viernes, 28 de noviembre de 2025

EUROPA EN LA ENCRUCIJADA: BIENESTAR O RECORTES


Miguel Toro

28 de noviembre de 2025

Este artículo fue publicado originalmente en elDiario.es el pasado 20 de noviembre

 

Según leemos en los periódicos una idea inquietante ha empezado a tomar fuerza en Francia y Alemania: nos dicen y nos repiten que el estado de bienestar ha dejado de ser sostenible. Europa presumió durante décadas de haber hallado la fórmula perfecta para conjugar prosperidad económica con justicia social: hospitales abiertos a todos, universidades asequibles y jubilaciones dignas tras una vida de trabajo. Ese pacto entre generaciones, envidiado al otro lado del Atlántico, se había convertido en la marca de identidad del continente.

En Francia la reciente dimisión del primer ministro Sébastien Lecornu, incapaz de pactar un ajuste presupuestario, resume el dilema: recortar drásticamente o mantener un bienestar cada vez más difícil de costear en un país donde la ciudadanía sigue considerando esos derechos como inalienables. El anterior primer ministro François Bayrou propuso un durísimo plan de ajuste presupuestario para evitar que el país sufra, según sus palabras, una crisis de deuda.

La fragilidad no se limita a Francia. Alemania, el otro gran sostén histórico de la Unión Europea, afronta recesión industrial y deterioro de infraestructuras. Friedrich Merz ha advertido a sus ciudadanos de que "el Estado del bienestar" de Alemania "ya no es sostenible financieramente". Por ello ha querido preparar a los alemanes para una oleada de recortes. Los habitantes se enfrentarían en los próximos meses a unos recortes que afectarían al gasto social, al acceso a ayudas por desempleo o podrían incluso reformular la renta básica.

Junto a esos recortes Alemania ha puesto en marcha un plan de rearme que quiere convertir el ejército alemán en el más poderoso de la Unión Europea. Alemania quiere erigirse en el principal vector defensivo del centro y el norte de Europa, al margen de Estados Unidos.

Un estudio liderado por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz nos informa de que la desigualdad va aumentando de forma vertiginosa: el 1 % más rico de la sociedad acaparó el 41 % de la riqueza creada desde el año 2000: el 50 % más pobre solo el 1 %. El estudio afirma que los países con alta desigualdad tienen siete veces más probabilidades de experimentar un declive democrático que aquellos más equitativos y pone el foco en la riqueza heredada y el control de las tecnológicas.

En España un macroestudio de Cáritas afirma que hay una generación atrapada en la precariedad: 2,5 millones de jóvenes españoles sufren pobreza o exclusión. El estudio resume que, con las vías de ascenso social cada vez más frágiles, se detecta un “malestar generacional” que erosiona la confianza en las instituciones. “La juventud española vive con profundo pesimismo ante su futuro, marcado por la precariedad laboral, las dificultades de acceso a la vivienda, la dependencia familiar y la imposibilidad de construir un proyecto vital autónomo”. El ascensor social se avería en España: es uno de los países ricos con más desigualdad de oportunidades. La OCDE sostiene que, de media, una cuarta parte de las diferencias socioeconómicas se explica por razones impuestas o heredadas. En España, la proporción supera el 35 %.

En esta situación el principal partido de la oposición, entre otros partidos, pide menos impuestos: en Madrid siguen bajando los impuestos principalmente de las rentas altas, en Andalucía está aplicando rebajas de impuestos. En ambas comunidades junto a la rebaja de impuestos se están llevando a cabo unos importantes recortes en Sanidad, Universidades, etc. Además se está empezando a introducir una idea peligrosa: Feijóo empieza a contraponer Democracia contra Prosperidad. El presidente del Partido Popular español nos está diciendo que en un futuro habrá que escoger entre democracia y prosperidad. Que para vivir mejor habrá que rebajar la democracia.

Muchos jóvenes han crecido escuchando que vivirán peor que sus padres, que el futuro es más caro y más difícil de lo que esperaban. Muchos argumentan que los partidos tradicionales no entienden sus problemas, así que algunos han decidido ser rebeldes, pero esta vez, rebeldes de derecha. Incluso de extrema derecha. El furor antiimpuestos y la tolerancia ante el fraude calan entre ellos. Los varones de 18 a 44 años muestran una visión de Hacienda más negativa que el resto de la sociedad. El grupo hasta los 24 es el más indulgente ante las trampas fiscales. La ultraderecha está buscando y ganando el voto de los más jóvenes.

Estamos inmersos en una batalla cultural: el individualismo frente a la primacía de una visión colectiva de la sociedad. Una batalla cultural que está ganando la derecha europea y española. Se está imponiendo la idea del sálvese quien pueda. Estamos llegando a un individualismo extremo donde lo único relevante es cada individuo en particular, sin considerar a los demás, a los que tiene cerca. Piden eliminar impuestos sin tener en cuenta que eso hará desaparecer el estado de bienestar y votan a opciones que ponen en cuestión la existencia del estado intervencionista y hasta la misma democracia.

¿Pero esto es lo que queremos? ¿Esto es por lo que hemos luchado tantos años? ¿Realmente es la única forma de avanzar? ¿Debemos permitir que los ultrarricos sigan quedándose con la parte más importante del crecimiento económico? ¿El estado del bienestar es verdaderamente insostenible y sólo una pequeña parte de la población puede tener derecho a una sanidad de calidad, al acceso a universidades, a una pensión que les permita vivir, etc.? ¿Es mantenible la democracia o debemos ceder el poder a dictadores de uno u otro tipo?

