- Se impone la necesidad de desplegar una labor incansable de pedagogía política para impulsar un estado de opinión y una mentalidad social más progresista.
- El intelectual progresista ha de erigirse de nuevo como la voz crítica que anime a la ciudadanía a tomar conciencia de los asuntos públicos y a asumir con valentía la defensa de sus intereses, los de la mayoría social.
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Elijah O'Donell en Unsplash. Usada bajo licencia Creative Commons
Juan Manuel Valencia Rodríguez
15 de enero de 2019
El
triunfo de la derecha y la ultraderecha en las elecciones andaluzas del 2 de
diciembre de 2018, que va a permitirles gobernar la Comunidad Autónoma, ha
supuesto todo un shock para las personas progresistas, las que propugnamos una
política beneficiosa para la mayoría de la población.
No
vamos a entrar en este artículo en las causas que han podido motivar estos
resultados. Queremos acercarnos al problema desde otra perspectiva, la que se
refiere al proceso de formación de la opinión pública que determina los
resultados electorales, y a un nivel más
profundo, la mentalidad social que subyace bajo ella, es decir, la concepción
del mundo que tiene cada persona, y que queda reflejada en esos estados de
opinión.
En
las sociedades contemporáneas los cauces tradicionales por los que se influye
en la conformación de la mentalidad social y de su secuela más inmediata, la
opinión pública, son los medios de comunicación. El más decisivo, por su
capacidad de influencia y utilización masiva, es la Televisión, seguida de la
Radio y de la Prensa escrita. A mayor poder de influencia son más caros de
levantar y mantener, de manera que se ha dado lugar a un oligopolio televisivo,
radiofónico y, algo más ampliado, de medios de comunicación escrita, tanto en
papel como digitales.
¿Qué
información se ofrece desde la mayoría de los medios? ¿Tiene pretensión de
veracidad o ya de partida es tendenciosa, porque quien paga manda? ¿Qué
mentalidad se contribuye a modelar en los medios de comunicación, en especial
la televisión?: se impulsa en la ciudadanía un gusto adocenado a través de
telebasura e hiperabundancia de espectáculos de todo tipo; esto, junto a la
información sesgada, genera unos hábitos, una mentalidad social y una opinión
pública orientada según los intereses de los grandes grupos económicos y de
poder, y alejan la atención de la gente de sus propios problemas.
Otras
vías más recientes por las que se labran la opinión y la mentalidad son
Internet y las redes sociales. Se afirma que la Red ha supuesto un instrumento
de democratización en el acceso a la información. Y es verdad, la gran mayoría
de la población utiliza hoy ese medio, que pone a su alcance toneladas de
información. Por su parte, las redes sociales han multiplicado, y además a
escala planetaria, la intercomunicación entre las personas, que es una de las
formas básicas (junto a las experiencias personales y el saber acumulado en los
libros) por las que nos vamos forjando nuestra idea de cómo son las cosas.
Sin
embargo, Información y Conocimiento no son la misma cosa, aunque sean elementos
relacionados: el conocimiento exige un proceso de criba, de selección crítica
de la información que recibimos, y de reflexión posterior sobre ella, hasta
alcanzar una perspectiva propia sobre un asunto. Esa capacidad no se nos
regala, requiere un esfuerzo del individuo para adquirir tal destreza
intelectual.
Tanto
en Internet como en las redes sociales la mayoría de las personas desempeñan un
papel de receptores de mensajes, no de creadores y emisores de ideas. Además,
en la Red hay toda una serie de mecanismos para manipular la opinión; por
ejemplo, existen empresas especializadas, al servicio de las grandes compañías
multinacionales, que utilizan determinados instrumentos, volcando mensajes a
gran escala, para inclinar la opinión en un sentido favorable a los productos
que venden en el mercado.
En
suma, como dice Noam Chomsky, “la propaganda es a la democracia lo que la
cachiporra al Estado totalitario”.
¿Qué
hacer ante este panorama? Por imponente que nos parezca el poder de los grandes
grupos de comunicación, que lo es, no podemos dar por perdida la batalla. Se
impone la necesidad de desplegar una labor incansable de pedagogía política
para impulsar un estado de opinión y una mentalidad social más progresista.
Esta
tarea ha de complementarse y sostenerse en una regeneración y renovación de las
organizaciones de base de la población (sindicatos, asociaciones de vecinos, de
mujeres, de pensionistas…), que mantengan una acción social y política en torno
a los problemas reales y cotidianos de la gente corriente y defienda sus
intereses de manera coherente.
En
otras épocas, el intelectual progresista se alzaba como la conciencia del país,
denunciaba los problemas existentes y señalaba vías de regeneración de la
política y la sociedad. Hoy parecen haber hecho dejación de tal
responsabilidad, cuando no se han dejado seducir por los atractivos y prebendas
que ofrece el poder. Ahora ese papel lo asumen con frecuencia famosos de todo
pelaje que sin ninguna idea sensata en la cabeza lanzan con absoluto descaro a
los cuatro vientos sus frivolidades, y lo increíble es que encuentran eco en
los medios de comunicación y las redes sociales, e influyen a mucha gente.
En
la crítica situación política en que nos encontramos, el intelectual
progresista ha de erigirse de nuevo como la voz crítica que anime a la
ciudadanía a tomar conciencia de los asuntos públicos y a asumir con valentía
la defensa de sus intereses, los de la mayoría social. A ellos les corresponde,
vinculándose siempre a los movimientos sociales, elaborar el pensamiento
crítico que permita interpretar con acierto las nuevas realidades, desbaratar
las trampas ideológicas, las falsedades que la derecha y ultraderecha difunden
para provocar la alienación y despolitización de la gente.
Han
de ayudar a la población a descubrir dónde están las verdaderas soluciones a
sus problemas. Los docentes han de estimular en los jóvenes el pensamiento
crítico, el interés por los asuntos públicos y la defensa de sus derechos, su
futuro y el del planeta. Los estudiantes universitarios han de recuperar la
función de revulsivo y rebeldía que tuvieron durante la última etapa del
franquismo y durante la Transición, su afán de lucha por un mundo mejor. Y los
trabajadores el sentido de la solidaridad y la conciencia de clase.
Hay
que aprovechar todas las oportunidades y vías de trasmisión del pensamiento
progresista: utilizar y sostener económicamente los medios de comunicación
independientes (hoy viables en edición digital) que nos ofrecen una información
fiable y veraz; difundir mensajes progresistas a través de Internet (blogs,
etc.) y de las redes sociales, con toda la profusión de que seamos capaces;
utilizar todos los foros posibles de extensión de las ideas de progreso. Y
procurar en todo ello ampliar nuestras relaciones más allá de los círculos
habituales, de los ya convencidos.