María del Valle Laguna-Barnes. Psicóloga clínica. Sociedad Española
de Psicoanálisis - Asociación Psicoanalítica Internacional
9 de mayo de 2025
Artículo
publicado originalmente en: Apuntes de
Psicología, 42(1), 55-61. https://doi.org/10.55414/ap.v42i1.1569
La recuperación de la Memoria
Sabemos del valor, la capacidad y la trascendencia de la memoria. Ésta registra,
clasifica y guarda nuestras experiencias, emociones, imágenes, sentimientos, conocimientos y habilidades.
Guarda y mantiene un inmenso archivo sin que seamos muy conscientes de ello;
tampoco sabemos cuándo evocaremos un recuerdo o cuándo éste ocupará nuestra
mente.
Señala Ruiz-Vargas (2023) que “la memoria es un archivo íntimo que nos muestra que somos personas con una historia, con una biografía, con una identidad” (pág. 29). Pero la memoria no es propiamente el pasado, ni su evocación, sino el sentido que en el momento de evocarlo le damos a un recuerdo o acontecimiento pasado. En circunstancias normales son construcciones de significados subjetivos dentro de los escenarios de nuestra propia historia y dentro de los contextos familiares y sociales. Pero desde el punto de vista socio-político, las memorias están ligadas a acontecimientos y proceso sociales, culturales y políticos que tuvieron un carácter especial, que ocurrieron bajo situaciones límite o violencia política extrema (Vinyes, 2018).
Situándonos en el
contexto de la violencia política extrema de la dictadura franquista española,
que se prolongó al menos hasta 1975 con el fallecimiento del dictador, las
victimas no podían construir un sentido y un significado a lo vivido,
produciéndose necesariamente quiebras y perturbaciones de la memoria, quedaron huellas
y marcas que no serían memoria hasta que no pudieran ser evocadas y situadas en
un marco que les diera sentido.
Las instituciones, los partidos políticos
y la sociedad nos hemos incorporado al proceso de recuperación de la memoria de
la dictadura fundamentalmente a partir
de la eclosión, la fuerza y
el empuje de las asociaciones memorialistas, en su mayor
parte formadas por familiares de represaliados y que empiezan a despuntar al
final del siglo pasado y principios del presente. El Estado y los respectivos gobiernos han asumido
la responsabilidad de la
recuperación de la memoria muy tardíamente y en parte a causa de la presión de
estas asociaciones.
De hecho, hasta principios de este siglo
no se hicieron exhumaciones con carácter científico, con presencia de equipos multidisciplinares (arqueólogos, antropólogos, forenses). Promovidas por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), contaron con la novedad de la incorporación de los
medios de comunicación, lo cual contribuyó a la difusión y al comienzo de la socialización del concepto de la Recuperación de la Memoria Histórica
que, teniendo cada vez más eco en la población, supuso que se empezaran a usar
términos como “desaparecidos”, “exhumaciones”, o “trabajo esclavo”. A partir de entonces, los gobernantes españoles comenzaron a proponer
algunas iniciativas
legislativas; por ejemplo, en noviembre de 2002 se aprueba en el Congreso de los Diputados una Proposición no de Ley de condena de la sublevación golpista
de julio de 1936 (Silva y Macías, 2003, Eguilor,
2022).
Estos datos confirman la labor fundamental de los movimientos sociales para que se abordara un tema de tal envergadura, que interpelara sobre todo a los políticos, pero también a los
profesionales de distintas áreas
(historia, sociología, psicología) y que comenzara su recorrido legislativo.
También en estos años la psicología social
ha empezado con empuje a tener cierto papel en el proceso de recuperación de la memoria colectiva de la dictadura y una
muestra de ello es la celebración del seminario donde, como comunicación, se presentó
originariamente el presente trabajo.
