Antonia Corona Aguilar
14 de
septiembre de 2023
“Los hombres que quieren apoyar a las mujeres en nuestra lucha por la
libertad y la justicia deben entender que no es terriblemente importante que
aprendan a llorar sino que lo importarte es que abandonen los delitos de
violencia contra nosotras”
ANDREA RITA
DWORKIN (1945-2005)
Este
verano ha sido movidito…, bueno más que movidito, ha estado muy revuelto en
cuanto a asesinatos y agresiones machistas. Un verano sumamente violento. Leyendo
diferentes textos que han ido cayendo en mis manos me encontré con que la antigua
Grecia nos proporcionó distintas descripciones de esa manifestación que se daba
en la naturaleza, en los hombres, incluso en los dioses; para Heráclito, “la
violencia es padre y rey de todo” (Heráclito, 540 a.C.-480 a. C.). Con esa
frase podemos observar que ser violento
se entendía como una cualidad que proporcionaba gloria y estimación social para
los hombres. Y fijémonos bien, dice para el hombre, entendido como lo que
significa, como hombre varón, y no como nos quieren hacer ver con ese masculino
genérico patriarcal. Esquilo (525 a. C.-456 a. C.), transforma la violencia en
objeto de reflexión política. Profundiza en la idea de que “la violencia genera
violencia hasta que se alcanza una forma de reconciliación sobrehumana”. Más
adelante, Sófocles, (496 a. C.-406 a. C.) nos mostrará la irracionalidad de la
violencia de los actos humanos y nos advertirá de las funestas consecuencias de
la desmesura de ésta.
Podemos seguir con definiciones de violencia siglo tras siglo, pero como el espacio no da para tanto, elegimos las que aparecen en el diccionario de María Moliner (2000), en donde violencia significa, en su segunda acepción: “utilización de la fuerza en cualquier operación, en especial con referencia a cosas no materiales”. Y en la quinta acepción: “acción injusta con que se ofende o perjudica a alguien”. Las dos confluyen en la definición que hace de ella la Organización Mundial de la Salud (OMS), que define como violencia “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”.
Como
hemos podido comprobar, las violencias tienen un peso importante y central
desde la creación de nuestras sociedades pasadas y actuales y de los modelos de
convivencia establecidos, ya que constituye una lucha de poder, de control de
unos sobre otros. Bourdieu (2000) nos ayuda a entender la fuerza de este
fenómeno cuando nos advierte de la raíz estructural de las violencias, junto
con la fuerza de la institucional y la sutileza y estrategia de las violencias
simbólicas. Junto al sociólogo francés, Millett (2000); Galtung (1995) y
Martinez Román (2005) nos advierten que las violencias dejan de ser un suceso,
un problema personal entre agresor y víctima para definirse como violencia estructural
sobre determinadas personas o colectivos. Con una función de refuerzo y
reproducción del sistema de desigualdad, su amenaza doblega la voluntad de las
personas y cercena sus deseos de autonomía (Millett, 2000: 58). Mediante la
socialización, las personas aprenden y hacen suyas las pautas de comportamiento
social de su entorno. De ahí que la violencia se entienda que tiene orígenes
innatistas y ambientales (Varela, 2014).
Lo
de Rubiales, en agosto del año 2023 d. C., bebe de todas las violencias. Es institucional,
ya que cuenta con una legitimación y respaldo anclado en la organización social
para perpetuarse y reproducirse en los diferentes ámbitos sociales. Bourdieu
señala cuatro instituciones principales que hacen que perduren las violencias:
familia, escuela, Estado e iglesia, que actúan objetivamente orquestadas sobre
las estructuras inconscientes para que se mantenga y perdure el poder
patriarcal, jerárquico y opresor (Bourdieu, 2000: 109). Es simbólica, ya que
parte de estrategias construidas socialmente en el contexto de esquemas
asimétricos de poder, caracterizados por la reproducción de los roles sociales,
estatus, género, posición social, categorías cognitivas, representación
evidente de poder y/o estructuras mentales, puestas en juego cada una o bien
todas simultáneamente en su conjunto, como parte de una reproducción encubierta
y sistemática. Son las más peligrosas ya que se caracteriza por ser una
violencia invisible, soterrada, subyacente, implícita o subterránea, la cual
esconde la matriz basal de las relaciones de fuerza que están bajo la relación
en la cual se configuran. Haciendo alusión a Michel Foucault, “el poder está en
todas partes”. Solo debemos "hacer visible lo invisible". Y por
supuesto, es estructural, ya que está anclada en las lógicas patriarcales que
sostienen nuestro modelo de sociedad.
El
caso Rubiales se ha hecho público porque apareció en los medios de
comunicación, y ha pasado de ser héroe a villano porque la sociedad se ha
movido, porque se ha convertido en un escándalo machista denunciado
internacionalmente. Y además, adquiere una nueva dimensión al entrar en la vía
penal por la denuncia interpuesta por la jugadora víctima de la agresión. Jenni
Hermoso ha sabido superar la manipulación de que ha sido objeto por parte de
Rubiales y de la Federación en un intento de revictimizarla y de hacer recaer
sobre ella la culpa de lo acontecido, claro ejemplo de las tres violencias de
las que hablábamos al principio del artículo: la estructural, la institucional
y la simbólica.
En
esta semana que nos ha dejado la mujer que tantas veces nos avisó con su
canción de “Se acabó”[i]
tenemos que difundir y sumarnos al movimiento que ha surgido en el ámbito del
deporte de “Se acabó”[ii].
No sé si son casualidades o causalidades, pero quiero pensar que vientos de cambio están soplando para
que se vayan las violencias machistas en todas sus modalidades.