Carmen Yuste Aguilar, profesora de Enseñanza Secundaria
19 de julio de 2022
Quienes nos dedicamos a la
docencia tenemos que escuchar demasiado a menudo el goteo continuo, medio en
broma, medio en serio, del “¡qué bien viven las maestras!” De septiembre a
junio, tenemos que explicar una y mil veces que el horario del alumnado no es
el mismo que el de sus docentes, que tenemos que preparar clases, elaborar
materiales didácticos, corregir actividades, buscar recursos, etc.; que todo
esto supone habitualmente muchas más de las 35 horas semanales que nos
corresponden y que le robamos este tiempo a nuestra vida personal. Pero cuando
llega el verano, el goteo de “¡qué bien vivís!” se convierte en un chaparrón
del que escapamos como podemos. A veces nos paramos a explicar que somos los
profesionales peor pagados, con mucho, de nuestra categoría laboral en la
administración, como compensación, precisamente de las vacaciones escolares;
que vamos a los colegios e institutos hasta el último día de junio y volvemos
el primero de septiembre; que en julio estamos a disposición de la
administración y que pueden llamarnos si surge la necesidad; que en julio se
celebran las oposiciones docentes y muchos de nosotros y nosotras tenemos que
hacer la difícil tarea de tribunal; que en julio los equipos directivos están
en los centros educativas preparando el siguiente curso... No sirve de nada, el
chaparrón nos cae encima cada año, sin falta.
El problema está cuando el cachondeíto con las vacaciones de los docentes (que ni es nuevo, ni exclusivo de nuestra tierra) se aprovecha para introducir en el debate social la propuesta social “seria” de recortar las vacaciones, el sueldo o ambos de profesoras y profesores. Los argumentos los hemos escuchado muchas veces y cada vez con mayor insistencia: los docentes deberían trabajar más horas al día y más meses al año para que las madres y los padres tengan donde dejar a sus hijos e hijas durante las interminables jornadas laborales; si los profesores y profesoras no trabajan en verano, no deberían cobrar en estos meses; las maestras y maestros deberían dar clases de refuerzo en verano, de nuevo para facilitar la “conciliación”, etc.
Menos mal que nuestro
trabajo es dar clases y estamos acostumbrados a repetir las explicaciones
muchas veces. Así que nos armamos de paciencia para razonar que la conciliación
no es almacenar a las niñas y niños en los colegios para que sus padres los
recojan exhaustos después de 12 horas de trabajo; que en verano también comemos
y pagamos los recibos, como todo el mundo; que las niñas y niños necesitan el
descanso estival, el ocio, disfrutar de la familia, el juego… La agenda
neoliberal y sus argumentos no hay por dónde cogerlos, ¡y además es verano y en
julio las maestras no damos tantas explicaciones! Pero cuando quien te lanza el
comentario sobre las vacaciones de los maestros es una amiga que tiene unos
pocos días de vacaciones al año, un familiar que no puede permitirse salir en
verano de su pueblo o ciudad porque el sueldo no llega y hay que priorizar el
pago de la luz y el agua, una vecina en paro, un conocido que trabaja sin
contrato y que cobra por horas en la hostelería... Entonces, por un momento,
tus derechos laborales, te parecen privilegios. Pero no, no tienen razón
quienes pretenden igualar a las trabajadoras y trabajadores a la baja,
privándonos de los derechos que deberían ser de todas y todos. Estos días hemos
sabido que un trabajador de la limpieza urbana ha muerto trabajando, bajo el
sol abrasador de las horas más tórridas de un día de calor extremo. Toda la
gente trabajadora debería tener empleos dignos, salud y seguridad en el
trabajo, jornadas laborales que permitan una verdadera conciliación con la vida
personal y familiar, sueldos decentes que permitan disfrutar del tiempo de
ocio, vacaciones suficientes para descansar, viajar o simplemente no hacer
nada.
Las maestras no vivimos mal,
es cierto, sobre todo teniendo en cuenta el empeoramiento generalizado de las
condiciones laborales, pero la solución no es que tengamos menos vacaciones,
para que alguien pueda trabajar en el campo o en una obra a las cinco de la
tarde en el mes de julio, mientras cuidamos de sus niños. Ojalá consigamos
entre todos que los derechos laborales sean universales y que un día el chiste
sea “¡que bien viven las jornaleras y los albañiles!”