Juan Manuel Valencia
Rodríguez
16
de septiembre de 2025
Europa
no existe. Al menos, la Europa que necesitan sus gentes y pueblos. La que
tenemos está construida sobre unas bases que van contra los intereses de la
ciudadanía europea. No hay otro camino sensato que refundarla sobre bases
diferentes.
Durante mucho tiempo, los europeos se sintieron orgullosos de los valores formulados a lo largo de su historia, que conformaron el núcleo de lo que se llamó “civilización occidental”, que se extendía hacia los EE. UU. y Canadá. En la conciencia colectiva dominante en Europa ha destacado cierta soberbia en el convencimiento de la superioridad de esos valores considerados de validez universal, que ser acompañaban del progreso material proporcionado por el desarrollo técnico e industrial.
Algunos
de esos valores emergieron de las élites cultas de la Edad Moderna (siglos XVI,
XVII y XVIII), como el Humanismo del
Renacimiento, el racionalismo y los
inicios de la ciencia empírica del
siglo XVII o el laicismo y el afán por
la educación pública de la Ilustración. Las sociedades contemporáneas añadieron
valores republicanos como la libertad
y los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, nacidos en la pugna de las nuevas élites burguesas por derribar
el Antiguo Régimen aristocrático y absolutista y construir el Estado Liberal
burgués (los lemas de Igualdad y Fraternidad quedaron marginados por la
burguesía una vez conquistado el poder).
Las
sociedades contemporáneas completaron ese conjunto de nociones y valores con
las aspiraciones igualitarias, las
de las mujeres a través del movimiento feminista,
y las de las clases trabajadoras que exigían la democracia, es decir, la extensión de los derechos y libertades a
toda la población; a la vez, elevaban el objetivo de una sociedad más justa, la
socialista.
¿Qué
fue de esos “valores de la cultura occidental”, europea? Estaban muy bien, eran
justos, pero en realidad siempre fueron un mito. Los hechos iban contradiciendo
su plasmación práctica. La industrialización multiplicaba la producción de
bienes, pero a costa de una explotación brutal de la clase obrera, excluida de
los derechos. Tuvo que conquistarlos lucha a lucha, huelga tras huelga,
rebelión tras rebelión. El racionalismo se había reducido al frío cálculo de la
consecución del propio beneficio, a costa de otros. La supremacía técnica y
militar de los europeos se tradujo en la explotación colonial y esclavista de
los pueblos del mundo; la conformación de monopolios y del capital imperialista
provocó el estallido de la I Guerra Mundial, y el ascenso de los fascismos
llevó a la Segunda Guerra Mundial. Europa se convirtió en centro productor de guerras
y de las mayores barbaries contra la humanidad, y a su dominio y atrocidades
siguieron las del nuevo imperio occidental, los EE. UU.
Fue
precisamente el deseo de una paz duradera, tras el horror y la devastación de
las dos contiendas mundiales, lo que hizo surgir de nuevo la idea de Europa y
condujo a la creación primero de la CEE y después de la Unión Europea. Sin
embargo, el impulso de esa unidad europea, que debía concretarse en una
cooperación práctica, más que por los valores humanistas públicamente
esgrimidos estuvo marcada desde el principio por los intereses económicos de
las grandes corporaciones, que imponían su fuerza. La CEE y más tarde la UE se
conformaron como un exclusivo club de los monopolios europeos.
Los
gobernantes de la UE han fallado a sus pueblos, han gobernado contra sus
intereses, con su política antisocial y austericida, que ha favorecido un
crecimiento insólito de las desigualdades.
Los
gobernantes de la UE han pisoteado los valores de la cultura occidental. Han sepultado el Humanismo en las riberas
del Mediterráneo: con su política anti migratoria, que contra toda moral
humana trata inútilmente de detener el flujo incesante de quienes huyen de la
guerra y el hambre; con su traición (comenzando por España) de los derechos del
pueblo saharaui; con su ignominiosa posición ante el genocidio del pueblo
palestino perpetrado por el salvaje Estado de Israel. Hace unas semanas lo
denunciaban 1.650 funcionarios de la UE, expertos en derecho internacional, y
la respuesta de Von der Leyen fue amenazarlos con sanciones. El macabro e
insoportable genocidio de Gaza (sin olvidar el desmantelamiento cada vez más
acelerado de Cisjordania) es la prueba irrefutable de la quiebra de los
“valores occidentales”, europeos.
