martes, 18 de junio de 2024

INTERPRETAR LA ABSTENCIÓN EN LAS ELECCIONES EUROPEAS.


Enrique Cobo

18 de junio de 2024

 

Es una tarea difícil, quizá imposible, pero me parece que es imprescindible porque la soberanía de los pueblos de Europa, en algún sentido, se expresa en la voluntad de los europeos con derecho a votar.

Digo en «algún sentido» en tanto en cuanto en unas elecciones al Parlamento Europeo se expresa la voluntad de los europeos con derecho a voto para conformar dicha institución, porque evidentemente la soberanía popular debe expresarse y debería imponerse directa o indirectamente con otros objetivos políticos que los de elegir representantes.

Europa es un marco principal pero no es todo el paisaje que abarcaría el ejercicio de la soberanía popular, porque hay otras instituciones de representación de otros objetivos de la voluntad de los pueblos a distintos niveles territoriales y en multitud de asuntos que no están dentro la decisión de las instituciones fruto de las elecciones. Tanto para lo bueno como para lo malo, hay ámbitos en los que se elige y se decide por parte de los concernidos en cada asunto: en la familia, en el barrio, en asociaciones, ONG´s, partidos políticos, peñas... Pero también en otros ámbitos en los que previamente se seleccionan los componentes del pueblo que tienen derecho a decidir, como los mercados y sus consejos de administración y sus fondos de inversión y sus bolsas, los ejércitos, los jueces, que son poderes tan reales como poderosos que no están sometidos a la soberanía popular, que no tiene en ellos cauces para expresarse de ninguna forma, y que sin embargo determinan circunstancias principales para que los pueblos puedan vivir simplemente, y son determinantes para que puedan vivir como personas disfrutadoras de sus derechos universales.

La democracia es el objetivo, la soberanía popular es el mejor medio para decidir el futuro desde lo más cercano a lo más universal. Eso es lo que pienso yo y lo que oficialmente nadie se atreve a contradecir porque el principio de la soberanía popular es la fuente de todos los poderes, está en todas las constituciones del mundo.

Ahora bien, constato que desde la izquierda en cantidad de situaciones y desde las derechas de todo tipo, de manera más radical cuanto más a la derecha se sitúen, se percibe el ejercicio del poder popular como un problema radical.

Lo innegable es que la mayoría los titulares de la soberanía popular que se abstienen de votar son la opción preferente, la alternativa por la que optan la mayoría de los ciudadanos que formar los pueblos soberanos. En 16 países de la UE más del 50 % de las personas con derecho a votar han decidido no votar, (¿han votado abstención?). En 11 han sobrepasado ese porcentaje pero en casi todos ellos la abstención ha sido la opción mayoritaria. Salvo excepciones muy minoritarias (Bélgica, por ejemplo: en las últimas elecciones europeas la abstención es pareja a las opciones elegidas con mayor porcentaje de votos) va siendo normal que la opción mayoritaria de los ciudadanos con el poder de ir a votar es la de la abstención. Es decir, la mayoría no está representada en las instituciones, porque éstas se forman según los votos emitidos. ¿Deberían repetirse las elecciones donde los votantes no lleguen al 50 %?

Es frecuente oír y leer, acompañadas las palabras con insultos de graves a gravísimos, el rechazo de todos los partidos políticos y opciones electorales a los ciudadanos que no votan. Yo no quiero interpretar la voluntad de los que no van a votar, aunque me gustaría saberlo a ciencia cierta, pero tanto la izquierda como la derecha sí lo hacen, con adjetivos que indican desprecio o insultos graves, como desde el «no se dan cuenta de lo que nos jugamos», hasta el «hace falta ser irresponsables, imbéciles, traidores, cobardes…, para no ir a votar».

Esto me lleva a querer saber, por una parte, por qué a tantísimos ciudadanos no les importan mucho los resultados electorales, por qué ese desánimo por ir a votar, por qué la llamada al voto casi siempre está dirigida a vencer al otro en lugar de votar, con convicción, a éste. Quiero saber cuántos votos se emiten para que ganen «los míos» y pierdan «los otros», y cuántos se emiten porque sienten que aquellas personas a las que votan les van a representar en sus aspiraciones.

