viernes, 10 de octubre de 2025

LA VERDAD, EL PEOR ENEMIGO DE ISRAEL

 


Waleed Saleh. Grupo de Pensamiento Laico.

10 de octubre de 2025

Este artículo fue publicado originalmente en el diario Público el pasado 6 de octubre

 

La creación del Estado de Israel no fue el resultado de acontecimientos políticos directos, sino de un cúmulo histórico de discursos orientalistas que hunden sus raíces en el siglo XVII con la elaboración de una imagen occidental sobre el oriente en general y el mundo árabe y musulmán en particular. Una imagen y un concepto que niegan el raciocinio y la lógica a estos pueblos atribuyéndosela en cambio al mundo occidental. Tal percepción negativa será la base de los estudios orientalistas hasta hace no mucho tiempo, representada con precisión por Jack Goody en su libro Oriente en Occidente, y denunciada magistralmente por Edward Said en su obra Orientalismo.

Los palestinos, por tanto, forman parte de una alteridad ajena al occidental. Con ello, según el relato occidentalista, Palestina representa el vacío en su sentido más amplio. Su patria es una tierra vacía habitada por algunos beduinos nómadas que apenas tienen vínculos con el lugar donde viven. Sufren un atraso civilizatorio profundo y tienen una vida primitiva. Esta visión la reproduce Netanyahu en su libro Un lugar bajo el sol. En cambio, el sionista, según esta interpretación, es occidental y encierra una naturaleza y una cultura que no se distingue de los ciudadanos de los países occidentales avanzados. Este orientalismo no trasciende los estudios sobre oriente, encarnando una estructura cognitiva inseparable del dominio colonial y del monopolio del capitalismo occidental. De allí viene el supuesto derecho de llevar la civilización y la modernidad a esta región por medio de la colonización. No es de extrañar, por lo tanto, que a Palestina se la llamara “tierra sagrada perdida” o “tierra que perdió su gloria que se debe resucitar”. El palestino, como se ha dicho anteriormente, se describe como un pasajero casual, sin raíces en esta tierra, mientras que el judío es el “hijo legítimo de la tierra de Canaán”, de la que fue expulsado antaño injustamente y que tiene el derecho a volver a ella en cualquier momento.

Mucho antes de la creación del Estado de Israel, sus partidarios han hecho de la mentira y del engaño un instrumento para justificar sus atrocidades militares y políticas y para acallar cualquier mínima crítica a su insoportable comportamiento de ocupación, asesinato, destrucción y explotación.

Una de las falsedades más repetidas es que los judíos actuales son los descendientes de aquellos expulsados por los romanos en el año 70 d.C. La farsa del antisemitismo es otro engaño que ha calado en el mundo político e informativo, sabiendo que ser semita es una condición lingüística y no tiene que ver con el judaísmo. Muchos judíos son anglosajones, rusos o etíopes, sin vínculo alguno con el semitismo. En cambio, los árabes, hebreos, babilónicos, acadios, asirios y otros pueblos sí son semitas. Una tercera estafa reitera que Israel es la única democracia de Oriente Medio. Decía el ex primer ministro israelí Ehud Barak que “Israel es un pueblo en medio de la jungla”, dando a entender que su país es una nación civilizada entre salvajes árabes y musulmanes. Se dice esto cuando organismos internacionales como Amnistía Internación, Human Rights Watch o la ONG israelí B’Teslem califican al régimen israelí de apartheid. ¿Qué tipo de democracia es ésta que colabora desde su creación hasta la actualidad con los sistemas más dictatoriales y atroces? Colaboró con el gobierno de Pinochet en Chile (1973-1990), con el de la Sudáfrica del apartheid (1948-1990), con Irán en tiempos del Sah y durante la guerra con Iraq (1980-1988), con Birmania (1947 hasta la actualidad) y con el genocidio de tutsis en Ruanda, apoyando a los hutus en 1994.

La política sionista combina promesas de paz con expansión de asentamientos. Negociaciones diplomáticas de paz que esconden detrás una política de expulsión de los nativos palestinos y apoyo a los colonos, así como treguas humanitarias para ganar tiempo y seguir ejecutando sus planes colonialistas.

La sociedad israelí, la administración y las autoridades no disimulan su supremacismo, su racismo y su clasismo. En mayo de 2015 hubo un gran escándalo que afectó a soldados israelíes de origen etíope. Habían donado sangre para los heridos en los enfrentamientos con palestinos. Resulta que el ministerio de sanidad había dado órdenes de verter aquella sangre por las alcantarillas por miedo a contaminar a los afectados. A los judíos etíopes se les conoce con el nombre de “Falasha”, término tomado del idioma amhari que significa “exiliados, extraños”, los cuales son habitualmente despreciados y marginados.

