Vientos de Cambio Justo
martes, 17 de septiembre de 2024
Presentación
¿EFECTO LLAMADA?
17
de septiembre de 2024
No
parece importarnos mucho, o al menos no veo ni protestas ni declaraciones de
ningún tipo, cuando gran parte de nuestros residuos electrónicos, de nuestra
basura inservible, termina en un inmenso y kilométrico vertedero, el de
Agbogbloshie, en Ghana. Basura que, tras retirar en España (y en otros países
de Europa) lo más valioso de ella, fundamentalmente metales, terminamos
enviando al indicado vertedero a través de los puertos de Bizerta (Túnez) y de
Lagos (Nigeria). Ni que decir tiene que tanto los desechos como los métodos de
recuperación utilizados por las más de cien mil personas que viven en el
vertedero son totalmente contaminantes y altamente perjudiciales para la salud
y para el medio ambiente. Es decir, nuestra basura, no sólo viaja y atraviesa
fronteras con escasísimas restricciones reales, sino que, además, empobrece,
contamina, enferma y mata.
Según
datos del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz
(SIPRI), entre 2014 y 2023 España fue el octavo exportador mundial de armas. Y
no hablamos sólo de carros blindados o buques de guerra, sino que muchas de las
armas exportadas son armas pequeñas y ligeras que, según una investigación de
Amnistía Internacional, son las más utilizadas para cometer la mayoría de
las violaciones graves de derechos humanos que lastra el desarrollo de las
comunidades afectadas. Es decir, nuestras armas, no sólo viajan y
atraviesan fronteras con escasísimas restricciones reales, sino que, además,
son instrumentos necesarios para la violación de derechos humanos, hieren y
matan.
Es
conocido que la nueva fiebre del oro está provocando una fuerte subida del
precio de este metal, cuyo comercio tiene tales márgenes de beneficios que
constituye una atracción irresistible para las bandas criminales y para algunos
gobiernos no menos criminales que esas bandas. La extracción del precioso metal
no sólo supone una degradación grave del medio ambiente (en África Central se
utiliza el mercurio y el cinabrio para su extracción) contaminando aguas,
tierras, alimentos y, en consecuencia, creando graves problemas de salud
pública, sino que, además, este comercio suele venir acompañado de delitos
financieros y fiscales, caza furtiva y, lo que es más grave, de trata de
personas. Mucho de este oro termina en las manos, en los bolsillos y en las
cajas de seguridad de honorables ciudadanos y ciudadanas de países
desarrollados.
¿Y
qué decir del coltán que no se sepa? Gran parte de los componentes que integran
nuestros teléfonos móviles, pc, tablet…, están compuestos por tantalio,
elemento extraído del coltán. El que no seamos capaces ni de imaginar nuestra
vida sin los indicados aparatos da la talla de la importancia del coltán. Con
los datos actuales, parece ser que el 80 % de las reservas mundiales de este
mineral están en la República Democrática del Congo, país que, junto a su
vecina Ruanda, lideran el tráfico ilegal mundial del coltán. Estos países
tienen tal cantidad de grupos armados, paramilitares, militares descontrolados,
bandas criminales y similares, todos ellos armados con los “productos” que les
vendemos los muy civilizados países productores de armas, con tal número de
enfrentamientos y guerras tan permanentes que ya han dejado de ser noticia,
pero que han provocado, amén de muertes y dolor incalculable, que millones de
personas hayan tenido que abandonar sus hogares y sus países.
Es
un hecho constatado que multinacionales como Monsanto (Grupo Bayer) desarrollan
cultivos modificados genéticamente (OGM) y los herbicidas asociados a ellos
bajo el demagógico manto de que son necesarios para ayudar en la “alimentación
del mundo” y poner fin al hambre, pero la realidad es que contaminan el suelo y
el agua, reduciendo así el potencial de producir alimentos, comercializan
semillas modificadas genéticamente que no pueden guardarse, obligando a que los
agricultores tengan que adquirir año a año nuevas semillas, promueven los
monocultivos transgénicos dañando la biodiversidad y socavando la resistencia
de los cultivos locales de producción de alimentos, y ello amén de reducir la
mano de obra y expulsar de sus territorios a quienes sobrevivían en ellos.
