Francisco Casero Rodríguez, Antonio Aguilera
Nieves
11 de diciembre de 2018
La
preocupación, los debates sobre el proceso de despoblamiento que está sufriendo
nuestro territorio sigue creciendo. No es baladí, estamos ante uno de los mayores
retos de los próximos años. Ningún otro territorio de la Unión Europea se está
despoblando en tanta extensión ni de manera tan rápida como España. Hoy, el 80%
de la población española se concentra en el 15% del territorio, las ciudades y
la costa. En el otro lado, el 20% de la población ocupa el medio rural y
natural, el 85% de toda nuestra superficie.
La
preocupación ha calado. Cada día está más presente esta cuestión. Se están
elaborando numerosos informes. Desde distintas entidades
públicas y privadas se está trabajando en la puesta en marcha de acciones y
medidas. Porque en un aspecto, todos coincidimos, hay que actuar ya. El paso
del tiempo juega en contra.
En
una reciente conferencia, Eduardo Moyano, desmontaba algunos mitos que giran en
torno a las causas y factores del despoblamiento. En primer lugar, no existe
correlación directa entre las mejoras de las infraestructuras y servicios
básicos y el despoblamiento. Efectivamente, se han acometido numerosas
inversiones, hoy el medio rural está mejor dotado, mejor comunicado que nunca,
y el proceso sigue. En segunda instancia, no existe correlación entre el acceso
a una educación, una formación igualitaria y el despoblamiento. Al contrario,
la formación está alentando la fuga de cerebros del medio rural. Los jóvenes
van a la universidad y muy pocos vuelven. Y en tercer lugar, tampoco existe
correlación entre la generación de empleo en los pueblos y el despoblamiento.
No son pocas las empresas que no encuentran personal suficiente para cubrir sus
necesidades en el medio rural. Algunos están yendo a trabajar al medio rural
desde el medio urbano, véase maestros, funcionarios, bomberos….
Lo
cierto es que el medio urbano sigue siendo foco de atracción. A pesar de sus
incomodidades, de su contaminación del aire y acústica, a pesar del mayor coste
de vida, de la impersonalización, que la pone en clara desventaja ante la vida
en los pequeños pueblos, la realidad es que siguen creciendo los grandes
núcleos urbanos, los grandes centros administrativos. El neón, el asfalto, el
cemento, sigue considerando la sociedad ofrece mejores posibilidades de vida
que los terrones, que los senderos, sin embargo, las desigualdades y el
crecimiento de barrios marginales es un problema cada día mayor.
Tal
es así, que en la mayor parte de los discursos que tratan de frenar el
despoblamiento, aparecen conceptos en los que se habla de combatir esta
sangría, luchar contra esta enorme corriente, batallar frente a una inercia. En
no pocos casos, se aprecia esa mitológica lucha de David y Goliat en la que, el
pequeño, el que está en desventaja, tiene que acopiarse de ingenio, habilidad
para cambiar el determinista signo de la historia. Hay muchos luchadores
inasequibles al desaliento. En el reto del despoblamiento, no lo reconocerán, pero
muchos apuestan porque el daño y las pérdidas sean las menores posibles.
Por
un momento, asumiendo esa posible hipótesis como cierta, esto es, considerando
que el despoblamiento de nuestras sierras, nuestros campos, nuestros lugares
remotos (aquellos a más de 45 minutos en coche de la ciudad más cercana) se van
a seguir despoblando (que no abandonando). Dando en un momento por bueno, que
este proceso va a continuar en España en los próximos años, y que lo único que
resta por saber es la intensidad y velocidad del proceso, entonces, en ese
caso, sería adecuado replantear la manera de afrontarlo, preguntándonos,
cuestionándonos si, primero, somos conscientes de las consecuencias que este
fenómeno trae, y segundo, a continuación, y más importante, si estamos
dispuestos a asumirlas.
Porque
debemos considerar que nuestro territorio, nuestro paisaje, nuestro suelo,
nuestra biodiversidad y equilibrios naturales están profundamente antropizados.
El territorio español ha sido modelado a lo largo de la historia, pero
fundamentalmente en los dos últimos siglos para uso y aprovechamiento del
hombre. Hemos cambiado el paisaje en los últimos treinta años, más, de lo que
lo habíamos hecho en los 3000 años anteriores. El despoblamiento del
territorio, del 85% de nuestro estado, quedaría sometido a profundos cambios. Y
es necesario recordar que, los equilibrios de flora y fauna están rotos desde
hace tiempo. La roturación de suelos, la silvicultura, requiere de la acción
continuada de la mano del hombre. Tenemos cuatro millones de hectáreas de
dehesa, nuestro ecosistema más valioso y singular, que no pueden considerarse
su viabilidad sin la mano directa y continuada de hombres y mujeres.
Algunas
comarcas quedarían sobreexpuestas a la desertización, a la pérdida de suelo
fértil. Otras podrían ser pasto de las llamas, como reconoció de forma valiente
el primer ministro portugués tras el devastador incendio de 2017 en el centro
de Portugal cuando dijo que una de las causas principales de la crueldad del
incendio había sido el abandono del monte. Enfermedades y plagas en animales y
vegetales, la mayor parte traías por el propio hombre, quedarían sin control.
El territorio, dejaría de producir los bienes públicos esenciales que se
necesita en el medio urbano y que éste es incapaz de producir: aire, agua,
alimentos, energía.
¿Somos
realmente conscientes de las consecuencias del despoblamiento? ¿Estamos
preparados para asumir sus consecuencias, muchas de ellas irreversibles?
Lamentablemente, la respuesta a estas preguntas es negativa. Estaríamos ante
una situación de fatalidad colectiva para la que no estamos adecuadamente
preparados. Es lo que debemos plantearnos, que el reto es de Todos, y es
Urgente.
No
somos nada sin nuestro territorio. Somos nosotros los dependientes. En caso que
lo abandonemos, seguirá su curso. Véase, por ejemplo, el caso de Chernobyl.
Tras el accidente el 26 de Abril de 1986 en el cuarto reactor la central
nuclear, la mayor catástrofe ambiental de la historia, se evacuó toda la
región. Hoy la zona de exclusión tiene un radio de 30 km en torno a la planta.
Al territorio han vuelto animales y plantas que se creían extintos. La vida se
abre paso, es la lección, somos nosotros los que debemos valorar si la queremos
seguir manteniendo con adecuados niveles y parámetros.