Vientos de Cambio Justo

martes, 28 de julio de 2020

EL REY DEMÉRITO



Por higiene, por salubridad política, por decencia, por coherencia y por unas cuantas razones más ha llegado el momento de dejar de referirse a Juan Carlos I como “rey emérito”. Si es necesario darle algún título para distinguirlo del Rey Felipe, el que le corresponde es el de “rey demérito”.


JOSE ANTONIO BOSCH.

28 de julio de 2020

Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir. Con estas palabras en abril de 2012 el entonces Jefe del Estado español parecía estar disculpándose ante los españoles, aunque nunca me quedó claro qué es lo que sentía mucho, si dedicarse a matar especies protegidas, si irse de viaje de lujo cuando medio país no llegaba a final de mes o mantener una moral en público totalmente contraria a la que mantenía en privado, o simplemente, lo que sentía es que, por haberse resbalado supuestamente por una escalera, los medios de comunicación, por fin, comenzasen a airear la realidad de nuestra monarquía.

Sea como fuere, lo cierto es que cesó el silencio cómplice con el que se protegía a un monarca elegido y ungido por un dictador, se levantó la mano a una protección injustificada, se comenzó a poner fin al cuento del mítico rey ejemplar como padre, esposo, gobernante, y se comenzó a cumplir con la obligación de informar por parte de poderosos medios de comunicación (públicos y privados) que llevaban décadas ocultándonos a los españoles lo que, al parecer, todos sabían.

Quiero dejar claro, como no puede ser de otra forma, que respeto en todo su contenido el derecho a la presunción de inocencia del ex Jefe de Estado, pero yo no voy a hablar de responsabilidad penal ni probablemente lo termine haciendo ningún tribunal, porque nuestros próceres más eminentes (juristas y políticos) han decidido que la inviolabilidad del artículo 56.3 de la Constitución va más allá de lo que dice el artículo 64 de nuestra Carta Magna y que, en resumen, su inviolabilidad no se refiere a los actos que como Jefe de Estado realice y refrenden el Presidente del Gobierno o los Ministros, sino que si conduce borracho, viola a una menor o le quita la cartera a un ciudadano tampoco puede ser juzgado.


Es evidente que esta interpretación de la inviolabilidad real no es compatible con el principio de igualdad que consagra nuestra Constitución. Esta posibilidad de que haga lo que haga SM no tiene responsabilidad alguna, nos acerca más a las monarquías absolutistas que a las parlamentarias, casi recuerda a las épocas feudales. Si ya resulta difícil tragar que el cargo de Jefe de Estado sólo lo puedan detentar los nacidos en el seno de una familia (evidentemente sólo los reconocidos porque los/as otros/as nacidos/as con el mismo ADN al no ser reconocidos quedan fuera de la posibilidad del premio), lo que resulta absolutamente injustificable desde la perspectiva de un derecho moderno y democrático es que el monarca, haga lo que haga, no tenga que responder ante los tribunales, que sea, como decíamos en los juegos de niños “cascarón de huevo”.

Olvidándonos de los supuestos delitos, es lo cierto que se nos ha vendido (con tarjeta de felicitación navideña incluida) una familia real perfecta, un modelo a seguir por todos los ciudadanos y ello a la vez que se habilitaban espacios públicos, pagados con dinero del Estado, para que lo que en otro tiempo se llamaba “querida” y ahora una “buena amiga” viviera cerca de SM. Viendo la parte positiva es mucho mejor tener una sola amante que no, como su abuelo Alfonso XIII, recorrer todos los prostíbulos de Madrid y dejar hijos bastardos suficientes para conformar un equipo de baloncesto. ¿Qué es lo que pensaba SM cuando se difundían las fotos de las sesiones de Palma de Mallorca o Navidad de la familia feliz y perfecta? ¿Pensaba que los españoles éramos unos ingenuos idiotas o que, al fin y al cabo, teníamos lo que nos merecíamos?

Imagino los esfuerzos de SM para contener la risa cuando en la Navidad del 2011 dijo aquello de “todas las personas con responsabilidades públicas tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar". Resulta evidente que en ningún momento se estaba refiriendo a él y mucho menos cuando en el mismo discurso dijo "la justicia es igual para todos".

El mismo año, en plena crisis económica, en su reunión veraniega con la Presidenta del Consell de Mallorca, fue cuando dijo aquello de que “todos nos tenemos que apretar un poco el cinturón ante la difícil situación económica”. Me imagino que fue entonces cuando decidió aplazar su viaje a la Polinesia hasta que mejorara la situación del país. Es indudable que estas palabras, sus discursos no salieron de su convencimiento democrático, sino de lo que otros le escribieron, pero hay que ser muy cínico para leerlos sin inmutarse o muy estúpido.

De ser ciertos los millonarios ingresos no declarados de SM y las maniobras financieras para ocultarlos a la Hacienda Pública española, estaríamos ante la actuación más insolidaria y egoísta de un servidor público frente a unos ciudadanos que con sus impuestos vienen sufragando el sostenimiento de la Familia y Casa Real.

Así podríamos seguir hasta la saciedad recordando magníficos discursos cargados de hermosas palabras tales como honestidad, honorabilidad, responsabilidad, solidaridad, buen gobierno, …etc, palabras vacías de contenido que se pronunciaban por quién mantenía una moral pública diferente a la privada, y por quién, al parecer, aceptaba regalos de cantidades millonarias (en efectivo o especie como dos Ferrari, viajes) y, en lugar de declararlos, utilizaba paraísos fiscales, operaciones opacas, reuniones con “fontaneros” en la Zarzuela y un largo etcétera del que no tengo esperanza alguna sean depuradas, en su caso, las posibles responsabilidades penales. Sin embargo, creo que, por lo menos, hay que poner fin a la tomadura de pelo que supone llamar al ex Jefe del Estado “rey emérito”, título que viene a reconocer los “buenos servicios” del retirado de un cargo público.

Por higiene, por salubridad política, por decencia, por coherencia y por unas cuantas razones más ha llegado el momento de dejar de referirse a Juan Carlos I como “rey emérito”. Si es necesario darle algún título para distinguirlo del Rey Felipe, el que le corresponde es el de “rey demérito”.