Y
podríamos seguir poniendo ejemplos actuales de la presión que sufren los países
no industrializados, ejercida directamente por los industrializados, tales como
la tremenda desforestación para atender la demanda de madera de los países “civilizados”
en los que protegemos a los árboles. Las hambrunas que los biocombustibles
están provocando por las subidas en los precios de los productos agrícolas que
dificultan el acceso a los alimentos de las poblaciones más vulnerables. O el
apoyo a regímenes dictatoriales por conveniencias geopolíticas, económicas o
similares en los que se pisotean los derechos de la población; y un largo etc. Lo
que unido a una crisis climática que terminará provocando los mayores
desplazamientos de población conocidos en los últimos siglos, conforman un cóctel
explosivo del que hay que ser muy cínicos para no reconocer como barman creador
del mismo a los muy civilizados países del hemisferio norte, y todo ello sin
necesidad de recordar otras actuaciones de nuestra reciente historia con
relación a los daños ocasionados por la codiciosa colonización acometida por
los “países civilizados” y la no menos codiciosa, y no tan lejana,
descolonización.
Y
frente a esta realidad, todavía hay quienes se atreven a culpar de la llegada
de inmigrantes al “efecto llamada” de determinadas medidas o políticas en
materia migratoria, cuando de lo que deberíamos estar hablando es del “efecto expulsión”. Las personas no
abandonan sus hogares ni sus territorios de forma caprichosa. Las personas son
expulsadas, forzadas a abandonar sus viviendas, los lugares a los que tienen
apego, porque las condiciones de vida en esos territorios se vuelven
insoportables, porque con las condiciones que les hemos generado a través de
nuestra política industrial, mediante los conflictos armados que de una u otra
forma generamos o apoyamos, o a través de la necesidad de crecimiento continuo (única
fórmula en la que sustentamos nuestro desarrollo) estamos provocando la
expulsión de millones de personas de sus territorios a las que, cuando llaman a
nuestras puertas, les decimos que deben volver a sus países, aquellos que hemos
contribuido a desertizar, dejado yermos o en los que mantenemos conflictos
armados simplemente porque nos interesan sus riquezas naturales.
Hoy,
cuando la derecha mira a la ultraderecha en busca de soluciones y gran parte de
la izquierda habla de la inmigración como lo hace la derecha, es necesario
recordar que hay que ser muy cínico, aparte de muy poco empático, para hablar
de la inmigración como de un problema de los países de origen de los inmigrantes
y defender que la solución pasa por medidas militares y/o policiales, subir la
altura de las alambradas y/o los muros que separan las fronteras, etc. Hay que
ser muy perverso para negarles el futuro a los jóvenes que vienen a nuestro
país porque se lo hemos arrebatado en sus países de origen. Hay que ser más que
impúdico para defender el libre comercio, la libertad de tránsito mundial de
mercancías y capitales, pero no de las personas. Claro que tenemos que ayudar
en origen, pero la primera y urgente ayuda es dejar de crear las condiciones
que provocan las expulsiones de las personas de sus territorios y,
simultáneamente, reconocer nuestra responsabilidad en el problema que hemos
generado y, actuando como adultos responsables y humanitarios, acoger a los que
vienen.
martes, 10 de septiembre de 2024
LOS ALGORITMOS DE IA NO SON RESPONSABLES
Miguel Toro
10 de septiembre de 2024
Este artículo fue publicado originalmente en elDiario.es el
pasado 5 de septiembre
Los algoritmos en general y los de inteligencia artificial (IA) en particular están
transformando la forma en que vivimos y trabajamos. Estas tecnologías prometen mejorar
la eficiencia, la precisión y la toma de decisiones en una variedad de
sectores. Sin embargo, a medida que la IA se vuelve más omnipresente, surge la
cuestión de la responsabilidad. ¿quién es responsable cuando un algoritmo toma
una decisión incorrecta o perjudicial?
