- Al reconocer como presidente de Venezuela al designado por Trump, Pedro Sánchez atropella los valores de la democracia y el Derecho Internacional
- Impulsar el diálogo y la paz, impedir una agresión militar, es la única salida capaz de evitar sufrimientos terribles para los venezolanos
Juan
Manuel Valencia Rodríguez
5 de marzo de 2019
Pedro
Sánchez lanzó primero un últimatum al gobierno de Venezuela para que convocase
elecciones, y después consumó su amenaza reconociendo como Presidente de aquel
país a Juan Guaidó, desde hacía poco Presidente de la Asamblea Nacional, y que se
había autoproclamado Presidente de Venezuela, no por elección de los
venezolanos, sino por designio del presidente de EE. UU., Donald Trump,
Con
su decisión, no consultada ni al Parlamento ni al pueblo, Pedro Sánchez ha
pisoteado la soberanía nacional de los venezolanos, ha violentado los
principios más elementales de la democracia y conculcado los fundamentos del
Derecho Internacional. Vulnera la Carta de las Naciones Unidas, la resolución
2131 de 1965 y la resolución 2625 de 1970 de la ONU, que condenan la injerencia
en los asuntos internos de otros Estados, el uso de la fuerza y de medidas
económicas para coaccionar.
La
actitud del Presidente Sánchez debe avergonzarnos a todos los españoles, y deja
a España escaso crédito en toda Hispanoamérica. La reacción europea ante el
conflicto venezolano desprende un inequívoco tufo neocolonial. ¿Cómo nos
sentiríamos nosotros si un gobierno extranjero demandase elecciones en España
porque considere que tenemos algún conflicto interno de envergadura, o
reconociese como Presidente de los españoles a quien no ha sido elegido para
ello?
Qué está en juego en
Venezuela
La
prensa internacional, lejos de ofrecer una información veraz e independiente de
lo que sucede, está presentando el conflicto de Venezuela en torno a dos
aspectos: como una disputa entre democracia (representada por los opositores) y
dictadura (la del presidente Maduro), y sobre la necesidad de intervención ante
la aguda crisis humanitaria que vive el país caribeño.
Ambos
argumentos son solo pretextos para justificar la agresión militar que se
prepara, y eso es fácil de demostrar:
¿Alguien
mínimamente informado puede creer que a los EE. UU. le importa lo más mínimo la
democracia en Iberoamérica, cuando en el siglo XX impulsó directamente más de
100 golpes de Estado en casi todos esos países, para colocar en el poder a
dictadores títeres sumisos a sus intereses? Aún está cercano el recuerdo del
Chile de Allende, truncado por el general Pinochet con ayuda e impulso de los
EE. UU. La excusa es aún menos creíble cuando la Casa Blanca la ocupa alguien
como Donald Trump.
En
cuanto a la crisis humanitaria, que es real, ha sido creada por los mismos que
la esgrimen como argumento para intervenir, los EE. UU. y la oligarquía
venezolana.
La
iniciativa de Trump, cuya conducta antidemocrática es bien conocida, deja bien
claro que lo que se está dirimiendo en Venezuela no es un conflicto entre
dictadura o democracia, sino entre un régimen legítimo, el bolivariano, que
emprendió una política muy beneficiosa para la mayoría social de su país, y una
oligarquía venezolana que, so pretexto de la democracia, solo desea retornar a
las viejas políticas favorables a sus privilegiados intereses, con ayuda y
amparo de los EE. UU.
El
interés del gobierno de Trump es doble:
1:
Venezuela posee la mayor reserva de petróleo del mundo (el 20% de las reservas
probadas), cuya explotación y fabulosos beneficios hoy les están vedados a las
grandes compañías petroleras estadounidenses. EE. UU., gran consumidor de
petróleo, importa el 60 % de sus necesidades anuales, y desde Venezuela el
transporte cuesta 10 veces menos que el petróleo de Oriente Medio. El interés
de EE. UU. se ve ahora incrementado por la fuerte presencia económica de China
y también de Rusia en el país caribeño. John Bolton, asesor de seguridad de
Trump, dejó claro en una entrevista para la cadena Fox Business los verdaderos
intereses de EE. UU.: reconocía que
la posibilidad de operar desde suelo venezolano "económicamente
habría una gran diferencia para EE. UU. Que pudiéramos tener empresas
petroleras estadounidenses realmente invirtiendo y aprovechando las capacidades
petrolíferas de Venezuela". Para que esto sea posible antes debería
producirse el derrocamiento del Gobierno de Nicolás Maduro.
