20 septiembre 1928 El primer robot
parlante
Miguel
Toro
27 de junio de 2023
La era de la inteligencia
artificial generativa ha llegado de verdad. Los bots de charla de OpenAI,
que utilizan la tecnología de los grandes modelos de lenguaje, dieron en
noviembre la señal de salida. Ahora apenas pasa un día sin que se produzca
algún avance espectacular. El sector de la música se vio sacudido hace poco por
una canción creada mediante inteligencia artificial, un concurso de pintura en
Estados Unidos fue ganado por una obra generada por Inteligencia Artificial. Los
programas que convierten texto en vídeo están creando contenidos bastante
convincentes. Dentro de no mucho, productos de consumo se conectarán a los bots
de OpenAI, lo cual permitirá encargar comida o contratar unas vacaciones
escribiendo texto en una casilla. La revolución tecnológica que esto implica
afectará a los empleos y su distribución entre los diferentes países y dentro de
un país entre las diferentes regiones.
Por otra parte el cambio climático y la pérdida de biodiversidad son las dos amenazas más graves de nuestro tiempo, que pueden llevar a un colapso socio ambiental de nuestra civilización y de las sociedades humanas. Evitar un cambio climático catastrófico, como el que produciría un calentamiento global superior a 2º C es el principal desafío de nuestro tiempo. La transición energética, ecológica y económica que esto implica es de tal magnitud que requiere un profundo cambio para numerosas actividades económicas y centros productivos, que deberán ser abandonados, sustituidos o transformados en todos los sectores: la energía, el transporte, el urbanismo, la edificación, la industria y el sector agroalimentario.
La era de la inteligencia
artificial se está solapando con la necesidad de una transición energética,
ecológica y económica hacia un mundo más sostenible. Se trata de un cambio
radical en nuestras formas de producir, trabajar y consumir que, junto a
enormes beneficios, podría tener efectos sociales adversos que habrá que
evitar.
En el caso del empleo,
aunque las nuevas actividades crearán muchos empleos, los que se crean no lo
serán necesariamente ni en el mismo momento ni en el mismo lugar que los que se
destruyan, lo cual podría crear localmente pérdidas de actividad económica y
empleo que pueden ser muy importantes en regiones como Andalucía.
Ya se han publicado muchos
trabajos que señalan cómo la automatización -y la inteligencia artificial es su
punta de lanza- podría acabar con muchos puestos de trabajo. Otros argumentan
que, incluso sin un desempleo generalizado, se produciría un vaciamiento
en el que desaparecerían los empleos gratificantes y bien remunerados y su
lugar sería ocupado por funciones mecánicas y mal pagadas. Los servicios
jurídicos, la contabilidad y las agencias de viajes se sitúan a la cabeza de
las profesiones con más probabilidades de salir perdiendo.
No obstante, son muchas las cosas
que caen fuera del alcance de la inteligencia artificial. El trabajo manual,
como la construcción y la agricultura, constituye un ejemplo. Un gran modelo de
lenguaje le resulta poco útil a alguien que recoge espárragos. Podría serlo para
un fontanero que arregla un grifo que gotea: un widget reconocería el grifo,
diagnosticaría la avería y aconsejaría soluciones. Ahora bien, el fontanero
seguirá teniendo, en última instancia, que hacer el trabajo físico.
Muchos de los puestos de
trabajo amenazados por la inteligencia artificial se encuentran en sectores muy
regulados. Es el caso de los policías y la inteligencia artificial dedicada a
la lucha contra la delincuencia. Sólo los gobiernos más atrevidos los
sustituirían por inteligencias artificiales. Imaginemos los titulares.
Los empleos emergentes en el
sector de la inteligencia artificial y los sectores informáticos punteros se
van a concentrar en los países más desarrollados: en Europa fundamentalmente en
Alemania, y en España en Madrid fundamentalmente.
Los nuevos empleos asociados
a la transición energética, ecológica, pueden estar más distribuidos
geográficamente. Sobre todo se empiezan a crear comunidades energéticas. Pero
no es esto lo que está ocurriendo: más bien lo que está pasando es que las
grandes compañías eléctricas son las que están construyendo los grandes huertos
solares, lo que implicará que tendrán el dominio de la generación y distribución
de la energía verde.
Se está produciendo una
fuerte transición tecnológica con fuertes impactos económicos y en el empleo.
