martes, 29 de septiembre de 2020

En el aniversario de la matanza de Sabra y Chatila


Rosario Granado

29 de septiembre de 2020

Viajamos al Líbano en el año 2008. En Beirut visitamos el Campo de Refugiados de Chatila. Éramos un grupo de amigos que queríamos ver con nuestros ojos las condiciones de vida de los refugiados palestinos y también mostrarles nuestra solidaridad.

Allí se hacinan miles de personas a las que el gobierno libanés prohíbe vivir fuera de los campamentos, ejercer setenta y dos tipos de oficio, comprar y edificar fuera. El resultado es un gueto superpoblado, donde se construyen en altura edificios increíbles por los que apenas puede pasar la luz del sol, semiderruidos algunos por los bombardeos, con miles de cables reliados cruzando de una fachada a otra, muchas banderas, murales, pintadas, carteles (de Yasser Arafat, de Sadam Hussein, de Nasrala, y de mártires de la resistencia palestina)... algún cubo que otro atado a una cuerda subiendo hasta la ventana. Y de vez en cuando una plaza pequeña y milagrosa donde podían jugar los niños y reunirse los adultos, un alivio al espacio agobiante de los retorcidos callejones. En una de estas plazas estaba el Centro Cultural de Chatila. Allí nos contaron la tragedia de la masacre y pudimos ver las fotografías. Luego nos llevaron al solar donde están enterrados los cuerpos de las miles de personas asesinadas.

 

El 6 de junio de 1982 el régimen israelí invadió el Líbano y llegó a asediar y bombardear Beirut Oeste, defendida por las milicias palestinas. Tras los bombardeos masivos y prolongados que duraron hasta finales de agosto, los estadounidenses mediaron para permitir, bajo la supervisión de una fuerza internacional, la salida de los combatientes palestinos y garantizar la vida de los refugiados de los campamentos de Sabra y Chatila. La salida de los combatientes palestinos se completó a primeros de septiembre y el día 16 entraron los tanques del régimen israelí en Beirut Oeste ante la pasividad de la fuerza internacional, vulnerando así los acuerdos, y se ensañaron con los refugiados en una orgía de sangre y de terror que duró tres días consecutivos, 16, 17 y 18 de Septiembre. Nadie fue juzgado nunca por estos crímenes en los que participaron directamente israelíes y mercenarios falangistas libaneses a su servicio.

 

Cuando al cabo de estos tres largos días se pudo entrar en los campamentos, las imágenes de los cuerpos salvajemente torturados y asesinados conmocionaron al mundo. La Cruz Roja estimó 2400 muertos. La indignación y la condena fueron unánimes, La Asamblea general de las Naciones Unidas en su Resolución 37/123 lo condenó explícitamente: «Consternada por la matanza en gran escala de civiles palestinos en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila ubicados en Beirut” “reconociendo la indignación y la condena universal que ha suscitado, condena en los términos más enérgicos y resuelve que la matanza fue un acto de genocidio».

 

Pero inmediatamente vino el silencio y no se hizo justicia. Los responsables de este genocidio siguen libres y gozando de la más absoluta impunidad. Israel, Estados Unidos y algunos países europeos han hecho todo lo posible para proteger a los criminales y evitar que se haga justicia. El régimen israelí, presionado por la opinión pública externa e interna (en Tel Aviv hubo también manifestaciones de protesta), creó una comisión para “investigar” lo sucedido en un intento de acallar las voces acusatorias y diluir su responsabilidad. Al mismo tiempo se creó una comisión internacional de juristas de reconocido prestigio presidida por el poeta irlandés y Premio Nobel de la Paz, Sean Mac Bride, que dio a conocer todos los detalles de la planificación y ejecución de la masacre.

 

Muchas han sido las denuncias presentadas, y ninguna de ellas ha prosperado hasta ahora debido a las presiones del régimen israelí y de su valedor los EEUU. Los tribunales de Bélgica tramitaban en 2002 la demanda contra Ariel Scheinermann (Ariel Sharon), ministro de la guerra en 1982 y general en jefe de la invasión del Líbano, como responsable de la masacre, cuando el gobierno belga derogó la ley que otorgaba competencia a los tribunales del país para juzgar crímenes de lesa humanidad, impidiendo así que fuera juzgado. Tampoco fue juzgado nunca Mieczysław Biegun (Menahen Beguin) polaco de Brest-Litovsk, que ordenó la invasión de Líbano siendo primer ministro. Los criminales siguen gozando de total impunidad. Una impunidad que les ha permitido seguir cometiendo horribles matanzas y actos criminales hasta el día de hoy.

 

La masacre de Sabra y Chatila no fue la primera ni sería la última. Muchas de ellas conocidas y bien documentadas, otras de las que sólo quedan los testimonios orales de los supervivientes. Esta fue una más de las grandes matanzas de palestinos que jalonan el proceso colonial que vive Oriente Próximo, hechos muy bien conocidos por quienes los sufren aunque casi ocultos para los demás. Nos cuenta el dibujante Joe Sacco, que cuando estuvo en Gaza en el 2002 para escribir su libro “Notas al pie de Gaza”, a los más jóvenes les desconcertaba su trabajo de investigación. ¿Qué sentido podía tener para ellos documentar una matanza del año 1956 en Khan Yunes y otra en Rafat, cuando en esos momentos la población civil de la ciudad y sus campos de refugiados aledaños sufrían los ataques continuos de Israel? Pero sin duda los jóvenes de hoy sí son conscientes de la importancia de este trabajo.

 

Existe una responsabilidad internacional de que estos crímenes no queden impunes, de que se haga justicia a las víctimas y prevalezca la verdad. Tarde o temprano terminará la ocupación y el apartheid, saldrán a la luz todos los crímenes y todas las responsabilidades, y se juzgará a los culpables. Los israelíes tendrán que enfrentarse a su propia historia. La población palestina, a pesar de todo, mantiene viva la memoria. Su lucha es también para que no se borre su historia.