¿Pueden
ser independientes y estar sometidos solamente al imperio de la ley los
magistrados que administran justicia cuando tienen que juzgar a aquellos que los
auparon a sus cargos?
25 septiembre 2018
Los
españoles son iguales ante la ley, reza el comienzo del artículo 14 de nuestra
Constitución, pero al igual que en la famosa granja de Orwell, habría que incluir
a continuación, pero algunos son más iguales que otros, porque nuestra realidad diaria y
nuestras propias normas así nos lo ponen en evidencia.
Estoy
tratando de entender el debate sobre el aforamiento de los políticos y de un
largo etcétera de personalidades (Presidentes del Tribunal Supremo y del
Tribunal Constitucional, Vocales del Consejo General del Poder Judicial,
Magistrados del Tribunal Constitucional, del Tribunal Supremo, de la Audiencia
Nacional y de los Tribunales Superiores de Justicia, Fiscal General del Estado,
Presidente y Consejeros del Tribunal de Cuentas…), estoy tratando de comprender
los argumentos en los que se escudan quienes abiertamente mantienen la
necesidad de los aforamientos y de aquéllos que dicen estar contra los
aforamientos pero que no hacen, y no creo que lo hagan en el futuro, nada para
poner fin a una desigualdad sin justificación.
Lo
que suponen los aforamientos, en términos llanos, es evitar que el juez
natural, el que nos corresponde a todos los ciudadanos, investigue, juzgue y
sentencie los actos de determinados españoles privilegiados que, por el
contrario, son investigados, juzgados y sentenciados por magistrados que
conforman tribunales a los que han accedido con la ayuda y empuje, casualmente,
de aquéllos que tienen ese privilegio.
Por
más que los escucho no logro entender porque para mí, y para el común de los
españoles, son buenos los jueces y tribunales que nos corresponden en función
de una serie de reglas generales, pero esos mismos jueces y tribunales no son
buenos para ellos, que ellos deben ser investigados y juzgados por otros
tribunales, ¿no se fían del juez natural? ¿son buenos los jueces ordinarios
para todos menos para los privilegiados? Desde luego, de lo que no me van a
convencer quienes permiten que el aforamiento se siga manteniendo, los que
permiten con su acción u omisión que el principio de igualdad de todos los
españoles y españolas sea una entelequia, es que el aforamiento suponga ser
juzgado por un tribunal más exigente y duro, que supone una carga en lugar de
un privilegio, de lo que no me van a convencer es de que todos los jueces y
magistrados mantienen el mismo nivel de independencia a la hora de juzgar.
¿Pueden
ser independientes y estar sometidos solamente al imperio de la ley los
magistrados que administran justicia cuando tienen que juzgar a aquellos que los
auparon a sus cargos? Personalmente tengo serias dudas por aquello de que es de
bien nacidos ser agradecidos, dudas que me acentúa el hecho de que aquellos
españoles más iguales que otros llevan
más de cuatro décadas poniendo todo y más de su parte para que no se ponga fin
su privilegio.
Y
es una pena, porque con independencia de la quiebra que supone del principio de
igualdad, con independencia de que en nuestro entorno político y cultural cercano
no se den este tipo de privilegios o sean totalmente restrictivos, con
independencia de que sea una práctica anacrónica y antidemocrática, si los
españoles más iguales que otros
pasaran por los mismos jueces y tribunales a los que acudimos el común de los
mortales, si tuvieran que soportar los dilatados plazos que padecemos el resto
de los españoles cuando pedimos Justicia, es posible que se dieran cuenta de la
penosa situación en la que se encuentra la Administración de Justicia en
España, a lo mejor serían conscientes de la escasez de medios, materiales y
personales, que sufre nuestra Administración de Justicia, lo cual sería el primer
paso para que pusieran soluciones.
No
tiene sentido alguno, ni razón que lo sostenga, que a estas alturas del siglo
XXI se sigan manteniendo privilegios post-feudales; que no nos vengan con el
cuento de que para poder prestar sus servicios en forma eficaz e independiente,
para un mejor servicio a los ciudadanos, el aforamiento es una garantía para
evitar que un proceso pueda frenar a un político, a un magistrado o a un alto
dignatario en el ejercicio de sus altas responsabilidades, porque las leyes que
se nos aplican al resto de los ciudadanos prevén soluciones ante las falsas
denuncias, jueces parciales y todo un largo etcétera de posibles malos usos de
los recursos jurisdiccionales; nuestro sistema legal ofrece recursos
suficientes para poder garantizar a los hoy aforados que sin sus privilegios
también pueden realizar su trabajo.
Lamentablemente,
el aforamiento no es el único privilegio de esos españoles más iguales que otros, coches oficiales, dietas y gastos de viaje
que no tienen que justificar, prestaciones que reciben sin tributar en renta
como pagos en especie, pensiones extraordinarias y todo un rosario de canonjías
y prerrogativas a las que el único fundamento que encuentro es el célebre
eslogan de L’Oreal de porque yo lo valgo,
pero de esos chollos, ya hablaremos otro día.
Como
dice un amigo, no se debe terminar la narración de hechos negativos sin aportar
soluciones, porque si no nos volvemos derrotistas; así que, para poner fin al
aforamiento, hay dos vías sencillas: la elemental, poner en práctica y respetar
el principio de igualdad haciendo desaparecer el aforamiento de nuestra
Constitución, de los Estatutos de Autonomía, de la Ley Orgánica del Poder
Judicial y de cualquier otra norma que lo contemple, o la más compleja pero a
buen seguro muy práctica y deseable, garantizar la independencia real del Poder
Judicial poniendo fin a la descarada intervención de los políticos en la
composición de los Tribunales y del Consejo General del Poder Judicial, a lo
mejor así, a los aforados, les daría igual un tribunal que otro.