Aunque con menor transcendencia pública,
por estar sujeta al secreto profesional, también la
psicología clínica ha tenido un papel en este proceso de recuperación de la memoria
al atender, en intervenciones tanto individuales como familiares, a descendientes
de víctimas y de victimarios. Y tanto la psicología social como la
psicología clínica pueden
seguir contribuyendo significativamente a la investigación, la
construcción teórica y las intervenciones en torno al movimiento de
recuperación de la memoria.
De hecho, en otros contextos, los psicólogos sociales
y clínicos han tenido un papel esencial
en sus intervenciones a nivel individual
y social con las víctimas del genocidio nazi y de las dictaduras
latinoamericanas. En concreto
en Argentina es conocido el trabajo
de la llamada Psicología
Política Latinoamericana que,
a partir de la mitad de la década
de los 80, intervino para aliviar el sufrimiento
de los afectados por la represión; trabajos que se hicieron con familiares de
víctimas, algunos que vivieron los hechos y otros, hijos o nietos, que no fueron
testigos ni vivieron
directamente las experiencias, pero sí la absorbieron a través del
sufrimiento transmitido por sus predecesores.
En todo caso, se ha de tener en cuenta la
duración de cada dictadura para poder entender las diferencias en los procesos sociales
posteriores: la dictadura argentina duró siete años, la chilena
trece y la española 40. En Argentina enseguida se pudo constituir la Comisión
de la Verdad, se pusieron en marcha el proceso y juicio del Nunca más (un caso ejemplar) y el
movimiento social de las Abuelas de la
Plaza de Mayo estuvo activo muy pronto.
Volviendo
a nuestro país,
aunque hemos de comprender
e interpretar al individuo y los grupos en sus circunstancias históricas y
sociales, esto no debe convertirse en argumento para que no cuestionemos las
inercias que los gobiernos generan en los
ciudadanos e investigar las causas. Debemos tener en cuenta cómo se ha
configurado el contexto histórico, social y cultural desde el final de la
dictadura franquista. Conocemos algunas de las
razones políticas para que pasaran
30 años desde
la aprobación de la Constitución de 1978 hasta que se publicó la primera
Ley de Memoria Histórica en 2008 y 44
años hasta la actual Ley de Memoria Democrática de 2022. Leyes que, aunque incompletas,
han supuesto un soporte
moral y legal, así como un alivio emocional
para los familiares de represaliados. Quizás se hizo la transición
posible, por supuesto no ejemplar, pero hemos de tener en cuenta que la
democracia se gestó y nació en parte —sin negar con ello el gran valor de la lucha contra el franquismo de los grupos de
izquierda— de las entrañas de la dictadura. Es por ello que se mantuvo el
relato manipulado de la historia, se estableció que las heridas debían
cerrarse, se negó el conflicto y se decretó la falsa “reconciliación nacional”
con la Ley de Amnistía de 1977.
Esta realidad creó dos escenarios: el primero que los familiares de represaliados tendrían que
aceptar el perdón oficial que por ley
se establece hacia los responsables de la barbarie ejercida durante la dictadura; no habría ni justicia, ni reparación y los seres queridos desaparecidos seguirían en fosas, sin identificar ni enterrar
dignamente. El otro, que muchos responsables políticos activos durante
el franquismo se hacen conversos de
la democracia, se sienten impunes, no han de dar cuenta de nada y aparentemente se integran en el proceso democrático.
Desde la mirada de la psicología clínica
aplicada a los grupos era probable que ninguna de las dos situaciones fuera duradera. Las emociones, identificaciones y fidelidades que los protagonistas de ambos escenarios guardan, están latentes y más adelante eclosionarán
en base a la dinámica de la transmisión transgeneracional (Rozenbaun, 2005). Los protagonistas del primer escenario se
agruparán e irán creando las asociaciones memorialistas en todo el Estado Español para reivindicar verdad,
justicia, reparación y garantías de no repetición. Así, por ejemplo, cuando se celebró en la Facultad de Psicología de la Universidad de Sevilla el seminario
La transmisión de la memoria de la
Dictadura en España. Recuperando las memorias
familiares y colectivas (20-21 de junio de 2023), organizado conjuntamente con asociaciones de familiares
y organizaciones memorialistas, asistían muchos familiares de
represaliados y las fotografías de sus seres
queridos desaparecidos
estaban expuestas delante
de todos los asistentes. Los del segundo escenario, también en base a los mismos mecanismos de transmisión
e identificación, sumado a la impunidad establecida, han facilitado la
emergencia actual de una extrema derecha que confirma que muchas de estas personas
eran pseudodemócratas y que el franquismo
transmitido por los ascendientes sigue teniendo un importante arraigo en
parte de la sociedad española actual.