Como ya sabemos los algoritmos son secuencias de
instrucciones lógicas utilizadas por las computadoras para procesar datos y
tomar decisiones. Y en particular “los algoritmos inteligentes”, la IA, son
aquellos con capacidad para imitar la inteligencia humana y realizar tareas que
normalmente requerirían la intervención de una persona. Y aquí viene la
pregunta: ¿Son inteligentes los algoritmos de IA?
Y si es afirmativa la respuesta a la pregunta anterior ¿está
cercana, como afirman algunos, una supuesta superinteligencia artificial que
decida controlar el mundo?.
Son preguntas que usan conceptos muy relacionados:
inteligencia, responsabilidad, control del mundo con un objetivo determinado.
En fechas cercanas a la Segunda Guerra Mundial se pensaba
que la mente humana es en esencia un ordenador muy sofisticado y que el
desarrollo de los ordenadores daría lugar a algoritmos que podrían reproducir
las capacidades humanas. Es decir que no podríamos distinguir las tareas
realizadas por un algoritmo a las llevadas a cabo por una persona. En muchos
campos específicos estos algoritmos ya existen y pueden desarrollar tareas
mejor que los humanos. Los algoritmos que juegan al ajedrez son una prueba de
ello. El reciente ChatGpt y sus variantes otra. Esta situación ha llevado a
llamar a estos “algoritmos inteligentes" y concluir, demasiado
rápidamente, que pueden razonar y que las decisiones que toman serán mejores
que las que toman los humanos.
Pero hay algo que falta en los actuales algoritmos de IA:
el razonamiento de sentido común. La ausencia de conocimientos de sentido común
imposibilita que un sistema de inteligencia artificial pueda tener una comprensión
profunda del lenguaje. Lo que hacen, según el término usado por Ramon Lopez de
Mantaras, es mucho mas cercano a recitar en base a "aproximaciones"
que razonar. Pueden generar texto combinando probabilísticamente complejos
patrones lingüísticos previamente aprendidos, sin comprender su contenido.
Los actuales sistemas de IA generativa no son inteligencia
sino “habilidades sin comprensión”. Es decir, sistemas que pueden llegar a ser
muy hábiles llevando a cabo tareas, como por ejemplo generar imágenes o textos
plausibles y persuasivos, pero sin comprender absolutamente nada sobre la
naturaleza de lo que genera.
Las estrategias estadísticas que se utilizan para reconocer
y predecir patrones son inadecuadas para captar la esencia de muchas
habilidades humanas. Para empezar, estos métodos tendrán serias dificultades
con la naturaleza contextual de la inteligencia porque es difícil definir y
codificar la situación exacta en la que se encuentran.
Crear tecnología que imite a los humanos, haciéndose pasar por
algo humano, requiere que tengamos muy claro que significa ser humano y uno de
los aspectos fundamentales del ser humano es que es responsable de sus actos.
Fabricar dinero falsificado es un delito y falsificar
personas debería ser un delito ya que a las “personas” falsificadas no se les
puede exigir responsabilidades y eso las convierte en actores amorales con gran
capacidad para generar multitud de falsedades, es decir con gran capacidad de
desinformar. Los responsables son los creadores de estas tecnologías, los
creadores de los algoritmos.
De hecho, cuanto mas sofisticados sean los sistemas de IA,
mas responsabilidades deberíamos exigir a sus diseñadores y programadores de
forma que se asegure que cumplan principios legales y éticos estrictos. Las
inteligencias artificiales no tienen, ni tendrán nunca, al menos en un
horizonte cercano, intencionalidad ni objetivos propios; su desarrollo
involucra a personas en todas las fases, desde la concepción y diseño del
algoritmo, hasta su implementación, entrenamiento y despliegue. Los agentes
morales somos nosotros y no las maquinas. Si algo sale mal, el responsable no
es el algoritmo, somos nosotros:
El peligro de la IA no es, como afirman algunos, una
supuestamente cercana superinteligencia artificial que decida controlar el
mundo. Posiblemente los discursos apocalípticos sobre los peligros
existenciales a largo plazo de la IA se han puesto encima de la mesa de forma
interesada como una cortina de humo para distraernos e intentar esconder los
verdaderos problemas actuales de la IA: la falsificación de personas, la violación
de la privacidad, la facilidad para generar textos, imágenes y videos falsos
para manipular y polarizar, la vigilancia y control masivo de la ciudadanía, la
autonomía de los sistemas (en particular las armas letales autónomas), etc.