La pregunta es: ¿Será justa la transición en la que estamos inmersos? ¿Servirá
para disminuir la igualdad o para incrementarla? ¿Cuál será el impacto en
regiones como Andalucía cuyo desarrollo va quedando lejos de la media española
y europea?
Los datos nos indican que la
economía española se aleja de Europa. No es que el producto interior bruto
(PIB) haya dejado de crecer, que lo hace, sino que ese incremento se apoya
fundamentalmente en empleos de bajo valor añadido o con ocupaciones a tiempo
parcial. La distancia entre el PIB por habitante de España y el de Europa ha
pasado del 9 % en el 2006 al 17 % el año pasado. A su vez Andalucía se está
alejando de España.
Por supuesto, nadie puede
predecir con seguridad hacia dónde llevará a los humanos una tecnología tan
intrínsecamente impredecible como la inteligencia artificial. Tampoco podemos
predecir cómo evolucionará la lucha contra el cambio climático. Pero sí podemos
decir lo que queremos, lo que deseamos. Queremos que la transición sea justa.
Organizar esta reconversión con protección social, con formación y recualificación
profesional, con distribución territorial de los nuevos empleos, con una
disminución de la desigualdad que va en aumento. Eso queremos. El progreso tecnológico
es beneficioso para la humanidad como conjunto porque genera incremento de la
productividad y esto podría dar lugar a un incremento del bienestar general si
estuviera adecuadamente distribuido. Pero las transiciones tecnológicas
producen, si no se evita, fuertes incrementos de la desigualdad, dejan a un
gran sector de la población, los perdedores, con bajos salarios y baja
protección social.
La transición justa es la
base del nuevo contrato social, socialmente justo y ambientalmente sostenible, que
genere grandes beneficios en términos de salud y bienestar.
Una nueva tecnología crea casi
siempre un pequeño grupo de personas con un enorme poder económico. John D.
Rockefeller triunfó con el refinado del petróleo y Henry Ford con los
automóviles. Hoy, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg han conseguido un gran dominio
gracias a la tecnología. Muchos expertos prevén que dentro de poco el sector de
la inteligencia artificial generará unos beneficios formidables.
Esos beneficios podrían ir a
parar a una única organización, quizá OpenAI. Los clientes no tenían
alternativa al petróleo de Rockefeller, por ejemplo; y tampoco podían
producirlo ellos. La inteligencia artificial generativa tiene algunas
características monopolísticas. Se dice que el entrenamiento de GPT-4, uno de
los bot de charla de OpenAI, costó más de 100 millones de dólares, una suma a
disposición de pocas compañías. También hay mucho conocimiento propietario en
torno a los datos con los que se entrenan los modelos, por no hablar de la
retroalimentación de los usuarios.
Sin embargo, hay pocas
posibilidades de que una sola compañía domine todo el sector. Lo más probable
es que un pequeño número de grandes empresas compitan entre sí, como ocurre con
el transporte aéreo, los supermercados y los motores de búsqueda, y dominen
todo el mercado. Esto producirá un incremento importante de la desigualdad a
nivel global, entre países, y entre regiones dentro de un mismo país. Se
incrementará la desigualdad si dejamos al mercado funcionar según sus reglas.
Si no hacemos las políticas públicas necesarias. Esta desigualdad tendrá como
consecuencia un aumento del sector de población que ha perdido en la revolución
tecnológica. Un sector de población con bajos salarios y trabajos malos y poco
gratificantes. Ese sector de población será mayor en regiones atrasadas como
Andalucía.
¿Qué hacemos? Claramente
debe actuar el Estado en beneficio de los perdedores disminuyendo la
desigualdad con impuestos progresivos que deben ser no solo a escala regional o
nacional. Deben ser a escala europea y mundial. Algunos pasos se están dando
tímidamente en esa dirección. El Estado, además, debe aumentar los servicios
públicos de calidad para toda la población.
¿Es posible hacer algo más? Sam
Altman, director ejecutivo de OpenAI, está empeñado en que todos tengamos una
renta básica universal. A cambio de escanear nuestro iris. Esto muestra la
preocupación de algunos que ya están viendo el futuro cercano.
En los sectores progresistas hay que abrir un debate sobre instrumentos que puedan servir para reducir la desigualdad: la renta básica universal, el trabajo garantizado o la herencia universal. Sumar ha propuesto una herencia universal de 20.000 euros. Piketty ya había propuesto una de 120.000 euros. Raventos y otros han propuesto una renta básica universal. Eduardo Garzón ha propuesto la idea de empleo garantizado. Sumar propone la reducción de la jornada laboral.