Efectos Psicológicos y Traumas Durante
la Dictadura. Evolución y Persistencia Actual
Veamos ahora de forma concreta los procesos
sugeridos anteriormente: se trata de la observación y comprensión de los
impactos psicológicos de la guerra civil (1936-39) y los cuarenta años
posteriores. La dictadura provocó estados emocionales cargados de sufrimiento, terror,
angustia, humillación, vergüenza, incertidumbre, desesperación,
confusión, rabia… unido a unas condiciones de vida de pobreza y carencias. Todo
ello ocasionó duelos imposibles, heridas profundas, vivencias que quedaron
inscritas como experiencias traumáticas (Silva y Macías, 2003)
Estas experiencias traumáticas han
permanecido vivas en los familiares. Las victimas
sobrevivientes han ido impregnando a sus
descendientes todo este conglomerado emocional, impregnación que se produce por
una parte de forma consciente y por otra inconscientemente. Generalmente se
transmite a través de los silencios, los secretos, los ocultamientos o las
comunicaciones confusas, ambivalentes o enigmáticas (Werba, 2002).
En relación a estos procesos
vamos a aludir
a algunos conceptos elaborados en parte desde la
propia experiencia clínica y en parte desde las teorizaciones realizadas por
psiquiatras, psicólogos clínicos y
psicoanalistas que trabajaron con víctimas del holocausto y de las dictaduras
latinoamericanas y que son aplicables a la realidad
de los actuales descendientes de víctimas de la dictadura franquista.
Son conceptos referidos a las dinámicas de los traumas:
los pactos de silencio, los tiempos
de latencia, las identificaciones patológicas
y los duelos inacabados.
Todos estos fenómenos psicológicos individuales y grupales los enmarcamos en la
transmisión transgeneracional (Kaës et al., 1983; Montevechio, 1993).
La transmisión transgeneracional estudia
cómo el universo mental y emocional
de individuos de una generación puede influir en los
de individuos de generaciones siguientes, cómo son estos fenómenos de la
transmisión y cómo son los procesos por medio de los cuales se ponen en marcha y se tramitan.
Estudia cómo se repiten de una generación a otra los elementos esenciales de la vida psíquica de los antepasados: los
modelos y patrones de relación, el
funcionamiento emocional, las ideologías, las creencias, las patologías, los
comportamientos y conductas (Laguna, 2014).
Habitualmente, estas transmisiones afectan a dos, tres o más generaciones.
Algunos profesionales de la salud mental
empezamos a interesarnos por la transmisión transgeneracional al encontrar
determinadas patologías en niños y adolescentes que estaban muy vinculadas a patologías parentales o
a transmisiones de “legados” (aspiraciones no alcanzadas, conservación de
ideología, creencias religiosas) que resultaban insoportables, cargando a los hijos con unas expectativas que en
ocasiones dificultaba el desarrollo, asolando
su identidad y ocasionando trastornos emocionales serios. Estas evidencias clínicas facilitaron las intervenciones con familias
y promovieron el estudio de las herencias psicológicas que las generaciones
anteriores transmitían a sus descendientes.
Las guerras con su violencia, destrucción y aniquilación de unos humanos contra otros, de unos estados contra otros, generan traumas masivos
que quedan anidados en el tejido social y se propagan a las generaciones siguientes de una forma invisible e insidiosa. Será costoso reconstruir el daño psíquico
individual y social que esas catástrofes provocan, catástrofes que suelen estar
generadas por la violencia de Estado
cuando fracasa el Estado de Derecho y se derriban las democracias.
