Rosario Granado
18
de febrero de 2025
Hemos visto en estos días las imágenes de intercambio entre prisioneros liberados tras el pacto de cese el fuego entre Israel y Gaza. Esta tregua se está llevando a cabo con muchas dificultades para la población palestina por los muchos incumplimientos por parte de Israel. No han cesado los disparos de francotiradores israelíes con una media de seis asesinatos diarios, los soldados les han impedido volver a sus casas o a lo que queda de ellas, han retenido los camiones de ayuda humanitaria, y se han resistido a retirarse de las zonas acordadas. La tregua ha sido firmada sólo por 46 días y con la coletilla explícita de que podrán atacar de nuevo cuando ellos lo consideren.
En este intercambio de rehenes llama la atención la diferencia del estado de salud de unos y otros. Mientras que los rehenes israelíes han sido bien tratados por los combatientes de Hamás y bien atendidos en todas sus necesidades, como hemos podido ver por su aspecto físico y por sus mismas declaraciones (a pesar de las carencias imaginables, entre ellas la hambruna generalizada), los presos palestinos han salido de las cárceles y centros de detención israelíes en un estado lamentable. Hemos visto salir a niños, mujeres, hombres, ancianos, todos maltratados, humillados, desnutridos, famélicos, enfermos y con signos visibles de haber sido torturados.
No podemos olvidar la imagen de Jalida Jarrar, de 61 años, diputada del Frente Popular de Liberación de Palestina, con muchos años de cárcel en «detención administrativa», es decir sin cargos ni acusación alguna, con solo algunos breves periodos en libertad entre detención y detención. Ella formó parte del primer grupo de 90 presos liberados por Israel formado por mujeres y niños. Cuando Jalida, ya en Ramala, bajó del autobús que los transportaba, estaba irreconocible, pálida, aturdida, no podía hablar, había sido torturada, salía de una celda de aislamiento severo. No fue hasta el día siguiente que pudo hablar y denunciar los «malos tratos» en la cárcel: «Es la primera vez que hablo con un ser humano después de seis meses de aislamiento en mi celda, somos tratados como si no fuéramos seres humanos», fueron sus palabras. Ella considera la cuestión de los presos como «una causa nacional palestina».
Con Jalida también fue liberada Abla Saadat, de la Unión de Comités de Mujeres Palestinas, esposa del secretario general del FPLP Ahmed Saadat, encarcelado desde 2006.
Y hemos visto cómo la alegría por la liberación se superponía a todos los sufrimientos anteriores. Sus caras sonrientes, los gritos de alegría, imágenes emotivas de reencuentros con las familias, niños liberados abrazados a sus padres, madres abrazando a sus hijos que vuelven a casa, calles y plazas a rebosar de gente entusiasmada celebrando el acontecimiento.
Pero sólo en Gaza. En Cisjordania el ejército israelí aterroriza a las familias de los presos que son liberados por el acuerdo de intercambio. Este pasado sábado, 17 de febrero, asaltaron la vivienda de Nael Obeid en Issawiya, un barrio de Jerusalén, poco después de su liberación. Y en Hebrón se llevaron presos a los familiares de Al-Najjar que esperaban su llegada bajo una tienda improvisada. Y a él no le permitieron quedarse y lo expulsaron del país.
El sistema carcelario (o concentracionario, si le añadimos los centros de tortura de Sde Telman del desierto del Neguev, los «guantánamos» israelíes, donde está prisionero el doctor Husán Abu Safiya, director del hospital Kamal Adwan de Gaza) forma parte del sistema de ocupación colonial israelí. Todos los palestinos han pasado por las cárceles del régimen israelí o tienen familiares presos. Todos.
Una ojeada rápida a las circunstancias que rodearon sus detenciones y el ambiente de violencia a los familiares de algunos de los presos liberados da idea del sufrimiento infinito de este pueblo martirizado.
Israel ha liberado también al preso palestino que más tiempo llevaba en prisión, Muhammed al-Tous, miembro del movimiento Al-Fatah, de 68 años de edad, que estuvo detenido durante cuarenta años consecutivos en la oscuridad de las cárceles sionistas, sufriendo malos tratos, humillaciones y tortura. Su primera detención fue en el año 1970, con 13 años. Escapó de prisión siendo detenido cuatro veces más hasta el año 1985, en el que fue detenido y preso para no salir más hasta este momento de su liberación en la ciudad de Al-Yabaa, al sur de Bethehem. Escribió varios libros, como Ojo de la montaña, contando su vida y su lucha. En su última obra, Dulzura y amargura, nos ofrece una visión de las expectativas de los palestinos en las cárceles israelíes. Muhammed Al-Tous, al igual que otros muchos, no pudo volver a su tierra; fue deportado a Egipto.
