David Benavides, Profesor de Informática de la U. de Sevilla,
@davbencue
María Eugenia Gutiérrez, Profesora de la Facultad de Comunicación
de la U. de Sevilla
María Lamuedra, Profesora de la Facultad de Comunicación de la U. de
Sevilla, @marialamu
4 de junio de 2018
La trayectoria
histórica, cultural y la posición geográfica han convertido a Andalucía, de una
u otra forma, en un lugar a tener en cuenta en la valoración de los ciclos
discontinuos que conforman la historia de la humanidad. Desde los fenicios
hasta los tartessos, desde Adriano hasta Maimónedes pasando por la Guerra de la
Independencia.
Andalucía ha sido un
espacio de referencia en los hitos trascendentes de la Historia de España. Sin
embargo, en la actualidad, Andalucía aparece como ese actor secundario, cuya
presencia se da tan por supuesta que apenas genera atención, pero sin la que
los protagonistas no podrían desarrollar su acción.
Si trasladamos la
metáfora al ámbito de la política cotidiana, sólo con ojear los presupuestos
generales del Estado se vislumbran indicios del “maltrato” sistemático a la
comunidad: las partidas para Andalucía son insuficientes y, además, las que se
comprometen, luego no se ejecutan. Por tanto, es fácil reconocer el uso
político de Andalucía para dotar de contenido a la marca España, sustentada en
un “kit” de romerías y flamenco “para todos”, cuando la actitud de los
gobernantes siempre ha sido la de usar esas señas de identidad y diluirlas en
España mientras que en lo concreto se sigue infravalorando la aportación de
nuestra tierra al desarrollo de la escena nacional. Como Manu Sánchez dice:
"Andalucía is not Spain, Spain is Andalucía".
Esta alienación hace que
a veces no seamos capaces de hablar con voz propia para negociar con el Estado
que de facto es federal (al menos con ciertas comunidades) y pasen los lustros
y las décadas y no veamos concretarse tantos proyectos que llevan esperando
demasiado tiempo. Valgan, como
ejemplo, el nudo de los tres
caminos de Cádiz, que estaba pensado para conectar Conil y Chiclana con la
provincia, con un presupuesto de 1,2 millones de euros en el 2017 y que en
Diciembre de ese mismo año no se había ejecutado ni un solo euro; o el nudo de
la Pañoleta de Sevilla, para el que se presupuestaron 1,17 millones de euros, y
que habían corrido la misma suerte. No hablemos ya de la situación del tren en
Granada o de la conexión del puerto de Algeciras con el resto de Andalucía,
España y Europa. Y es que el puerto de Algeciras tiene una característica
fundamental y es que ¡está en Algeciras! Y resulta que ese es un punto
estratégico que, si tuviéramos una visión solidaria del Estado, podría servir
como nudo principal sobre el que alimentar otros puertos e infraestructuras.
En Andalucía se proclamó
la primera Constitución Española, La Pepa, y en el tramo que va desde la
Transición hasta nuestros días, ha sido sujeto político de cambio, como así se
constató el 4 de Diciembre de 1978 y el 28 de Febrero de 1979, hitos históricos
poco asentados en el ideario colectivo e incluso olvidado entre la población
más joven. No en vano, gracias a esas movilizaciones masivas y transversales,
se tuvo que modificar el proyecto territorial constituyente que pretendía una
España a dos velocidades. Y aunque se eliminó de los papeles, esa España sigue
existiendo en la práctica. En estos momentos históricos ese actor secundario
deja de soportar la deriva de la escena en el sentido previsto y sólo con eso,
la obra cambia.
En el contexto actual la
tensión territorial en España- junto a los factores de descontento social que
la ha alimentado- están rompiendo las costuras diseñadas en su momento en la
Transición. La disputa se lleva a cabo entre un gobierno desgastado y enrocado
(y eventualmente censurado) que ha dejado en manos de la justicia un problema
netamente político, y un bloque independentista que, aunque transversal, es
conducido por sectores de la burguesía catalana que mayoritariamente son
liberales en lo económico, aunque se apoyen por un amplio movimiento popular
con una gran variedad de aspiraciones que van desde las anticapitalistas y
revolucionarias de la CUP hasta las supremacistas de sectores de la antigua
CiU, pasando por posiciones modernizadoras, laicas o republicanas.
El guión de este
enfrentamiento sólo admite dos posiciones: con Rajoy/Rivera o con el
independentismo, al resto de posibilidades se las etiqueta como “equidistantes”
y, cada uno de los sectores en disputa tiende a alinearlas con el adversario.
Pero Andalucía podría
jugar un papel fundamental por su mencionado valor histórico y su potencial
poblacional: ¿Por qué no hay una voz propia desde Andalucía que señale una
alternativa para desenquistar la situación? ¿Por qué Puigdemont, Torra o
Junqueras han visitado Bruselas, Finlandia o Alemania, pero nunca se les ha
visto visitar o referirse a Andalucía? ¿Por qué cuando se ha oído hablar de
Andalucía desde el soberanismo catalán ha sido en tono despectivo desde la
derecha de Durán i Lleida hasta el anticapitalismo de Antonio Baños?
Andalucía ha vivido un
largo ciclo, que aún continua, en el que el PSOE ha capitalizado lo que en el
4D se empezó a engendrar; hasta tal punto que el partido y Andalucía son
intencionadamente confundidos desde el gobierno andaluz. Esta idea es algo que
cala en un amplio espectro del imaginario colectivo. Sin embargo, el desgaste
del aparato/partido que gobierna Andalucía desde hace 40 años va perdiendo apoyos
elección tras elección. Pero, hay que reconocerlo, con una habilidad asombrosa
para seguir recogiendo una suma de votos suficiente para mantenerse en el poder
con configuraciones que han pasado por pactos con los llamados comunista del
PCA hasta el actual con el liberalismo económico de Ciudadanos, o con los ya
extintos andalucistas. Si esto ha sido así, es, por una parte, por el
"mérito" propio para mantener sus posiciones pero, por otra, y desde
que el equilibrio del bipartidismo se resquebrajara en 2014, es más bien por
demérito de sus adversarios, que no han sabido construir un horizonte
alternativo que reconecte con los deseos y necesidades verdaderas de los
andaluces y andaluzas.
En el actual estado de
las cosas, se nos antojan dos escenarios posibles. Uno en el que la crisis
territorial se resuelva “por arriba”, entre los actores que quisieron
configurar la España de dos velocidades. Un pacto que pasaría por un trato
fiscal, financiero y presupuestario más favorable para Cataluña y que seguramente
aumentaría la desintegración territorial, acentuando asimismo las actuales
diferencias. O, por el contrario, Andalucía podría hacer valer su peso escénico
y cambiar la narrativa. Nos referimos a un proceso constituyente “desde abajo”
en el que no nos limitemos a resolver la escena sino a repensar toda la obra.
Esta posibilidad no se limita a reaccionar frente a la crisis territorial
catalana, ni siquiera ante otras que se puedan estimar más urgentes: la
ecológica, social e institucional; sino de repensar nuestra democracia. Si
Andalucía descubre y proyecta su voz más allá del estereotipo que la reduce,
puede ser el actor político fundamental para la superación democrática de esta
primera gran crisis del Estado español desde 1978. Hay precedentes y tenemos potencial
¿Jugamos el papel?.