Estos desastres masivos generan traumas
colectivos por la magnitud de los acontecimientos y por la cualidad de la afectación que causan en el individuo y en
el grupo social. Pueden ser situaciones traumáticas que son vividas en muchos
casos sin posibilidad de metabolización mental, experiencias que no han podido
ser representadas ni pensadas y, por tanto, tampoco verbalizadas. En estas personas
observamos una especie
de vacío narrativo, ya sea porque necesitan situarse
en el no saber o porque
lo que saben es innombrable y mantienen cierto
equilibrio psicológico gracias a mecanismos de defensas. Ha de pasar
tiempo para que los contenidos emocionales de esos traumas puedan ser
representados, pensados y que adquieran carta de identidad a través de la
palabra (Weil, 2000).
Cuando el trauma es relativamente reciente
y reaparecen experiencias vividas, el impacto puede ser de una magnitud que la mente humana no puede asimilar, no le
puede dar sentido, se producen quiebras y vacios. En estas circunstancias el ser humano recurre a algunos mecanismos de
defensa que tienen una función protectora. Es entonces
cuando se producen
los largos periodos de silencio generados por la
incomunicabilidad de las experiencias. Pero en ese silencio permanece una
comunicación no verbal a través del llanto, los gestos, los suspiros y diversos
elementos sensoriales. Es lo vivido y no representado dentro de la cadena
generacional (Eiguer et al., 1987; Ponce-de-León,
2005).
Por esta vía continua la transmisión, podemos
afirmar que es la persistencia de las huellas.
Este silencio no implica olvido ni borrado
(a pesar de las estrategias activas de borrado practicadas en todos los genocidios).
Es posible que la mayoría
de las experiencias no sean susceptibles
de ser borradas, la memoria humana almacena experiencias que esperan la ocasión
adecuada para que estas puedan emerger y recuperarse, se produce un olvido
temporal y las experiencias quedan latentes en la mente de las víctimas.
Y en
este punto haremos unos comentarios sobre el olvido. El olvido no solo no es lo contrario de la memoria, sino
que forma parte y es una manifestación de ella, un olvido no significa pérdida o borrado definitivo de la memoria sino una imposibilidad temporal
de acceder a ello. La neurociencia cognitiva ha mostrado que los olvidos
se deben a fallos en la recuperación de las huellas, idea que sustituye a la
teoría anterior en que se creía que estas huellas quedaban destruidas y desaparecían. La ciencia tampoco
ha podido probar que los
olvidos sean una consecuencia de una ruptura en las conexiones de las redes cerebrales de la memoria,
más bien los recuerdos o conocimientos entran en un estado de latencia, pierden fuerza y quedan apartados de la
conciencia (Ruiz-Vargas, 2023).
Los seres humanos necesitamos olvidar, al menos temporalmente, sobre
todo cuando se trata de emociones dolorosas. Sin embargo, los intentos
voluntarios de olvido de recuerdos no funcionan cuando estos
tienen mucha carga emocional, esta carga los convierte en recuerdos
resistentes, a veces casi indelebles. En este sentido, Ruiz- Vargas (2023) señala:
“Utilizando cualquiera de los métodos del
paradigma de olvido dirigido, los científicos comprueban una y otra vez, tanto
a nivel comportamental como neural (cerebral) que la emoción limita e incluso
anula la capacidad de las personas para controlar contenidos mentales en
general y de la memoria en particular” (pág.
418).
Pero para que no perdamos la conciencia de
nuestro pasado, para que éste no quede enterrado, borrado, deben darse condiciones
facilitadoras para su recuperación, porque podría suceder que lo que en una primera generación es indecible, en la segunda se transforme
en innombrable y en la tercera en impensable con los riegos de no recuperación.