La
democracia se degrada ante nuestros ojos, mientras los regímenes autoritarios
se extienden por la misma UE. Se reprimen las manifestaciones populares de
disidencia política, hay proyectos de ilegalizar a la oposición en varios
países. ¿Va a convertirse la UE en una región autocrática?
La
UE surgió como un proyecto económico y pacífico. Ahora se está convirtiendo en
una organización al servicio de la OTAN, que no es un sistema defensivo
europeo, sino un mecanismo militar al servicio de los EEUU.
Lo
cierto es que hoy, en el contexto geopolítico y económico global, la UE no
pinta nada. Pese a su elevado desarrollo económico, su influencia en la
política, la tecnología y la economía mundial ha dejado de ser decisiva. Está
internamente resquebrajada, y debilitada tras la salida del Reino Unido. Carece
de independencia, como se ha evidenciado el pasado 18 de agosto en el
espectáculo bochornoso de sus dirigentes rindiendo vasallaje al arrogante
Trump, presidente de los EE. UU. La UE se encuentra totalmente descolocada en el
nuevo orden multipolar mundial, que ignora con ceguera suicida. Convertida en
vasallo indigno de los EEUU, se ha dejado arrastrar por la peligrosa
agresividad de un imperio en declive (y por ello aún más peligroso), que la empuja
a una escalada militarista absurda (“Europa
está en combate”, repite con insistencia la cínica e impresentable Ursula von
der Leyen, presidenta de la Comisión Europea), que sólo beneficia a los plutócratas y arruina a la
gente trabajadora; se ha plegado sumisamente a la imposición por los EE. UU. de
unos elevados aranceles y de unas obligaciones de compras en energía,
tecnología y armamento que alcanzan cifras fabulosas. Se
demoniza a Rusia, se la impulsa a renegar de Europa, se la empuja a la
siberización y hacia Oriente, olvidando que la fusión de su cultura tradicional
con el legado europeo produjo extraordinarias creaciones literarias, artísticas
y musicales.
Me avergüenzo
de esta Europa que ha pisoteado los valores concebidos por sus grandes
pensadores. Hemos destruido culturas, más o menos prósperas o
avanzadas, en todos los continentes: en la propia Europa, en África, en las
Américas, en Asia, en Oceanía. Hemos esclavizado a sus pueblos y expoliado sus
riquezas... Hemos impuesto el imperio de la fuerza, no de la razón, la
superioridad militar y técnica, no la superioridad moral, inexistente. ¿Es para
estar orgullosos?
Eso
es hoy Europa, la UE. Un proyecto estancado y sin futuro. Parece no entender lo que pasa en el mundo. Las élites europeas se muestran
intelectualmente castradas, imposibilitadas para la regeneración moral, para
concebir un proyecto estratégico diferente, beneficioso para sus pueblos y para
la humanidad.
Todo lo dicho antes no niega la
idea de Europa, ni los indudables beneficios que ha traído la UE a España y a
otros países. La desintegración de la UE, incrementaría el riesgo de guerra, en
especial en los siempre inestables Balcanes, y dejaría al Viejo Continente aún
más inerme ante los grandes centros de poder mundial.
Necesitamos otra Europa. Refundar
Europa. Hacerla pasar de la
Europa de los grandes consorcios y del vasallaje a EEUU a la Europa de los
Pueblos, que actúe con independencia. Abandonar la OTAN y el alineamiento con
los EEUU. El futuro de Europa no está en el rearme y el militarismo, que nos
llevaría a la 3ª Guerra Mundial. Por el contrario, la UE ha de convertirse en
un foco de cooperación con los BRICS y con todos los países, y en un factor
verdadero y permanente para impulsar la Paz, la democracia y los Derechos
Humanos, en Europa y en el mundo.
Sé
que ese giro político es imposible con los actuales gobernantes, servidores del
gran capital. Pero sobre las bases actuales esta UE no nos sirve a la gente
común. Por nuestra parte, sólo podemos exponer lo que es necesario para evitar
la barbarie y construir un mundo mejor; difundir esa nueva perspectiva para que
se haga mayoritaria en la mentalidad colectiva y eso se traduzca en un cambio
de dirigentes que dé paso a un cambio político radical. España debería tomar la
iniciativa en ese camino. Forjar una coalición progresista de países pequeños y
medianos en la UE, que mantenga las decisiones por consenso y promueva un nuevo
rumbo.
La
izquierda con verdadera voluntad transformadora debería unirse, en Andalucía y
en España, para trabajar por estos objetivos.