Vientos de Cambio Justo

martes, 14 de abril de 2020

LECCIONES DE UNA PANDEMIA



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1.- La Sanidad Pública es la que vale. Lo público es lo que vale.

2.- ¡Qué derecha más cerril tenemos!

3.- No todos los políticos son iguales: un Gobierno progresista conviene

4.- Una Monarquía inútil y corrupta

5.- Necesitamos una UE muy diferente

6.- La salida de la crisis: reducir la desigualdad, no aumentarla
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Juan M. Valencia Rodríguez

14 de abril de 2020

La emergencia sanitaria, económica y social provocada por la pandemia del Covid-19, con la tragedia humana y la ruina económica que está suponiendo para muchas familias y para todo el país, ha puesto de manifiesto algunas verdades. Si las sabemos aprovechar, podrán servirnos para construir una sociedad que reduzca considerablemente las tremendas desigualdades anteriores a la crisis. No debemos permitir que sirva para lo contrario, como sin duda intentarán los poderosos y sus representantes políticos.

Sin intención de ser exhaustivos, señalamos algunas enseñanzas de la pandemia.

1.- La Sanidad Pública es lo que vale. Lo público es lo que vale

Es la primera evidencia resultante de la crisis epidemiológica. Cosas importantes de verdad en la vida hay muy pocas. Y una de las esenciales, la primordial quizá, es la Salud. La propia, la de nuestros seres queridos, la de todos los ciudadanos.
Pues bien, la pandemia ha dejado meridianamente claro que la Sanidad Pública es la que de verdad importa, la única que, en situaciones críticas, puede asegurar las vidas que en nuestro actual nivel de conocimiento científico y médico sea posible salvar, porque pone en juego todas sus fuerzas y todos sus medios. En este asunto, los medios, los humanos y los materiales, hay otra cosa que la pandemia ha dejado al descubierto: los recortes y privatizaciones efectuados en la Sanidad Pública en los últimos diez o doce años han resultado suicidas. Se han realizado en todas las Comunidades Autónomas, incluida Andalucía, y en casos como Madrid, Cataluña y otros más, los recortes y privatizaciones han alcanzado proporciones increíbles.


El personal de la Sanidad Pública está dando todo lo que tiene, hasta el límite de sus fuerzas en muchos casos, sin contar además en los comienzos de la crisis con los equipos de protección individual que hubiera debido tener. Las UCI de ciertas zonas se han colapsado en ocasiones. Mientras eso sucede, el papel jugado por la sanidad privada, que tanto se amplía y tan pingües ganancias consigue, ha sido bien pobre, simplemente no ha estado a la altura, no ha puesto incondicionalmente sus medios al servicio del Gobierno para que pudieran beneficiarse todos los ciudadanos, clientes o no.

Se deduce de todo ello la importancia de lo público en general, del Estado. Es lo único que, llegado un momento crucial, puede salvar al conjunto de la población, y en especial a los sectores más vulnerables. Contra lo que defienden los adalides del neoliberalismo, ha quedado claro que el futuro no es adelgazar al Estado, sino ampliar sus medios, sus ingresos, su capacidad. Que las personas corrientes necesitamos una gran Sanidad Pública, la joya del Estado del Bienestar que debemos defender a marcha martillo; una Enseñanza Pública de calidad; una Seguridad Social que asegure pensiones y asistencia social dignas a toda la ciudadanía.

Lo mismo puede decirse de todo el sector público: las fuerzas de seguridad, los bomberos, Protección Civil. Y de lo que debería ser público: ¿dónde ha quedado en esta crisis la Banca privada? El Estado va a poner a disposición de trabajadores, empresas y ciudadanos en general cientos de miles de millones para poder salir de esta situación crítica. Ha de realizarlo mediante la banca privada, pero debería poder hacerlo directamente, a través de una Banca Pública, porque los Bancos no van a poner ni un euro de su propio bolsillo.

