Vientos de Cambio Justo

martes, 17 de octubre de 2023

NACER, VIVIR, MORIR EN PALESTINA

Gaza está cerrada por tierra, mar y aire. Sus más de dos millones de habitantes esperan con terror la entrada de 300.000 soldados estacionados ya tras las vallas electrificadas de la frontera. El bombardeo químico les está allanando el camino. No hay luz, ni agua potable, ni comida, ni hospitales. Ni Internet. No dispondremos de información ni de imágenes no controladas por Israel. El genocidio no será retransmitido. Se han arrogado el derecho a ordenar a 1,1 millones de personas que evacúen su hogar en el norte de la franja de Gaza. Lo que puede ocurrir es una masacre descomunal.


Juan Manuel Valencia Rodríguez

17 de octubre de 2023

En esta parte tranquila (de momento) del mundo, de vez en cuando me viene a la cabeza, lo quiera yo o no, esta pregunta: ¿Qué hubiera sido de mí si hubiera nacido en Gaza? ¿Qué vida habrían tenido mis hijos, mis nietos? 

En mi mente han quedado grabadas para siempre dos episodios estremecedores sobre la brutal agresión israelí de 2014 contra la franja de Gaza (narrados, si la memoria no me falla, en un corto de Carles Boves y Julio Pérez del Campo que, pese a todos los esfuerzos de Israel para silenciarlo, alcanzó gran difusión e incluso ganó el premio Goya 2019 al Mejor Cortometraje Documental): en uno de ellos el director de un hospital, parcialmente reconstruido tras uno de los innumerables bombardeos israelíes sobre la franja, visita a un paciente, un niño de unos dos o tres años, con unos ojos preciosos y enormes pero espantados que parecen querer salir de sus órbitas; el niño no habla, quedó en shock tras ser rescatado de los escombros en que lo casi sepultó el bombardeo. ¿Y si fuera uno de mis nietos? La idea me sobrecoge. El segundo episodio muestra a una mujer que no para de hablar, entre gritos y sollozos: está contando el salvaje asesinato por los israelíes de su hija, con minusvalía mental e impedida en una silla de ruedas, a la que no pudo salvar cuando tuvo que dejarla para ir a buscar ayuda, en una de las habituales incursiones sionistas en la Franja.

La franja de Gaza es un estrecho rectángulo de 41 km de largo y entre 6 y 12 km de ancho (360 km2 de superficie), en el que se hacinan dos millones y cuarto de personas (tiene la mayor densidad de población del mundo). A comienzos del siglo XX era todavía un lugar predilecto de la burguesía palestina para pasar el verano en sus magníficas playas. Hoy está bloqueada por Israel por todas partes. A los pescadores palestinos se les impide faenar en sus propias aguas. Los campesinos ven cómo de vez en cuando son destruidos sus cultivos. Francotiradores israelíes disparan sobre los palestinos próximos a la frontera cada vez que les da la gana, como ocurre en las pacíficas marchas por el Derecho al Retorno. Israel impide la libre circulación de personas para entrar y salir de Gaza, sabotea el suministro de alimentos, medicinas, combustible y les roba el agua. Se hace imposible cualquier proyecto de vida, de progreso económico. Gaza es el mayor campo de concentración (y a menudo de exterminio) al aire libre del mundo, “el infierno en la tierra”, según el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres. A cada poco Israel bombardea, ese espacio, o tirotea a sus habitantes, sembrando destrucción, muerte y una desesperación que no tiene fin.

Como la que deben sentir los palestinos de Cisjordania, que ven cómo los continuos asentamientos ilegales de colonos israelíes han dejado como una caricatura el mapa de esta parte de Palestina, llena de un laberinto de muros de la vergüenza que disgregan las cada vez más reducidas posesiones palestinas. Los colonos realizan innumerables actos de vandalismo contra las tierras y negocios palestinos, destruyen sus olivares, acosan a las familias, siempre acompañados y ayudados por los soldados de Israel.