El gran problema no es que estas ideas se estén expandiendo rápidamente, el problema es que las ideas alternativas no se defienden con suficiente entusiasmo por las fuerzas progresistas. Entiendo que progresista político es una persona, partido o corriente política que defiende ideas y actitudes avanzadas frente al conservadurismo en aspectos sociales, culturales y económicos, es partidaria del progreso social y político, el desarrollo de las libertades públicas y una mayor intervención del Estado para corregir injusticias y desigualdades. 

Estamos convencidos de que democracia, prosperidad e igualdad económica van de la mano. Se tienen que dar las tres la vez. En Europa, aunque no en España, el período histórico posterior a la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los 90 del siglo pasado ha sido un ejemplo de esa afirmación. Fortalecer la democracia significa impedir la desigualdad que está aumentando. Fortalecer la democracia significa que la mayoría disponga de un estado de bienestar que le permita tener una sanidad de calidad, acceso a la enseñanza y a la universidad, atención a las necesidades de dependencia cuando son necesarios, etc. Para ello es necesario que los ultrarricos paguen más impuestos, que el Estado intervenga el mercado en beneficio de la mayoría y no permita que todos los beneficios se concentren en unos pocos.

¿Pero cómo conseguimos eso? Las fuerzas progresistas deben elaborar propuestas más ambiciosas. Propuestas que incluyan la idea de un reparto más equitativo, no sólo de los nuevos beneficios anuales que produce el progreso. También el reparto de las propiedades actuales muy concentradas en pocas manos. Eso se consigue con impuestos sobre los ingresos y con impuestos sobre el patrimonio. Tanto en Francia como en Alemania los partidos en el gobierno plantean reducir o eliminar el estado del bienestar, pero no elevar impuestos a los más ricos, no plantean que el Estado intervenga para reducir el precio de los alquileres, para asegurar la calidad de los productos alimenticios, para abaratar el precio de la energía, etc., pero sí usan al Estado para poner en marcha un plan de rearme de un tamaño inimaginable hasta ahora.

Estamos convencidos de que una de las causas de la situación actual -expansión de la ultraderecha, aumento de la desigualdad, pérdida de confianza de los jóvenes en su futuro, deterioro del estado del bienestar, deterioro de la democracia, etc.-, es la falta de ambición de las fuerzas progresistas. Es la falta de propuestas ilusionantes para la mayoría. La falta de propuestas que imaginen un mundo mejor. Parece como si las fuerzas progresistas hayan aceptado la situación como irreversible.

Por suerte algunas ideas van apareciendo: Mario Draghi, exjefe del BCE, afirma: “El Estado del bienestar no es un lastre en Suecia, que tiene la mayor ratio de gasto social y a la vez las mejores cifras de competitividad. El Estado del bienestar no es el problema; el gasto social no es el problema”.

España, Brasil y Sudáfrica impulsan un plan para aumentar la tributación de los superricos. Los gobiernos impulsores consideran que la creciente desigualdad está relacionada con la “baja contribución de las personas con alto patrimonio, que disfrutan a menudo de tasas impositivas menores que el resto de los contribuyentes”. La declaración considera que, si no se toman medidas, “la desigualdad extrema seguirá aumentando, socavando el crecimiento, la sostenibilidad y la confianza pública en la democracia”.

En Francia se ha discutido, en una sesión maratoniana de la Asamblea Nacional, la tasa Zucman, que propone un impuesto del 2 % a los patrimonios superiores a los 100 millones de euros, incluido el valor de las acciones que poseen los empresarios en sus propias compañías. Finalmente se ha rechazado, pero ya es un importante comienzo.

¿Por qué no circulan estas ideas en los partidos progresistas españoles? La respuesta, ya excesivamente repetida, es que los ricos se llevarán sus recursos a otra parte y por eso no vale la pena intentarlo. Pero ya hay maneras de concretar ese impuesto para que eso no ocurra: Piketty, Simon Thorpe, dan algunas soluciones.


Claramente debemos pedir una tasa Tobin, Impuesto sobre las Transacciones Financieras, pero bien diseñada, que vaya más allá de la que se usa en España y un sistema fiscal más progresivo. Ideas en esta línea han sido sugeridas por algunos de los Inspectores de Hacienda del Estado.

Pero hemos de ser conscientes que vivimos y queremos vivir en una democracia y que para que la subida de impuestos a los ricos sea posible, para que un reparto más equitativo de los beneficios del progreso sea posible es necesario que la mayoría de la población lo vea deseable y vote a partidos políticos que llevando estas propuestas consigan mayorías parlamentarias. Frente a la corriente anti impuestos que se está extendiendo junto a la expansión de la ultraderecha no sólo es necesario que los partidos progresistas propongan subir los impuestos a los ricos. Es muy importante convencer a la mayoría de la utilidad de estas propuestas. Los progresistas debemos convencer al ciudadano de que los impuestos son completamente necesarios para mantener el estado del bienestar. Debemos estar pendientes de que se usan bien, que se usan de la manera más eficaz posible. Debemos hacer más transparente el destino final de los impuestos. Debemos convencer al ciudadano de la necesidad de un Estado que intervenga el mercado en beneficio de la mayoría.