martes, 24 de mayo de 2022

GRACIAS, MAJESTAD


José Antonio Bosch. Abogado.

24 de mayo de 2022

Jamás pensé que un republicano, convencido y confeso como yo, pudiera llegar a expresar en público su agradecimiento al rey demérito, pero hay que saber reconocer las cosas y en mi caso no me duelen prendas en reconocer que uno de los mayores activistas por la causa republicana ha sido y sigue siendo don Juan Carlos de Borbón, por lo cual le estaré eternamente agradecido.

Por comenzar por el principio, hay que recordar cómo llega al trono de la mano (militari) de un dictador; así, en la Ley 62/1969, de 22 de julio, Francisco Franco decía: Por todo ello, estimo llegado el momento de proponer a las Cortes Españolas como persona llamada en su día a sucederme, a título de Rey, al príncipe Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, quien, tras haber recibido la adecuada formación para su alta misión y formar parte de los tres Ejércitos, ha dado pruebas fehacientes de su acendrado patriotismo y de su total identificación con los Principios del Movimiento y Leyes Fundamentales del Reino. Ni que decir tiene que, llegado el momento, juró lealtad y respeto tanto a los Principios del Movimiento Nacional como a las Leyes Fundamentales del Reino, con la misma convicción que años después juró lealtad a la Constitución de 1978.

Pero como decía, de bien nacidos es ser agradecidos y hay que resaltar las muchas enseñanzas que nos ha proporcionado el rey demérito en apoyo de la causa republicana, y ello debido a los anacronismos y disfunciones que presenta la actual forma política del Estado Español.

Hemos aprendido que, en la monarquía parlamentaria, el principio de igualdad ante la ley que proclama el artículo 14 de nuestra Constitución hace aguas, porque todos no somos iguales ante la Ley al haber ciudadanos cuya persona es inviolable y no estar sujeta a responsabilidad por su cargo de rey. Así, pueden cobrar comisiones ilícitas por hacer intermediaciones o vaya usted a saber a cambio de qué, pueden tener sin declarar cuentas corrientes en paraísos fiscales, pueden recibir regalos de altísimo valor sin tener que declararlos, etc… y pueden, incluso, tener un tratamiento privilegiado por parte de la Agencia Tributaria que les permite realizar regularizaciones fiscales en plazos especiales y sin tener que declarar el origen del dinero con el que pagan la regularización.

Cualquier otro ciudadano que cometiera la mitad de esos ilícitos estaría, en el mejor de los casos, arruinado por las piezas de responsabilidad civil de las diferentes causas penales o, incluso, en prisión, pero nuestro desigual ciudadano que, ad cautelam, cuando le vio las orejas al lobo huyó (y el verbo que hay que emplear es huir, no exilar como utilizan muchos medios de comunicación) a un país de donde no fuera extraditable, no sólo no está arruinado sino que hace ostentación de “vivir como un rey”.

Su Majestad nos ha enseñado cómo el sistema monárquico permite y propicia que un defraudador insolidario e inmoral esté al frente de una institución del Estado, la Jefatura de Estado, la más alta representación del Estado Español en las relaciones internacionales, y durante años actúe como lo haría el dueño de un cortijo, con la ayuda incondicional de los más variados medios de comunicación, que cuando los escándalos han llegado a ser públicos y notorios nos han venido con aquello de que es “cascarón de huevo” y que dados los ingentes servicios que ha prestado al país, “pelillos a la mar”.

Y también nos ha enseñado la escasa sensibilidad social y la ausencia de todo arrepentimiento de conductas ilícitas que tiene Su Majestad quién, a lomo de jet privado, Rolex en muñeca y enfundado en chaleco de Prada, cuando ya tiene garantizada la ausencia de todo problema con la Justicia española, aterriza en Sanxenxo para regatear, en todos los sentidos, en un país donde más del 26 % de los ciudadanos están en riesgo de pobreza y/o en exclusión social.

Pero sobre todo, la enseñanza más trascendental que nos ha proporcionado este privilegiado ciudadano es que si no cambia la norma, si seguimos con una forma de gobierno donde el Jefe de Estado es inviolable e irresponsable por todos sus actos, estaremos al albur del concreto jefe de Estado que en cada momento nos toque. Si es honesto será una suerte, pero si es inmoral y corrupto como alguno que conocemos, el sistema le permitirá que practique todas las corruptelas que estime conveniente; y si además es campechano, los medios de comunicación le reirán las gracias y a los ciudadanos lo único que nos quedará es una sorda indignación similar a la que sentimos cuando soportamos un atraco.

Por todo ello, tengo que dar las gracias a Su Majestad por su activismo republicano, con la esperanza de que vayamos asumiendo todos y todas que nuestra forma política de Estado necesita con urgencia un cambio y, a la vez, aprovechar la ocasión para recordarle las palabras de su abuelo cuando abandonó España de “que no tengo hoy el amor de mi pueblo”. No creo que al señor Borbón le preocupe hoy conservar o no el amor de su pueblo, pero lo que seguro le ocupa y preocupa es seguir conservando el estatus privilegiado de ausencia de todo control y de toda responsabilidad que le ha permitido defraudar a los ciudadanos que pagamos su salario.