Además debemos tener en cuenta que diferentes decisiones
tecnológicas —por ejemplo, sobre algoritmos que se usan para contratar, para
gestionar productos financieros— tienen consecuencias políticas y económicas
distintas. Los algoritmos no son neutrales. Suelen tener sesgos porque
reproducen, y en muchos casos amplifican, los sesgos de la sociedad. Todo el
mundo debería poder expresar su opinión sobre si son deseables o incluso
aceptables
Cuando una empresa decide desarrollar una tecnología para ofrecer
publicidad personalizada, para llevar a cabo reconocimiento facial para pueda encontrar
una cara en medio de la multitud, o garantizar que la gente participa o no en
una protesta, sus ingenieros son los mejor posicionados para decidir cómo
diseñar el software. La orientación y la forma de utilizar una tecnología en
particular siempre se entrecruza con la visión y los intereses de los
individuos que ostentan el poder. Pero debería ser el conjunto de la sociedad
quién decidiera si esa clase de software debería diseñarse y desplegarse.
Escuchar a voces distintas obliga a aclarar cuáles son esas consecuencias y
permite que las personas no expertas puedan hablar sobre lo que quieren ver
hecho realidad.
En medio de esta situación, aparece una trampa tecnológica:
los gobiernos con dinero y poder que quieren acabar con las disidencias exigen
tecnologías IA para controlar a la población. Cuanto mayor es la demanda,
más investigadores trabajan en el sector. Y cuanto más se mueve la
IA en esta dirección, más atractiva resulta a los gobiernos autoritarios
(o a los que les gustaría serlo).
Los discursos de odio, el extremismo y la desinformación
generan emociones extremas e incrementan la participación y el tiempo invertido
en una plataforma. Eso permite a Facebook, por ejemplo, vender más publicidad
digital individualizada. Se usa el término “filtro burbuja” para indicar los
filtros algorítmicos que están creando un entorno artificial en el que la gente
sólo oye aquellas voces que coinciden con sus opiniones políticas. Los filtros
burbuja tienen efectos perniciosos.
La desinformación y las llamadas al odio no se limitan a
Facebook. Las decisiones algorítmicas de YouTube y sus esfuerzos por aumentar
el tiempo de visionado han tenido una importancia fundamental. Con el fin de
incrementar las horas de conexión, la empresa modificó su algoritmo para priorizar
los vídeos que parecían enganchar a los espectadores, incluidos algunos de los
contenidos extremistas más incendiarios. La inteligencia artificial puede
amenazar la democracia.
Si la inteligencia artificial, en muchos casos, sólo
conduce a una automatización a medias, ¿por qué tanto entusiasmo por la IA? La
respuesta son los ingresos que las empresas dedicadas a recopilar enormes
cantidades de datos obtienen con la publicidad individualizada. Los anuncios
digitales sólo sirven de algo si la gente les presta atención, por lo que su
modelo de negocio obliga a las plataformas a aumentar la interacción de los
usuarios con los contenidos en línea. La manera más efectiva de conseguirlo ha
resultado ser la promoción de las emociones más extremas, como la indignación y
la rabia, pero esto está produciendo muchos daños colaterales.
Podemos salir del actual atolladero si conseguimos reconfigurar la distribución de poder en la sociedad y reorientar el cambio tecnológico. Una transformación de este estilo sólo podrá producirse con procesos democráticos. Hay que avanzar en el camino de identificar a los responsables de los algoritmos, a los responsables de su diseño, a los responsables de sus objetivos implícitos, a los responsables, por tanto, de los efectos colaterales que puedan producir. Esto incluye, entre otros, a los algoritmos que regulan las redes sociales. Debemos abrir los algoritmos y sus usos al debate público para concluir si son aceptables o no y, en su caso, quien es el responsable de las acciones que puedan tomar. La Ley de la Inteligencia Artificial de la UE es un paso, aunque tímido, en esa dirección. De la misma forma que un medicamento debe ser aprobado antes de su uso por la Agencia Europea o Española de medicamentos, un algoritmo debería ser evaluado antes de su uso. Tras los tímidos pasos de la UE ya algunas empresas como Meta, la empresa matriz de Facebook, Instagram, etc., anuncian que no ofrecerán sus nuevos modelos de IA generativa en Europa por su “impredecible entorno regulatorio”. ¿Acaso no quieren someterse a un control democrático?