Ahora que la desesperación de los palestinos ha generado una acción de unas dimensiones que no podía ni imaginar, el Estado racista, confesional y de apartheid de Israel clama contra los “terroristas”, y la hipócrita “comunidad internacional” de gobernantes se posiciona a su favor, con el imperio de EE. UU. al frente, como siempre, marcando la línea. Entre otros al rey de España, Felipe VI, que jamás ha dicho palabra para denunciar los permanentes crímenes contra los palestinos perpetrados por Israel, en su práctica sistemática del terrorismo de Estado (a Felipe VI, como a su antecesora Isabel II, siempre se le va la mano hacia la derecha ultraconservadora). En Francia y en el Reino Unido se ha prohibido la solidaridad con Palestina en las calles. Mientras, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, proclama: “Luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia”.

Ante tanta inhumanidad, ¿qué esperan los israelíes y sus impresentables aliados? ¿Qué los palestinos de Gaza se dejen matar plácidamente, como corderitos? ¿Se legitima el “derecho a la defensa” de quien en realidad es una potencia ocupante, Israel, con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, y no se concede a un pueblo oprimido el derecho a resistir?

Los israelíes pueden tener por seguro que no tendrán paz mientras continúen sojuzgando a todo un pueblo, mientras quede un palestino con vida, en Cisjordania, en Gaza, en los campos de refugiados. A menos que quieran transformar el lento genocidio practicado hasta ahora (valientemente denunciado en su día por el Nobel Saramago) en una nueva versión de la “Solución Final” para exterminar a todos los palestinos. Que parece es lo que están pensando Netanyahu y sus secuaces del gobierno de extrema derecha de Israel.


El monólogo que Shakespeare ponía en boca del judío Shylock en El mercader de Venecia bien podía ser pronunciado hoy por un palestino en esta versión adaptada a su realidad:

 "Me han arruinado... se han reído de mis pérdidas y burlado de los frutos de mi trabajo, han afrentado a mi nación, han desalentado a mis amigos y azuzado a mis enemigos. ¿Y cuál es su motivo? Que soy palestino. ¿El palestino no tiene ojos? ¿El palestino no tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No necesita alimentarse con la comida, no es herido por las armas? ¿No es víctima de las enfermedades y requiere ser curado por los mismos medios? ¿No tiene calor en verano y frío en invierno, como el judío? ¿Si lo pinchan, no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿Si nos envenenáis no morimos? ¿Si nos hacéis daño, no nos vengaremos?"

Y sin duda se alzaría también en defensa de los palestinos aquel fray Antón de Montesinos, con palabras similares a aquellas con las que se atrevió a denunciar desde el púlpito la explotación y exterminio de los indios del Caribe por los españoles:

 “Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día?... ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales?”

La “Comunidad internacional” ha sido y es cómplice de Israel al callar ante sus crímenes, en vez de obligarle a detener sus salvajes agresiones contra la población palestina. Carece de toda autoridad moral en el asunto al no reconocer el derecho de los palestinos a defenderse, tras 75 años de ocupación. Sin embargo, se permite condenar, una vez más, a los palestinos por la operación de Hamás, comentando en exclusiva las consecuencias para Israel sin entrar en el fondo del asunto, ocultando algunas cuestiones que no son opiniones, sino hechos demostrados que cualquier persona ecuánime puede comprobar, aunque la mayoría de la Prensa occidental los pase por alto ignominiosamente:

-       Israel se convirtió en Estado sobre la base de arrebatar por la fuerza su territorio a los habitantes de Palestina y expulsar a 700.000 de sus habitantes, en lo que se conoce como la Nakba (“el Desastre”, 1948), una operación de “limpieza étnica” en toda regla. En ese proceso las milicias sionistas empleaban de manera sistemática las acciones terroristas, con la complacencia de la antigua potencia colonial británica. A partir de 1967 las matanzas y ocupación por Israel del territorio palestino se multiplicaron. Miles de los palestinos expulsados se refugiaron entonces en la Franja de Gaza.

-       Israel no es como se predica “la única democracia de Oriente Medio”. Israel no es una democracia. Es un régimen de apartheid que no reconoce los derechos de los palestinos de Israel, y tortura y encarcela indefinidamente sin juicio a los palestinos que se rebelan contra su opresión (y a pacíficos cooperantes extranjeros, como Juana Ruiz).

-       Desde su creación el Estado de Israel ha practicado y practica el terrorismo de Estado y el sistema de apartheid contra los palestinos. Cada año mueren cientos de palestinos en Cisjordania y Gaza por estas prácticas terroristas de Israel. Entre 2008 y 2020 hubo 5.590 víctimas palestinas. En este 2023 Israel había matado antes del ataque de Hamás a más de 250 palestinos, muchos de ellos mujeres y niños.

