JOSE ANTONIO BOSCH - 13 de abril de
2018
Un
larguísimo rosario de actuaciones que, no es que pongan en duda la
aconfesionalidad del Estado, sino que se convierten en prueba irrefutable de la
confesionalidad del mismo.
Ya
pronto volveremos a ver a nuestro Jefe de Estado entrando bajo palio en templos
y catedrales.
Hubo
un tiempo que creí vivir (o tuve la expectativa de que viviría en breve) en un
Estado aconfesional, básicamente porque el artículo 16 de nuestra Constitución
dice que ninguna confesión tendrá carácter estatal, pero ciertamente mi
creencia/expectativa se fue desvaneciendo con el paso del tiempo. Realmente, lo
único que esperaba era que el Estado fuese “neutro” frente al fenómeno
religioso y las distintas confesiones, respetando el derecho de la ciudadanía a
tener y manifestar las creencias que cada uno quiera, así como el derecho de
los que no tenemos creencia religiosa alguna y ello sin intervención del Estado.
Frente
a ello, parece que se ha perdido todo pudor, no sólo por gran parte de nuestros
políticos sino incluso por miembros de otros poderes del Estado y estamentos. Durante
la pasada Semana Santa hemos podido contemplar un desfile de políticos y
políticas de distintos partidos (pero evidentemente de la misma ideología),
actuando y participando de actos religiosos de variadas hermandades; personas
que actúan en representación de sus cargos, que se trasladan en los vehículos
que todos pagamos, con las escoltas que también pagamos entre todos, al igual
que sus salarios y los de sus escoltas. Hemos visto a militares con el uniforme
¿aconfesional?, trasladados en vehículos y con utilización de recursos que van
con cargo al presupuesto del Estado en actuaciones religiosas para mayor gloría
de la concreta deidad o del acto. Hemos contemplado como un indulto, dos, tres…
pone un preso en la calle en nombre de una determinada imagen o congregación…
¿Y
qué decir de los programas de las emisoras de radio y televisión públicas?
Este año han logrado convertir la semana en una auténtica Semana de Pasión hasta el punto de que yo terminé cubriendo con un trapo morado la TV de mi casa tal como me enseñaron en mi infancia que se debía hacer con las imágenes religiosas.
Este año han logrado convertir la semana en una auténtica Semana de Pasión hasta el punto de que yo terminé cubriendo con un trapo morado la TV de mi casa tal como me enseñaron en mi infancia que se debía hacer con las imágenes religiosas.
Pero
si sólo fuese una semana al año, no es que estuviese justificado pero al menos
estaría acotado en el tiempo; pero no, esta creciente confesionalidad del
Estado es un fenómeno que va en aumento y que fecha a fecha nos aporta una
nueva actuación a cual más indignante; condecoraciones y nombramientos a
Vírgenes, Ministra que confía la recuperación del empleo a la Virgen del Rocío,
deidades que son patronas/os de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado,
de las Fuerzas Armadas, de Colegios Profesionales, sanción a una soldado por no
participar en un desfile con motivo de una procesión, retrasmisiones de
ceremonias religiosas por cadenas públicas, clases de religión en las escuelas
públicas… y un larguísimo rosario de actuaciones que no es que pongan en duda
la aconfesionalidad del Estado sino que se convierten en prueba irrefutable de
la confesionalidad del mismo.
Es
llamativo que cuando se critican estas actuaciones, o incluso cuando se recurre
a los tribunales en ejercicio de nuestro legítimo derecho a exigir que no se
vulnera la Constitución y menos aún por los poderes públicos, surgen voces y
resoluciones judiciales que dicen que estamos confundiendo la religión con la
cultura y que una procesión o un crucifijo son manifestaciones o símbolos
culturales, no religiosos.
Curioso
argumento este que es unidireccional, que solamente se puede usar para
justificar la aconfesionalidad del Estado, porque cuando un artista altera con
una creación fotográfica una imagen de un Cristo o hace chistes o bromas con
una procesión o cuestiones similares, se enfrenta a una denuncia y en muchas
ocasiones a un castigo, por un delito contra los sentimientos religiosos. Extraña
regla esta de lo cultural que, además, últimamente está muy de moda, pero que
cuando se alega en una causa penal para la defensa del imputado lo que antes se
calificaba como manifestación cultural ahora se convierte en sentimiento
religioso.
Es
evidente que la extrañeza de quién suscribe este post es meramente dialéctica,
porque ya hace mucho que asumí que vivo en un Estado confesional, pero lo que
me indigna es el grado de cinismo y desfachatez de algunos que llegan a ser tan
constitucionalistas y defensores de nuestra Carta Magna que exigen su
cumplimiento incluso a golpe de porra policial, y que luego vulneran la
Constitución tan alegremente; la Constitución hay que defenderla y aplicarla en
todos sus artículos, no sólo en los que nos conviene a cada uno. Mucho me temo
que al ritmo que vamos y con el juego que da aquello de “nuestras tradiciones”
ya pronto volveremos a ver a nuestro Jefe de Estado, entrando bajo palio en
templos y catedrales.