas de Hamás.

Por otra parte, también se está rompiendo el silencio sobre la versión dada por los medios presentando el ataque como un hecho aislado, sin ningún contexto, sin ninguna explicación más que el fanatismo y la maldad de los asaltantes. Tenemos que saber que Gaza sufría un asedio desde hace 16 años. Que los más de dos millones de personas que vivían allí hacinadas son en su mayoría refugiadas de 1948 o de años posteriores, en teoría bajo el amparo de la ONU, gente a la que Israel les robó sus casas, sus tierras y sus propiedades. Que la población de Gaza estaba encerrada, ni entraban alimentos, ni medicinas, ni otros productos necesarios para la vida. Que no tenían electricidad, ni agua potable, ni ninguna economía posible porque Israel bombardeó todas las infraestructuras haciendo Gaza inhabitable. Que los bombardeos de Israel sobre la población civil han sido continuos, 2008-2009, 2012, 2014, 2021..., destruyéndolo todo, viviendas, escuelas, hospitales, con muchos miles de muertes, entre ellos miles de niños. Que la población se manifestó pacíficamente durante un año entero denunciando el castigo colectivo que sufría y que sólo recibió los disparos de los francotiradores israelíes y el silencio de la “comunidad internacional”. Y entonces, en este contexto, se produjo el ataque.

Tras la ocupación nazi de Polonia el ejército alemán metió a la población judía en guetos en la mayoría de las ciudades. El levantamiento del gueto de Varsovia empezó a principios de 1943 pero los combates más cruentos empezaron en la noche del 19 de Abril; fue el primer acto de resistencia popular organizada contra la violencia nazi que tuvo lugar en Europa, murieron o fueron gravemente heridos casi mil alemanes, y terminó con la destrucción total del gueto. Sirvió como ejemplo para otras rebeliones posteriores.

Existe un paralelismo sobrecogedor entre lo sucedido a mediados de abril de 1943 en el gueto de Varsovia y la acción de los milicianos de Gaza el 7 de octubre de 2023. Más de cuatrocientas mil personas habían sido recluidas a la fuerza en un espacio reducido, la tercera parte de los habitantes hacinados en menos del tres por ciento de la superficie de la ciudad. El gueto fue rodeado por un muro de tres metros de altura y rollos de alambres de púa. El hambre, la disentería y el tifus diezmaban a los encerrados. Y desde mediados de 1942 los alemanes deportaban diariamente entre seis mil y siete mil personas al campo de concentración de Treblinka. Surgió en estas condiciones de terror extremo una organización juvenil clandestina. La resistencia antifascista de la ciudad consiguió introducir en el gueto algunas armas. La organización empezó a cavar túneles y escondrijos subterráneos debajo de los edificios en un laberinto que les pareció inexpugnable. En enero de 1943 empezaron las primeras escaramuzas contra los soldados alemanes que se vieron obligados a retirarse. Volvieron equipados con carros de combate y artillería pesada. Los jóvenes se escondieron en los túneles y atacaron en acciones de guerrilla urbana a los militares que comenzaron una destrucción sistemática del gueto, bombardeando e incendiando los inmuebles, utilizando gases tóxicos y lanzallamas. El ejército y las armas más sofisticadas de la época contra un puñado de jóvenes resueltos pero equipados con armas irrisorias.

A mediados de mayo de 1943 los últimos combatientes murieron enterrados vivos por los escombros o trasladados a campos de exterminio. Algunos, muy pocos, lograron escapar a través de las cloacas. Entre ellos Maek Edelman, uno de los dirigentes, quien criticó durante toda su vida la creación del régimen israelí en Palestina, que le recordaba tan vivamente las experiencias sufridas; y Arie Wilner, que nos dejó su testimonio: «No queríamos salvar nuestras vidas. Sabíamos que nadie saldría vivo de allí. Sólo queríamos salvar nuestra dignidad humana». La insurrección del gueto fue una decisión de resistencia desesperada.

Pero hay más similitudes entre la Alemania Nazi de los años cuarenta, con su militarismo exacerbado y sus ansias de expansión, y las políticas neocoloniales de las actuales potencias occidentales en Oriente Próximo, en las que cada vez se ve más nítidamente la concreción de un proyecto colonial común por medio del Estado israelí. Israel no tiene unas fronteras definidas en su expansión por Palestina, ocupa y bombardea además países vecinos como Siria, Líbano o Egipto. Es un país militarizado, tiene uno de los ejércitos más sofisticados del mundo y es un gran productor de armas. En las ferias de armas de todo el mundo, Israel publicita su producto como “probado en combate” garantizando la calidad y la confianza por haber sido probadas sobre la población palestina. Su negocio son las armas. Su presupuesto militar representa un gasto anual de 2.623 dólares por habitante. Para hacernos una idea, Rusia gasta 592 dólares, España 434, China 201, Irán 79 dólares. En 2022, Estados Unidos comprometió más de 3.300 millones de dólares en asistencia a Israel, más del 86 % para financiar el ámbito militar. Israel tiene sobre 90 cabezas nucleares que pueden ser lanzadas desde aviones F15 y F16.

Con la ayuda militar, económica y política de EEUU y de Europa, goza de total impunidad para expandirse territorialmente, para hacer la limpieza étnica de la población autóctona palestina y para perpetrar todos los crímenes que quiera al margen del derecho internacional y de las Naciones Unidas.

¿Podemos sacrificar a una población de más de cinco millones de palestinos y palestinas sólo para salvaguardar los intereses mezquinos de Occidente? ¿Podemos aceptar la “solución final” de Netanyahu sin caer en la deshumanización y la indignidad?

La respuesta sólo la resolverá la historia próxima, pero de lo que no cabe duda es que, como dijo Aymé Césaire, «una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento es una civilización decadente. Una civilización que escoge cerrar los ojos ante sus problemas más cruciales es una civilización herida. Una civilización que le hace trampas a sus principios es una civilización moribunda». Y que sea cual sea el desarrollo de los acontecimientos, en el mundo nuevo que se está gestando, que con tantas dificultades está alumbrando el porvenir, los países europeos no tendrán nada que decir sino callarse abrumados por la infamia.

En nuestras manos está el poner fin al genocidio, el impedir su consumación, el conseguir un alto el fuego, el que podamos considerar a partir de ahora que seguimos siendo humanos. Bastaría con tomar partido de manera resuelta con la defensa del derecho internacional, con utilizar las competencias en relaciones internacionales propias de los países soberanos, con seguir el ejemplo de los países hermanos de la América Latina, llamar a consultas a nuestro embajador, romper las relaciones diplomáticas con un Estado genocida, no permitir que nuestros diplomáticos sigan desayunando tranquilamente en Tel Aviv mientras los F16 sobrevuelan sus cabezas cargados de fósforo blanco para arrasar al otro lado del muro a millones de seres inocentes hacinados, hambrientos y aterrorizados.