Se han usado ideas de la conferencia Reflexiones sobre la inteligencia de la Inteligencia Artificial de Ramón López de Mántaras en el Congreso Español de Informática de 2024.
viernes, 6 de septiembre de 2024
ANDALUCÍA, ¿PUENTE O FRONTERA?
Rafael Polo Brazo 29/08/2024
El
autor nos facilita el presente texto para publicarlo en este blog.
Lo que se produce hoy 6 de septiembre de 2024
La historia de nuestra tierra esconde varias sorpresas
que han sido silenciadas y cuya omisión ha cambiado por completo la narrativa
acerca de un pasado que es muy diferente al que nos han enseñado.
Andalucía ocupa una posición
geoestratégica única que nos marca los límites de las posibles alternativas que
se abren ante nosotros. Y tiene una historia apasionante, que ha ido abriendo
nuevos caminos a través de los siglos al resto de la Humanidad, que ha tejido
una red de alianzas, de conexiones profundas con multitud de pueblos, algunos
de los cuales habitan muy lejos de nosotros. Esos puentes, que cruzan océanos, nos han definido históricamente y nos
han convertido en referentes para millones de personas que vibran en una
frecuencia que resuena con la nuestra.
A lo largo del tiempo
hemos ido ejerciendo de manera alternativa las dos funciones que nuestra tierra
puede desempeñar en el entorno geopolítico en el que vivimos: la de puente y la de frontera. Por eso es importante sumergirse en la verdadera historia
de lo que hemos sido y de lo que somos para poder inferir los posibles caminos
de futuro que se abren ante nosotros.
Nuestro papel histórico de guardianes del Estrecho ha
determinado buena parte de nuestra historia, ya que ha sido -hasta 1869- la única puerta que comunicaba el Mar
Mediterráneo con el Océano Atlántico, lo que ha empujado históricamente
hacia nuestra tierra a una gran cantidad de ejércitos que buscaban tomar el
control de ese importante paso que, desde la apertura del Canal de Suez -en el otro extremo del Mediterráneo- abre, además, la
ruta entre el Atlántico y el Índico, es decir, conecta las costas nororientales
de Norteamérica y las occidentales europeas con el sur de Asia.
Este simple dato nos puede ilustrar bastante acerca de la
gran cantidad de presiones de todo tipo que se ejercen sobre los habitantes de
esta tierra y que están detrás, en última instancia, tanto de la realidad
estructural actual como de la imagen que se ha construido para justificarla.
Esto nos convierte, además, en una importante base
logística a través de la cual se garantiza el paso de las fuerzas y los
suministros de los países occidentales hacia los conflictos del Próximo y del
Medio Oriente. También del flujo de mercancías hacia o desde los mercados de
Asia Oriental.
Pero la importancia geoestratégica andaluza no se agota
en su componente este-oeste, es
decir, en el carácter de válvula de control de la comunicación marítima entre
el Mediterráneo y el Atlántico. También es fundamental su componente norte-sur, es decir, la conexión
terrestre entre los pueblos europeos y norteafricanos, que en los tiempos que
estamos viviendo adquiere una relevancia cada vez mayor. Sólo daré un dato que
sintetiza la situación: África, en 1960, tenía 283 millones de habitantes,
frente a 605 millones de europeos. En la actualidad tiene 1.340 millones,
frente a 748 millones de europeos. Sólo
los 14 kilómetros de anchura que posee el
Estrecho de Gibraltar separa ambos
espacios. Sin embargo, hay muy poca consciencia entre la población de lo
que esto significa.