Otra evidencia: hay sectores de producción estratégicos que hoy no tenemos para crisis como esta, y deberíamos tener, con carácter público o que pueda intervenirse de urgencia como tal, como todo lo referido a la fabricación de elementos sanitarios (respiradores, mascarillas eficaces, …), laboratorios para pruebas de diagnóstico seguras, etc. Y preparar para el futuro reservas estratégicas de los equipos claves.

La lección está clara: trocar los recortes y privatizaciones en incremento considerable del sector público, a través de la necesaria reforma fiscal progresiva. No hacerlo equivale a ponernos en una situación aún peor ante la próxima epidemia que pueda llegar.

2.- ¡Qué derecha más cerril tenemos!

Cabría esperar que ante una emergencia tan tremenda como la que estamos atravesando, quienes tanto alardean de patriotismo y de sentido de Estado hubieran tenido al menos alguna pizca de eso. Pero no. Los dirigentes del PP han evidenciado –una vez más- que la derecha española es cerril, cavernícola, mezquina hasta en los momentos más críticos para el país. Tras haber debilitado todo lo posible la Sanidad Pública que ahora nos hace tanta falta, utiliza un doble discurso: declaraciones de apoyo al Gobierno mientras a la vez se dedican a practicar en medio de la pandemia una política carroñera, culpando de las muertes a la negligencia del Gobierno, obviando la responsabilidad de gobiernos autonómicos como el de Madrid, del PP, que tanto han privatizado en Sanidad. Tal ha sido su despropósito, principalmente en las primeras semanas, que se han levantado voces discrepantes en algunos presidentes autonómicos del mismo PP.
Sabemos que, aunque la boca se les llena a todas horas de Patria (menos cuando toca pagar impuestos), en realidad a las personas, a los españoles corrientes, no nos quieren. Solo comprenden y sirven a los poderosos, a los que más tienen. De la barbarie, es decir, los de Vox, por supuesto no voy a hablar, son iguales pero más descarnados, más a lo bestia todavía.

3.- No todos los políticos son iguales. Un Gobierno progresista conviene.

Creo que hemos sido afortunados por contar en esta crisis con un Gobierno progresista, con sensibilidad social, que ha decidido movilizar una enorme cantidad de recursos públicos, cientos de miles de millones, para hacer más llevadera la situación, en especial para los sectores más desfavorecidos de la población, y ponernos en camino para una recuperación lo más rápida y completa posible. Es fácil imaginar las consecuencias antisociales mucho más agudas que hubiesen sobrevenido si esta crisis nos coge con un gobierno de derechas.

Creo que están haciendo honestamente todo lo que pueden, aunque a veces no nos expliquemos la tardanza en resolver el desabastecimiento de equipos de protección, sobre todo para el personal sanitario y para los pacientes más graves. Por supuesto, aunque la Organización Mundial de la Salud ha afirmado que España está haciendo un trabajo fantástico ante la pandemia, el Gobierno ha cometido equivocaciones. Todos las cometemos. Infravaloró la epidemia (también epidemiólogos de tan vasto currículum como Fernando Simón) y reaccionó tarde ante ella, como casi todos los gobiernos y expertos. Por esas fechas, la oposición estaba en otras cosas, prefería hablar de Venezuela. El 26 de febrero Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, declaraba a Antena 3: "Lo más peligroso ahora es el miedo, más que el propio virus, que normalmente lo que deja como secuelas son síntomas menores incluso que los de una gripe".

La pandemia ha cogido a todos por sorpresa en el mundo occidental desarrollado. Los científicos no sabían qué había que hacer. Los Estados se han visto desbordados por la emergencia sanitaria y la necesidad de ralentizar la economía. Pero el Gobierno ha estado asesorado, se puede suponer, por los expertos epidemiológicos y científicos que más saben de estas cosas en España. Hoy surgen cientos de supuestos expertos que califican de acientíficas e inútiles las medidas de aislamiento decretadas por el Gobierno. Puede que tengan razón, que ellos sepan más del asunto que los científicos y médicos que asesoran al Ejecutivo. Yo no me lo creo. Pero si así fuera, deberían de contactar en seguida con los gobernantes y demostrarles con pruebas inequívocas qué otras medidas hay que poner en marcha.

