Miguel Toro
20 de mayo de 2025
Este artículo fue publicado originalmente en elDiario.es el
pasado 29 de abril
Durante décadas ha dominado la idea de que los súper ricos triunfan
porque trabajan duro y son inteligentes. El economista de la Universidad de
Harvard Gregory Mankiw lo sintetizó en un artículo de 2013, titulado En defensa
del uno por ciento: “el grupo más rico ha
hecho una contribución significativa a la economía y en consecuencia se ha
llevado una parte importante de las ganancias”.
De esa mirada se derivan ideas que están muy presentes: que la riqueza es un premio justo al esfuerzo (de lo que se sigue que el rico se merece su riqueza y los pobres tienen responsabilidad por su situación); y que el rico es un actor valioso para nuestra sociedad, porque estos “altamente educados y excepcionalmente talentosos individuos”, como los describe Mankiw, generan su propio bienestar y el del resto. Además, muchos piensan que super ricos como Bill Gates hacen donaciones y filantropía y eso es bueno para todos.
Tras
la crisis financiera de 2008 esas ideas han sido puestas en duda.
Investigaciones en el área de la educación han mostrado que los ricos no son
excepcionalmente inteligentes sino, más bien, personas normales que, por el
azar de nacer en familias adineradas, accedieron a una educación que les
garantizó pertenecer al 10 % de más altos ingresos y aprendieron en la escuelas
de elite a comportarse como privilegiados: interiorizan los gustos, las maneras
y los contactos que permiten ser reconocidos como parte de un club. En otras
palabras, no serían personas de inteligencia sobresaliente o muy bien
preparadas, sino seres normales con una excepcionalmente buena red de
contactos.
La economista
Mariana Mazzucato en
el Estado Emprendedor ha mostrado que incluso en las áreas tecnológicas,
donde domina la idea del ingeniero genio haciendo maravillas en su garaje, el
financiamiento del Estado ha sido el actor central (Apple, dice Mazzucato, le
puso diseño “cool” a tecnología que se generó en programas financiados
por el Estado norteamericano para ganar la Guerra Fría).
Los
superricos viven en un mundo aparte, en su burbuja; y aun cuando ellos crean
que se merecen esos patrimonios, desde una perspectiva de bien común e interés
público, ¿es justificable?
Generalmente
las cuestiones de justicia distributiva se han centrado en satisfacer las
necesidades mínimas de las personas, priorizar a los más desfavorecidos y
reducir las desigualdades: el salario mínimo interprofesional y la renta básica
universal son ejemplos de este enfoque. Pero empiezan a aparecer otros puntos
de vista como Fair Limits que
tienen un enfoque adicional: la visión de que deberían existir límites
superiores a la cantidad de riqueza que cada persona puede poseer. Es el
enfoque conocido por limitarismo. Ingrid Robeyns es
una de las autoras más relevantes de este proyecto.
En
la riqueza total se incluye tanto activos financieros (dinero en
cuentas, acciones, bonos, etc.) como activos no financieros (viviendas y
otros). Un millonario sería aquel que tiene de riqueza más de 1 millón de
dólares (900.000 euros aproximadamente). Un multimillonario aquel que tiene más
de mil millones de dólares.
El
2024 fue un gran año para los ricos. En España hay 30 personas que acumulan un
patrimonio superior a los mil millones de euros (milmillonarios) y
durante el año pasado vieron como sus cuentas engordaban un 20 %, según
cuantifica un informe de Oxfam. Y hay 1.180.703 millonarios (dólares), según
los datos de UBS. En los próximos años se espera que el número de
millonarios en España siga creciendo. Así, según las estimaciones de UBS, en
2028 podría haber más
de 1.327.797 personas en España con un patrimonio mayor
de 1 millón de dólares, lo que supondría un crecimiento del 12 %.
Según
cálculos recientes de Bloomberg, el patrimonio de Elon Musk asciende a 439.200
millones de dólares (unos 418.500 millones de euros), una cifra que supera el
Producto Interno Bruto (PIB) de Dinamarca, estimado en unos 400.000 millones de
dólares y es aproximadamente un tercio del PIB de España.