2:
Los EE. UU. nunca han tolerado políticas contrarias a sus intereses en
Iberoamérica, que en el fondo siempre ha considerado su “patio trasero”,
territorio de su exclusivo dominio. Ahora no puede consentir la pervivencia de
un régimen que puso en pie un sistema en el que
ni los intereses de la oligarquía venezolana ni los de las grandes
empresas estadounidenses pueden seguir dominando, y que se había convertido en
un referente para otros países de Sudamérica. Los avances sociales en Venezuela
desde que Chávez accedió a la presidencia han sido espectaculares, y su
promoción de la unidad latinoamericana en torno a políticas similares es una
amenaza para el punto de vista estadounidense.
La estrategia de EE.
UU. en Venezuela
El
plan de EE. UU. para derribar a Maduro opera tanto en el ámbito político como
en el económico.
En el terreno
político,
una vez que fracasó un golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002, se diseñó
una estrategia de tensión tanto en la calle como en las instituciones, con una
financiación multimillonaria de las actividades de la oposición, que ha empleado
además una violencia insólita en algunas de sus acciones. En las instituciones,
tras el triunfo de la oposición en las elecciones legislativas de 2015 y su
control de la Asamblea Nacional, tuvieron claro que disponían ya de la
plataforma institucional que necesitaban; a partir de ella no reconocieron al
presidente Maduro y como además a causa de sus divisiones no lograron
consensuar un candidato que pudiera hacerle frente a Maduro, decidieron no
presentarse a las elecciones presidenciales de mayo de 2018. El pretexto
esgrimido era la falta de garantías electorales, algo que no se sostiene, como
reconocieron destacadas personalidades de la propia oposición y observadores
internacionales como el ex presidente español Rodríguez Zapatero. Y es que la
oposición, al dictado de los EE. UU., solo contemplaba ya un camino, el
derrocamiento de Maduro. Sustituyeron la confrontación electoral por el acto
absolutamente ilegítimo e inconstitucional de autoproclamar presidente a Juan
Guaidó. A diferencia de anteriores líderes opositores, Guaidó, formado desde
hacía años en organizaciones dependientes de la CIA y otros organismos de
seguridad estadounidenses, estaba dispuesto a ir mucho más lejos que los
anteriores líderes de la oposición: proclamarse presidente y dejar el camino
abierto a la invasión militar extranjera. Para lo cual, posiblemente, los EEE.
UU., sabedores del rechazo de la ONU a una agresión militar, recabarían
posiblemente la intervención de tropas de otros países: Colombia, Brasil y
Perú.
La estrategia de
desestabilización económica ha sido despiadada: acaparamiento de productos por las
élites comercializadoras para provocar desabastecimiento y generar así
descontento de la población, preparándola para aceptar el cambio de régimen;
bloqueo o incautación de activos de Venezuela en el extranjero por valor de más
de 30.000 millones dólares, obstáculos a las transacciones comerciales y
financieras en el exterior, retención de cargamentos de alimentos que Venezuela
ya tenía pagados, cancelación de importaciones tan vitales como tratamientos
contra la malaria, bloqueo de cuentas del Estado venezolano en el extranjero,
etc.
El diálogo y la paz,
único camino aceptable de solución
No
todos los males de Venezuela son achacables a la intervención externa ni a la
oligarquía del país. El régimen bolivariano no ha logrado sustraerse al
carácter rentista de su economía, sustentada casi en exclusiva en los
beneficios del petróleo que permitía importarlo casi todo y producir muy poco,
pero esa tradición de un siglo necesita más tiempo para ser superada. Maduro,
que no es Hugo Chávez, se encontró con el desplome del precio del petróleo y
una oposición violenta y supeditada a los designios de EE. UU. Frente a ello
reaccionó en ocasiones con una represión desmedida y algunas medidas
inconstitucionales.
Pero
no es preciso apoyar a Maduro para rechazar la estrategia de golpe de Estado y
agresión exterior que se está promoviendo desde Washington. La única salida
razonable para una Venezuela fracturada es el diálogo y la preservación de la
paz. Se sabe cómo y cuándo empiezan las guerras, pero no cuándo terminan y
cuánto sufrimiento van a generar. Y siempre sufren los mismos, la gente
corriente. La invasión militar, prevista como opción por los EE. UU. y que
Guaidó reconoce contemplar, causaría terribles pérdidas humanas y materiales,
porque es de prever que muchos venezolanos resistirían hasta el fin a la
agresión extranjera. Nadie que quiera a los venezolanos puede desear eso.