Leandro del Moral Ituarte. Fundación Nueva Cultura del Agua. Mesa Social del Agua de Andalucía
19 de septiembre de 2023
En un artículo reciente en
The Objective [1],
Manuel Pimentel nos advierte de graves catástrofes por venir: escasez de
alimentos, inestabilidad, conflictos… sobre todo en los países africanos y del
sudeste asiático, “donde el desaparecido fantasma de las hambrunas podría
volver con su ancestral zarpazo de desolación, enfermedad y muerte”. Lo expresa
casi ufanándose de su capacidad de pronóstico: “Pues así nos irá, acuérdese
bien de estas palabras”. Cierto es que estos augurios en absoluto son
inverosímiles; al contrario, desde otras perspectivas, aunque evitando infundir
ese miedo paralizante, también estamos advirtiendo de los graves riesgos que
nos amenazan. Lo acaba de afirmar, por dar un ejemplo, la científica española
recién incorporada a la Mesa del Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC),
María José Sanz Sánchez en una reciente entrevista: “Estamos en una situación
crítica, nos queda poco tiempo […] nuestra
forma de vida va a verse afectada. Olas de calor, hambrunas, falta de
energía, exacerbación de los conflictos sociales y económicos... tendremos
impactos inevitables en las próximas décadas. De hecho, ya estamos viendo
eventos extremos que pensamos que llegarían a finales de siglo”.
Pero no son estos los peligros de los que advierte Pimentel, que piensa que en “cuestiones climáticas – en este dilatado periodo y a escala global ha habido buenos y malos años…”. Aparte de esta mención, de tono relativista o ‘retardista’, no hay ni una sola referencia al cambio climático en un artículo que pretende ofrecer una perspectiva estratégica y global de un fenómeno tan sensible al clima como la seguridad alimentaria mundial. Algo sorprendente cuando, según afirma también María José Sanz, “el sector privado ya ha entendido que esto es una realidad y que hay que moverse para transformar los sistemas productivos”. Este despiste lleva al autor a proponer continuar con la expansión de regadíos y ejecución de no se sabe qué trasvases, sin atender a la crisis de sobreexplotación y contaminación de ríos y acuíferos que, como es bien conocido ya padecemos, y a la dinámica de reducción de los recursos hídricos en todo el país, también bien constatada.
Entonces, ¿cuáles son para
Pimentel los factores de ese futuro tan negro que pronostica? Varios, muy
diferentes entre sí y extrañamente interconectados. Por una parte, un factor
que podríamos denominar
‘psicosocial’, que es el eje
argumental básico del mensaje: el desprecio de los urbanitas a “nuestros
agricultores” a los que, según él, la sociedad urbana considera “simples parásitos, vividores de subvenciones,
y enemigos de ese medio ambiente”. De otro lado, un factor de escala
global, de gran interés pero lejos de las posibilidades de actuación de esa
parte de la sociedad urbana ‘ruralofóbica’: la liquidación de la globalización
por decisión de EEUU debido (lo que en absoluto es disparatado) a la convicción
de que es China quien tiene las de ganar en este modelo de desarrollo global,
además de que, según Pimentel, EEUU ha perdido la energía, la vocación y la
voluntad de ser “el sheriff del
mundo”. Pero, en realidad, en el marco de ese indudable debilitamiento de la
mayor potencia mundial y su deriva nacionalista y neoproteccionista, con China
definida como mayor amenaza sistémica, “no hay mayor globalización que la que
están ejerciendo los fondos de inversión, comprando tierras, agua y empresas
agrícolas; haciéndolo además de la mano de grandes cadenas de distribución
mundiales” como señala Eduardo López, secretario de organización de
COAG-Andalucía.
A lo largo de todo el
artículo, más allá de las omisiones a un factor fundamental – la crisis
climática y socio-ecológica – y de las referencias a unas dinámicas
geopolíticas de enorme calado, subyace un tema clave: la fuerte contradicción
entre, por una parte, la defensa explícita de esa globalización que agoniza, de
la especialización y búsqueda de las ventajas competitivas de cada territorio,
con lo que esto significa de defensa de la concentración y de la
intensificación (la expansión del olivar superintensivo, que ha pasado a
constituir la mayor superficie regada de nuestro país, por ejemplo); y por
otro, la defensa de “nuestros agricultores”, que la sociedad urbana, dice,
desprecia y castiga. Frente a “un campo que agoniza ante nuestras narices a una
velocidad de vértigo”, ese mundo urbano quiere “alimentos variados, saludables y baratos, pero no que nuestros
agricultores los produzcan.”