La
riqueza extrema en manos de una pequeña minoría crea ventajas de poder
significativas en el terreno político, incluso en las democracias. La riqueza
extrema en manos de una pequeña minoría pone en peligro la democracia. El
ejemplo cercano lo tuvimos el día de la toma de posesión de Trump rodeado de la
élite tecnológica estadounidense. Los
demócratas del mundo, no solo los progresistas, debemos rebelarnos contra esta
“tecnocasta de Sillicon Valley”.
El
anterior presidente americano Joe Biden declaró: “Actualmente en Estados Unidos
está tomando forma una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que
realmente amenaza toda nuestra democracia, nuestros derechos y libertades
básicas y la posibilidad justa de que todos salgan adelante”. La
advertencia de Biden llegaba en un momento en que algunas de las personas más
ricas del mundo y gigantes de la industria tecnológica se han unido a Trump. El
multimillonario Elon Musk gastó más de 100 millones de dólares para ayudar a
que Trump resultara elegido, además del apoyo que le dio utilizando su red
social X difundiendo contenidos falsos. Se permitió el lujo de apoyar a la
extrema derecha alemana inmiscuyéndose en la campaña electoral alemana.
Una opinión
bastante habitual entre las élites políticas de muchas democracias occidentales
es la idea de «delegar en los tecnócratas». Este punto de vista defiende que
las decisiones políticas importantes, como la política monetaria y fiscal, los
rescates financieros, la reducción del cambio climático y la regulación de la
inteligencia artificial, deberían estar en manos de expertos tecnócratas. Es
decir de la élite de Silicon Valley. Sin embargo, fue precisamente esa visión
tecnócrata la que condujo a las políticas que dieron carta blanca a los
banqueros de Wall Street y, más adelante, justificaron su rescate y absolución
durante la crisis de 2007-2008 en unos términos increíblemente generosos. Una
opinión bastante habitual entre las élites políticas es que la orientación de
las tecnologías, las prioridades de inversión deben ser tomadas por esa élite
de Silicon Valley. Pero sabemos que la forma de utilizar una tecnología en
particular siempre se entrecruza con la visión y los intereses de los
individuos que ostentan el poder y tienden a reforzar su poder y su estatus. Frente
a esto necesitamos dirigir las prioridades de inversión y la dirección de las
tecnologías en beneficio de la mayoría.
Es hora
de que la comunidad internacional se tome en serio la lucha contra la desigualdad
y la financiación de los bienes públicos globales. Uno de los instrumentos
clave que los gobiernos tienen para promover la igualdad es la política
tributaria. No sólo tiene el potencial de aumentar el espacio fiscal del que
disponen los gobiernos para invertir en protección social, educación y
protección del clima. Diseñada de forma progresiva, también garantiza que todos
los miembros de la sociedad contribuyan al bien común en función de su
capacidad de pago. Una contribución justa aumenta el bienestar social. Los
multimillonarios de todo el mundo, y los de España en particular, sólo pagan el
equivalente de hasta el 0,5 % de su riqueza en concepto de impuesto sobre la
renta. Es crucial garantizar que nuestros sistemas tributarios ofrezcan
certidumbre, ingresos suficientes y un trato justo a todos nuestros ciudadanos.
Por supuesto, los multimillonarios pueden trasladar fácilmente sus fortunas a
jurisdicciones de baja tributación y evitar así el gravamen. Y por eso, una
reforma tributaria de este tipo debe figurar en la agenda del G20. El impuesto
podría diseñarse como un gravamen mínimo equivalente al 2 % de la riqueza de
los superricos. Es crucial en España aumentar el impuesto del patrimonio sobre
los ricos y superricos.
¿Cuál
debe ser el límite de la riqueza? ¿Un millón, diez millones de dólares? La
respuesta no es sencilla y en todo caso requiere un debate más detallado. Pero
lo que sí creo que está claro es que no deberíamos permitir riquezas
individuales de cientos de miles de millones de dólares.
Gravar a
los superricos es también una cuestión de justicia climática: de media, los
cincuenta milmillonarios más ricos del mundo generan más emisiones de carbono
con sus inversiones y bienes en poco más de una hora y media que el ciudadano
medio en toda su vida.
Algunos
países como Brasil proponen un impuesto mínimo global a los
multimillonarios. Tenemos que ir por ese camino e
incrementar el impuesto de patrimonio a los superricos a nivel nacional.