Enrique Cobo
18 de abril de 2023
Pesimista, realista,
optimista. Puedo cambiar el orden de estas actitudes, pero este que expongo me
parece el más adecuado para decir lo que quiero.
Entre el ruido de la vida en
la que estoy oigo algo, lo contrario y el silencio sobre asuntos que me interesan,
que me han interesado siempre: la justicia, la paz, como perspectivas de futuro,
porque he elegido, me doy cuenta ahora, ser optimista, que es una forma de
vivir, aunque no sé si eficaz para construir el mundo que deseo. He ido
viviendo en la perspectiva del inexorable futuro en el que la tierra será, sí o
sí, “la patria de la humanidad”, porque la vida es una lucha de clases en la
que el único resultado posible es la victoria de los trabajadores que
construirán indudablemente la paz y la justicia para siempre, tras vencer a “la
burguesía”.
Por otra parte, he vivido, estoy viviendo, la presencia de la violencia, la guerra, la injusticia acompañada del razonamiento de que son el camino inevitable para la paz y la justicia desde “si vis pacem para bellum”, desde el convencimiento de que la victoria y / o el miedo de unos a otros traerán la paz, afirmado por los del lado bueno de la historia y desde el lado malo, según desde donde se mire. Y en ese equilibrio violento, en esa carrera de ser más capaz de vencer al otro con violencia, se vivirá en paz y se irá consiguiendo una justicia que nadie, por optimista que sea, se atreve a decir que “la tierra será el paraíso, patria de la humanidad”.
También estoy viviendo que
hay una parte de la humanidad -que a veces ha sido mayoritaria- que, asustada
por la experiencia de la guerra, ha proclamado la necesidad de un derecho mundial
que dificulte la guerra promoviendo el desarme y la justicia globales, mediante
normas de obligado cumplimiento para todos que llamaron derechos universales
del hombre y del ciudadano y que eran exigibles ante una justicia universal que
las administrara y las impusiera mediante una fuerza mundial aceptada por todos.
Hemos visto su Declaración Universal hecha por todos los países del mundo y
estamos asistiendo al incumplimiento más cruel por todos los que aquella
declaración firmaron y en cuya consecución se comprometieron. Es realista el
que un día nos pusimos de acuerdo y también es realista, a las pruebas me
remito, que fue una farsa porque las intenciones eran otras, por lo que se
dejaron de cumplir un segundo después de acordar tan buena nueva.
Visto lo visto, me pregunto
cuál podría ser la garantía de que volviéramos a acordar la prohibición de la
guerra y la consecución de derechos universales. La realidad es que ha habido,
está habiendo guerras, bloques que se preparan para la guerra, futuras guerras
anunciadas y próximas. ¿Es pesimismo que esto puede acabar muy mal para todos
dada la capacidad de destrucción de la que nos hemos dotado todas las partes? ¿Es
realista que el miedo entre las partes traerá la paz? ¿Es optimista que el
ansia de paz de la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo, que no quieren
matar ni ser muertos, se impondrá a esa minoría que se dispone a luchar hasta
vencer o morir?
Sin una perspectiva creíble
es muy difícil sumar todas las fuerzas de las gentes que tenemos hambre de paz
y de justicia. Yo, cuando me pongo en modo optimista, apuesto por ir
construyendo la soberanía popular, por encima de los límites de esta
“democracia” que nos ofrece a elegir a los que nos dicen que nos representarán
en las instituciones, pero que nunca nos ofrecen una perspectiva a largo plazo
de paz y justicia que nos podamos creer, porque sabemos que no nos tendrán en
cuenta y nos obligarán a entrar en la guerra que decidan mediante la leva
obligatoria y que nos ofrecerán ir avanzando y retrocediendo en unas relaciones
de producción justas e injustas, según se vaya pudiendo, pero que nos pueden
ofrecer un futuro de paz y de justicia mínima; dada la experiencia, no nos lo
podemos creer.
Las palabras ahora, en este
mundo, nos confunden. Llaman soberanía popular a la fuente desde la que ejercen
todos los poderes públicos, pero en realidad ni el poder militar ni el poder
económico se someten a esta soberanía, ni siquiera el poder simbólico del Jefe
del Estado. La soberanía popular está limitada a poder elegir a nuestros
representantes circunscribiendo nuestra posibilidad de elección a los que
previamente nos circunscriben las distintas opciones electorales cada cierto
número de años. Sigo en modo optimista y veo con ilusión que un día lo de la
soberanía popular pueda ser verdad y concluya con un orden mundial construido
sobre la paz y la justicia de manera exigible en todos los rincones de nuestra
tierra y por tanto me pongo en la posición militante de ir construyendo ese
poder popular que proclamamos en las normas más globales que nos hemos dado y
que no logramos que sean respetadas.
Cuando vivo militando en la
construcción de la democracia, de la soberanía popular, cuando trabajo con
otros compañeros en su construcción y profundización, siento que estamos en un
mar de molinos de viento con nuestras adargas y nuestros caballos, disfrutando
de ese caminar en lo concreto compartido y deseado por muchas personas, creyendo
-¿soñando, deseando?- que sería guapo eso de ejercer la soberanía popular desde
las cosas pequeñas a las cosas universales, y participo en organizaciones que
no se presentan a las elecciones -hay de sobra- y que quieren que los
ciudadanos deseen juntos y que hagan valer sus deseos en los asuntos comunes
que puedan ir acordando. Viviendo, a veces me cuesta trabajo creerme que es
posible la soberanía popular en mi rincón de la vida, en el conjunto de esta
tierra.
Es una posición muy frágil
en la que estamos los muchos que apostaríamos por hacer verdad la soberanía
popular, porque los poderes antidemocráticos, violentos y egoístas, que son una
minoría de personas, nos lo ponen muy difícil y, a veces, en un ataque de
realismo reaccionario, optamos por sentir que vivir en la perspectiva de hacer
realidad lo de la soberanía popular es una utopía en el peor sentido de la
palabra.
Con muchas evidencias de una
realidad que da poco sustento a creernos lo de la paz y la justicia basadas en
un mundo gobernado por la voluntad de los pueblos decidimos, sin darle lugar al
pesimismo, ni al realismo, ni al optimismo, tomamos una decisión que hoy por
hoy sólo puedo sustentar en el deseo profundo de que nosotros y todos los
pueblos del mundo ahora y después puedan disfrutar de vivir con justicia y en
paz.