En la entrevista que Philip Roth
(2017) hace en 1980 a Milan Kundera,
cuando éste se refiere al olvido, dice:
“Este es el gran problema privado del hombre: la muerte en cuanto pérdida del yo. Pero ¿qué es el
yo? Es la suma de todo lo que recordamos. Así, lo que nos aterroriza de la muerte no es la pérdida del futuro,
sino la pérdida del pasado. El olvido es una forma de muerte que siempre está presente (…) La nación que pierde
conciencia de su pasado, también va perdiendo gradualmente la conciencia de sí
misma” (págs. 325-326).
Kundera afirmaba esto desde el exilio y al
hilo de sus temores acerca de la desaparición de su país, que entonces vivía
bajo la dictadura soviética, sobre todo desde la Primavera de Praga y la
invasión de Checoeslovaquia en 1968.
Es en circunstancias tan límites que se
recurre a mecanismos de defensas como la represión que en realidad funciona
como un olvido temporal ya que desaloja de la conciencia los recuerdos
desagradables, la angustia, el conflicto, e intenta evitar el sufrimiento. Se
trata de expulsar de la conciencia recuerdos que amenazan el equilibrio psíquico
y se producen de forma automática
e inconsciente. Es como recurrir al instinto de conservación ante fuentes de peligro internas
y, por tanto, habría un olvido necesario que cumple temporalmente funciones de protección de nuestra salud
mental.
Los Pactos de
Silencio
El silencio de las víctimas
se produce por miedo a hablar cuando hacerlo implica ser represaliado,
revictimizando no solo al sujeto que habla sino a toda la familia y entorno; es
cuando se instalan los llamados pactos de
silencio. A nivel individual se produce un
encapsulamiento, mecanismo mediante el cual se aparta o aísla lo que duele y perturba
y a nivel colectivo aparecen alianzas defensivas
basadas en la negación; así la sociedad se mantiene alejada de su propia historia,
es como si lo ocurrido
no hubiera ocurrido.
A veces son largos periodos de silencio en que las experiencias traumáticas se siguen transmitiendo a través de componentes emocionales y sensoriales que se imponen
sobre los verbales. Estos aspectos descritos quedaron ilustrados de forma viva
en el seminario en el que inicialmente se presentó este trabajo a través de los testimonios de varios familiares de víctimas que, entre las terribles situaciones narradas, destacaron la
omnipresencia del silencio en sus vidas y la necesidad de callar como
protección.
Conocemos las circunstancias terribles de algunos escritores supervivientes del Holocausto, citaremos entre ellos a Primo Levi, Jorge Semprún y Robert Antelme. En el caso del primero, en 1987 se suicidó después de dedicar 42 años desde su liberación de Auschwitz a escribir acerca del significado de lo que unos seres humanos pueden llegar a infringirle a otros seres humanos. Pensaba que no existía lenguaje posible que conectara lo que tenía que decir — la experiencia vivida — con la escucha, el contexto y la empatía social necesaria (Eguilor, 2022). En su Trilogía de Auschwitz, Primo Levi hizo una descripción detallada del odio y ensañamiento del que es capaz el ser humano. Es posible que, a causa de la angustia y la necesidad de drenar experiencias tan demoledoras, al no poder esperar un tiempo de latencia, al narrar “demasiado pronto”, Levi no pudo sobrevivir. Quizás vivencias similares llevaron a Bruno Betelheim, Paul Celan, Tadeusz Borowski, Jean Améry y otros al suicidio.
En el caso de Jorge Semprún (1995), la experiencia fue diferente. En su libro La escritura o la vida explica cómo tuvo
que esperar años para poder escribir sobre sus vivencias en el campo de
concentración de Buchenwald. Fue un largo y doloroso camino que tuvo que
afrontar para transformar su experiencia vivida en experiencia escrita y
compartida. Como transmite a lo largo de su obra, para él no era imposible escribir, pero habría sido imposible
sobrevivir a la escritura, y optó por la vida.
Robert
Antelme (1947), en su libro La especie humana, narró de forma detallada
su estancia en Buchenwald y Dachau, describe
en él de forma clara las dificultades para transmitir la experiencia traumática
cuando está tan viva. Explica:
“Traíamos
con nosotros nuestra memoria, nuestra experiencia totalmente viva y sentíamos un deseo frenético de decirla con pelos y señales.