Como podrá ver ni podemos, ni debemos ignorar esta
multitud de factores de carácter geopolítico que singularizan la tierra en la
que nos ha tocado vivir, que ha condicionado históricamente nuestra forma de vida
y seguirá haciéndolo en el futuro: somos
prisioneros de nuestra geografía. Por tanto, en cualquier análisis,
valoración o proyecto político, social o económico que hagamos tendremos que
introducir estos factores que marcan límites a nuestra capacidad de maniobra.
La pertenencia histórica de Andalucía al estado español
cambia la naturaleza de éste ya que España,
sin Andalucía, es un apéndice que le sale a Europa por el suroeste. Con ella es
un punto de encuentro de Europa con los mundos exteriores a la europeidad, un
puente hacia las Canarias, África e Iberoamérica. Esta realidad factual y
estructural será determinante durante las próximas generaciones para la
relación que la Unión Europea decida
establecer con esa parte del mundo, son regiones que no dejan de ganar peso
relativo en el ámbito global, cuya conexión garantizamos pero que, en paralelo,
empujarán a ésta a intentar condicionar todos los procesos de toma de
decisiones que nos afecten.
Nuestra historia, además, presenta algunas sorpresas que
contradicen la narrativa que se ha venido imponiendo durante los últimos siglos
y que sólo busca ocultar el verdadero papel que hemos venido desarrollando
desde hace milenios. Lo que hoy vemos como la periferia europea ha sido,
históricamente, el corazón de la Civilización Hispana, el pegamento de la
Hispanidad. Es imposible explicar la construcción del mundo moderno sin esa
pieza fundamental que, en su día, fue la clave de bóveda sobre la que se ha
edificado la estructura política global en la que hoy vivimos.
El territorio andaluz sufrió un proceso de segregación
política con respecto al resto del estado español a partir del siglo XVIII de
la que no somos, en absoluto, conscientes y que ayudan a explicar no sólo
nuestra posición estructural actual dentro de él sino, también, buena parte de
las tensiones territoriales que han ido agudizándose, por toda la Península, a
lo largo de los siglos XIX y XX.
La principal consecuencia de todo lo que hemos dicho
hasta ahora es que estamos obligados a replantearnos el tipo de relación que
queremos mantener con el resto de territorios que forman el Estado español, el
papel que desempeñamos como frontera exterior tanto de la Unión Europea como de
la OTAN y el rol que queremos desempeñar en la relación que dicha Unión mantenga
en el futuro con África y con Iberoamérica. También la estrategia de desarrollo
interior que debemos impulsar en nuestra tierra. Si queremos profundizar en el
modelo de sol y playas o apostamos de
una vez por el despegue de una industria que sepa explotar las ventajas
comparativas derivada de la importante posición geográfica en la que nos
encontramos. Nuestros puertos están situados en un lugar privilegiado para el
tráfico marítimo internacional, presentando así una potente base de
sustentación para el desarrollo de un sector secundario que necesita
urgentemente fortalecer las conexiones por tierra, fundamentalmente por
ferrocarril, con el resto de territorios que nos rodean y que pueden ayudar a
situar nuestros productos en muy pocas horas en el corazón de Europa.
Nuestra importante fachada marítima, por otro lado, nos
abre la puerta a un importante desarrollo científico y tecnológico relacionado
con el mar y con la oceanografía, abriendo un nuevo umbral de descubrimientos y
de desarrollos tecnológicos de cara al futuro.
Como vemos el potencial que presenta nuestra tierra es
formidable, si sabemos estar en la onda adecuada, aunque lo primero que tenemos
que hacer es tomar conciencia de esta apasionante realidad que tenemos ante
nosotros.
Son estas consideraciones las que me han llevado a
escribir el libro “Andalucía, ¿puente o
frontera?”, que acaba de publicar la Editorial
Mascarón de Proa y que está ya disponible en librerías, plataformas y en la
web de Almazara Libros o la de Mascarón de Proa.
