Miguel Toro
4 de
septiembre de 2018
Europa está en una encrucijada.
Muchas personas, también en la izquierda, han apostado ya por la muerte de Europa.
Es cierto que, tras los entusiasmos de principios del milenio, Europa –entendida,
evidentemente, como proyecto de construcción europea– vive una fase de aguda crisis.
A nivel global tanto los EE. UU. de Trump como el Reino Unido y la Europa del Este
están llevando a cabo un regreso a la soberanía nacional y al proteccionismo.
Claramente hay en Europa un aumento
del euroescepticismo. O visto de otra forma un nuevo antieuropeísmo que consiste
en decir, como dice Viktor Orbán actual
primer ministro de Hungría, ‘yo estoy dentro
del club, pero no tengo problemas en decir que soy antieuropeo. Estoy dentro para
romperlo todo’.
El Reino Unido y su Brexit abanderan hoy en día la lucha euroescéptica.
En Hungría y Polonia, la importante presencia de partidos euroescépticos en sus
parlamentos ha sido una constante desde 2005. Los resultados en las últimas elecciones
italianas también muestran el auge de los partidos con programas euroescépticos.
Movimiento 5 estrellas y la Liga Norte han sumado el 50% de los votos
en los comicios.
Un nuevo antieuropeísmo xenófobo
se está extendiendo por Europa y articula su estrategia política alrededor de un
discurso de “ruptura nacional” con la UE y el euro. Concretamente, articulan su
enfrentamiento contra la UE y el euro a partir de tres elementos: la beligerancia
frontal contra la UE y el euro desde la defensa de la nación; el proteccionismo
considerado como nacionalismo económico; y el proteccionismo como filosofía social,
esto es, no sólo como fenómeno económico sino también como generador de sentido
de pertenencia a una comunidad de igualación en el “nosotros” y distanciamiento
frente al “otro” del que deriva la expansión de la xenofobia y el racismo.
Por otro lado, la cruel crisis
griega del verano de 2015, además de hundir económicamente a Grecia, sumió en la
perplejidad a las izquierdas transformadoras o progresistas. La llamada capitulación
del primer ministro griego, Alexis Tsipras,
representó un fracaso difícil de digerir para Jean-Luc Mélenchon. Según el líder de la Francia Insumisa, el gobierno de Syriza es un gran error y contempla incluso la organización de un referéndum
sobre la salida de Francia de la Unión Europea. El fracaso de la izquierda griega
ilustra, según esa parte de la izquierda europea, la dificultad de impulsar un proyecto
transformador bajo el marco de los tratados europeos. Muchos de ellos comparten
la defensa de llamado Plan B, es decir,
contemplar un plan de salida de la UE
que sirva para establecer un pulso con las élites europeas. Desde enero de 2016,
el movimiento del Plan B ha reunido en
varios foros europeos a los dirigentes de Podemos,
el Bloco de Esquerda portugués, la Francia Insumisa… En paralelo, el exministro griego de Economía,
Yannis Varoufakis, impulsa su plataforma
Movimiento por la Democracia en Europa 2025.
Pero mientras se concentran en
la política nacional y dejan el debate sobre el proyecto europeo para más adelante,
crece el sentimiento entre ese sector de la izquierda progresista que la Europa
de la austeridad es irreversible.
En paralelo la socialdemocracia
clásica europea, partidaria más claramente de la integración europea, pero sin propuestas
para su consolidación, está claramente en declive a nivel europeo.
Desde mi punto de vista parece
claro que la ruptura nacional con la UE y/o el euro por vía de la estrategia nacional-proteccionista
que plantean sectores diversos del arco político es, especialmente para los países
del sur de Europa, inviable y además supondría un retroceso en el progreso que buscamos.
Pero, como destaca Joseph Stiglitz, premio
Nobel de Economía en su libro El euro: cómo la moneda común amenaza el futuro
de Europa, no se puede lograr que el euro funcione en beneficio de las mayorías
europeas sin cambiar las reglas que lo crearon, sin constituir nuevas instituciones
como un seguro de depósitos europeo, los eurobonos o la ampliación del presupuesto
europeo. El premio nobel reitera que aún se pueden arreglar las cosas, pero hay
que actuar con rapidez porque el tiempo se acaba y la delicada situación de la eurozona
y la UE requiere soluciones urgentes. La combinación de unas instituciones defectuosas
e incompletas con políticas de austeridad está siendo letal, tanto en el terreno
económico como en el sociopolítico.
Claramente Europa está en una
encrucijada y es evidente que, si miramos el panorama del Viejo Continente, tanto
al nivel de las instituciones comunitarias como al nivel de los diferentes Estados,
la correlación de fuerzas es claramente negativa para las izquierdas transformadoras.
Sin duda, en el último lustro han aparecido proyectos alternativos que se han afirmado
también electoralmente en algunos países como España, pero la fragmentación de las
izquierdas, incluyendo desde la socialdemocracia hasta las llamadas izquierdas transformadoras,
es notoria a nivel europeo. A esto se le une la falta de un objetivo claro en política
europea por parte las nuevas izquierdas.
En paralelo el grupo parlamentario,
de los llamados euroescépticos, que reúne en Bruselas a la Liga Norte de Matteo Salvini,
al Frente Nacional de Marine Le Pen, al FPÖ austríaco, al PVV del
holandés Geert Wilders y al Vlaams Belang de los independentistas flamencos
en Bélgica, junto con el partido gobernante en Hungría, se reúnen y planean un frente
común para conseguir la mayoría en las próximas elecciones europeas.
¿Y en esta situación que hacer?
Desde mi punto de vista hay que apostar decididamente desde la mayoría social progresista
por el afianzamiento del proyecto europeo. Para poder abordar los problemas que
plantea el mundo actual (eliminar los paraísos fiscales, controlar el poder de las
multinacionales y aumentar los impuestos sobre las mismas, luchar contra el cambio
climático, etc.) necesitamos unidades políticas de un tamaño europeo. Pero, claramente,
el proyecto europeo hay que reorientarlo, hay que hacerlo viable y orientarlo en
beneficio de las mayorías. Eso implica democratizar las instituciones europeas,
acabar con la política de austeridad, reorientar los objetivos del Banco Central
Europeo para que se preocupe por el desempleo y no solo por la inflación, crear
un seguro de depósitos europeo y los eurobonos, ampliar del presupuesto europeo,
etc.
Desde luego es un proyecto político
muy ambicioso pero ilusionante. Si desde las llamadas nuevas izquierdas no se apuesta
decididamente por este objetivo demostrarán ignorar la realidad que se nos viene
encima.
Hay que crear un amplio frente,
con el objetivo de construir una Europa para la mayoría social, que incluya desde
la socialdemocracia clásica hasta las nuevas izquierdas que consiga mayorías en
Bruselas. Nos jugamos mucho.