Sin embargo, desde los primeros días, nos parecía imposible colmar la distancia
que descubríamos entre el lenguaje del que disponíamos y esta experiencia, que para la mayoría de nosotros, continuaba
en nuestro cuerpo (…) Apenas empezábamos a
contar nos ahogábamos. Lo que teníamos que decir empezaba entonces a parecernos
a nosotros mismos inimaginable” (pág.9).
Sostenía que deberíamos sentirnos impugnados como hombres, como miembros de la especie
humana, por ello concibe su libro como “una única y última
reivindicación, un último sentimiento de pertenencia a la especie” (p. 11).
Una vez editado el libro nunca más habló de los campos de concentración, ni
pronunció esta palabra y ni siquiera el título de su libro.
Lo anterior nos hace preguntarnos ¿Cómo se puede
conservar la conciencia y la cordura
cuando se han sufrido las peores crueldades humanas? ¿Cómo después de vivir un genocidio
una persona puede integrar
la experiencia y reintegrarse a la vida?
En relación a los pactos de silencio, parece que se confirman los tiempos de latencia
en los procesos evolutivos de algunas dictaduras o genocidios hasta alcanzar
cierta penetración social. Por ejemplo, a partir de los años 80 del siglo
pasado se empezó a publicar estudios teóricos
y clínicos sobre
los efectos psicológicos en las víctimas del genocidio nazi, así como producciones literarias y cinematográficas sobre los
mismos. Ya hemos citado el avance
que sobre la recuperación de la memoria histórica se produjo en España a
principios de este siglo. También a partir del año 2000, en la sociedad portuguesa se produjo un aumento del interés sobre la dictadura salazarista y la guerra
colonial, mostrado a través de reportajes y publicaciones (Carreiras, 2023).
Disolución de los Pactos de Silencio. Evolución de la Memoria
Traumática. Hacia la Memoria Colectiva
Hemos visto cómo las huellas no se
convierten en memoria hasta que son evocadas, representadas y dotadas de
sentido. Solo cuando se pueden verbalizar, comunicar a otros, compartirse, es
cuando comienza una construcción social que va diluyendo los pactos de silencio. También,
cómo en relación a este proceso
de disolución jugó un papel trascendental una transmisión transgeneracional que permitió que la segunda
y tercera generación abriera brechas para recuperar la historia de lo ocurrido,
bien para dignificar
la memoria de sus antepasados o por la necesidad de saber y reivindicar la verdad. Y todo ello es posible
porque en la tercera
generación ya se ha atenuado el dolor y ha podido asumirse una elaboración
parcial del duelo.
La progresiva toma de conciencia por parte de los descendientes es llamada por Eguilor
(2022) memoria
traumática, sosteniendo que es la que permite a los familiares
recuperar la historia, hacer un proceso de elaboración parcial que va a
posibilitar que esta memoria traumática se convierta en colectiva. Es como si el trauma
hubiera funcionado como motor para reclamar el relato
de lo sucedido. A su vez esto se va expandiendo a la población, se produce la socialización del conflicto,
que pasa a ser ahora un trauma compartido. La segunda y tercera generación ha permitido que la
memoria traumática se vaya decantando hacia una memoria colectiva y social. Esto lo han hecho posible las
citadas Asociaciones Memorialistas, un movimiento con mucha fuerza
que se ha convertido en el principal motor de presión sobre el Estado
para que cumpla el deber de memoria.
El empuje de los familiares para la recuperación de la memoria permitirá hacer el duelo que no
pudieron hacer padres y abuelos, un duelo en diferido pero reparador. La evolución y recorrido
del trauma aquí descrita es ilustrada por los descendientes de las víctimas que
narran con detalles algunas situaciones por las que pasaron sus familiares:
prisión, trabajo esclavo, fusilamientos, desapariciones, carencias básicas, estigma social. También trasmiten
sus experiencias vividas: la incertidumbre, el no saber, el silencio
absoluto sobre los hechos, el terror, el sentimiento de vergüenza y humillación.