Me gustaría descubriros todo el mundo de posibilidades
que se abren ante nosotros. Nos vemos en el futuro.
https://www.facebook.com/100067873044378/videos/465446282892491
martes, 3 de septiembre de 2024
EL PRECIO DEL ACEITE ES UN ELEFANTE
Antonio
Aguilera Nieves
3 de septiembre de 2024
Habíamos recorrido gran
parte de la llanura del Serengueti durante toda la jornada. Cuando llegamos a
una zona habilitada para acampar, algunos se pusieron a montar las tiendas,
otros a buscar rápidamente la ducha al aire libre, habilitada cerca del
depósito de agua, para zafarse del polvo que se incrusta en la piel. Yo, seguía
mirando pájaros cuando se armó un enorme revuelo. Alguno corría con la toalla
como taparrabos. Un gran elefante había acudido al olor del agua, se había
metido en medio del campamento y había hecho suya el agua, toda.
Esa es la primera cara de un
elefante. Tiene una fuerza natural con la que puede aplastarte, sin pensar siquiera
en proponérselo. Sólo por conseguir lo que busca. La subida de los precios de
productos básicos tiene el mismo efecto. Se lleva por delante lo que haga
falta. Así ha ocurrido con el precio del aceite de oliva. La subida de precio de
los últimos meses ha hecho descender el consumo a niveles catastróficos,
generando además un cambio de hábitos de consumo de muy difícil corrección.
Lo habitual es ver a los
elefantes desde lejos, calmados, paseando, comiendo. Son moles que se mueven
despacio, sus movimientos son bastante predecibles. Por eso se hace el símil con
las grandes corporaciones, se dicen que son como elefantes, se mueven lentas,
tardan en reaccionar. Parecen ir siempre dos pasos por detrás de la innovación.
Ante una primavera del 2024
algo más generosa que anuncia mejoras en la cosecha, el sector del aceite de
oliva se aventuró a decir que en unos meses podríamos ver un pequeño descenso
del precio. El elefante que se mueve lento, pero que sabe que un apunte de
buenas noticias hará mantener el consumo y mientras, se podrán mantener los
márgenes comerciales, tirando de las reservas. Pero el consumidor sigue viendo
precios elevados en las estanterías, no compra.
El plano más interesante del
elefante, la tercera mirada, es cuando lo metemos en una habitación y nadie
parece verlo, nadie lo nombra. Eso ocurre con la terrible injusticia de marcar
con el mismo precio a todo el aceite de oliva. Obviando que no se están
siguiendo los criterios básicos de fijación de precios de producto a partir de
una distribución de costes y beneficios a lo largo de toda la cadena de valor
que garantice una adecuada renta al productor y un precio asequible y justo al
consumidor. La realidad actual es que, con el precio del aceite que manejamos,
los productores de intensivo están atesorando beneficios y los pequeños
agricultores serranos están cambiando el dinero, o perdiéndolo.
Nadie parece querer
reconocer que los costes de producción se cuadriplican en los olivares de
montaña respecto a los olivares superintensivos mecanizados de regadío. Que los
patrones ambientales son realmente diferentes y habría que contemplarlo en las
ayudas públicas, autorizaciones y fiscalización. Que la del olivo es una
cultura indisolublemente asociada al devenir de comarcas enteras, al tejido
cooperativo y la estructura social.
El precio del aceite de
oliva es un elefante que está aplastando a un tejido productivo y social cuya
única salida es caer en manos de la agricultura industrial. Es un elefante que
está asustando a quien lo mantiene, que son los consumidores. Es un elefante al
que se le están volviendo los pies de barro.
La medida anunciada por el
gobierno de anular primero, y reducir el IVA del aceite de oliva después, es
meramente cosmética, que viene a responder a que exista la impresión de que se
está haciendo algo, pero sin que se asuste el elefante. Dejar que pase el
tiempo y se vayan ajustando los resortes del mercado en una suerte de
liberalismo muy mal entendido, en la medida en que no estamos hablando solo, ni
mucho menos, del PVP de otro producto más, sino de un cultivo que, según datos
del Ministerio de Agricultura, cuenta con 2,75 millones de hectáreas en España,
que producen el 70 % de la UE y el 45 % de la producción mundial. Más de
350.000 agricultores se dedican al olivar, genera 32 millones de jornales y
15.000 empleos en la industria.
