Enrique
Cobo
29 de octubre de 2024
Dejando pendiente de que
podamos ver cómo superar la cuestión de la violencia con la que se impone / nos
impone el capitalismo -nada más y nada menos que ese “asunto” de la violencia
armada, de la guerra-, y de interesarnos en cómo podríamos superarla, pienso
que la otra losa que pesa sobre nosotros es que la realidad que se nos cuenta a
diario por tierra, mar y aire, por los medios de comunicación, en los diarios,
en las tertulias, en las noticias que se nos destacan machaconamente, es dura,
incluso morbosa, e ignora una potentísima realidad que sostiene al mundo a
pesar del “mercado”: ¿cómo podría funcionar un mundo que no esté sometido a las
“leyes del mercado”?
El retrato único que se nos hace
con insistencia pretende y muchas veces consigue meternos miedo, hundirnos en
la impotencia, para instalarnos en la seguridad de que nada de lo que pueda
cambiar esté en nuestras manos. Pretenden convencernos de que “eso es lo que
hay”, de que “las cosas son así” y de “¡qué vamos a hacer!” u otras formas
populares de confesar la rendición, el sometimiento a lo que hay. “Eso es lo
que hay” es una de las frases más repetidas, como si la realidad fuera
inamovible o como si la realidad contada
fuera la única realidad.
Pero la verdad es que hoy la
sociedad descansa sobre trabajos no remunerados, producidos fuera de las leyes
de los mercados. Para
verla hay que situarse en otro mirador distinto al de todos los medios de
comunicación y hacerlo con otra intención distinta a la de “crear opinión”, en
un mirador sobre la vida real, para ver lo que no nos cuentan pero que nosotros
vivimos, compartimos, de la que conocemos sus mecanismos, las fuerzas que la
mueven. No nos la cuentan y, lo que es peor, no nos la contamos nosotros,
aunque esa realidad tan poderosa existe, esa economía tan generalizada y
abundante la conocemos bien porque la vivimos. Se nos cuenta lo extraordinario,
lo ordinario negativo, y nosotros vivimos, pero no nos contamos lo cotidiano,
lo ordinario positivo en que se sustentan nuestras vidas y nuestras
posibilidades de disfrutarlas.
Quiero con este escrito
animar a decirnos, a constatar y ampliar esa otra realidad distinta a la
publicada: que en la vida cada día, cada minuto, se dan relaciones entre
personas, y entre las personas y su entorno que hacen posible la vida y la
alegría, relaciones de una importancia económica muy superior al de la economía
de las transacciones mercantiles sometidas a las leyes del mercado, relaciones
que hacen posible la vida y la convivencia pacífica y creadora de bienestar.
Hay una realidad instalada
en la vida de cada uno, de cada comunidad, que hace posible que sobrevivamos, que
nos guste vivir, que podamos vivir con ganas de hacerlo.
Vivimos y construimos esa
otra realidad todos y cada día, y ni nos la cuentan ni nos la contamos, y me
parece que forma parte inexcusable de las capacidades a desarrollar para que el
mundo sea mejor, para que superemos las leyes de un mercado que nos son
impuestas pero que no necesitamos para vivir bien, para convivir en paz y con
libertad en un mundo mejor; que nos la
contemos públicamente para que constatemos la capacidad de los pueblos para
vivir y convivir fuera de los mercados o, mejor, a pesar de los mercados.
Pero nos cuesta, me cuesta,
contar esa otra realidad que es la que sostiene a la humanidad que, aunque nos
cuenten que el futuro no puede ser construido, ni siquiera pensado, fuera de
las leyes absolutas del mercado, la verdad es que esa otra realidad no sometida
a los mercados existe; y no solo existe, sino que es el sistema más eficaz para
producir bienes y servicios y sin la que no sería posible la vida en la Tierra
tal y como la conocemos.
Esa otra realidad que no nos
cuentan ni nos contamos, pero tan poderosa, es la que hace posible que el mundo
se sostenga, la que hace posible que tengamos ganas de vivir, la que nos
mantiene con ganas de hacerlo.
Es necesario que nos digamos esa otra
realidad, inmensa, que hace posible la vida y la convivencia en la Tierra, esa
otra realidad en la que producimos bienes y servicios fuera de los mecanismos
del mercado de forma mucho más potente y más eficiente y placentera que aquella
que los mercados producen. Tenemos que decírnosla para poder imaginarnos un
mundo mejor sin la violencia que nos imponen las leyes del mercado, del
capitalismo.
Nos dicen que la “violencia es la partera de
la historia”, pero la realidad es que la violencia es el fruto maduro de un
mundo sometido a las leyes de los mercados. Pretenden que nos sintamos
impotentes ante tanto poderío, que parece fuera del alcance de nuestras manos, de
tal manera que el fruto sea la desaparición de la soberanía de los pueblos
mediante la desconfianza en sus propias capacidades, que por en realidad son
las únicas capacidades existentes para producir la paz y para… hacer la guerra
obligados por la violencia de sus condiciones. Hasta para hacer la guerra, para
que nos matemos, nos necesitan a nosotros como verdugos y como víctimas a la
vez.
Algunos de los movimientos
sociales de la actualidad, como el feminismo, el movimiento de LGTBI, muchas de
las ONG, de los movimientos ecologistas en general, las iniciativas de personas
aisladas o de pequeños grupos que intentan vivir la vida de forma alternativa,
son realidades que han hecho posible hacer mucho más visible ese otro mundo de
relaciones económicas, de convivencia, fuera de las reglas del mercado.
