Fotografía: Luis Alonso Angulo
Miguel Campillo Ortiz. Director del
programa “Sintonía Laica” de Radiópolis. Miembro de Europa Laica.
16 de septiembre de 2022
Escribí este artículo el 22
de agosto de 2012. Diez años y 2 papas después la corporación católica no ha
cambiado, por lo que lo considero de plena actualidad.
El 14 de agosto de 2012 fue
inaugurada por el entonces alcalde, Juan Ignacio Zoido, y el arzobispo, Juan
José Asenjo, la estatua a Karol Wojtila, para los católicos papa peregrino Juan
Pablo II. Veinte metros cuadrados del espacio público y cuatro metros de
altura, o sea, ochenta metros cúbicos, albergan el ya cotidiano homenaje en
bronce a este personaje. La iniciativa había sido promovida por la asociación
Pro Monumento a Juan Pablo II en Sevilla, que curiosamente se autodefine
“apolítica y aconfesional”. En la placa reza “Sevilla a Juan Pablo II”, como si
toda la ciudadanía sevillana perteneciera a esa asociación.
¿Y qué hizo Wojtila por la
Humanidad para ser canonizado por la Iglesia, y para que en Sevilla, además de
ser homenajeado con una avenida, también lo sea con una estatua en pleno centro
monumental? Recordemos que sucedió a Albino Luciani, autonombrado Juan Pablo I
por su deseo de continuar la política iniciada por sus antecesores Juan XXIII y
Pablo VI. Este propósito y su enfrentamiento con el todopoderoso arzobispo
norteamericano Paul Marzinkus, el “banquero de dios”, no parecen ser ajenos a
su prematura y sospechosa muerte.
La época de la guerra fría tocaba a su fin. El Pacto de Varsovia se descomponía y el imperialismo norteamericano veía nuevos mercados en él, y para conseguirlos qué mejor aliada que la Iglesia Católica encabezada por un papa polaco anticomunista. Comienza el acoso al Pacto de Varsovia en Polonia, con la financiación ilegal del sindicato Solidaridad a través del Banco Vaticano, una vez restituido Marzinkus al frente de éste. Más tarde será en Yugoslavia donde el Vaticano no dudará en alentar una guerra, guerra que se inició por parte de los católicos independentistas de Eslovenia y Croacia, que desataron la limpieza étnica frente a los ortodoxos serbios y los musulmanes bosnios.
Enseguida el tándem Ronald
Reagan-Margaret Thatcher-Juan Pablo II procedieron a instaurar el Nuevo Orden
neoliberal. Juan Pablo II bendijo la economía de mercado en su encíclica Centesimus annus; del Padre Nuestro
cambiará la frase “perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a
nuestros deudores” por “perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a
quienes nos ofenden”, quitándoles así de la cabeza a los países tercermundistas
que les condonaran la deuda.
En América Latina el papado
de Juan Pablo II se caracterizó por la podredumbre y la indecencia. La relación
del narcotráfico con la Iglesia Católica fue poco menos que evidente. Con el
consentimiento de Juan Pablo II, las jerarquías eclesiásticas de Chile y
Argentina apoyaron la represión ejercida por las dictaduras militares. Martillo
de la Teología de la Liberación, hasta tres veces fue monseñor Romero a Roma a
pedirle protección. Juan Pablo II ni siquiera lo recibió. Romero sería
asesinado poco después, al igual que el español Ignacio Ellacuría y muchos
otros. Sin embargo protegió y encubrió a Marcial Maciel, abusador sexual de
menores y fundador de los Legionarios de Cristo.
Nos enseñaron en el
bachillerato que los gases tienden a expandirse, ocupando el máximo volumen del
recipiente que los contiene, adoptando la forma de éste. Y aquella Ley de
Boyle-Mariotte nos demostraba que en los gases había una relación inversamente
proporcional entre volumen y presión: a mayor presión, menor volumen ocupa el
gas. La Iglesia Católica, cual gas innoble, también tiende a ocuparlo todo: las
mentes de los niños y niñas, el aparato reproductor de las mujeres, la vía
pública…Y como la presión del Estado sobre la Iglesia es cero, ésta vuelve a
ocuparlo todo, como en los mejores tiempos del nacionalcatolicismo. ¡Qué
contenta la sevillanía! De seguir así, tendremos que salir a la calle con una
máscara antigás.