Lo cierto es que todos votamos a las personas que los partidos políticos deciden que vayan en las listas, por lo que es importantísimo cómo seleccionan a esas personas los partidos políticos. Creo que valdría la pena analizar los procesos reales para la configuración de las listas electorales, los criterios que se emplean y las formas en que se deciden los nombres de las candidaturas y el orden de las mismas. Yo creo que todos sabemos con bastante exactitud cómo se lleva a cabo esa tarea tan importante cara al ejercicio más fiel posible al principio de la soberanía popular. La forma en que se hace determina que la soberanía popular no puede ejercerse para decidir a qué personas votar, solamente a qué partido. Hay que optar por el voto para que me representen personas que no conozco y que con casi total seguridad no conoceré en el ejercicio de sus funciones y a los que nunca podré exigir o tener la oportunidad de ser oído.

Lo cierto es que todos tenemos oportunidad de leer, de conocer, que no de elaborar, las propuestas electorales de las opciones que solicitan nuestro voto, aunque algo influye la percepción de «lo que la gente quiere», en una traducción libre, cuestión que tantos problemas de confianza entre representantes y representados provoca.

Cada vez más los partidos políticos son menos democráticos en su funcionamiento y es por ello que son menos los ciudadanos con voluntad de participar en la toma de decisiones y no aspiren a llegar a las instituciones bien como representantes, bien como empleados laborales. Una pescadilla que se muerde la cola: los ciudadanos participan cada vez menos en la toma de decisiones de quiénes sean sus representantes y de qué hayan de hacer en las instituciones, y cada vez más los partidos -sobre todo de la izquierda-, se lamentan de la falta de participación popular en su acción política. Esa «pescadilla rabiosa» solo tiene una solución que según lo que voy escribiendo ustedes mismos pueden deducir: la democracia en los procesos de elaboración de propuestas, como en las organizaciones que se presentan a las elecciones, es parte de la solución: cuanto más radical – en el sentido de verdadera- sea la participación popular en estos procesos en esas organizaciones, mejor le irá a la democracia, porque hoy por hoy cuanto mejor se conoce el funcionamiento en estos procesos más se preocupa uno por el futuro de la soberanía popular.

No obstante, me queda una esperanza y una certeza que destacar: a todos nos consta que se hace política de otras muchas formas además de a través de las instituciones, y no menos decisivas en lo que ocurre en la vida. La capacidad de crear, de trabajar, de cuidar, de mostrar solidaridad, de hacer posible la alegría, de ayudar, de inventar, de investigar, de disfrutar de la naturaleza, de cuidarla, de hacer arte…, actitudes que sostienen a la humanidad y sin las que sería imposible la vida.

La perspectiva de estas certezas podría convertirse en esperanza radical si decidiéramos hacer lo posible por trasladarla a los procesos de formación de las instituciones políticas, municipales, comarcales, regionales, nacionales, europeas, mundiales, a la prestación de los servicios públicos de lo que nos es común desde lo más próximo a lo más universal, aunque hasta tanto ocurra, insistimos en sostener este mundo con la ternura, los cuidados, la solidaridad y la alegría que la inmensa mayoría de la humanidad practica a diario desde siempre.

Estoy convencido: la democracia no es el problema, lo que llaman las masas no son el problema, sino que, por el contrario, la democracia, la soberanía popular, el poder popular ejercido para determinar todos los poderes de los Estados – el judicial y el económico incluidos- y el ejercicio de la democracia, de la solidaridad en el día a día por la inmensa mayoría de las personas en el mundo, es el camino, mi única esperanza, mi única certeza (¿?). La libertad es la condición para la mayor o menor eficacia de la democracia, de la soberanía popular, la libertad individual y la de desear juntos. La libertad de los mercados, que no son poder popular, que non democráticos porque no están sometidos a la soberanía popular, la libertad de los Estados para actuar en el mundo no es un poder democrático porque no están sometidas sus decisiones a la soberanía popular directa ni delegada, en todo caso interpretada a conveniencia de los que pueden.

La abstención es un síntoma, pero no es el problema.

A todos los niveles de convivencia el desear juntos el futuro es nuestra fuerza y poder conquistar el derecho a hacerlo juntos nuestro principal problema. Si conseguimos desear juntos habrá justicia, paz y planeta en el que sea posible la vida en su más pleno sentido.