Duelos Inacabados y Continuidad
de la Recuperación de la
Memoria
Algunos
familiares de víctimas
a veces tienen la impresión de que sus duelos serán
inacabados porque sin la recuperación, identificación del cuerpo de la víctima
de la represión y de que éste sea enterrado dignamente no es
posible o es muy difícil elaborar el
duelo. Sin embargo, aunque esta noción de duelo incompleto es incuestionable, es importante
distinguir entre esta realidad del duelo inacabado y el hecho de que el trabajo de memoria puede
y debe continuar. Nos referimos a que el compromiso de las asociaciones no se acaba en el acto de identificar al propio familiar y enterrarlo
dignamente, sino que es necesaria la continuidad, hacer realidad el lema de “Verdad, justicia, reparación y garantía de no
repetición”. Ello implica seguir trabajando en el mantenimiento de la memoria, y en este sentido serían
duelos que no terminan, no porque
sean patológicos sino porque se necesita la continuidad
de la reparación.
Una de las muestras de esta continuidad se
expresa en las celebraciones de los aniversarios y sobre todo en la
construcción de memoriales. En esta cuestión
del mantenimiento de la memoria es importante citar lo que Vamik Volkan (2014) llama los “objetos
vinculantes”. Estos simbolizan un punto de encuentro entre la
representación mental de la persona perdida y el familiar. No son simples
recuerdos, están llenos de contenido, proporcionan una continuidad entre
el tiempo antes
de la pérdida y el posterior a ella
o una continuidad generacional si la persona perdida perteneció a la generación
anterior.
A nivel individual son significativas las
fotografías, cartas y objetos pertenecientes a la persona perdida. A nivel colectivo lo más
representativo son los memoriales
que tienen un alto valor afectivo,
simbólico, de reparación
y que son objetos vinculantes compartidos.
Generalmente estos memoriales
son lugares en que se comparte una
historia común, se muestran relaciones interpersonales reparadoras, quedan asociados a la idea de completar el duelo inconcluso, actúan
como recordatorios para la sociedad, permiten que la memoria sea revisitada permanentemente y continúe
la elaboración colectiva de los duelos.
Sobre las Identificaciones Patológicas
Teniendo en cuenta que la identificación es una forma originaria de establecer lazos afectivos y vínculos y que es un proceso
básico en la constitución de la personalidad, podemos considerarla como un mecanismo central en la
transmisión (Grinberg, 1985). Son alianzas naturales y
necesarias con las figuras parentales, pero pueden convertirse en identificaciones patológicas que determinan la vida de los descendientes. Ya hemos dicho
que, en el caso de las
víctimas, un gran número de sobrevivientes y descendientes
han tramitado las situaciones traumáticas a través de un tipo de transmisión que, aunque compleja y
costosa, ha ido en la dirección de la elaboración de los duelos,
de la recuperación de la
memoria colectiva y el empeño de llegar hasta el final en las reivindicaciones.
Pero esto no ha ocurrido con todos los familiares de las víctimas. Bastantes
de ellos, ante un tema tan complejo y desbordante y por muy diversas
circunstancias de sus vidas, se han alineado con la ideología franquista o de
extrema derecha a pesar de tener ascendientes represaliados. Se da en estos casos o una identificación
adhesiva con el poder dominante, una negación del conflicto o un
sepultamiento de lo que se sabe en el sentido de que se instauró
definitivamente el silencio sin dejar resquicios.
