Así, un buen patriota, español o catalán, debe tener una cuenta bancaria, en Suiza o en Andorra, donde conducir los sobrantes de su ingeniería fiscal en el mejor de los casos o, directamente, los porcentajes de las comisiones que cobró desde ese cargo político que obtuvo por buen patriota.
JOSE ANTONIO BOSCH.
26
de febrero de 2019
No
sé qué libro dejé de leer, en qué momento o dónde me he perdido, pero hasta hace
poco yo creía que para ser un buen español había que, en primer lugar, pagar
los impuestos, así que declaro todos mis ingresos, me aplico las deducciones
fiscales previstas en la Ley y, finalmente, pago lo que el programa de la
Agencia Tributaria me dice que debo pagar. Voto con regularidad, cierto es que
en más de una ocasión he necesitado llevar unas pinzas en las narices, pero lo
cierto es que cumplo con mi deber de participación ciudadana. Separo la basura
en tantos artículos como contenedores hay en mi calle y, además, guardo
desechos en casa para llevarlos al punto limpio, aunque tengo serias dudas sobre
que allí reciclen nada. Cuando saco a pasear a mi perra, voy provisto de
bolsitas para recoger sus excrementos.
Ni
que decir tiene que, si voy conduciendo, me paro en los pasos cebra, si voy
caminando, trato de ayudar a ancianos e invidentes a cruzar la calle y, si voy
en transporte público, soy de los que cede el asiento. No sólo no considero que
la inmigración sea un problema, sino que estoy convencido de que será una solución
y, para mayor colmo y muestra de mi insolencia, creo que las soluciones
políticas no se pueden imponer ni por la fuerza pública ni por los tribunales,
sino a través del diálogo y la negociación.
Por
todo ello, y sin exageraciones, yo creía que era un buen ciudadano, un español
que, como mínimo, superaba el aprobado, pero me doy cuenta de que en los
tiempos que corren estoy claramente suspendido; si me someto al examen de
españolidad de estos predicadores que se han apropiado del derecho a otorgar
las certificaciones de “buen o mal español” o de “buen o mal patriota” está
claro que no lo supero y ello porque no doy los mínimos necesarios para ser un
español, español, español a la vista de los estándar que se vienen predicando
en los medios o los ejemplos de buenos españoles y patriotas que se nos
muestran.
Así,
un buen patriota, español o catalán, debe tener una cuenta bancaria, en Suiza o
en Andorra, donde conducir los sobrantes de su ingeniería fiscal en el mejor de
los casos o, directamente, los porcentajes de las comisiones que cobra desde
ese cargo político que obtuvo por buen patriota. Un buen español debe
levantarse envuelto en la bandera de España, ponerla en su balcón, llevarla en
su solapa, en las pulseras, en los politos… y a mi personalmente me cuesta,
porque es la misma bandera con lo que me golpearon en la cabeza, la misma que
ondearon y ondean los salvadores de la patria que, a la que te descuidas un
poquito, te imponen restricciones de derechos y libertades y convierten en su
feudo privado un país de todos.
Un
buen español debe disponer de un amplio vocabulario de insultos (felón,
traidor, usurpador, incapaz, desleal…) para predicárselos a su presidente de
gobierno y a cualquiera que no piense como él, debiendo despreciar y ningunear
a cualquier partido de los que tengan pensamiento diferente al suyo.
Un
buen español debe levantarse indignado todos los días, afirmando que todo es un
desastre, que vamos camino de la bancarrota, que podemitas y sociatas son malos
malísimos y que estamos ante un golpe de Estado que requiere mano dura. Por el
contrario, cuando hablo con mis vecinos, cuando viajo por España, cuando hablo
con clientes y amigos de otras nacionalidades y comunidades autónomas, me
relaciono sin crispación alguna, dialogamos sin tensiones, en la mayoría de los
casos nos entendemos y coincidimos en señalar cuales son los problemas reales
de los ciudadanos, los que nos afectan, distinguiéndolos nítidamente de
aquellos problemas que nos vende la clase política, sus voceros y sus medios.
Pero,
está claro, yo no voy a superar el examen, el título de buen español no me lo
van a dar, pero lo que realmente me preocupa es que, si no ponemos remedio los
ciudadanos, terminaremos mal, muy mal; porque una legión de políticos
remasterizados están empeñados en que nos vaya mal, en que nos enfrentemos,
porque desde luego dedican más esfuerzos al enfrentamiento que a la búsqueda de
soluciones y de puntos comunes de toda la ciudadanía. Al igual que cuando veo
una película coloreada de aquéllas que se tomaron en blanco y negro, que por
mucho color que tenga la película se nota que es antigua, desfasada en muchos
casos, cuando escucho a muchos de nuestros políticos su discurso, amén de
hueco, me suena a desfasado a pesar de estar “coloreado”, me recuerda al blanco
y negro del NO-DO.
Ignoro
como ha podido pasar, pero es evidente que, en lugar de poner al frente de la
cuestión pública a los mejores ciudadanos, los más abnegados, nuestros mejores
hombres y mujeres, los/as de mejores ideas y propuestas, hemos dejado nuestra
política en manos de crispados aventureros, reconquistadores, mediocres
cruzados mitad monjes y mitad soldados que, a poco que se esfuercen,
conseguirán fastidiarnos a todos/as. Yo también creo que hay dos Españas, pero
no las que decía el poeta, sino una, la de los que nos levantamos todos los
días y con esfuerzo unos trabajamos y otros buscan el trabajo del que carecen,
la de los que queremos la paz, el dialogo, la de los que huimos de los
enfrentamientos fratricidas, la de los que sufrimos con el sufrimiento ajeno de
la inmigración, del maltrato de género, de la desigualdad… y otra España, la de
los políticos profesionales, sus mentores y sus voceros, que buscan el
enfrentamiento, predican la crispación, son ajenos al dolor de los demás y nos
venden una realidad que no existe y unas soluciones en blanco y negro y
desteñidas y que huelen a naftalina y saben a rancho de cuartel.
Se
acercan elecciones y no podemos permitirnos el lujo de tirar nuestro voto a la
basura; soy consciente de lo difícil que es votar en un país donde las
estructuras de los partidos imponen listas cerradas en las que solo aparecen
los buenos y silentes militantes, pero tal como está “el patio” tenemos que ir
a votar y tratar de hacerlo a los menos malos, tenemos que lograr que el examen
de españolidad no se quede en manos de los cruzados, tenemos que lograr una
España en la que quepamos todos y todas, que podamos vivir en paz y con
justicia y tratando de que nos representen los y las mejores ciudadanos y
ciudadanas.