Desde los acuerdos de Oslo los asentamientos se multiplicaron por cuatro. En 1992 había 172 asentamientos habitados por 248.000 colones, llegando a ser 444 asentamientos en 2023 con 950.000 colonos. La UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos) fue considerada el 28 de octubre de 2024 por el Knesset (Parlamento) israelí como una organización terrorista, prohibiendo su actividad en territorio israelí, incluido Jerusalén Este. La medida impide en la práctica que esta organización pueda operar en Cisjordania y Gaza. Israel vendió la retirada del ejército israelí de Gaza en 2005 como un paso hacia la paz, lo cual no era en realidad más que articular un nuevo sistema de control, pero esta vez desde fuera, convirtiendo el territorio gazatí en la cárcel más grande del mundo, según palabras del célebre Ilan Pappé. Después de la victoria de Hamás en las elecciones en 2006, aquella retirada se convirtió en un castigo colectivo con la excusa de mantener la seguridad del Estado de Israel y desde octubre del 2023, la limpieza étnica, la hambruna y el genocidio a los que está sometida Gaza no existe para Israel.

Volviendo hacia atrás la mirada, encontramos un aparato propagandístico que fabrica a cada momento una falsedad que creen millones de personas en todo el mundo sin cuestionarla. Primero fue la independencia de Israel, que se celebra todos los años. No sabemos quiénes se han independizado ni de dónde. Luego el holocausto se ha transformado en una industria conforme explica el escritor judío Norman Gary Filkenstein. La expulsión de los palestinos y la limpieza étnica durante la Nakba (“Desastre”) de 1948 se presentan como un abandono voluntario de las familias palestinas de sus hogares. También afirman que Palestina era antes de la creación de Israel una tierra sin pueblo que debía ser regalada a un pueblo sin tierra y que el semitismo es un carácter intrínseco del ser judío, etc.

El genocidio que está en marcha actualmente, Israel lo justifica con el argumento de que quiere acabar con Hamás, sometiendo a todo el pueblo a un sufrimiento infernal, arrasando viviendas, hospitales, universidades, y asesinando a cientos de miles de personas inocentes, incluidos niños de corta edad. Todo esto se hace en nombre de la “liberación” para escapar de las normas y leyes internacionales.

Pero, afortunadamente, desde el 7 de octubre de 2023 el mundo ha ido abriendo los ojos y descubriendo poco a poco la realidad de Israel. Cada vídeo y cada imagen tomados y difundidos, no necesariamente por periodistas y profesionales sino por cualquier persona de a pie, se ha convertido en una referencia incómoda para las autoridades israelíes. El alarmante número de periodistas asesinados en Gaza hasta ahora (280) es una clara prueba de que el gobierno y el ejército israelíes hacen un gran esfuerzo para que no se conozca la realidad de sus crímenes. Muchos medios de información internacionales han dejado de creer el relato israelí sobre la verdad del genocidio de Gaza. El conocido periodista estadounidense proisraelí Thomas Friedman y columnista de The New York Times publicó el 9 de mayo de este año un artículo dirigido a Trump afirmando que el gobierno de Israel no es nuestro aliado porque se porta de un modo que amenaza los intereses de Estados Unidos en la región. El relato israelí, por lo tanto, estaba antaño blindado por la protección de los medios amigos. Pero aquella fortaleza se ha resquebrajado por las imágenes que nos llegan a diario de Gaza. Así, pues, la actitud mundial está cambiando hacia Israel al descubrir la mentira que envuelve la historia y la política de este país. La verdadera catadura moral israelí, que algunos habían considerado modélica, se ha evidenciado, especialmente al ver que el 82 % de la población israelí apoya sin fisuras el exterminio del pueblo palestino. O el hecho de ver a miles de ciudadanos acercándose a las fronteras de Gaza para disfrutar de los bombardeos que destrozan vidas humanas e infraestructuras. O los soldados israelíes que celebran las matanzas de niños y mujeres cantando y bailando. Por otro lado, los aliados tradicionales e incondicionales de Israel enfrentan hoy una presión popular sin precedentes, que exige la ruptura de relaciones diplomáticas con el Estado sionista. La lucha se ha extendido a los parlamentos, las universidades y los ayuntamientos como reacción a los aterradores crímenes que está cometiendo Israel contra los palestinos. Las redes sociales están jugando un papel activo en denunciar las terribles y salvajes prácticas que Israel se ve incapaz de controlar. Los testigos están en todas partes con un simple móvil en la mano.

Para combatir esta fidedigna información, negativa y crítica, que circula por todo el mundo, Israel inventó la “Hasbara” (en hebreo, “explicación o aclaración”). Un aparato propagandístico dirigido en especial a las élites para desmentir aquello que le perjudica y para justificar su política de colonización y contradecir el relato palestino, elaborando una imagen deforme del palestino como bárbaro, atrasado, agresivo e irracional. Para este fin se han creado en las universidades israelíes departamentos especializados en estudios orientales vinculados con el Mosad y con el ejército israelí. Frente a este aparato se encuentran muchos intelectuales y académicos judíos que desmontan los argumentos de los sucesivos gobiernos israelíes como Ilan Pappé, Noam Chomsky o Zygmunt Bauman.

Por suerte, encontramos a otros muchos judíos honestos que rechazan categóricamente la ocupación de Palestina, la impieza étnica que ha practicado Israel desde su creación y el genocidio actual que estamos viendo a diario. Judíos como Chamish Barry que califica a la sociedad israelí de enferma en su libro The fall of Israel (La caída de Israel), Nadav Lapid en la película Sinónimos  de 2019, o Shlomo Sand en su obra La invención del pueblo judío. Recordemos siempre lo que dijo Israel Shahak: “los nazis me hicieron tener miedo por ser judío, y los israelíes me hacen tener vergüenza de ser judío”.