Allí se hacinan miles de personas a
las que el gobierno libanés prohíbe vivir fuera de los campamentos, ejercer
setenta y dos tipos de oficio, comprar y edificar fuera. El resultado es un
gueto superpoblado, donde se construyen en altura edificios increíbles por los
que apenas puede pasar la luz del sol, semiderruidos algunos por los
bombardeos, con miles de cables reliados cruzando de una fachada a otra, muchas
banderas, murales, pintadas, carteles (de Yasser Arafat, de Sadam Hussein, de
Nasrala, y de mártires de la resistencia palestina)... algún cubo que otro
atado a una cuerda subiendo hasta la ventana. Y de vez en cuando una plaza
pequeña y milagrosa donde podían jugar los niños y reunirse los adultos, un
alivio al espacio agobiante de los retorcidos callejones. En una de estas
plazas estaba el Centro Cultural de Chatila. Allí nos contaron la tragedia de
la masacre y pudimos ver las fotografías. Luego nos llevaron al solar donde
están enterrados los cuerpos de las miles de personas asesinadas.
El 6 de junio de 1982 el régimen
israelí invadió el Líbano y llegó a asediar y bombardear Beirut Oeste,
defendida por las milicias palestinas. Tras los bombardeos masivos y
prolongados que duraron hasta finales de agosto, los estadounidenses mediaron
para permitir, bajo la supervisión de una fuerza internacional, la salida de
los combatientes palestinos y garantizar la vida de los refugiados de los
campamentos de Sabra y Chatila. La salida de los combatientes palestinos se
completó a primeros de septiembre y el día 16 entraron los tanques del régimen
israelí en Beirut Oeste ante la pasividad de la fuerza internacional,
vulnerando así los acuerdos, y se ensañaron con los refugiados en una orgía de
sangre y de terror que duró tres días consecutivos, 16, 17 y 18 de Septiembre.
Nadie fue juzgado nunca por estos crímenes en los que participaron directamente
israelíes y mercenarios falangistas libaneses a su servicio.
Cuando al cabo de estos tres largos
días se pudo entrar en los campamentos, las imágenes de los cuerpos
salvajemente torturados y asesinados conmocionaron al mundo. La Cruz Roja
estimó 2400 muertos. La indignación y la condena fueron unánimes, La Asamblea
general de las Naciones Unidas en su Resolución 37/123 lo condenó
explícitamente: «Consternada por la matanza en gran escala de civiles
palestinos en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila ubicados en
Beirut” “reconociendo la indignación y la condena universal que ha suscitado,
condena en los términos más enérgicos y resuelve que la matanza fue un acto de
genocidio».
Pero inmediatamente vino el silencio y
no se hizo justicia. Los responsables de este genocidio siguen libres y gozando
de la más absoluta impunidad. Israel, Estados Unidos y algunos países europeos
han hecho todo lo posible para proteger a los criminales y evitar que se haga
justicia. El régimen israelí, presionado por la opinión pública externa e
interna (en Tel Aviv hubo también manifestaciones de protesta), creó una
comisión para “investigar” lo sucedido en un intento de acallar las voces
acusatorias y diluir su responsabilidad. Al mismo tiempo se creó una comisión
internacional de juristas de reconocido prestigio presidida por el poeta
irlandés y Premio Nobel de la Paz, Sean Mac Bride, que dio a conocer todos los
detalles de la planificación y ejecución de la masacre.
Muchas han sido las denuncias
presentadas, y ninguna de ellas ha prosperado hasta ahora debido a las
presiones del régimen israelí y de su valedor los EEUU. Los tribunales de
Bélgica tramitaban en 2002 la demanda contra Ariel Scheinermann (Ariel Sharon),
ministro de la guerra en 1982 y general en jefe de la invasión del Líbano, como
responsable de la masacre, cuando el gobierno belga derogó la ley que otorgaba
competencia a los tribunales del país para juzgar crímenes de lesa humanidad,
impidiendo así que fuera juzgado. Tampoco fue juzgado nunca Mieczysław Biegun
(Menahen Beguin) polaco de Brest-Litovsk, que ordenó la invasión de Líbano
siendo primer ministro. Los criminales siguen gozando de total impunidad. Una
impunidad que les ha permitido seguir cometiendo horribles matanzas y actos
criminales hasta el día de hoy.
La masacre de Sabra y Chatila no fue
la primera ni sería la última. Muchas de ellas conocidas y bien documentadas,
otras de las que sólo quedan los testimonios orales de los supervivientes. Esta
fue una más de las grandes matanzas de palestinos que jalonan el proceso
colonial que vive Oriente Próximo, hechos muy bien conocidos por quienes los
sufren aunque casi ocultos para los demás. Nos cuenta el dibujante Joe Sacco,
que cuando estuvo en Gaza en el 2002 para escribir su libro “Notas al pie de
Gaza”, a los más jóvenes les desconcertaba su trabajo de investigación. ¿Qué
sentido podía tener para ellos documentar una matanza del año 1956 en Khan
Yunes y otra en Rafat, cuando en esos momentos la población civil de la ciudad
y sus campos de refugiados aledaños sufrían los ataques continuos de Israel?
Pero sin duda los jóvenes de hoy sí son conscientes de la importancia de este
trabajo.
Existe una responsabilidad
internacional de que estos crímenes no queden impunes, de que se haga justicia
a las víctimas y prevalezca la verdad. Tarde o temprano terminará la ocupación
y el apartheid, saldrán a la luz todos los crímenes y todas las
responsabilidades, y se juzgará a los culpables. Los israelíes tendrán que
enfrentarse a su propia historia. La población palestina, a pesar de todo,
mantiene viva la memoria. Su lucha es también para que no se borre su historia.