Vivimos
en un entorno que necesita, que requiere un cambio porque resulta insoportable
convivir con la falta de libertad del cincuenta por ciento de la población.
4 de
junio de 2019
Ya
sé que no tiene arreglo, que tras la muerte no hay solución alguna, pero
necesito clamar mi solidaridad con Verónica, con su sufrimiento, con su
soledad, con el sufrimiento y dolor y la falta de libertad de millones de
mujeres en un mundo en el que, lamentablemente, el caso de Verónica es un hecho
cotidiano.
A
estas alturas creo que todos habrán identificado a la Verónica de esta entrada
con la trabajadora de IVECO que no pudo soportar la presión y terminó adoptando
una solución extrema, y todo, por creer que la mujer tiene derecho a la
libertad sexual y reproductiva, por creer que vivimos en un país igualitario,
por creer que el patriarcado es cosa de la historia y chocar con la espantosa
realidad de que el machismo sigue rezumando por los poros de todos nosotros. Lo
siento mucho Verónica, pero mucho más lamento que tu situación no sea un caso
aislado sino la constatación de una realidad extendida que oprime a la mujer y,
cuando puede, la destruye.
Vivimos
en una sociedad en la que hay hombres que suben a las redes los videos de sus
delitos sexuales, de sus agresiones a mujeres, de sus violaciones, para
presumir de hombría y habilidades en sus chat de amigos sin que estos les
denuncien ni, como mínimo, les retiren la palabra, pero si una mujer es grabada
dando muestras de iniciativa sexual y de hacer uso de su libertad, la difusión
de las imágenes es su “condena a muerte” bien porque tome la decisión tremenda
de suicidarse, bien porque sea consciente de que si las imágenes se difunden pasará
a ser una muerta viviente en su entorno.
Vivimos
en una sociedad donde los padres, e incluso algunas madres, de varones (por
supuesto heterosexuales) siguen presumiendo de que sus vástagos se tiran todo
lo que se mueve, pero jamás a un padre o a una madre se lo ocurrirá semejante halago
con relación a una hija. Vivimos en un entorno que necesita, que requiere un cambio porque resulta insoportable convivir con la falta de libertad del cincuenta por ciento de la población.
Soy
consciente de que no es fácil, y menos con los vientos reaccionarios que soplan
por demasiados lugares, con políticos y políticas que predican la libertad de
la mujer para cortarse las uñas o para decidir el largo de su pelo o que ponen
como paradigma femenino a la mujer que escasos días después de parir deja su
retoño para incorporarse al puesto de trabajo; desde luego no es fácil lograr
la igualdad y por ello no debemos permitirnos retroceder ni un milímetro, no
podemos permitirnos la pérdida ni de una micra de lo logrado y ello con independencia
de la obligación colectiva de seguir luchando por la igualdad.
Como
cada vez que sucede un drama acudimos al Código Penal en busca de solución,
pero esta norma no educa, las leyes penales sancionan precisamente a aquellos
que escaparon a esos otros filtros que necesita una sociedad para una
convivencia justa y en paz: entre otros, el más importante la educación. Yo no
quiero conformarme con que se sancione al hijo de satanás que, abusando de la
confianza inmerecida que le dio una persona, vulnera su intimidad, aunque
también deba de ser castigado por ello. Lo que lleva a la muerte a Verónica no
es el comportamiento individual de una persona, sino un entorno, una sociedad,
o gran parte de ella, que obliga a pagar un alto precio a la mujer que ejercita
su derecho a la libertad sexual, entre otros.
Hoy
más que nunca, cuando los integristas claman por colegios donde se separen los
niños de las niñas, por programas curriculares libres de la “ideología de
género”, por apartar la educación sexual de las aulas, etc… quiero recordar el
preámbulo de una ley que en pocas semanas cumplirá nueve años de vigencia que
comenzaba diciendo que el desarrollo de la sexualidad y la capacidad de
procreación están directamente vinculados a la dignidad de la persona y al libre
desarrollo de la personalidad y son objeto de protección a través de distintos
derechos fundamentales, señaladamente, de aquellos que garantizan la integridad
física y moral y la intimidad personal y familiar.
Una
Ley, la ley orgánica de salud sexual y reproductiva y de interrupción
voluntaria del embarazo, que obligaba y obliga a los poderes públicos a
promover las relaciones de igualdad y respeto mutuo entre hombres y mujeres en
el ámbito de la salud sexual y la adopción de programas educativos especialmente
diseñados para la convivencia y el respeto a las opciones sexuales individuales,
entre otras obligaciones. Así que no nos ofrezcan soluciones “rápidas”
aumentando penas de los adultos delincuentes, sino que invirtamos en educación
en igualdad de los niños y las niñas, desde el jardín de infancia hasta la
universidad, porque si no, por mucho que lo sintamos, volverá a ocurrir,
volverá una mujer a tener que pagar con su vida su atrevimiento a ejercer su
libertad sexual.