Francisco Casero
Rodríguez, Antonio Aguilera Nieves
18
de noviembre de 2019
Es
popular la anécdota del niño (niña) que responde al encuestador que la leche o
el pollo crecen en los lineales de los supermercados. El reto de las nuevas
generaciones urbanas pasa por conseguir que visualicen nuestra conexión y
dependencia de los ciclos productivos primarios, agricultura, ganadería, pesca,
recolección, que son los que nos alimentan cada día.
Los
chavales que se crían, que viven exclusivamente en ciudades, que conciben el
medio rural y natural como un inmenso parque al que la familia va de vez en
cuando, sólo saben de los alimentos por el envase que los encapsula en las
vitrinas frigoríficas y las estanterías. No saben cómo es una planta de
garbanzos o lentejas, no saben a qué profundidad vive una
merluza, cómo se captura, o el tipo de hierba que le gusta en invierno a las
ovejas. Tampoco es necesario llegar a ese grado de precisión, pero si es
imprescindible que entiendan (que entendamos) de qué depende nuestra
supervivencia, nuestra calidad de vida. Para lograrlo, la responsabilidad es de
la comunidad educativa.
El
siguiente paso, el siguiente eslabón en la cadena, pasa por ligar los hábitos
de compra y alimentarios al lugar en el que vivimos. Porque nuestro organismo,
a base de incontables generaciones ha adaptado su metabolismo a los ciclos
naturales y productivos. Por eso nos sienta tan bien los cítricos en otoño e
invierno y son la mejor medicina para combatir resfriados. Por eso es tan bueno
y necesario el gazpacho en verano, antioxidante, fuente de vitaminas y sales
minerales. Por eso nos sienta mal el pan precocido, porque nuestro estómago se
ha adaptado y sólo es capaz de digerir adecuadamente el pan horneado y
fermentado previamente. No podemos decirle a nuestro estómago ahora que asuma
la fermentación del pan que la industria no tiene tiempo para hacer.
Si
subimos un escalón más en este camino de mejora colectivo, compraremos y
consumiremos productos locales, de temporada y ecológicos. Porque beneficiamos
nuestra salud, la biodiversidad del territorio, generamos economía y empleo,
mejoramos nuestra gobernanza.
Hay
mucho por andar, en realidad más que hace unos años, porque hemos retrocedido
muchas casillas en los últimos años en Andalucía. Porque esta desconexión que
nos empobrece y embrutece no es exclusiva de los niños urbanos, es hoy, en la
práctica una mancha de aceite que ha llegado a todos los rincones. Puede comprobarse
como, en la inmensa mayoría de nuestros pueblos de tamaño medio y pequeños, un
amplio sector de población vive de espaldas a su propio territorio. Puede verse
en zonas olivareras, a las familias saliendo del supermercado de turno con
aceite producido, envasado y refinado a muchos kilómetros, porque tienen la
falsa creencia que salen ganando unos céntimos en el litro. Puede verse en las
casas de nuestros pueblos de sierra botes de miel de importación porque lo
importante es el sistema antigoteo del tarro. Puede verse en las cocinas de
nuestra costa filetes de pescado ultracongelado porque lo esencial es que no
haya que limpiarlos. Mi verdulero se ha convertido en un gran dictador de
recetas para enseñar a los clientes qué hacer con el hinojo, los alcauciles, la
berenjena rayada, las espinacas frescas.
Estamos
siendo cómplices de un desmantelamiento de nuestro tejido vital que supone una
condena colectiva de enorme magnitud. Por actuar de manera automática, por
haber delegado en algunas cadenas de distribución la decisión de lo que
comemos. Es absolutamente imperdonable la negligencia que estamos cultivando,
estamos echándonos encima un lastre cancerígeno. Reaccionar es empezar a tomar
conciencia. Porque sepultar nuestras variedades locales, nuestro patrimonio
culinario, nuestra fuente de salud es estúpido.
Ahora
que llega un ciclo especialmente goloso, pongámonos una pulserita de
recordatorio. Que cada vez que vayamos a coger un producto de la estantería, la
veamos, que nos recuerde cosas como: ¿es este producto de temporada? ¿Hay algún
productor cerca de esto? ¿Mejor ecológico? ¿De verdad lo necesito? ¿Me
conviene? Después de este ejercicio está garantizada la satisfacción al pasar
por caja, al cocinar, al poner la mesa…