lunes, 1 de agosto de 2022

LA IDEOLOGÍA DE LOS JUECES

Con una sola sentencia de un tribunal se ha impuesto un retroceso de más de cincuenta años en los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres norteamericanas.


José Antonio Bosch. Abogado.

26 de julio de 2022

No descubrimos nada si afirmamos que los jueces también tienen ideología. Es de pura evidencia, son personas como las demás, si bien la ley les impone determinadas restricciones en el uso de su ideología, en concreto y por decirlo en forma sencilla, que la dejen en casa y que en su trabajo se sometan exclusivamente al imperio de la ley. Por ello, el artículo 1º de la Ley Orgánica del Poder Judicial, al igual que el párrafo 1º del artículo 117 de nuestra Constitución, reza como sigue:

La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del Poder Judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente a la Constitución y al imperio de la ley.

Si ello es así, ¿por qué este empeño en los nombramientos de magistrados de los altos tribunales? ¿Por qué estas broncas activas de los partidos de no me gustan tus jueces quiero poner los míos? A lo peor resulta que no son tan independientes, ni tan responsables, ni su único sometimiento y lealtad es con la Constitución y el imperio de la ley, porque si de verdad fueran independientes lo que contaría a la hora de sus nombramientos sería su profesionalidad, su experiencia y, desde luego, su equidistancia con los partidos políticos.

No quiero decir y no digo que todos los magistrados y jueces carezcan de independencia, muy al contrario afirmo que hay muchos de profesionalidad absolutamente probada y que no tienen más sometimiento que al imperio de la ley, pero si digo y también afirmo que mientras más alto es el tribunal más posibilidades tenemos de encontrarnos magistrados sometidos a otros compromisos diferentes de los que ordena la Constitución, y ello porque sus integrantes son elegidos entre los “amigos” de aquéllos que tienen la potestad de designar magistrados, de aquéllos que se olvidan de la necesidad del equilibrio de poderes para la buena salud de los sistemas democráticos.

Este vicio perverso de tratar de controlar el poder judicial, esta manía enfermiza de colocar a los amigos en los más altos tribunales, lamentablemente, no es una práctica exclusiva de nuestro país, sino que, como muchas plagas, se extiende de país en país, pasando desapercibida ante los ciudadanos hasta que un acontecimiento concreto nos golpea con violencia y nos damos de bruces con la realidad de la manipulación de los tribunales a través del nombramiento de sus integrantes.

Recientemente hemos tenido una experiencia de cómo un tribunal, la Corte Suprema de EE.UU., conformada por jueces elegidos, supuestamente, de entre los mejores del país, pero designados los tres últimos por un Presidente, Donald Trump, que según el comité que investiga el asalto al Capitolio “abrió el camino para la anarquía y la corrupción”, ha tumbado de un plumazo la protección que desde el año 1973 gozaba el derecho al aborto en EE.UU. en virtud de la Sentencia dictada en el caso Roe vs Wade.

Con una sola sentencia de un tribunal se ha impuesto un retroceso de más de cincuenta años en los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres norteamericanas. Con una sola sentencia se han mandado al garete los derechos de millones de mujeres que van a ver reducidos su derecho a la salud y su derecho a decidir sobre su propio cuerpo, entre otros, porque un tribunal retrógrado, conformado por “amigos” de quién los nombra, ha decidido dar marcha atrás al reloj de la historia.

Y esto es el principio, porque ya hay magistrados del mismo tribunal que andan pidiendo la revisión de otras sentencias para corregir los “tremendos errores” que establecieron precedentes logrados después de largas luchas por los derechos civiles, tales como la protección del derecho a la anticoncepción, las relaciones entre personas del mismo sexo, o el matrimonio homosexual, entre otros.

Y que no nos sirva de consuelo que EE.UU. nos queda muy lejos. Cuando en nuestro país se gritaba “Vivan las cadenas”, veinticinco años antes ya tenían los norteamericanos una constitución democrática. Para bien o para mal, según el prisma de cada uno, EE.UU., como potencia de primer orden que ha sido y es, ejerce una influencia real y notable en todo el planeta. Si la lucha por los derechos civiles, y en concreto el reconocimiento del derecho al aborto de la mujer, sirvió de guía para muchos países, el retroceso, el recorte de derechos, lamentablemente, también influirá.

Como siempre repetimos, los derechos civiles son como las flores de los jardines, si no se riegan, se secan. Cuesta mucho esfuerzo y sacrificio avanzar en el logro y afianzamiento de los derechos civiles, pero, a la vista está, es muy fácil el retroceso.

Por eso, esas cuestiones que a veces los ciudadanos entendemos que están lejos de nuestras preocupaciones cotidianas, esas cuestiones que los ciudadanos muchas veces pensamos que son “cosas de los políticos” y que no nos afectan, como por ejemplo la composición y elección de los miembros de nuestro Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, aunque pueda no parecerlo, son determinantes e influyen de forma trascendental en nuestras vidas y en la salud democrática de nuestro sistema político.

No puedo menos que recordar el viejo refrán de cuando las barbas de tu vecino veas pelar… yo no quiero poner las mías a remojar sino que quiero estar atento y vigilante, quiero escarmentar en cabeza ajena y por ello entiendo que debemos exigir que nuestros tribunales estén conformados por magistrados cuya única lealtad inquebrantable sea a la Constitución y a la ley.