Montaje con imagen del ‘artículo 16 diciembre 2021 Niños esclavos, el precio del chocolate, ¿quién es el responsable (RTVE)’
Antonio
Aguilera Nieves
23 de abril de 2024
Los
huevos de Pascua, este año, serán más caros que nunca. La singular atracción
que tenemos hacia el chocolate, se hace cada vez más costosa.
La
razón fundamental es que su principal materia prima, el cacao, está registrando
los precios más altos de la historia. Una tonelada de cacao cuesta más de
10.000 dólares, más que el cobre. Es el grano que más ha subido en el último
año, un 135 %. La causa, las terribles sequías que están sufriendo Costa de
Marfil y Ghana, quienes producen el 60 % mundial de cacao.
La
oferta se está viendo muy afectada por fenómenos meteorológicos adversos en el
África Occidental, y también porque muchos agricultores prefieren alquilar sus
tierras para la minería, y abandonarlas. Es decir, la creciente industria
minera, alimentada por la fiebre tecnológica, es también causante directa de
esta subida del precio del cacao. A ello hay que sumar las mayores exigencias
comerciales por las que, por ejemplo, la UE prohíbe que el cacao proceda de
tierras deforestadas.
Una situación extremadamente compleja que deriva en una crisis económica: tendremos en la UE el precio del chocolate más alto que jamás hayamos visto. Una tensión de precio alcista que en realidad tiene un origen de crisis climática, que se trasladó a crisis social y tiene su derivada en la economía. En todo ello, el error infantil sería quedarse sólo en el último eslabón, y culpar a las exigencias ambientales de la Unión Europea, porque la primera crisis, la más perceptible, la que evidencia el agotamiento y debilitamiento de los recursos naturales, es el origen.
El
evento climático del kiloaño 4-2 (iniciado hace unos 4200 años) produjo una
terrible y prolongada sequía que acabó con civilizaciones. En Vichama hicieron
frisos donde las ranas tienen el estómago abierto y vacío. Los petroglifos de
los Aulagares, en Zalamea La Real, imitan en la piedra el impacto de las gotas
al caer sobre los charcos. Huellas de las sequías que se encuentran también en
las cazoletas, calderones y canalillos del Cenajo en Hellín. Culturas rurales
todas que necesitaban y dependían de los ciclos naturales.
Hoy
seguimos en la misma dinámica. Por muy lejana que la sientan los que viven y
trabajan en estables ambientes urbanos, todos seguimos dependiendo de las
dinámicas naturales e hídricas. Porque la seguridad alimentaria, el
abastecimiento de energía, las cadenas de suministro y producción siguen
absolutamente ligadas a la Tierra y su clima.
Es
por ello que, como hoy, la emergencia climática y la degradación de los recursos naturales y de los
ecosistemas, tienen un origen antrópico, no podemos eludir la responsabilidad
de frenarla y revertirla.
Es cierto que se están logrando ciertos
acuerdos internacionales sobre la necesidad de concretar medidas contundentes
para frenar y mitigar el cambio climático realizando una transición energética
y buscando un modelo de economía más verde, utilizando conceptos como
“crecimiento sostenible” o “crecimiento sostenido”, fundamentado en cambios
progresivos no traumáticos que eviten alarmas sociales en los países más
“avanzados”, aunque eso suponga a veces desabastecimientos o encarecimiento de
bienes de consumo básicos, recortes en los suministros, paro, inflación,
reducción de la movilidad, como estamos comprobando ahora con el cacao.
Estas iniciativas buenistas se
están evidenciando como claramente insuficientes. No están dando respuestas a
los gravísimos problemas asociados a las crisis climáticas, que son causantes
de pérdida de biodiversidad, pero también de pobreza y desigualdad social.
No podemos considerar aceptables
los cambios que disminuyan el impacto ambiental sin que vayan también
acompañados de mejoras en las relaciones sociales, que incidan positivamente en
el capital trabajo, que no se conviertan en progreso estable de las condiciones
de vida del conjunto de la población, que tengan como criterios fundamentales
la equidad y la justicia interterritorial e intergeneracional.
Es radicalmente falso considerar
que desarrollo y decrecimiento son antónimos. Porque no se trata de disminuir
sino de racionalizar y priorizar los criterios vinculados a la justicia y la
equidad social y ambiental.
Lo que ahora si sabemos es que el
crecimiento con el modelo neoliberal lleva al agotamiento de los recursos, a la
concentración de riqueza y a acrecentar la desigualdad social, replicando, con
guante más blanco, los viejos usos colonialistas. Por eso el progreso tiene que
ser más cualitativo que cuantitativo y, para lograrlo, hay que reducir la
presión sobre los recursos naturales, acompañándolo con medidas de
redistribución de la riqueza.
Los agentes políticos y sociales
susceptibles de impulsar los cambios culturales y políticos necesarios para
abordar estos retos, son los que Salvador Milà denomina “los productivos",
es decir, las clases trabajadoras de todo orden -del sector público y del
privado-, de la economía social y de los emprendedores pequeños y medianos que
están directamente implicados en la producción social de la riqueza:
agricultores, ganaderos, manufacturas, sectores tecnológicos e innovadores,
prestadores de servicios a las personas. Son los que necesitan aliarse porque
son estos los que sufren el efecto económico y social de la crisis climática.
Disfrutemos de la Pascua y el
chocolate, mejor si es artesano, ecológico y de comercio justo.