También recuperó su libertad el 25 de enero Muhammad al-Ardah, encarcelado en el 2002. En 2014 sufrió un año en aislamiento. El 6 de septiembre de 2021, su nombre volvió a destacar en las noticias cuando protagonizó la fuga de la cárcel de Gilboa en la operación Túnel de la Libertad, junto a otros prisioneros, cavando un túnel con una cuchara*. Durante su encarcelamiento, Mohammed al-Arda escribió varias obras, entre ellas Filología de la Lucha y la novela Al-Rawahel.
Zakaria Zubeidi, otro preso legendario, símbolo de resistencia, fue liberado en la tercera tanda del canje de presos. Apareció en Ramala demacrado y en muy mal estado, con la cabeza rapada. Con los dedos en señal de victoria fue cargado en hombros por la multitud.
Arna Mer-Jamis fue una profesora judía y activista por la paz, que en 1987 tras la primera intifada fundó en Yenín el Teatro de la Libertad. La madre de Zacaría, Samira, ofreció el piso superior de la casa familiar para los ensayos. Él, su hermano mayor Daoud, y otros cuatro chicos de su misma edad formaron el núcleo de la troupe inicial.
Zacaría Zubeidi nació en el campo de refugiados de Yenín, asistió a la escuela de la UNRWA y fue un excelente estudiante. En 1989, a los 13 años, sufrió una herida de bala en la pierna cuando lanzaba piedras a soldados israelíes, lo que lo dejó hospitalizado durante seis meses y le obligó a someterse a cuatro operaciones. La grave lesión le dejó una pierna más corta que la otra y una cojera visible. A los 14 años fue arrestado por primera vez por lanzar piedras y encarcelado durante seis meses. Durante este tiempo, se convirtió en el representante de los niños prisioneros ante el gobernador de la prisión. El 3 de marzo de 2002, su madre fue asesinada durante una incursión militar israelí en Yenín. Ella se había refugiado en la casa de un vecino, estaba cerca de una ventana y le disparó un francotirador israelí, desangrándose hasta morir. El hermano de Zacaría, Taha, también fue asesinado por los soldados poco después. Un mes más tarde, el ejército israelí lanzó una ofensiva a gran escala sobre el campo de refugiados de Yenín, destruyendo cientos de casas, dejando a 2.000 personas sin hogar, y provocando la muerte de muchos palestinos. Zacaría fue testigo de la destrucción de su casa junto con gran parte del campamento. En 2007 fue amnistiado. En 2008 fue director del Teatro de la Libertad. Utilizó el arte para denunciar la ocupación israelí y la opresión de los palestinos, dando apoyo a los jóvenes palestinos a través de la resistencia cultural y proporcionándoles una manera artística de expresarse en medio de la violencia de la ocupación. A finales de 2011, fue detenido sin acusación ni cargos por la Autoridad Palestina a petición de Israel.
En 2018, Zakaría comenzó sus estudios en la Universidad de Bir Zeit. Pero fue arrestado por las fuerzas israelíes. También lamentó la pérdida de su hermano Daoud, quien sucumbió a sus heridas después de ser tiroteado por las fuerzas israelíes hace tres años. Trágicamente, los tres hermanos de Zakaría fueron asesinados por las fuerzas israelíes estando él en la cárcel. Su vida ha estado marcada por la pérdida y el sacrificio por la causa palestina. Su hijo Mohammed fue asesinado con 21 años. Con Muhammad Al Ardah y otros cuatro presos más lograron escapar de la cárcel en la operación Túnel de la Libertad que horadaron con ayuda de una cuchara. Fue capturado una semana después y torturado brutalmente.
Antes de la liberación de Zakaría Zubeidi, los soldados israelíes, como han hecho con la mayoría de los presos liberados de Cisjordania, amenazaron y detuvieron a los miembros de su familia, los humillaron, los esposaron y les vendaron los ojos, incluyendo a su hijo de 14 años, mientras asaltaban y destruían su casa en el campo de refugiados de Yenín. Israel intenta por todos los medios ahogar en llantos cualquier esperanza, cualquier atisbo de alegría en las familias palestinas y esta es su manera de hacerles sufrir justo en los momentos de gozo y celebración.
