Luis Pozo Nevado. Historiador del arte.
15 de octubre de 2024
Siempre que hablamos del concepto de
patrimonio se nos vienen a la cabeza dos tipos, el patrimonio monumental y el
inmaterial, ambos caracterizados por ser fieles ejemplos que representan a una
cultura, a un pueblo, una sociedad, un pensamiento, un sentimiento específico
que lo rodea de un aura verdaderamente peculiar. No obstante, tenemos que
remontarnos al pasado, en especial a 1972, año en el que se realizó la
Convención de París por la UNESCO, en donde se introdujeron por primera vez dos
conceptos fundamentales en cuanto a lo que entendemos por patrimonio: uno, la
identificación del patrimonio cultural y natural; y dos, la concepción del
patrimonio histórico-artístico no como una creación individual de una persona,
sino como de una nación, un pueblo, o una ciudad, que identifican al patrimonio
como un elemento que es propiedad de todos los seres humanos, por lo que su
conservación depende de la responsabilidad colectiva, de todos nosotros.
Tampoco podemos olvidar la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial realizada en Paris en el 2003, que establecerían los refuerzos de la recomendación dada por la UNESCO en 1989, en pro de ese patrimonio intangible; así como el Convenio de Faro, promocionado por el Consejo de Europa en 2005, quien puso en valor el patrimonio social, aquel que se está perdiendo actualmente de forma exacerbada, en el que aludían a su importantísima función sobre el ciudadano, pues este lo protegía y además le proporcionaba disfrute.
En definitiva, se toma al patrimonio
en toda su amplitud, del mismo modo que se tomaron a los héroes nacionales del
siglo XIX, para ser señas de identidad. Siempre que hay una seña de identidad,
hay una defensa, pero ante todo hay un interés focalizado en la pervivencia, la
protección, conservación, consideración. Y es que el patrimonio no entiende de
culturas, de sociedades ni mucho menos, de grupos poblacionales, aunque parezca
una contradicción, pues bien acostumbrados estamos los “paisanos” a escuchar
sobre la constante defensa del patrimonio de las ciudades, consideradas como
focos culturales y económicos, pero poca defensa del patrimonio ubicado en los
pueblos. Esto genera un desarraigo cultural que viene desarrollado por un
desinterés general, no solo institucional, sino académico y poblacional; estos
últimos ven de primera mano cómo todas sus costumbres van perdiéndose por el
desinterés de los más jóvenes
ante la indiferencia y la nula valorización de lo que tienen entre sus manos.
Ante esta visión, arrolladora y
deplorable, se han de buscar soluciones creativas, pues debe existir siempre
una relación de beneficio entre el patrimonio, que es escogido a conciencia
como el que debe ser protegido, y la población, entrando aquí de primera mano
la educación. Siempre se ha escuchado: ¿y para qué me sirve a mi estudiar
historia si voy para ciencias?, ¿para qué sirve la filosofía?, “letrasado”, “no
me interesa ver un par de rocas mal puestas”, “no voy a la Misa de la calle que
es de catetos y además no soy creyente”. A causa de la primacía de la
mercantilización y la constante búsqueda de beneficio, siempre se deja de lado
al patrimonio por ser “inservible” para nuestras vidas actuales.
William Morris, famoso teórico y defensor inglés de las artesanías, entendía que toda persona, aun siendo un obrero, debía desarrollar cultura, por lo que él empleaba el dibujo para que todas las personas de bajos estudios aprendiesen, fuesen críticos, tuviesen gustos y, sobre todo, valorasen lo que tenían en su momento. En nuestro caso tenemos el turismo, claro ejemplo para potenciar, destacar y generar capital para financiar y proteger el patrimonio que el pueblo ha elegido proteger, dependiendo de los intereses que se tengan. Así mismo, esta conciencia no se genera sola, y aquí entran las instituciones, las asociaciones culturales, las cuales, desde su perspectiva desinteresada, deben buscar defender y hacer notar el patrimonio, por muy mínimo que sea.
Del mismo modo, si se quiere que la población más joven tome conciencia de lo que tiene, se debe lograr a través de lo que más consumen; la digitalización, las redes sociales, entre las cuales TikTok ha servido de medio para una cantidad ingente de Influencers que hacen destacar, dar a conocer, desde una perspectiva modernizada, amena e influyente, permitiendo que haya más población joven que tome conciencia de lo que tienen y puedan así valorar la tradición y su importancia para no perdernos en el constante y pavoroso presente.