Me parece conveniente que
empecemos a decirnos, a modo de señales de navegación, las aportaciones de esos
“movimientos”, porque están siendo caminos que nos han hecho descubrir bienes
importantes presentes en la vida diaria. A modo de ejemplos: descubrir, sobre
todo los hombres, la importancia de los cuidados entre nosotros para poder
sobrevivir e incluso hacerlo con el placer de una relación cariñosa; o la cada
vez más importante presencia de voluntarios para realizar tareas que el mercado
no puede ni quiere proveer, acciones o actitudes que hacen valer la ternura como fuerza provisora de
bienes y servicios de una calidad imposible para los mercados pero
imprescindible para la vida; constatar la presencia diaria en nuestras vidas de
la tolerancia ante comportamientos
personales diferentes en lo sexual y no solo en las relaciones sexuales, la valentía de personas y pequeños grupos
por intentar vivir sin someterse al mercado y ensayando formas de vida y relación
alternativas; comportamientos respetuosos
con la naturaleza, con animales y plantas, frente a la crueldad y la
ignorancia del bien común que la naturaleza representa para todos los seres
humanos….
Cada uno de nosotros, a poco
esfuerzo que haga, puede añadir muchas experiencias a este inicio de relato de
bienes y servicios que nos prestamos entre nosotros sin relaciones mercantiles
y que a los mercados les será imposible proveer.
Relatárnoslas es hacernos
conscientes de una realidad oculta de una enorme potencia, de un enorme valor
económico, mayor que el de los “mercados” si lo contabilizamos en términos de
producción e intercambio de bienes y de servicios, y nos permite ver una
realidad presente en el día a día, en la vida concreta de todas las personas, unos
comportamientos que llenan nuestras relaciones, un mundo en que los cuidados, la solidaridad, la ternura, “ el sentido común”, son “técnicas de
producción” de relaciones humanas tremendamente eficaces para sostener la vida,
para que cada persona pueda soportar las crueldades de los mercados e, incluso,
poder vivir bien, dentro de lo que cabe.
Una militancia política
basada en la conciencia de esa realidad potente es condición imprescindible
para seguir creando bienes y servicios que el mercado nos niega y que nunca
podrá producir con similar calidad a la de los mecanismos de la convivencia
fuera del mercado; e incluso para dificultar el funcionamiento de los mercados
productores de instrumentos de dominación y muerte, de competir con ellos en la
producción y distribución de bienes de primera necesidad, como por ejemplo
alimentos, vivienda y servicios de proximidad.
Es posible, como la vida nos
muestra, que los mercados no son los únicos agentes productores de los bienes y
servicios necesarios, que junto a ellos los pueblos producen más y mejores
bienes y servicios; que las relaciones laborales asalariadas sometidas a las
reglas de los mercados no son las únicas relaciones posibles para dotarnos de
productos que necesitamos.
Tenemos que ayudarnos a
empezar a pensar…, a creer…, a desear que sin las relaciones de producción
capitalistas nosotros sabemos hacer cosas y prestarnos todos los servicios que
necesitamos para vivir mejor, y que en la medida en que así lo vayamos haciendo
van a ir desapareciendo, de camino, la violencia que los mercados imponen como
único camino hacia el futuro y la explotación salvaje de las personas en los
procesos de producción.
Hemos inventado formas de convivencia que nos
hacen posible disfrutar de esos bienes y servicios y tenemos bienes comunes y
circunstancias para ampliar la producción social en cada pueblo, en cada calle,
en cada ciudad, y ponerlos en carga cuando los deseemos es un camino. Calles, plazas,
colegios, parques y jardines son bienes comunes; música, teatro, pintura,
poesía…, son creaciones que en gran manera son gestadas fuera de los mercados.
No son propiedad municipal ni de ninguna otra institución y está en nuestras
manos utilizar unos y otros bienes comunes -infraestructuras, capacidades
creativas, etc.- de la forma más efectiva posible para poder disfrutar del
placer de crear y compartir en espacios de todos.
(Algún
ejemplo -a modo de incitación- que considero especialmente expresivo para decir
lo que quiero: en todos los barrios, en todas las zonas de todas las ciudades,
a los ciudadanos nos gusta disfrutar de encuentros lúdicos -deportivos,
musicales, bailarines, de manualidades…- fuera de los mercados; pero es muy
difícil su expresión porque todos los lugares donde podríamos encontrarnos están
sometidos a autorización y control de las administraciones y en unas no se
puede porque son vías de circulación de vehículos, en otras -parques y jardines
por ejemplo- tienen que darnos un permiso especial y para cada encuentro que
pretendamos tener y a lo mejor queremos tenerlo disponible todos los días y a
todas las horas y someternos únicamente a las normas pactadas entre los vecinos
del lugar; en otros lugares, por ejemplo los colegios en los que hay pistas
deportivas, gimnasios, bibliotecas, salones de actos, etc..., que ofrecen
magnificas oportunidades para el encuentro, pero a los que, siendo nuestros,
siendo bienes comunes, no podemos acceder sino bajo autorización expresa para
un acto puntual solicitado de antemano, que puede ser denegada y/o condicionada
a requisitos tales que hagan imposible la espontaneidad del encuentro. Ante
estas circunstancias sería bueno usar los espacios comunes, de todos, de la
forma en que acordemos en el barrio, de forma continua, espontánea y reglada por
los acuerdos entre los vecinos del barrio, de la calle o del pueblo en
cuestión).