En la quinta tanda de intercambios fue liberado Mansour Moqadaa, después de 23 años de cárcel. Cuando era joven recibió cuatro balas y quedó en silla de ruedas. El ejército se la confiscó al salir del centro de detención así como sus medicinas. También ha sido expulsado a Egipto.
Recientemente han sido liberados en la sexta tanda, Abdel Subaih, joven al que le amputaron una pierna en la cárcel, Hassan Owais, detenido cuando su hija tenía un año y con la que hoy se reencuentra después de 23 años, y su hermano Abdul Karin Owais, deportado a Egipto.
Permanecen en las cárceles israelíes sobre 10.500 personas presas, más de un tercio sin cargos y sin juicio, la mayoría sometidos a malos tratos y torturas como nos han podido contar y demostrar por las huellas evidentes los presos liberados.
Pero mientras los gazatíes intentan volver a sus casas y sobrevivir en unas condiciones terribles, aunque sin los bombardeos continuos sufridos durante los últimos quince meses, los palestinos de Cisjordania sufren incursiones del ejército y de los colonos israelíes cada vez más violentas. Con bombardeos, detenciones masivas y derribos de bloques de pisos. Yenín está siendo destruida sistemáticamente desde que empezó la tregua en Gaza, y en Tulkarén han expulsado ya hasta el ochenta por ciento de la población, mientras las excavadoras están derribando las viviendas y destruyendo la red de alcantarillado y agua potable para hacer inhabitables los barrios evacuados.
El Genocidio en Gaza se extiende ya a toda Cisjordania y con los mismos métodos expeditivos: bombardeos, detenciones, asesinatos, desplazamientos forzosos y destrucción masiva de las infraestructuras.
La causa palestina se ha universalizado convirtiéndose en la causa del derecho de autodeterminación de todos los pueblos oprimidos, y también de los defensores de la Justicia universal y del Derecho Internacional. Y defender la causa palestina supone también defender la democracia y los avances sociales conseguidos en estas últimas décadas en todo el mundo.
Ya no hay disimulo, está claro para todo el mundo cuál es la naturaleza colonial del Estado de Israel y del sionismo. Netanyahu, recibido por Trump, está al margen de la ley, bajo orden de detención y captura por crímenes de guerra y genocidio emitida por la Corte Penal Internacional. El Estado sionista siempre estuvo, y ahora más que nunca, al margen de las leyes internacionales, basando su política en la fuerza militar, en la ley del más fuerte. Es la política que EEUU y Europa le han permitido hacer con impunidad total, es la política de la ultraderecha internacional organizada. El sionismo actual representa valores e intereses similares a los que representó el fascismo en el siglo pasado. A esto, nada menos, es a lo que se está enfrentando el pueblo palestino, y por eso no podemos dejarlos solos, porque nos afecta a todos.
Esta política violenta de ultraderecha no se circunscribe a Palestina, es una política militar, económica y social que amenaza y se extiende ya por muchos países europeos y del mundo. Por eso también la solidaridad con el pueblo palestino debe continuar y fortalecerse. En este año largo de genocidio millones de personas hemos salido a las calles en todo el mundo, pero corremos el riesgo de ir normalizando la barbarie, de que salga de los noticiarios, de que pensemos que con la tregua se acaba la ocupación y el sufrimiento palestino, de retirar paulatinamente nuestra mirada de la escena del crimen, de refugiarnos en nuestras rutinas y acabar aceptando como inevitables estos hechos, hasta que nos alcancen también y de forma inexorable las políticas reaccionarias, la pérdida de libertades, los regímenes autoritarios y el retroceso cultural y económico... Tenemos que impedirlo.
Por eso hay que seguir pidiendo al Gobierno la ruptura de relaciones con Israel y el embargo de armas. Ahora más que nunca es necesario impedir el suministro de armamento y de combustible a Israel. Ahora más que nunca, todas las personas conscientes y comprometidas con los valores de la democracia y de la paz, debemos apoyar activamente la justa lucha del pueblo palestino. Aunque no resulte evidente a primera vista, su resistencia y su lucha por su liberación forma parte de la defensa de las libertades democráticas y de la soberanía de las demás naciones. De defensa de toda la Humanidad. Una lucha para seguir siendo humanos.
Nota:
* https://vientodejustocambio.blogspot.com/2021/09/con-una-cuchara.html