-       La relatora especial de la ONU sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos, Francesca Albanese, publicó un informe en el que detallaba las "características coloniales de la prolongada ocupación israelí".

-       Israel ha sido condenada reiteradamente por la ONU debido a sus constantes violaciones de los derechos humanos y abusos contra la población civil palestina, que duran ya 75 años.

-       Israel incumple y saca ventaja de cada acuerdo que firma, como los famosos de Oslo, mientras continúa sin reconocer la creación de un Estado Palestino.

No hay neutralidad ni equidistancia posible. O se para los pies a Israel o el genocidio continuará, de manera agravada. No se puede culpar a las víctimas. No se debe equiparar a un pueblo ocupado con su potencia colonial ocupante, a las víctimas oprimidas con su verdugo, obviando el terrorismo de Estado practicado sistemáticamente por Israel.

Quedan algunas voces honradas en Israel, pocas y cada día más perseguidas, que discrepan del discurso dominante, falaz, supremacista, integrista. Voces como la de la reconocida periodista Amira Hass, que ha dicho:

“Los jóvenes palestinos no salen a asesinar judíos por el hecho de ser judíos, sino porque somos sus ocupantes, sus torturadores, sus carceleros, los ladrones de su tierra y de su agua, los que destruyen sus hogares, los que los expulsan al exilio, los que obstruyen su horizonte”.

Gideon Levy, otro periodista israelí que como Amira escribe en el diario Haaretz, pone a los judíos ante su espejo:

Detrás de todo lo ocurrido, la arrogancia israelí. Pensábamos que se nos permitía hacer cualquier cosa, que nunca pagaríamos un precio ni seríamos castigados por ello…  Arrestamos, matamos, maltratamos, robamos, protegemos a colonos masacradores… Disparamos a personas inocentes, les arrancamos los ojos y les destrozamos la cara, los deportamos, confiscamos sus tierras, los saqueamos, los secuestramos de sus camas y llevamos a cabo una limpieza étnica. También continuamos con el asedio irrazonable en Gaza, todo estará bien… Pensábamos que podíamos continuar con el control dictatorial de Gaza, arrojando aquí y allá migajas de favor en forma de unos miles de permisos de trabajo en Israel -esto es una gota en el océano, que además siempre está condicionado a un comportamiento adecuado- y a cambio, los mantenemos en su prisión… Hacemos las paces con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, y nuestros corazones se olvidan de los palestinos, para que puedan ser eliminados, como a muchos israelíes les hubiera gustado. Seguimos deteniendo a miles de prisioneros palestinos, incluidos aquellos recluidos sin juicio, la mayoría de ellos presos políticos, y no aceptamos discutir su liberación incluso después de décadas en prisión. ” 

Es preciso entrar en las causas de fondo del conflicto y en sus posibles soluciones, que pasan por el respeto a los derechos de la población, la creación de un Estado palestino independiente y seguro, y el regreso de los refugiados a sus casas. Si no, seguirá el círculo vicioso, cruel e inmoral de muerte y destrucción al que ahora asistimos, una vez más. Mientras tanto, el pueblo palestino merece la solidaridad de todos los pueblos del mundo y el reconocimiento de su derecho a resistir a la ocupación militar, como prescribe el derecho internacional, silenciado por los gobiernos y los medios de comunicación occidentales. ¡El genocidio del pueblo palestino debe ser detenido!

Termino con una voz palestina, la del poeta Mahmoud Darwish, en su Confesión de un terrorista:

"Ocuparon mi país,

expulsaron a mi pueblo,

anularon mi identidad.

Y me llamaron terrorista.

 

Confiscaron mi propiedad,

arrancaron mis cosechas,

demolieron mi casa.

Y me llamaron terrorista.

 

Legislaron leyes fascistas,

instauraron el apartheid.

Destruyeron, dividieron, humillaron.

Y me llamaron terrorista.

 

Asesinaron mis alegrías,

secuestraron mis esperanzas,

esposaron mis sueños.

Y cuando rechacé todas las barbaries,

y decidí defenderme, ellos… ¡Mataron un terrorista!"