- El derecho internacional, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y el Estatuto del Refugiado están siendo vulnerados por Europa.
- Emigrar para sobrevivir no puede ser ilegal.
Juan Manuel Valencia Rodríguez
16 de julio de 2018
Los tratados constitutivos
de la Unión Europea dicen inspirarse en la herencia cultural del Humanismo renacentista,
cuyo centro de atención era la dignidad del hombre, al margen de cualquier consideración
religiosa. Hoy los mandatarios europeos están sepultando la dignidad humana en el
Mediterráneo, entre miles de cadáveres de personas que anhelaron desesperadamente
huir del horror del hambre o de la guerra y encontrar en la opulenta Europa un lugar
para vivir. Desde 2014 más de 17.000 seres humanos han encontrado la muerte en el
viejo Mare Nostrum romano. 3 de cada 100
personas mueren en el intento de cruzar el Mediterráneo.
Durante la “crisis de refugiados” de 2015 la imagen terrible de
Aylan Kurdi, el niño kurdo de tres años ahogado en la playa de Ali Hoca Burnu (Turquía), forzó a los países de la UE a firmar un acuerdo vinculante,
con vigencia desde septiembre de 2015 hasta septiembre de 2017, por el cual se asignó
a España un cupo de 19.449 personas durante dos años (de la irrisoria cifra total
de 160.000 solicitantes de asilo que el Consejo Europeo se comprometió a redistribuir
entre los diferentes Estados miembros). Ahora, la Sala de lo Contencioso-Administrativo
del Tribunal Supremo acaba de condenar al Estado español por incumplir sus obligaciones
de asilo de refugiados procedentes de Grecia e Italia (solo ofreció un 12,85% de
las plazas que tenía la obligación de ofertar), y lo condena a ejecutar los compromisos
que suscribió. El incumplimiento de otros países (de los 160.000 prometidos solo
30.000 fueron finalmente acogidos por la UE) no justifica el del Estado español,
según la sentencia del Supremo. Obedecer los Derechos Humanos es una obligación
de los Estados, es algo exigible, no discrecional.
En otras épocas centenares de miles de europeos emigraron hacia
América del Norte y del Sur, y encontraron allí un lugar en el que ganarse la vida
y prosperar. Hoy, Europa, que proclama el respeto a la dignidad y los derechos humanos,
la paz y la búsqueda del bienestar social como valores esenciales de su civilización,
contradice con sus prácticas dichos ideales. Países como Hungría, Polonia, Austria
y ahora también Italia cuentan con partidos y gobiernos xenófobos que despliegan
abiertamente su hostilidad hacia los inmigrantes. Además del incumplimiento ya mencionado
de los acuerdos de la UE sobre acogida de refugiados, se refuerzan militarmente
las fronteras y a cambio de dinero se externaliza el control de la inmigración hacia
gobiernos corruptos que pisotean sistemáticamente los derechos humanos. Además,
en su concepción de Europa como una fortaleza cerrada, los gobiernos han reforzado
en 2017 la política de retorno de inmigrantes.
Para
justificar esta miserable política y hacer partícipe de ellas a la población, se
difunden mentiras que fomentan el racismo y la xenofobia, sabiendo que las calumnias
corren siempre más que los posteriores desmentidos: se publican noticias falsas
que achacan a inmigrantes los más horribles crímenes, se denigran los supuestos
beneficios sociales otorgados a los inmigrantes en detrimento de la población autóctona,
se promueve la sensación de que sufrimos “avalanchas”, invasiones que ponen en peligro
la tranquilidad y bienestar de los países europeos.
Algunos
datos incontestables desmienten estas falsedades: ¿cómo justificar la sensación
de avalancha humana cuando el número
total de migrantes llegados a España en 2017 ha sido de casi 28.000, un número insignificante comparado con la cifra récord
de 82 millones de turistas extranjeros que
nos visitaron? En lo que se refiere a los llegados en pateras a nuestras
costas, según el Gobierno sumaron 5.866 personas,
a bordo de 431 embarcaciones.
El
crecimiento vegetativo de la población española es negativo, el número anual de
fallecidos supera al de nacimientos. Los inmigrantes, con su superior natalidad,
han contribuido en las últimas décadas de manera decisiva al aumento de la natalidad
y por tanto a atenuar el envejecimiento galopante de la población española, del
que se derivan no pocos inconvenientes. Sin los inmigrantes no se cubrirán las necesidades
de mano de obra, y el futuro de nuestras pensiones será muy oscuro. Contra el tópico
tan difundido, los inmigrantes no le quitan trabajo a ningún español, sino que cubren
aquellos puestos que los españoles no quieren. Sin la inmigración muchos cultivos
en España habrían quedado sin recoger. Igualmente, muchos de nuestros ancianos y
personas dependientes habrían quedado desatendidas.
El
porcentaje de delitos cometidos por inmigrantes es muy inferior al de los naturales,
lo que sucede es que se pone de relieve en las noticias cuando el delito lo comete
un inmigrante. Y no existe avalancha humana. En la Unión Europea sólo viven alrededor de un millón de personas
refugiadas reconocidas, un 7,6% del total mundial y un 0,2% de la población de la
Unión Europea. Son los países más empobrecidos los que acogen a la inmensa
mayoría de refugiados. Solo Turquía ha recibido a más personas que el conjunto de
los 28 Estados miembros de la Unión Europea.
Lo
que se esconde tras las mentiras que nos cuentan, más allá del egoísmo económico,
es la intención de crearle a la población enemigos externos, débiles y fácilmente
atacables, que distraen la atención de la verdadera causa de los problemas de la
gente común europea, que no es otra que la política antisocial seguida por sus gobernantes,
siguiendo los intereses de unos pocos.
El derecho internacional, la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, y el Estatuto del Refugiado están siendo vulnerados por
Europa. No se puede castigar a una persona que huye porque su vida está en peligro,
no puede ser ilegal emigrar para sobrevivir.
NOTA.- En una segunda entrega (que saldrá el próximo viernes)
hablaremos sobre una política migratoria humanitaria y eficaz.