Juan Manuel Valencia Rodríguez
14 de marzo de 2023
España está en
guerra. O al menos, participa en ella, enviando armas a una de las partes
enfrentadas. ¿Quién ha decidido nuestra intervención en el conflicto?
Desde luego, no lo
han decidido los españoles, ni directamente en referéndum ni por vía indirecta
a través de sus representantes electos, los diputados y senadores en Cortes. Lo
mismo puede decirse de los demás países de la Unión Europea que participan en
la guerra que se desarrolla en Ucrania.
La Constitución
Española de 1978, en su artículo 63.3., dice: “Al Rey
corresponde, previa autorización de las
Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz.” Ciertamente,
no ha habido declaración de guerra contra Rusia, ni por parte de España ni de
la UE. Pero tampoco ha habido declaración formal por parte de Ucrania, ni de
Rusia antes de proceder a la invasión que denomina “operación militar
especial”. Si no en la letra, sí en el espíritu, se está vulnerando la
Constitución española al hurtar el debate y la decisión sobre la guerra a los
representantes de la soberanía popular.
La información disponible dista de ser transparente. Pero parece que desde el inicio de la invasión rusa España ha enviado a Ucrania sistemas antiaéreos (lanzadores Hawk y una batería Aspide), lanzadores de misiles, munición de artillería (como los obuses de 105 mm Ligh Gun), armamento ligero (lanzagranadas C90, ametralladoras), combustible, uniformes de invierno, vehículos de Transporte Oruga Acorazado (TOA) M-113, camiones y vehículos de transporte Vamtac y Aníbal, vehículos ligeros, ambulancias y generadores eléctricos, además de formación a militares (hay 64 militares ucranianos en la Academia de Infantería del Ejército de Tierra, siguiendo el denominado Toledo Training Command, TTC). También se iniciaron los trámites para enviar carros de combate Leopard 2A4, que finalmente no se enviaron por el mal estado de los tanques, almacenados desde hace años en una base próxima a Zaragoza. Parte de estas armas han sido donadas, pero otra parte ha sido vendida. España también hace negocio con esta guerra.
La misión del
Ejército español es la defensa militar de España, no de otros intereses que no
son los nuestros. ¿Cómo nos estamos dejando conducir a esta locura?
Las
poblaciones europeas están siendo arrastradas por sus gobiernos, con la
complicidad masiva de los principales medios de comunicación, a una escalada
bélica que puede conducirnos al desastre, a un conflicto mundial fuera de
control y de dimensiones devastadoras. Y que además está provocando una subida
extraordinaria de los precios de los alimentos y de la energía, agravando las
precarias condiciones de vida en la que ya viven muchas familias en España. Sin
olvidar el incremento del presupuesto militar, que sin duda recortará el gasto
social, tan necesario ahora.
Si la
ciudadanía no puede intervenir en una cuestión que tanto afecta a nuestra vida,
¿qué democracia es ésta? ¿Qué democracia europea es ésa que permite que Pablo
González, periodista español nacido en Rusia, lleve un año de prisión
preventiva en Polonia, sin cargos, sin acusación alguna, sin que su abogado
pueda ver su expediente? Los medios no hablan de esta flagrante violación de
los Derechos Humanos y en especial de uno de los pilares de cualquier
democracia, la libertad de información. Es un hecho gravísimo, un ataque a la
línea de flotación de la democracia. Es un escándalo, una vergüenza que se esté
permitiendo esto por España y por la UE.
Se está
manipulando por completo la opinión pública europea con una propaganda
belicista que oculta información clave, proporciona una visión tendenciosa e
impide que la gente se haga una idea cabal de lo que se está dirimiendo en
realidad en esta guerra, en la que Ucrania es sólo la convidada de piedra
arrojada al matadero. Los medios demonizan todo lo ruso y
crean alarma en la población para mover a la gente a la guerra, hasta llevarnos
a una psicosis de locura colectiva.
La escalada
armamentística mundial es una terrible amenaza que puede llevarnos a un
conflicto universal si no detenemos pronto esta
maldita guerra. Y la población española en general no es ahora mismo
consciente de esos negros nubarrones que se ciernen sobre nuestras cabezas. A lo peor, cuando queramos darnos cuenta no hay vuelta atrás y habremos
pasado del envío de armas a envíos de tropas. Ya se están lanzando rumores o
globos sonda al respecto para que nos vayamos acostumbrando.
Quienes tienen
interés en librar esta guerra en suelo europeo contra Rusia son otros, pero los
perjudicados somos los europeos. Una Rusia llena de recursos con la que Europa
debería estar interesada en tener relaciones económicas fluidas.
Esos
gobiernos belicistas de la UE están sirviendo a intereses foráneos, contrarios
a los intereses de España y de Europa. En la OTAN todo lo deciden los EE. UU.,
y en todo caso algo el Reino Unido. Los demás no pintamos nada.
Los gobernantes
obedecen no a la ciudadanía que les eligió, sino a las élites económicas que
les han permitido llegar a donde están. Faltan liderazgos responsables que
respondan a su ciudadanía y no a los grandes consorcios económicos. El supuesto jefe de la diplomacia europea, el patético
Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política
de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, ejerce como el mayor
propagandista de la Guerra, en abandono completo de la vía diplomática. No es
un servidor público de los intereses de los europeos, sino un lacayo de los
intereses de EE. UU.
Es buen
momento para recordar aquella declaración hermosa y solemne contenida en el
artículo 6º de la Constitución de 1931, la de nuestra Segunda República:
“España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”.
Somos los
ciudadanos, que no queremos ir a una guerra que no es nuestra, los que tenemos
que levantarnos contra ella. Queremos independencia, como españoles y como
europeos. Y una democracia real, no una ilusión de democracia.
Yo no quiero formar
parte de ningún bloque, como no fuera de un redivivo Movimiento de Países No
Alineados, que las grandes potencias hicieron sucumbir en su día. Quiero formar
parte de un pueblo abierto, pacífico, que pueda llevarse bien con todo el
mundo.
Son los pueblos los
que van a las guerras y pierden con ellas, no las élites que las deciden y no
van al combate. La ciudadanía debemos apartarnos de ese belicismo impuesto por
el bombardeo propagandístico y demandar la negociación para una paz estable. La
sumisión de nuestro actual gobierno a los dictados de EE. UU debería
avergonzarnos como país. La izquierda real española no debe dar por buena la
situación y mirar para otro lado; ha de cumplir su responsabilidad, exigir la
paz y apartarse del ruido bélico.
Rechazo subirme al
carro de la guerra. La negociación para la Paz es el único camino que quiero
apoyar.
¡Levantémonos para detener esta matanza!