Pimentel afirma que “han
sido las dinámicas de la globalización” las que han permitido que hoy exista
“alimentación barata y abundante en cualquier parte del mundo y en cualquier
época del año”. Ignora así que, según datos de NNUU, hoy “cerca de 690 millones
de personas en el mundo padecen hambre”. También omite que no es la
globalización la que alimenta a esta población vulnerable, sino que, como
también informa NNUU, “500 millones de pequeñas granjas en todo el mundo, la
mayoría aún con producción de secano, proporcionan hasta el 80 por ciento de
los alimentos que se consumen en gran parte del mundo en desarrollo”. Ignora
también, la dinámica de concentración de grandes explotaciones intensivas y de
regadío, cuya propiedad corresponde a sociedades anónimas y fondos de
inversión, ajenos al territorio y que buscan el beneficio a corto plazo, sin
atender al marco social en el que se insertan, ni a la sobreexplotación de los
recursos de agua y suelo, ni a los impactos ambientales que producen.
Además, como explican Joan
Corominas y Nuria Hernández-Mora, no se puede proponer continuar con políticas
de expansión y globalización de la agricultura sin entrar en las consecuencias
que estas políticas han traído para millones de pequeños agricultores y
campesinos que han sido expulsados de sus pueblos, aldeas y países en todo el
mundo, que pese a ello siguen produciendo un porcentaje muy elevado de los
alimentos a escala global; y que en nuestro país están siendo arrinconados por
esos mismos procesos de concentración e intensificación. Pimentel utiliza la
figura genérica del agricultor, que oculta enormes diferencias internas,
ignorando el modelo social y profesional de agricultura que es hoy más esencial
que nunca, para fijar la población al territorio, gestionar los recursos de
forma equilibrada y garantizar la alimentación a la población.
Es verdad que la
alimentación, el agua y la energía son sectores estratégicos para el futuro de
cualquier sociedad. Pimentel acierta cuando dice que no hay planificación del
Estado y que la PAC actual, en contradicción con otras políticas como las que
puede representar la Directiva Marco del Agua, no potencia el modelo de
producción agraria que necesitamos. Un sector de dimensión compatible con los
ecosistemas naturales de los que depende; compatible con la recuperación de los
acuíferos y ríos y la reforestación de las zonas de montaña con especies
autóctonas. Una agricultura basada en el uso de biofertilizantes e insumos
naturales, para lo que hoy existen herramientas y conocimiento suficientes. Lo
realmente peligroso es no captar el carácter simbiótico de la agricultura con
el medio en el que se desarrolla e ignorar la contribución de los ecosistemas a
su desarrollo, como saben bien allá donde ha cesado la actividad agraria por
agotamiento o extinción de suelos, polinizadores o agua.
Nadie que exprese una
opinión, ya sea favorable o crítica con el modelo actual, confunde en España
ganadería extensiva y granjas ganaderas con macrogranjas, que son las que están
produciendo alarma no solo en España sino a escala internacional. Nadie
confunde, a no ser que pretenda confundir, los bajos precios agrarios en origen
con los más elevados aplicados al consumidor por esas “cadenas de distribución
internas, fruto de concentraciones en grandes operadores con un fuerte poder de
compra y un sistema logístico y comercial muy optimizado” a las que se refiere
elogiosamente Pimentel. Olvidando, como explica Francesc La-Roca, que es precisamente
la concentración “en grandes operadores con fuerte poder de compra” la que
anula las virtudes derivadas de la competencia que se atribuyen al mercado y
refuerzan el poder de negociación de dichos agentes frente a -y en detrimento
de- los agricultores que el autor dice defender. Nadie habla, a no ser que
pretenda crear confusión, de que se “elevan gritos contra distribuidoras y
agricultores, acusándoles de avaricia y desfachatez”.
En
un tema clave estoy de acuerdo con Pimentel: efectivamente no hay solución sin
nuestros agricultores, es decir, sin la empresa agraria social y profesional,
con raíces en nuestro propio territorio y comprometida con su conservación.
[1] La
crisis alimentaria por venir, por Manuel Pimentel (theobjective.com) , «La
misma sociedad urbana que se queja de la carestía de los alimentos, continúa
criticando las inversiones agrarias en regadíos, trasvases, invernaderos o
granjas» 3 agosto 2023