El reto de la próxima década
es lograr una cadena de valor alimentaria justa, sostenible, saludable. Para
ello hay que reconocer que, como aquel gran mito de Jonás, sólo cuando asumamos
que vivimos dentro de la ballena, o del elefante, pondremos en marcha las
medidas necesarias para romper el sinsentido que hemos creado nosotros mismos.
La fijación del precio del
aceite atendiendo a unos mecanismos ajenos a su propia cadena de generación de
valor está abocando a la desaparición de un modo de cultivo y de manejo del
territorio milenario, que ha permitido la vida en media España y hoy no ofrece
rentas dignas a los pequeños agricultores de sierra y de secano, justo los que
necesitamos todos para el mantenimiento de la dinámica natural del territorio.
Una cadena de valor que está expulsando del mercado a consumidores, que en 2023
han soportado un aumento de los precios del 24 %, a lo que hay que añadir un 6 %
de inflación en los alimentos. Unos consumidores a los que se les venía
educando durante años en las propiedades saludables y culinarias del aceite de
oliva virgen extra, que se están yendo a productos sustitutivos. Esta, es una
cadena de valor, por definición económica, social y ambiental, injusta,
insolidaria, insostenible, insana.
El caso del aceite es
paradigmático y doloroso en Andalucía, en la Península Ibérica y en todo el
arco mediterráneo. No es un caso aislado. En realidad, es un modelo que se
replica en la mayor parte de los productos alimenticios: escasas rentas a los
productores, altos precios a los consumidores, acaparamiento de poder y
beneficios en los eslabones intermedios, copados por distribuidores, grandes
corporaciones cuyo negocio no es alimentar a la población de manera asequible y
saludable sino vender productos.
El sistema alimentario,
junto al energético, son los pilares del funcionamiento del mundo. Cuando se
pregunta a los científicos sobre qué es lo que más les preocupa del cambio
climático, cuál creen que será el factor que haga colapsar el sistema, todos
coinciden que es el acceso al agua potable y los alimentos. En los foros de
alto nivel existe una sentencia en la que todos coinciden: quien controla el
hambre, controla los pueblos.
El elefante nos asusta, nos
aplasta. Tenemos que hacer visible el elefante en la habitación del sistema
actual de fijación de precios de los alimentos, porque es desequilibrado y
artificial. No ofrece rentas dignas a los agricultores y precios justos a los
consumidores, como está dicho antes. Pero tampoco está contemplando los costes
de contaminación y reposición que generan ciertos sistemas productivos
industriales, no se están valorando los costes de oportunidad de utilización de
recursos básicos, de bienes públicos que son de todos y están sirviendo para
enriquecer a unos pocos. Un sistema que ya está generando alimentos para la
población que habrá en 2.060 pero que tratan de hacernos creer que hay que
seguir aumentando producción mientras se tira más del 30 % de lo producido. Un
modelo al que le interesa que viajen los productos muchos miles de kilómetros,
para alimentar al ogro del transporte mundial y el cambio climático. Un sistema
que está acabando con el 85 % de la biodiversidad domesticada porque el acceso a
las semillas y fertilizantes está copado por un puñado de multinacionales que
utilizan a los agricultores y ganaderos como maquila y a las personas como
compradores sin rostro.
Mover al elefante no es
fácil, pero es el único camino. Tenemos que revisar la estructura y los
mecanismos de fijación del precio de los alimentos. Haciendo que afloren las
trampas en las que estamos metidos. Poniendo freno a un desequilibrio de poder
que sigue aumentando hoy y al que los gobiernos no están sabiendo poner freno.
Las normas, las leyes deben ser las reglas de juego que permitan un progreso
colectivo, justo, que minore desigualdades, y en estos tiempos, que ayuden al
arraigo de las poblaciones a sus territorios, frene el cambio climático y
alimente de forma saludable a una población cada vez más ajena a los procesos
productivos. La tercera década del siglo XXI nos ofrece una realidad que
evidencia la obsolescencia de las reglas del juego que nos pusimos décadas atrás.
Que se mueva el elefante, por nuestro bien.