Un ejemplo límite lo representa una
familia concreta cuyo padre, a pesar de tener familiares directos represaliados
por el bando golpista, se alineó con este bando en una colaboración activa
represaliando víctimas. En la familia predominaba el silencio, el secreto o
algunas comunicaciones enigmáticas. Los dos familiares desaparecidos parecían
no haber existido. Lo que supimos a través
de la nieta es que en su casa se respiraba un clima
de vergüenza, una especie de silencio de muerte y la presencia de un padre muy inhibido, rígido y distante, situación que comprendió cuando obtuvo información por
otro familiar con quien habían roto la relación hacía tiempo. Más allá de que
las causas de esta actitud fueran el miedo, la necesidad de tener poder, de sobrevivir o proteger a la familia, lo cierto es que la primera generación hizo una “identificación
con el agresor”, que la segunda generación desarrolló una inhibición grave,
tuvo que hermetizar todos los posibles escapes y la tercera generación recibió
un legado muy difícil de procesar, al menos para esta nieta que cargó con un
secreto enquistado con connotaciones negativas, incomprensibles y vergonzantes.
En bastantes casos de familias con
represaliados, éstas se quedaron en silencio, nunca contaron nada a hijos y
nietos, ni por supuesto hablaron de determinados temas. En estos, las victimas
vivieron un profundo dolor en soledad, no hubo descendiente con deseos de
investigar o el silencio no tuvo resquicios.
En el caso de los victimarios, teniendo en
cuenta la ideología fascista, hay muchos
ejemplos de identificaciones patológicas. A menudo el núcleo familiar ha estado inmerso en
situaciones relacionadas con fidelidades “sagradas” hacia las figuras
parentales que, a su vez, se han identificado con líderes políticos o militares de un narcisismo sádico y perverso extremo. Son
fidelidades atávicas. Lo atávico hace referencia a lo primitivo y mientras más arcaica y primaria es una identificación más afecta a la identidad del individuo: son
identificaciones en que se asumen mandatos parentales y se consolidan
identificaciones adhesivas que hace imposible
que el descendiente construya su propio
pensamiento (Leguizamón, 2015). Otros descendientes,
sin tener ninguna adscripción política
de derechas, no tienen actitud
crítica, no creen que se deba condenar el golpe de estado de 1936 y no
debe haber asunción de responsabilidad. Este grupo se mantienen en “el no saber” sobre la historia
ocurrida.
La larga dictadura
española y sus diversos mecanismos represivos crearon una sociedad muy hermetizada, la población para sobrevivir ha
tenido que practicar la autocensura, la inhibición y el silencio. El poder de
la iglesia juega el doble papel represor a través de la doctrina oficial y al
mismo tiempo, engañosamente, proporciona el consuelo espiritual
de la fe y las creencias. Nos atreveríamos
a decir que esto ha causado un estado psicológico colectivo de sometimiento con
claves depresivas. Efectivamente, los traumas colectivos deshacen los cimientos
relacionales, intersubjetivos y sociales y las dictaduras y totalitarismos
dejan sin memoria a los seres humanos y los infantilizan.
Con trabajos como el presente, esperamos
contribuir por una parte a comprender estos procesos psicológicos y por otra
nos estimule como ciudadanos a cuestionarnos e identificar los retos que sobre estos trascendentales temas tenemos pendientes. Podemos
preguntarnos por qué el franquismo sigue tan vivo y presente en la población, perpetuando las dos Españas.
¿Quizás porque sigue operando la transmisión transgeneracional del franquismo
con identificaciones adhesivas y fidelidades atávicas? ¿Tal vez porque el poder de la Iglesia continúa
operando con arraigadas creencias inamovibles?
¿Por la ausencia
real de culpa
histórica? Sobre todo, ello debemos seguir reflexionando y
actuando.
Conflicto de Intereses
La autora declara no tener conflicto de
intereses. Escribe desde su
experiencia profesional como psicóloga clínica, desde su pertenencia a la Asamblea de Asociaciones Memorialistas “La Gavidia” (Sevilla, España) y desde
su propia experiencia vital como ciudadana.
Agradecimientos
El presente trabajo es una adaptación de
la ponencia invitada de la autora en el Seminario
sobre la transmisión de la memoria colectiva
de la Dictadura en España
desarrollado en la Facultad de Psicología de la Universidad de
Sevilla en junio 2023.
Referencias
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La memoria traumática. Dado
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