4.- Una Monarquía inútil y corrupta

En una situación tan crítica, el Jefe del Estado, el rey Felipe VI, ha estado varios días sin presentarse ante la ciudadanía. Como si no existiera, y eso que nos cuesta buenos dineros. Como si no tuviera nada que decir ni que aportar. Que es exactamente lo que sucede: una institución inútil, desde la perspectiva de la mayoría de la población. El estado de alarma fue anunciado por el Presidente del Gobierno el 13 de marzo y entró en vigor el día 15. Hasta el 18 no compareció el Rey en RTVE para dirigirse a los españoles, cuando día a día se aceleraba el número de contagios y de fallecidos a causa de la enfermedad.
Eso sí, tuvo tiempo antes, el día 15, para emitir un comunicado en el que, tras el escándalo descubierto por los medios de comunicación de las últimas y millonarias andanzas conocidas de su padre, declaraba renunciar a parte de su herencia, como si desconociera tres cosas: una, que ya sabía hacía más de un año lo que ahora desvelaba, lo que supone una ocultación prolongada a los españoles; dos, que no se puede renunciar a una herencia que todavía no se ha recibido; tres, que una herencia se acepta o no en bloque, si renuncia a unos determinados fondos de ilegítima procedencia, también debería renunciar a la Corona, que es su herencia más genuina (y cuyo origen además, la voluntad de un dictador, adolece de esa falta de legitimidad democrática primigenia).

5.- Necesitamos una Unión Europea muy diferente

La existencia de la Unión Europea tiene notorias ventajas y justificación en un mundo globalizado en el que Europa iba pintando cada vez menos, en lo económico y en lo político. Pero no funciona como a la mayor parte de su ciudadanía le interesaría. La insolidaridad demostrada por Alemania y, sobre todo, Holanda ante esta pandemia lo demuestra. Su actitud ha sido miserable, en una situación crítica que necesita la unidad de acción de la UE más que nunca.

Ya en ocasiones anteriores, con las políticas de austeridad, la bancarrota de Grecia o la crisis inmigratoria, había ocurrido lo mismo. Sin duda las bases de funcionamiento y las políticas de la Unión Europea han de ser replanteadas y modificadas sustancialmente, en sentido favorable a la mayoría social europea y a los inmigrantes que llegan a la UE.

6.- La salida de la crisis: reducir la desigualdad, no aumentarla

Se habla ahora de unos nuevos Pactos de la Moncloa. Independientemente de la opinión que en su día me merecían aquellos acuerdos, yo no albergo ninguna esperanza de un pacto de Estado para salir de la situación en las mejores condiciones posibles.

Claro, la idea de que ante la que nos ha caído deberíamos unirnos para superar la crisis entre todos, como país, es muy razonable. Pero díganme si con esta derecha cerril que tenemos hay alguna posibilidad. Yo no la veo, salvo gran presión de la opinión pública.

Desde luego, lo que sería inadmisible es cualquier pacto que significara nuevos sacrificios para la población trabajadora en general, víctima de desigualdades crecientes desde la crisis económica desatada en 2008. Hay que revertir en sentido contrario el escandaloso crecimiento de las desigualdades habido en España en los últimos años. Hay que disminuir las desigualdades, no incrementarlas, como sin duda van a intentar que suceda algunos del reducido grupo de los opulentos del país, ayudados por sus servidores políticos de la retrógrada derecha.

Los ciudadanos de a pie debemos estar preparados para anular esos intentos. Tenemos un Gobierno al que podemos exigir una política social, y debemos hacerlo para que se pongan en marcha las medidas que necesita la mayoría de la población.

Una de ellas, vital: una política de construcción masiva de residencias de mayores públicas, dotadas con los profesionales y medios adecuados, y la financiación que requieren para su sostenimiento. Su necesidad ha sido demostrada con creces en esta crisis, ante la precariedad de ciertas residencias privadas. El envejecimiento de la población permite prever una demanda creciente de ellas. Un país rico como España no puede decir que carece de medios para cuidar a sus ancianos como es debido.