Enrique Cobo
15 de febrero de 2022
Es para preocuparse -yo estoy preocupado- por la relación entre los ciudadanos y la política, entre los representados y “los políticos” que en su nombre ejercen, que es la relación en la que se sustenta todo el edificio del sistema democrático. Las relaciones entre ciudadanos, políticos y los partidos de los que provienen son un tema que me parece importante por las consecuencias que tienen sobre nuestro país y otros muchos Estados. Debería introducir también a los medios de comunicación como intermediarios en esas relaciones, pero como pertenecen a quien les paga hablan lo que les mandan y ahí no se me ocurre qué deba de ocurrir para que mejoren en su intermediación. Por eso no hablaré de ellos, no porque no tengan un papel importante en esas relaciones sino porque no se me ocurre qué proponer para que sean más decentes, más comprometidos con la solución al problema. Creo que harán lo que se les costee más.
Cada día oímos o leemos lo de “todos los políticos son iguales”, “todos los políticos son corruptos”, “no te puedes fiar de ni uno de ellos”. No solo en boca de personas concretas, de periodistas, de “artistas” o “deportistas”. También personas relevantes (pensadores, intelectuales, escritores…) ponen en su boca expresiones similares con pocas y honrosas excepciones. Es cierto que la mayoría de la gente que no habla ni escribe en los medios de comunicación ni en los circuitos de intercambio de opiniones pensará quizá con menos prejuicios. Son mayoría, pero no puedo referirme a sus opiniones porque no las puedo demostrar, aunque sí me las puedo suponer coincidentes con el ruido de los que hablamos.
A veces el término no es descalificativo sino que expresa la equidistancia cuando, tras el análisis de alguna situación o de algún asunto, se concluye con afirmaciones que atribuyen responsabilidades a todos los “políticos” por igual, sin matices o matizando con ambigüedad, sin formular diferencias o, como mucho, insinuándolas. En otros casos lo que abunda es la descalificación del otro cuando el que escribe o habla lo hace desde su trinchera, desde el encargo que le han hecho o desde su particular dogma de fe en “los suyos” y, por supuesto, contra “el enemigo” que, ¡claro!, son “los otros”.
Puede ser que algunos crean que esas afirmaciones responden a un análisis riguroso basado en datos y que otros crean, por el contrario, que las maledicencias son solo ciertas cuando se refieren a “los otros”, sin necesidad de hacer un esfuerzo para elaborar la opinión propia.
Pero me preocupa porque la base del sistema democrático está en la relación de confianza entre representantes y representados, entre electores y elegidos, entre los ciudadanos -en quienes reside la soberanía- y los representantes que eligieron. Es para preocuparse ver cómo se va deteriorando la base del sistema democrático
Asisto con tristeza al ejercicio de pereza mental que conduce a afirmar cualquier conclusión sin base en los hechos, o la emisión de opiniones sin el esfuerzo de sustentarlas que tienen su expresión más fidedigna en muchos de los representantes públicos elegidos en las lista del PP y de Vox, aunque no solo, sino principalmente, y en los medios de comunicación en manos de propietarios de esa derecha (Iglesia incluida). También está esa pereza mental en otros actores distintos y, desde luego, en muchas personas de buena fe que encuentran imposible aclararse en ese marasmo de gritos e insultos y solo se nos ocurre gritar nosotros también.
Asisto con preocupación, desde hace mucho tiempo, a la falta de compromiso con lo que se dice. Ciudadanos de a pie parecen no sentirse responsables de buscar soluciones, ni de distinguir, de entre las propuestas de los políticos, aquellas que le parezcan más idóneas.
Son pocas las personas que tras expresar sus conclusiones tengan un compromiso con aportar soluciones a los males que describen (digo males porque hay pocos análisis que describan bienes en lugar de males), propuestas para superar la realidad. Algunos políticos porque lo que pretenden es seguir siendo de “los suyos” y no ser “traidores” por pensar por ellos mismos; algunos periodistas porque escriben o hablan en el medio que lo hacen y que les ha contratado, y también ciudadanos que no se sienten obligados a buscar soluciones sino solamente a comentar los gritos que oyen a su alrededor, y otros porque su opción personal y política es moverse entre gritos y descalificaciones como forma de que ganen los suyos. Y en esas estamos: sordos para oír y discernir propuestas de futuro e inutilizados para elaborarlas o participar en ello.
Mucha gente quiere destacar desde la crítica cuanto más agria mejor sin excluir directamente el insulto personal. Si estando en la difícil situación en la que estamos, no sentimos la obligación de construir, de promover acercamientos que, aunque basados en la confrontación de intereses y/o en análisis diferentes, busquen, sin embargo, el compromiso y el acuerdo en la diferencia, vamos a hacer más difícil salir de este atolladero.
Para cooperar en cambiar esta dinámica y después de haber “analizado” las relaciones entre ciudadanos, partidos políticos y políticos convendría hacer algunas propuestas que contribuyan a que esto mejore:
Nosotros, la gente, no deberíamos aceptar análisis sin fundamentos expresados, ni análisis sin las propuestas. No deberíamos aceptar los análisis que contengan insultos personales ni descalificaciones a “los otros”. La expresión que los contenga la tenemos que rechazar sin entrar en su contenido.
Los políticos deben dejar de decir sus particulares “fes” y para ello tenemos que exigirles, por una parte, que funden sus análisis en reflexiones y datos y, por otra, que vayan acompañados siempre por propuestas fundadas.
A unos y otros debiéramos exigirles que sus expresiones busquen el acuerdo, el pacto y que en caso de no ser posible presenten las propuestas que de su análisis deduzcan.
Por último, en el funcionamiento interno de los partidos hay un problema de fondo que hace más grande la sima entre representantes y ciudadanos: la democracia interna. Sería coherente que los principios que exigimos a la democracia para definir las relaciones entre los ciudadanos y sus representantes fueran los mismos que rijan las relaciones internas en los partidos. A los partidos políticos hay que exigirles que ejerzan la democracia en su funcionamiento interno tanto para la elaboración de propuestas a largo y a corto plazo como en la selección de los candidatos que nos vayan a presentar, preguntándonos a TODOS los ciudadanos que queramos participar en la selección de sus candidatos en cada circunscripción. Los partidos también deben limitar los mandatos de los representantes elegidos -nunca más de ocho años- e impedir privilegios sobre el resto de los ciudadanos (salarios, dietas, jubilaciones, acceso a la administración de Justicia en sus comportamientos como particulares, no cuando lo hacen representándonos). En definitiva: es esencial que los partidos apliquen los principios democráticos a su funcionamiento interno oyendo a los ciudadanos antes de tomar decisiones porque somos titulares de la única fuente de soberanía.
Pienso que el PSOE es el más democrático de los partidos políticos de España y los últimos “congresos” que hemos vivido los militantes del PSOE no me hacen ser muy optimista y empiezo a pensar que “Largo me lo fiais, amigo Sancho”. Empiezo a dudar si los partidos políticos son una vía democrática para la profundización e interiorización de los valores de la cooperación, el debate, la solidaridad, la tolerancia, la democracia.
No tengo alternativa a esta imperfecta democracia salvo el de empeñarnos en ejercerla y exigirla, interiorizando, trayendo a nuestra vida individual y colectiva los valores democráticos en cada circunstancia, ejercerlos y oponerse a cualquier desviación. A ver.